Ronald Hanko
Una de las obras más maravillosas de Dios es su revelación a nosotros. El mismo hecho de revelarse a sí mismo es una obra grande y maravillosa. Se es suficiente para sí, y no tiene necesidad de nadie ni nada fuera de sí mismo, y aún elige revelarse en todas las obras de sus manos.
Aun más maravilloso es el hecho que Dios se revela a sí mismo a nosotros. Somos sólo criaturas, la obra de sus manos, menos que polvo ante él. Él es el Todopoderoso, el infinito y eterno Dios, a quien no se puede comprender. Y aún así hace notorio a sí y a su gloria para con nosotros.
Especialmente cuando nos acordamos que él es, según 1 Timoteo 6:16, quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, puro Espíritu y perpetuamente invisible ante nuestros ojos, nos damos cuenta de que la revelación es milagro. Que él quien es tan grande hablaría en un idioma humano y en una manera que aún los más simples de nosotros puede entender es casi increíble. Calvino hablaba de Dios «bulbuceándonos» como un padre bulbucea a su hijo pequeño. Éste es el milagro de la revelación.
Claro, una parte de ese milagro es que Dios se hace conocido a pecadores quienes han cerrado sus mentes y corazones a él. En esto vemos la conexión entre el milagro de revelación y el milagro de gracia y nos damos cuenta de que la revelación tiene su último fin en la salvación del pueblo de Dios.
Esto nos trae al hecho que hay medios diferentes en que Dios se revela. La Confesión Belga de la Fe, siguiendo Salmo 19, habla de dos medios, la creación y la Escritura (artículo 2), pero hay otros medios también. Dios también se revela por la historia en la conciencia de todo hombre y en el Antiguo Testamento directamente por sueños, visiones, ángeles y otros medios.
La revelación de Dios en la creación se describe en el 2º artículo de la Confesión Belga como un «hermoso libro». Tal como la obra de un maestro pintor o escultor revela algo del artista, así también las obras de Dios revelan algo de él. No obstante, la revelación, incluso la revelación de Dios en la historia y en la conciencia del hombre, es un libro aterrador para el pecador no salvo. El pecador no salvo puede leer en esta revelación nada más que ira y juicio, y por eso corrompe esa revelación y la repudia (Rom 1:25).
Sólo en las Escrituras Dios se revela por Jesucristo como Salvador de su pueblo. Por eso pensamos especialmente en las Escrituras cuando pensamos en la revelación.
Habiendo conocido a Dios por las Escrituras, también podemos aprovecharnos de la revelación de Dios en la creación y la historia. Como sugirió Calvino, las Escrituras son los anteojos por los cuales podemos leer en la creación algo del amor y de la gracia de Dios. La Escritura nos enseña a ver en los amaneceres y en los lirios, en las simientes y en las montañas, evidencia del gran Dios de nuestra salvación y de su gracia.
Aprendamos a leer este «hermoso libro» de la creación, pero no nos olvidemos del libro más importante, la Palabra de Dios en las Escrituras. Ahí aprendemos a conocer a aquel que tan misericordiosamente se nos reveló a sí mismo a nosotros en su Hijo.
Tomado de Doctrine According to Godliness por Ronald Hanko, pp. 7-8.
Traducido por Brent DeJong
Título en inglés: Revelation