Rev. Cory Griess
La última vez observamos que el Señor Jesús enseñó acerca de la incapacidad espiritual absoluta del hombre para creer o aceptar a Cristo para salvación. Entre otros lugares, el Señor enseñó eso en Juan 6:65: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”.
La razón por la que ningún hombre puede venir a Él es que la naturaleza con la que nace el hombre está espiritualmente muerta. Y esa naturaleza muerta esclaviza a la persona para que no pueda pensar, querer o actuar, excepto bajo el dominio total del pecado. “Has despertado a los que estaban muertos en delitos y pecados”.
Es sorprendente que, después de que el Señor Jesús enseña sobre la depravación total y la esclavitud de la voluntad a pecar, la reacción de las multitudes es menos que entusiasta. En Juan 6:65, nuevamente, Él dijo: “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”. Y luego leemos en el siguiente versículo (v. 66): “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él”. ¿Porqué sucedió eso? ¿Por qué se fueron? No es que fuese difícil entender lo que el Señor está enseñando. No es que no estuviese claro. Ni siquiera es que no coincidía con la realidad. En cambio, es por el hecho de que se entendió y se dejó en claro. Es porque una de las expresiones de esa naturaleza muerta es el orgullo. La expresión principal de esa naturaleza muerta es el orgullo, y el orgullo no quiere creer que, sin Cristo, no puede hacer nada. ¿No puedo hacer algunas cosas? Ok. ¿Ni siquiera la mayoría de las cosas? Todo bien. ¿Pero nada? ¿Nada? Mi orgullo quiere que yo esté a cargo de mi propia salvación. Y debido a que esta enseñanza del Señor muestra tan claramente que no lo estoy, el orgullo se levanta en protesta y se va.
Esto siempre ha sucedido en la historia, aparte de la gracia de Dios. Sucedió aquí en Juan 6 cuando Jesús lo enseñó y de nuevo en el siglo IV cuando había un monje en las Islas Británicas llamado Pelagio que no podía soportar la idea de que el hombre no podía salvarse de su propia voluntad y obra. Por lo tanto, enseñó que la caída de Adán no hizo nada para afectar la naturaleza de las personas que vinieron después de Adán. Básicamente, sacando Romanos 5 de la Biblia, enseñó que todos los hombres nacen neutrales. Si pecan, no es porque tengan una naturaleza pecaminosa que los esclavice, sino simplemente porque han visto malos ejemplos: a otras personas que, con su naturaleza neutral, han tomado malas decisiones. Y siguen esos malos ejemplos. Probablemente eso es lo que la mayoría de la gente en el mundo cree hoy: la naturaleza del hombre no es ni buena ni mala, es neutral. Y si un hombre peca, es simplemente porque ha seguido malos ejemplos.
Fue Agustín quien fue el hombre a quien Dios levantó para luchar contra el influyente Pelagio. De hecho, Agustín mismo creyó una vez lo que Pelagio enseñaba. Pero, después de estudiar la Palabra de Dios, Agustín llegó a la conclusión de que el hombre es, de hecho, totalmente depravado, aparte de la gracia soberana e irresistible de Dios, que el pecado no es solo algo que la gente hace a veces, sino que es concebida y nacida como esclava del pecado, que tienen una naturaleza que la pone en esclavitud. El hecho de que Agustín por un tiempo no creyese en esto y luego llegó a creer en ello señala algo muy importante—que Agustín se dio cuenta de que no podía creer lo que quisiera—que si le gustaba o no le gustaba, eso realmente no importaba. Esto era la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios era verdadera. En nada ayuda vivir en negación sobre lo que es verdad.
Así, también, nosotros no podemos creer lo que queramos. Nuestra conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. El cáncer es difícil de enfrentar y difícil de creer, también. Pero, si está allí, será mejor que lo enfrentes. Así también aquí. Si es verdad, la enseñanza de la Palabra de Dios, debes someterte a ella.
Un tiempo después de que Agustín trajo la Palabra de Dios para matar la enseñanza de Pelagio, el orgullo en la teología se levantó nuevamente. En la Edad Media, en la Iglesia Católica Romana, surgió la enseñanza (y todavía está en esa institución) de que el hombre tiene bien y mal espiritual en él. Si bien él no es lo suficientemente bueno como para salvarse completamente solo, al mismo tiempo, su mal no es lo suficientemente malo como para evitar que se salve si Dios lo asiste. Entonces, si el hombre elige usar la bondad natural de su interior y ascender hacia Dios, Dios lo reconocerá y ello le hará ganar (merecer) la gracia de Dios. Y la gracia que Dios le da lo impulsará el resto del camino para ganarse su lugar en el cielo. Dios solo ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Usa la bondad que tienes para venir a Dios y Dios te dará un impulso de gracia. Con ese impulso de gracia, si lo usas, puedes llegar al cielo. El hombre no está totalmente muerto en delitos y pecados y, por lo tanto, solo necesita que Dios lo ayude. No necesita un milagro de gracia regeneradora.
Fue Martin Luther y el resto de los reformadores a quienes Dios levantó para llamar a la iglesia a la comprensión bíblica que hemos estado exponiendo. Cuando Erasmo escribió un libro titulado Sobre la libertad de la voluntad, fue Lutero quien respondió con Sobre la esclavitud de la voluntad, estableciendo allí las bases para la doctrina bíblica de la salvación que se recuperaría en la Reforma. Después de todo, ¿no es este el punto central sobre las doctrinas de la salvación? Si este se acepta, el resto seguirá.
Cuéntame lo que alguien cree sobre la pecaminosidad del hombre y te diré lo que él cree sobre el resto de las doctrinas de la salvación. Porque si el hombre está total y completamente en bancarrota espiritual, entonces se necesitará una gracia irresistible de Dios para salvarlo. Y si se necesita una gracia irresistible de Dios para salvarlo, y no todos los hombres se salvan, Dios debe haber tomado una decisión sobre a quién dar esta gracia irresistible. Y si Dios les da esta gracia irresistible a esos, entonces Cristo debe haber muerto por esos para que hubiera una gracia ganada por Él para ser dada a ellos. Y, si esa gracia es irresistible, preservará irresistiblemente a esos mismos hasta el final.
Pero si el hombre no está totalmente desprovisto de habilidad espiritual, entonces hay una isla de bondad de donde puede salvarse, y la salvación no sería del Señor. Por eso, cuando Lutero escribió ese libro Sobre la esclavitud de la voluntad, le dijo a Erasmo que, al menos, has tenido la sensatez de atacar en el centro mismo del asunto. Cito: “Te felicito sinceramente por este hecho, porque solo tú, en contraste con todos los demás, has atacado lo real, es decir, la cuestión esencial”. ¿Está bien el hombre? ¿Es débil o está muerto? Los reformadores estaban todos de acuerdo en la incapacidad espiritual total del hombre.
Más tarde, sin embargo, antes de la época del Sínodo de Dordt, un ministro cuyo nombre era Jacobus Arminius, y sus seguidores llamados Arminianos y más tarde Remonstrantes, queriendo dejar la salvación en manos del hombre en el punto decisivo, dijo: “¡No!” Si bien la caída del hombre no fue como Pelagio dijo que fue, que no afectó al hombre en su totalidad, sino que fue una caída que afectó el intelecto y afectos del hombre y otras partes de él, no obstante, no afectó su voluntad. La voluntad está libre del dominio y la esclavitud del pecado. La voluntad, dijo Arminius, era una isla de libertad que quedó en el hombre después de la caída. Entonces, cuando la gracia de Dios viene a salvar a una persona, aquel hombre, desde aquella isla de libertad, tiene que elegir dejar que esa gracia lo salve, o rechazarla. No se trara de que una gracia vino primero y lo liberó, sino que el hombre permanece libre y decide si quiere dejarse salvar. Entonces, para citar la posición: “Queda en el hombre siempre ser regenerado o no”. La salvación no es en última instancia del Señor.
Fue el Sínodo de Dordt, esa reunión trascendental de más de cien teólogos de toda Europa, quienes rechazaron esta enseñanza de Arminio, diciendo en cambio: “Y que todos los hombres por naturaleza están muertos en pecado, en esclavitud a él y sin la gracia soberana y regeneradora del Espíritu Santo, no pueden ni están dispuestos a volver a Dios, a reformar la depravación de su naturaleza, ni a disponerse para ser reformados “.
Amigos, esto es algo que Dios quiere que sepamos. Es algo que el Señor Jesús quería que supiéramos. Es algo que el apóstol Pablo y los otros apóstoles querían que supiéramos. Como vimos la última vez, esta fue su enseñanza explícita. En última instancia, es algo que el Espíritu Santo quiere que sepamos. Dios no nos hará alardear de nuestra propia bondad en ningún aspecto. Dios no quiere que nos gloriemos en nosotros mismos, cómo si nuestra voluntad hubiese sido el factor decisivo, cómo si nosotros nos salvásemos a nosotros mismos al final del día. “No es del que corre”, dice el apóstol Pablo. Pero también dice esto: “no es de él que quiere, sino de Dios que muestra misericordia”. Dios quiere que nos conozcamos en el espejo de Su Palabra. Solo en el telón de fondo de terciopelo negro de nuestra naturaleza totalmente depravada se iluminará el diamante de la gracia soberana que nos salvó. Solo esta doctrina de la incapacidad natural del hombre lleva al apóstol a clamar: “¡Oh, miserable de mí!” Solo esta doctrina de nuestra depravación natural que se nos proclama nos humilla para que, por gracia, busquemos una salvación que sea totalmente de Dios y no de nosotros. Solo esta doctrina lleva a un hijo de Dios a decir, en la profundidad de la verdadera humildad: “¿Dios, entonces, por qué me salvaste? ¿Por qué elegiste salvarme, darme gracia, resucitarme de entre los muertos?”
¿Sabes que el defensor del libre albedrío nunca hace ese grito, porque la respuesta a la pregunta ¿Por qué yo? siempre es “Yo, por mi mísmo”? ¿Por qué soy salvo? Porque yo fui lo suficientemente bueno como para usar mi habilidad para salvarme, y la otra persona que no la usó, no lo fue. Esto se remonta a mí al final. No tengo que preguntarle a Dios, ¿por qué yo? Porque yo soy la respuesta. Yo he hecho esto.
Irónicamente, solo ese conocimiento de mi incapacidad absoluta me da seguridad de mi salvación una vez que soy su hijo. Martin Lutero lo dijo de esta manera en el libro Sobre la esclavitud de la voluntad: “Confieso abiertamente que no deseo que se me otorgue el libre albedrío, incluso si pudiera ser así”. Ahora, ¿por qué diría tal cosa? Lutero continúa explicando que la razón por la que dice eso es porque, si lo piensa, las posibilidades de que él use su libre albedrío para salvación son realmente escasas. A primera vista, son cincuenta y cincuenta en el mejor de los casos. Pero luego, si comienzas a pensarlo un poco más, las posibilidades son aún más escasas. Recuerde, Dios no tiene el control de todas las cosas. Estoy desligado de su soberanía. Entonces, aquí estoy en el mundo. Luego, coloca al diablo a ese mundo, con todo su poder, como un agente libre, y luego coloca también la maldad del mundo, quién sabe cuáles serían las probabilidades de que yo creyese, de que acepte Su gracia. Entonces Lutero dice: “Ya que Dios ha puesto mi salvación fuera del alcance de mi voluntad y la ha tomado bajo su propia voluntad y ha prometido salvarme, no de acuerdo con mi obrar o modo de vida o voluntad, sino de acuerdo con su propia gracia y misericordia, estoy completamente seguro y persuadido que Él es fiel. Y nadie puede arrebatarme de su mano”. Como su hijo, sé que no depende de mí. No es cincuenta y cincuenta. Nunca fue cincuenta y cincuenta o veinte-ochenta. Era cien por ciento y todavía es cien por ciento. No tengo que preguntarme si seguiré usando mi libre albedrío mañana o al día siguiente, ya que depende de Él. Él salvó y salva.
Solo puedes pensar de esta manera como un hijo de Dios mirando hacia atrás, por supuesto. Pero, como hijo de Dios mirando hacia atrás, ¿alguna vez le has agradecido a Dios por tu incapacidad espiritual total para salvarte a ti mismo? Suena extraño, pero hazlo, porque eso es lo que hace que Dios salve soberanamente, asegure tu salvación y te conserve en ella, es el único fundamento para la seguridad.
Cuando me doy cuenta de que Él ha hecho esto por mí, la exaltación, la alabanza, las canciones de adoración explotan de mí, solo para Él, por Su gracia salvadora. Es la diferencia entre un paciente con cáncer que se recupera y una persona muerta que se recupera, ¿no es así? Si un paciente con cáncer se recupera, ¿quién recibe los elogios? El elogio se divide, se reparte. Por supuesto, algunos van al médico quien le recetó la quimioterapia. Pero algo de ello va a la persona que peleó, al que venció al cáncer y triunfó sobre él. Pero si una persona muerta se recupera, si resucita de entre los muertos, ¿a quién se le cantan alabanzas? Solo al que lo levantó de la muerte, porque la persona muerta no jugó ningún papel. Así, también, esta doctrina trae la nota creciente de alabanza singular a Dios por su gracia salvadora.
¿Qué alabanzas cantas por tu salvación, hijo de Dios? ¿Estás dividiendo tus alabanzas entre Dios y tú mismo? ¿O se dirigen éstas a Dios, y solo a Dios, por todo el camino? ¿Cuál es tu canción de salvación, hijo de Dios? ¿Va así (Dios está hablando en esta canción): “Yo soy dueño del ganado en mil colinas. Escribo la música para los gorriones, controlo los planetas con rocas y riachuelos. Pero te doy libertad para usar tu propia voluntad. Y si me quieres, te curaré. Sin embargo, solo lo haré si tú lo dices. Nunca te obligaré, pero te amo tanto. Te doy libertad para decir ‘sí’ o ‘no’”? O, ¿es esta tu canción de salvación, la canción de los redimidos en la Sagrada Escritura, la canción de los muertos espiritualmente resucitados a la vida espiritual, la canción de todos aquellos que son de Dios en el cielo, plenamente conscientes de cómo han sido llevados allí, la canción de Apocalipsis 5: 9 y 10: “Y cantaban [es decir, toda la compañía de Dios, reunidos y glorificados] una nuevo cántico, diciendo: Digno eres [no, eres digno y nosotros también somos dignos porque hiciste tu parte, pero dijimos que sí, pero eres digno, sino]… porque tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”?
Esa es la alabanza que produce la doctrina bíblica de la salvación.
¿Oramos?
Padre celestial, esto es difícil de afrontar, pero nosotros lo hemos hecho. Y sabemos que, incluso, es solo la gracia la que nos pone de rodillas para ver nuestra incapacidad total para salvarnos a nosotros mismos. Y te alabamos solo a ti por darnos la gracia que nos ha salvado, por resucitar a los muertos y por dar esperanza y salvación. Esperamos ser parte de ese número, y nuestra canción será entonces como es ahora: Digno eres tu, porque nos has hecho para Dios reyes y sacerdotes. En el nombre de Jesús, amén.