Rev. Cornelius Hanko
Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme á la carne, mas conforme al espíritu. (Romanos 8:1)
Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era un estimado Fariseo; el otro un despreciado publicano. Los dos entraron al templo. Uno caminó confiadamente y se paró donde todos lo podían ver. El otro apenas entró por las puertas. Uno alzó su cabeza en alto orgullosamente. El otro con su cabeza viendo al suelo y su mano sobre su pecho.
Los dos hablaron de pecado. Uno estaba alegre al decir que habían personas peores que el a su alrededor, incluso ese publicano, por ejemplo. El publicano no pensó en nadie mas que en si mismo. El solo supo de un gran pecador, y era el. El fariseo buscó paz en el hecho de que el era un estimado miembro de la iglesia. El publicano rogó por misericordia.
El fariseo regresó a su casa sin más paz de la que vino. El publicano encontró paz. El pudo cantar esta canción de triunfo de nuestro texto: “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme á la carne, mas conforme al espíritu” (Rom. 8:1).
Pablo nos dice que el tuvo una experiencia similar. En el capítulo anterior el hace un serio examen de conciencia. El sabe que la ley de Dios es buena, santa, justa, pero que el es un pecador. El encuentra en si mismo ese principio, esa nueva ley, que ama a Dios. Pero también encuentra pecado.
Que ese gran conflicto, la gran tensión en su vida, porque cuando desea hacer lo bueno, hace lo malo. Lo que odia hacer, se encuentra haciéndolo nuevamente.
¿Qué diremos? El se ve a si mismo, y dice “¡Miserable hombre de mi!” (Rom. 7:24). El ve a Dios y Su trabajo de gracia y dice, “Le doy gracias a Dios en Cristo Jesús” (Rom. 7:25). Y así, llega a la conclusión de nuestro texto que debe suer la nuestra: “Que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne mas conforme al espíritu” (Rom. 8:1). Consideremos:
No Condenación.
I. ¿Qué?
II: ¿Cómo?
III: ¿Para quién?
I. ¿Qué?
La condenación es estrictamente en término legal. Implica un tribunal, un juez, un acusador, un acusado, un veredicto, y una sentencia de condena.
Pablo se encuentra confrontado ese juicio día a día.
Dios es el Juez, el Juez recto, Juez del cielo y la tierra. Se sienta en el trono y Sus ojos están sobre los hijos de los hombres. El ve, escucha y sabe todo. El escudriña los pensamientos más profundos, nuestros deseos más secretos, todo nuestro ser.
Siempre esta pasando juicio. Debe hacerlo, porque es justo y santo. El llama a lo bueno, bueno y a lo malo, malo. El juzga de acuerdo a Su perfecta ley. Esa perfecta ley demanda amor, amor a El con todo nuestro ser, y amor a El es reflejado en el amor a nuestros hermanos.
El nos llama a cada uno de nosotros delante de Su trono de justicia, incluso en nuestras conciencias, cada día, tan real, como un día nos presentaremos delante de El en Su santo trono blanco.
O, yo se que tratamos de poner excusas.
Podemos compararnos con otros, como el fariseo lo hizo en el templo. Podemos pensar en grandes pecados que la gente comete, y envanecernos que no hemos hecho nada como eso. Incluso los podemos ver con desprecio al ver como viven.
Incluso podemos apelar a las obras buenas que hacemos o a nuestra buena reputación dentro de la iglesia. Después de todo, vivimos vidas respetables. Oramos, leemos la Biblia, atendemos la iglesia, y demás.
Podemos apelar a todo eso – pero al final sigue la conciencia. Nos hace ver nuestra depravación humana, que tenemos desde que nacimos. ¡Que mancha tan culpable descansa en nuestras almas! ¡Culpa desde antes de nacer! ¡El pecado aumenta cada día! ¡Solo aumentamos nuestro pecado cada vez más!
Tal vez podemos casi decir, “O Dios, aléjate de mi, porque tus juicios son justos. Tu veredicto es verdadero. Tu sentencia siempre es una sentencia de muerte, de muerte eterna en el infierno. Nada mas puede satisfacer Tu justicia”.
Pero entonces, maravilla de maravillas, y escuchamos el veredicto claro y simple, no hay condenación. Esto es maravilloso porque es positivo. No hay condenación de nada. Dios nos dice que nuestros pecados, aún cuando sean muchos, son perdonados, borrados, como si nunca hubieran existido. Nos paramos delante de El como alguien que nunca haya pecado. Somos santos y rectos en la vista de Dios. No hay condenación. ¡Esto es lo que el texto significa!
Aún es más maravilloso que eso. Dios nos dice, “eres digno de vida eterna. Como te veo, eres digno de ser Mi hijo, Mi heredero. Es como si todas tus obras hayan merecido vida, vida eterna y gloria”.
El Padre, no solo perdona al hijo perdido, al hijo infiel, pero lo restaura a Su amor, a Su paz dentro de la familia. Saca los mejores mantos y mata a la vaca gorda. ¡Dios nos asegura que nunca seremos destruidos por el pecado, que nunca seremos condenados. Somos justificados, rectos delante de El por siempre y herederos de la salvación! ¿Condenación? ¡No, de hecho lo contrario, vida, bendiciones! “Ven. Mi amado, a mi mesa de comunión”, dice el Señor.
II: ¿Cómo?
Nuestro texto nos dice que es posible. No todos son justificados, por supuesto, pero solo aquellos que están en Cristo Jesús.
“En Cristo Jesús” es una expresión muy familiar, una muy importante. A Pablo le gusta usarla y lo hace una y otra vez.
La gente de Dios está en Cristo. No tengo que decirte; tú sabes que esto es únicamente por la soberanía y placer de Dios. Tenemos que recordar que de acuerdo a nuestro texto, esto también es enteramente un asunto legal. Es basado en la estricta justicia.
Como una esposa es incluida en su esposo por ley, o como los hijos son contados con los padres por la ley, así la gente de Dios están en Cristo. Los padres son responsables por sus hijos, el esposo es responsable por las deudas su esposa acumula. Legalmente son uno. Ellos prometieron esto y lo establecieron legalmente cuando se casaron. Y déjame añadir, que todo lo que el esposo posee, legalmente le pertenece a la esposa; todo lo que los padres tienen les pertenece a los hijos mientras sean menores de edad y estén bajo la autoridad de los padres.
Similarmente, estamos en Cristo. ¡Legalmente! Le pertenecemos a Dios por Su decreto, por la justicia de la ley de Dios en el cielo. Esto no puede ser cambiado… nunca.
Esto significa que le pertenecimos a ese fiel Salvador en Gogatha. El murió nuestra muerte bajo la maldición en nuestro lugar.
Le pertenecimos a El cuando El resucitó. Triunfó sobre la muerte y se levantó. Dios le probó a El y a nosotros, e incluso a todo el mundo que la muerte fue vencida, y que El y nosotros tenemos derecho a vida eterna.
Le pertenecemos a El ahora que está en el cielo. Por eso es que intercede por nosotros como nuestro abogado. Legalmente, estamos en el cielo con El.
Todo esto significa que Cristo es nuestra rectitud. El es justo. El es recto. El es justo por su propio mérito. El resucitó porque venció a la muerte. El es recompensado con gloria celestial. Cristo Jesús, el Justo, es nuestro abogado en el cielo.
Y en El, Dios nos ve. El fue nuestra cubierta en la cruz. El cargó nuestra ira. El es nuestro intercesor y Señor en el cielo. Dios lo oye y nos bendice.
Pero ¿Como la gente de Dios llega a ser beneficiario de esto? Por fe. Fe es el laso, el laso vivo incluso de nuestras conciencias. La fe nos provoca decir que le pertenecemos a El. El nos dice, “Eres mío” Y por fe decimos, “El murió por mi en la cruz, resucito por mi y ahora vive por mi”. Así somos rectos. ¡No hay condenación!
El Cristiano le dice al diablo, “Nunca jamás puedes decir que te pertenezco” El le dice al mundo “Yo no pertenezco a este lugar mas” El le dice a la carne, “Nunca tendrás domino sobre mi otra vez”.
III: ¿Para quién?
Pero ¿Quiénes son estos que no son condenados? ¿Cómo sabemos que no somos condenados? El es punto: “el que no anda en la carne, mas en el espíritu” (Rom. 8:1). La carne se refiere a nuestra naturaleza pecaminosa. El pecado trabaja a través de nuestra voluntad, mente, oídos, y ojos.
El cristiano tiene un nuevo principio y un nuevo espíritu. Cristo habita en nosotros como Dios Todopoderoso y Salvador. El cristiano tiene una nueva voluntad, nuevos deseos y una nueva mente. Esto no significa perfeccionismo, porque el pecado sigue en nuestros miembros. Pero hay un conflicto amargo en nosotros. ¿Es cierto en ti y en mi? Es cierto en nosotros, amados, los que creen en Jesucristo.
¿Pero que pasa cuando pecamos? El Espíritu se aleja y estamos lejos de Dios. No hay paz y no garantía; solo preocupación y ansiedad. Dios no tiene relación con pecadores en la obscuridad.
Pero caminando en la luz tenemos amistad con Dios y con otros. Disfrutamos eso también. Podemos decir, “¡No hay condenación en Cristo Jesús para mi! Yo se, porque el Espíritu me acerca. Esto es no mis obras pero las Suyas, y El lo va a terminar”. ¡A Dios sea la gloria! Amen.