Por Henry Danhof [1]
El pacto de gracia descansa en la Santa Trinidad. Dios es el Dios del pacto. Él es tal no solo según el consejo de Su voluntad en Su relación con la criatura, sino primero en Sí mismo por virtud de Su naturaleza. La vida divina en sí misma es un pacto de amistad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esa vida divina de amor [y compañerismo] es luego la base para toda relación de pacto entre el Creador y la criatura y entre las criaturas en sí mutuamente. La concepción absoluta del pacto se esconde en la vida familia de la Santa Trinidad.
Por lo tanto nadie podrá tener éxito en sondear la idea del pacto en toda su profundidad. Sin embargo, uno puede ver con bastante facilidad que toda relación, acción recíproca, y mutuo compañerismo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo debe ser y toma lugar según la naturaleza del pacto, porque Dios es uno de la misma naturaleza y tres en personas. Las tres Personas son todas igualmente posesoras de la misma esencia. En sus sustancias personales ellos son iguales entre sí.
Pero en sus propiedades personales individuales, ellos son diferentes entre sí. Su unidad de la esencia da armonía. La sustancia idéntica de las personas implica un acuerdo. Al mismo tiempo en la diferencias de sus propiedades personales individuales se encuentra la posibilidad para el más alto compañerismo y cooperación [mutua]. Su unidad y diferencia en personas dan la divina armonía eterna. Así, la vida de amor de Dios [en sí mismo] brota de la insondable profundidad de la esencia y del decreto por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que se derrama en la multiplicidad de las formas de la individualidad, propiedades personales, manifestando con ello la más gloriosa matiz de toda la riqueza de la amistad eterna de la Trinidad.