Ronald Hanko [1]
La última gran revelación en el Antiguo Testamento del pacto de Dios, fue la que Él hizo con David (2 Samuel 7). Como revelación del pacto de Dios también tuvo algunas características notables para mencionar.
Tenemos nuevamente aquí la fórmula del pacto de Dios que muestra que el pacto con David sigue siendo el único pacto eterno de Dios a pesar de las circunstancias diferentes. En este pacto, Dios promete ser el Dios de su pueblo y de que Él nos toma como suyos (2 Samuel 7:24). Este ha sido siempre el propósito del pacto.
Sin embargo, la revelación del pacto hecho a David es única en varios aspectos. Esta revelación reúne tanto el pacto como el reino de Dios y nos muestra que ambos están estrechamente relacionados. Dios (en esta revelación del pacto) promete establecer el reino de David y su trono para siempre (2 Samuel 7:12-13), una promesa que se cumple en Cristo, el Rey de reyes (Lucas 1:32-33).
Al mostrar que el pacto y el reino de Dios están juntos, Dios enseña a David como también a nosotros, algunas verdades importantes sobre esto. La relación entre el pacto y el reino de Dios muestra la estructura bien ordenada del pacto. En ese pacto el pueblo de Dios es ciudadano de un reino, cada uno con su propio lugar bajo el dominio de único Dios verdadero. El “trono” del cual Dios habla en 2 Samuel 7:13, es realmente siempre el trono de Dios, incluso cuando un hombre como David se siente en él.
Esta conexión entre el pacto y el reino también revela la naturaleza espiritual del reino de Dios. Hay muchos hoy en día que tienen la misma concepción terrenal y carnal del reino como la tuvieron los fariseos en el tiempo del ministerio de Jesús. Estos piensan que el mundo entero es, o será, el reino de Dios (visible y manifiesto); que el reino de Dios es aquí en la tierra antes del retorno de Cristo y éste está compuesto por una sociedad dominadamente por Cristianos. O también están los que piensan que el reino de Dios será un estado judío terrenal modelado después del reino de Israel en el Antiguo Testamento, y que éste será establecido antes del regreso de Cristo.
Dios deja en claro en Su Palabra que estas concepciones sobre su reino son incorrectas conectando la venida del reino con la promesa del pacto mismo. El reino de Dios no es ni será un estado judío terrenal ni una sociedad Cristiana, mas bien el reino de Dios es la morada de Dios mismo con su pueblo en comunión para siempre. De este modo, en el centro de ese reino está la casa de Dios, es decir, el templo de Dios (2 Samuel 7:13) que es el gran cuadro del Antiguo Testamento de la iglesia como el cuerpo de Cristo (Juan 2:18-21).
Vemos que es en la obra de Cristo el cumplimiento de estas promesas del pacto de Dios a David. Él establece e introduce su reino no por el dominio del mundo o por el establecimiento de un estado judío sino por el camino del sufrimiento y la vergüenza (2 Samuel 7:14, Salmo 89:30). No son los ejércitos ni las armas ni los gobiernos los que deben ser derrotados sino el pecado.
Así, las palabras que colgaban sobre la cabeza de Cristo en la cruz marcaban el cumplimiento de las promesas hechas a David en el pacto de Dios, aunque aquellos que las colocaron allí lo hacían meramente en burla. En su sufrimiento Cristo era el Rey de los judíos, es decir, de todos los verdaderos hijos de Abraham. Cristo es el que los libera de sus enemigos espirituales y gana a favor de ellos un lugar en el paraíso, en su propio reino celestial que es para siempre.