Por Herman Hoeksema [1]
Debemos mantener por lo tanto, que la caída de Adán en el huerto del Edén tuvo lugar según en el consejo de la voluntad de Dios, esto con el fin de que a través de esa caída el camino pudiese ser abierto para la venida del segundo Adán, el Señor de los cielos. Pues “el primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.” (1 Corintios 15:47-49). No obstante, “lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.” (v.46). Por esa razón Adán es también llamado la figura del que había de venir, es decir, Cristo (Romanos 5:14).
Si ese consejo del Señor debía ser cumplido y el Señor de los cielos debía venir, entonces sin duda era necesario que el pecado tuviese que entrar en el mundo con el fin de que el primer Adán fuese removido para así dar lugar al segundo Adán de gloria. Dios tuvo la voluntad desde la eternidad en Su consejo eterno e inmutable de revelar la gloria de Su vida pactal en su más alta manifestación. Esa revelación más alta posible de la vida pactal de Dios no podía ser alcanzada en el primer Adán, sino solo en el segundo hombre, el Señor de los cielos, quien es Emmanuel; Dios con nosotros (Mateo 1:23).
Por consiguiente nosotros haremos el esfuerzo (en este capítulo) de presentar una concepción verdadera y Escritural del pacto de Dios con el fin de entender la Persona de Jesucristo y el significado de Su obra, ya que en Él el pacto de Dios fue no solo restaurado, sino también expuesto a su más alta realización posible. Por lo tanto ese pacto y su significado trataremos en esta sección.