Rev. Cory Griess
Hemos estado estudiando la enseñanza bíblica sobre cómo Dios salva a su pueblo. Hemos estado tomando un enfoque cronológico. Comenzamos en la eternidad pasada con el decreto incondicional de Dios para salvar a su pueblo. Luego avanzamos hacia el tiempo y nos detuvimos en la cruz de Jesucristo y examinamos para quién fue esa cruz y cuál fue el efecto de Su expiación por el pecado.
Ahora avanzaremos de nuevo en el tiempo, a nuestra propia llegada al mundo, y nos enfrentaremos con una pregunta acerca de nosotros mismos: ¿Qué adjetivo me describe, quién es aquel que debe ser salvado? ¿Qué me describe espiritualmente cuando vengo al mundo? ¿Estoy espiritualmente bien por naturaleza? ¿Soy, por naturaleza, débil espiritualmente, y necesito a Dios simplemente para que me ayude a salvarme a mi mismo? ¿O estoy, por naturaleza, muerto espiritualmente, y necesito de que Dios me resucite con una gracia poderosa e irresistible?
Al igual que con todas nuestras preguntas, acudimos a las Escrituras para obtener respuestas y, en este mensaje, a las Escrituras a medida que registran la enseñanza del Señor Jesucristo sobre este asunto en su ministerio terrenal. ¿Cuál es la enseñanza del Señor acerca de nosotros, acerca de quiénes somos, por naturaleza, cuando venimos a este mundo; acerca de quién es el que necesita ser salvado? Descubriremos que la enseñanza del Señor es que no estamos bien espiritualmente, en absoluto. De hecho, en nosotros no habita nada bueno, nada. Por naturaleza, somos un pueblo totalmente depravado.
La enseñanza bíblica de la depravación total es que el hombre carece total y completamente de capacidad espiritual en cada parte de sí mismo, en su mente, su voluntad y sus afectos. Está espiritualmente en bancarrota y positivamente entregado al pecado. Ésta no es, simplemente, la enseñanza de que tiene pecado en él. Y tampoco es la enseñanza de que él simplemente no es moralmente tan bueno como realmente debería ser. Sino que todo lo que tiene en él es pecado, y que en cada parte, completamente en cada parte, no tiene ninguna habilidad espiritual.
Las Escrituras usan especialmente dos imágenes para enseñar eso. La primera es la de un cadáver, una persona físicamente muerta. Las Escrituras usan esto para enseñar que el hombre está espiritualmente muerto. La segunda imagen es la de un esclavo, que describe el efecto de esa naturaleza muerta que está en nosotros. Nos esclaviza, nos ata en nuestro pensamiento, voluntad y actos. El mismo Señor Jesucristo usó ambas ilustraciones. Primero usó la ilustración de una persona muerta para describirnos espiritualmente en Juan 5:25: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.” Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, el llamado, el llamado irresistible de la gracia soberana, el llamado a la vida. Pero antes de eso, antes de que ese llamado les diese vida, ellos estaban muertos. Los muertos oirán la voz, los muertos, dice el Señor Jesucristo. Sin esta obra irresistible de la gracia de Dios, estamos muertos espiritualmente, todos nosotros, no solo ahogándonos, no solo pataleando en el lago casi muertos, no en nuestro lecho de muerte pero aún respirando, sino muertos. Muerto significa muerto. La misma palabra se usa para describir a Eutico, que se cayó de la ventana del tercer piso y murió. La misma palabra se usa para describir a Jesús que estaba muerto antes de que resucitara de la muerte. No hay otro significado para la palabra muerto que muerto. El Señor no podría haber sido más claro.
Tampoco podía el apóstol Pablo, que usa la misma ilustración en Efesios 2: 1: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Tan muerto en delitos y pecados que se necesita una resurrección, es decir, una resurrección para darnos vida. No resucitas a personas que todavía están vivas, incluso si apenas están vivas. Solo resucitas a los muertos. “él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Sin latidos, espiritualmente, sin actividad cerebral, espiritualmente. Sin dificultad para respirar antes del último jadeo, pero muerto. Y no podemos responder a eso diciendo: “Bueno, si el Señor y el apóstol Pablo realmente hubiesen querido enfatizar que no hay nada, ningún bien espiritual en nosotros, seguramente habrían usado una palabra más fuerte o más clara”. No hay una palabra más fuerte. No hay palabra que lo haga más claro. No hay nada más carente de vida y habilidad que un hombre muerto.
El Señor Jesús también usa la ilustración de un esclavo para describir nuestra depravación total. Él hace esto en Juan 8:34: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”, es decir, cualquiera que viva un estilo de vida de todo corazón al servicio del pecado, cometiendo pecado, caminando en pecado sin arrepentirse, entregado al pecado sin pena divina por ello (tal vez pena por algunas de las consecuencias, pero sin pena por el pecado mismo). ¿Cuál es la explicación para eso? ¿Qué explica eso? La respuesta del Señor es que son esclavos del pecado. Es que todos los hombres, por naturaleza, todos los no regenerados, todavía están esclavizados al pecado. El hombre natural tiene un maestro, y ese maestro es esa naturaleza muerta en él. Esa naturaleza muerta, es decir, espiritualmente muerta, está muerta pero esclaviza activamente, controla a un hombre. Desde dentro lo esclaviza. Y como el amo de cada esclavo, este amo no proporciona libertad para su esclavo. El hombre es, por naturaleza, totalmente y completamente esclavizado y subordinado al pecado. Todo lo que puede hacer es lo que el pecado le ordena que haga. Eso no significa que haga lo peor posible en cada situación, pero significa que no puede apartarse de los motivos pecaminosos que controlan todo lo que hace. Él no puede agradar a Dios; Ni siquiera puede desear agradar a Dios. Entonces, cuando los pensamientos salen de esa naturaleza, y cuando él quiere sacar las cosas de esa naturaleza, cuando actúa desde esa naturaleza, lo hace bajo el dominio y control total del pecado.
Y el Señor enseñó muy específicamente, de la misma manera, acerca de esta esclavitud al pecado. El Señor enseñó primero que las acciones del hombre, que salen de él están, por lo tanto, dominadas por este maestro, el pecado. Juan 15:4,5: “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… porque separados de mí nada podéis hacer.” Sin mí, nada podéis hacer. Y, por supuesto, esto significa nada de valor espiritual. Puedes hacer todo tipo de cosas sin ser una rama unida a la vid, pero no puedes hacer nada de valor espiritual, ni una obra buena a los ojos de Dios. No se puede hacer nada sin la vida de la vid floyendo hacia la rama en unión con Cristo. Y nada significa nada: sin mí, nada podéis hacer. Incluso las cosas externamente “mejores”. No puedes buscar a Dios y amarlo. Estás huyendo de Él incluso en esas cosas. Todo está atado al servicio del pecado.
Incluso los pensamientos del hombre. El hombre ni siquiera puede pensar algo que no sea inherentemente pecaminoso ante Dios. Su mente está llena de muchos pensamientos, pero él está, cegado y completamente esclavizado por el pecado en sus pensamientos y, por lo tanto, se opone a Dios en sus pensamientos. El Señor enseña esto también en Juan 3:3: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Está tan ciego en su mente que no puede ver, no puede percibir con ningún sentido de su valor, el reino de Jehová Dios. El apóstol Pablo explica en 1 Corintios 2:14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. No puede conocer estas cosas. No puede tener pensamientos que sean buenos hacia estas cosas, o entender estas cosas, porque sus pensamientos están sujetos a esa naturaleza, la naturaleza que lo esclaviza. Entonces, cuando expresa esa naturaleza en el pensamiento, sus pensamientos están atados.
Y, finalmente, Jesús enseña que el hombre, como esclavo del pecado, es un esclavo específicamente cuando esa naturaleza se expresa en la voluntad, en su voluntad. Juan 6:65: “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”. Y nuevamente, en Juan 6:44, el Señor Jesús dice: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Ningún hombre puede venir a mí, el Señor repite. Venir a Cristo es un acto de la voluntad, es creer en Cristo, es apoderarse de Cristo como la respuesta al pecado y la culpa de uno y todas las implicaciones de ese pecado y la culpa. Nadie puede hacer esto. Nadie tiene la capacidad de hacer esto excepto que, como dijo el Señor previo a esto, “le fuere dado del Padre”, le fuere implantada esta habilidad en él.
Estoy seguro de que la mayoría de ustedes recuerdan que en la escuela primaria les enseñaron la diferencia entre “poder” y “tener permiso”. ¿Era yo el único que tenía un maestro que cuando levantaba la mano y decía: “Maestro, puedo ir al baño?” siempre me corrigió y dijo: “Bueno, estoy seguro de que puedes, pero la pregunta es: ¿Me da permiso de ir al baño?” Bueno, el Señor Jesús aquí es muy específico. “Nadie puede venir a mí, excepto que el padre lo atraiga”. Todos tienen permiso para venir a Él, todos tienen permiso para venir a Cristo, todos tienen permiso para creer en Él y aferrarse a Él. De hecho, más que eso, todos los hombres están llamados a hacerlo, se les ha ordenado hacerlo. Pero aunque todos los hombres están llamados a venir y tienen permitido venir, ninguno de ellos puede hacerlo. La palabra “poder”, en griego, es una palabra de la que obtenemos dinamita. Significa poder, habilidad. Nadie tiene la habilidad, en su voluntad, de venir a Cristo, excepto que el Padre primero se la de y lo atraiga irresistiblemente hacia Sí mismo. Nadie puede, nadie, dice el Señor. No hay excepciones para esto. Nadie se desliza por debajo del radar, nadie. Todas las voluntades de los hombres están atadas, esclavizadas, al pecado y no pueden venir a Cristo. Estamos físicamente vivos, tenemos voluntades, tenemos deseos, pensamos, actuamos. Pero todo ello está esclavizado por una naturaleza espiritualmente en bancarrota, una naturaleza muerta que nos esclaviza a pensar y querer y desear y actuar en pecado y solo en pecado.
Hubo un tiempo, por supuesto, cuando la humanidad tenía habilidad espiritual, cuando no estaba atado por una naturaleza muerta. Adán, antes de la caída, era libre para hacer la voluntad de Dios. Y eso fue lo que hizo. Él era libre de pensar los pensamientos de Dios después de Él y lo hizo. Y era libre de servir activamente a Dios con su vida y lo hizo. Pero después de caer en pecado, murió. Y esa muerte fue más que física, fue una muerte espiritual. Entonces Adán corrió y se escondió de Dios cuando Dios apareció. Anteriormente, cuando Dios aparecía, caminaba con Dios en la fresca tarde del jardín. Pero ahora corría y se escondía bajo la culpa y la vergüenza de su pecado. Ese es el efecto de la muerte espiritual. Un hombre no tiene la capacidad de moverse hacia Dios, solo lejos de Él. No hay vida espiritual en él que desee a Dios tal como Él es.
Y los Cánones de Dordt, al enseñar esto, explican en Romanos 5 que Adán, después de la Caída, engendró hijos como él en esa naturaleza, ciegos en la mente, vanos, perversos, malvados, rebeldes, impuros en los afectos, de modo que un tronco corrupto produjo una descendencia corrupta, es decir, un raíz corrupta produjo un árbol corrupto, propagando en la tierra personas con una naturaleza viciosa, como dicen los Cánones de manera memorable. Esta naturaleza controla la mente del ser humano, su voluntad y sus acciones. Él está atado, por esa naturaleza, al servicio del pecado. Es por eso que el Señor Jesús lo describe como un esclavo del pecado.
Como los leones esclavizados por su naturaleza a la carne, es decir, a comer solo carne. Los leones son carnívoros. Eso significa que comen carne y solo carne porque están configurados en su propia naturaleza para comer carne. Su naturaleza los esclaviza de modo que no pueden querer, no pueden pensar positivamente y no pueden actuar sobre el consumo de otra cosa que no sea carne. Si pusieras un gran comedero de avena delante de un león, no se lo comerá. Podrías echarle miel y él no lo comerá. Y la razón por la que no lo comerá no es porque no tenga una boca que funcione correctamente como para no poder masticarla. Y no es porque la avena no sea buena. No es porque la avena esté podrida. Al igual que, no es porque el hombre ya no posea una voluntad, que no puede venir a Cristo. No es porque el evangelio esté podrido, o haya algo malo con Cristo y su evangelio, que pueda explicar por qué los hombres no creen en Él ni le sirven. Sino que, al igual que el león que es carnívoro con una naturaleza que lo esclaviza para que no pueda tener pensamientos encantadores sobre esa avena y desearlos y no pueda comerlos y no pueda abrir la boca para absorberlos, así también todos los hombres antes Cristo, los pensamientos, la voluntad y las acciones de todos los hombres están sujetos a la naturaleza del hombre. Después de la caída, la naturaleza del hombre está muerta espiritualmente. Y esa naturaleza muerta lo hace incapaz incluso de querer volver al Dios que lo hizo.
¿Crees eso? Más importante aún, ¿crees eso sobre ti mismo, sobre tu naturaleza? ¿Confiesas, este soy yo, esta es una descripción de mí? Y, si voy a ser redimido, no puedo hacer un movimiento, excepto que Dios me lo da primero para poder hacerlo. Estoy esclavizado, estoy atado.
Agustín, el padre de la iglesia primitiva, creyó esta verdad, la defendió contra muchos ataques. También lo poseía personalmente por una gracia previa de Dios trabajando en él. Agustín escribió libros masivos defendiendo esta enseñanza. Pero luego, también escribió un libro confesando que esto era cierto para sí mismo, confesando su propio pecado y depravación, llamado Las confesiones de Agustín. La razón por la que hizo eso fue porque esto no era solo una doctrina para él, era una doctrina sobre él. Él confesó que fue concebido y nacido en pecado como confiesa el salmista David. Permíteme leerte un momento cómo él describe su propia depravación, incluso cuando era un bebé, mientras confiesa sus pecados a Dios, confiesa que siempre ha sido esclavizado al pecado y siempre permanecerá esclavizado al pecado, excepto que Dios trabajó soberanamente. Él está diciendo esto ahora a Dios, en oración.
Poco a poco comencé a darme cuenta dónde estaba y a querer dar a conocer mis deseos a quienes me los podían satisfacer, aunque realmente no podía, porqué aquéllos estaban dentro y éstos fuera, y por ningún sentido podían entrar en mi alma. Así que agitaba los miembros y daba voces, signos semejantes a mis deseos, los pocos que podía y como podía, aunque verdaderamente no se les semejaban. Mas si no era complacido, bien porque no me habían entendido, bien porque me era dañoso, me indignaba: con los mayores, porque no se me sometían, y con los libres, por no querer ser mis esclavos, y de unos y otros me vengaba con llorar. Tales he conocido que son los niños que yo he podido observar; y que yo fuera tal, más me lo han dado ellos a entender sin saberlo que no los que me criaron sabiéndolo. Vergüenza me da, Señor, tener que asociar a la vida que vivo en este siglo aquella edad que no recuerdo haber vivido y sobre la cual he creído a otros y yo conjeturo haber pasado, por verlo así en otros niños, bien que esta conjetura merezca toda fe. Porque en lo referente a las tinieblas en que está envuelto mi olvido de ella corre parejas con aquella que viví en el seno de mi madre. Ahora bien, si yo fui concebido en iniquidad y me alimentó en pecados mi madre en su seno, ¿dónde, te suplico, Dios mío; dónde, Señor, yo, tu siervo, dónde o cuándo fui yo inocente?
Esa es la verdad bíblica en la realidad. Y esa es la verdad bíblica en realidad que tú y yo debemos confesar. ¿Lo reconoces y confiesas como cierto para ti? Fui esclavo del pecado desde el primer momento de mi existencia. Spurgeon dijo una vez: “Nada más que pecado, nada más que pecado, no hay nada más en mí que pecado, y cualquier otra cosa que no sea esa confesión sobre mí mismo no es la verdad”. Nací esclavo del pecado. Nunca ha habido un momento en que yo no fuese esclavo del pecado. Y todavía lo sería, total y completamente, si no fuera por la gracia soberana de Dios. Luego tú confiesas la verdad bíblica, una verdad bíblica no solo para que tu cabeza la conozca, sino también para tu corazón. Y continuarás creyendo que solo Dios, no tú, no tú por tu voluntad, ni tú por tus acciones, puedes salvarte a ti mismo, sino solo Dios. A él sea la gloria por resucitar a los muertos.
Oremos.
Padre celestial, esta es nuestra confesión sobre nosotros mismos. No podemos salvarnos de ninguna manera, ni por nuestra voluntad, ni por nuestras acciones, sino solo por tu elección y por tu poder soberano, Tú puedes resucitar a cualquier muerto. Y te damos alabanza y gloria por toda nuestra salvación y confesamos que nuestro pecado es un pecado activo en pensamientos, voluntades y acciones. Y perdónalo, Padre, y devuélvenos a Tu presencia. En el nombre de Jesús, amén.