Rev. Cory Griess
La última vez vimos que la gracia de Dios es un poder soberano que siempre salva eficazmente a aquellos a quienes es dada, y que es dada únicamente a los que son de Dios.
Y ahora, en este día, nos preguntamos lo siguiente: ¿Nos dan las Escrituras más detalles sobre cómo esta gracia opera en los escogidos de Dios, salvándolos? La respuesta es que las Escrituras sí lo hacen. Aunque esa es la respuesta correcta, que las Escrituras lo hacen, tenemos que ser cautelosos aquí. Hay misterio. Los Cánones de Dordt sabiamente nos señalan eso, diciendo que la manera en que esa gracia irresistible opera no puede ser comprendida completamente en esta vida. Hay misterios aquí, y debemos dejar que sigan siendo misterios.
Pero, hay cosas que podemos decir y decirlas con confianza. De hecho, la enseñanza del mismo Señor Jesucristo nos es de gran ayuda aquí. Primero que todo, el Señor enseña, y el resto de las Escrituras también, que cuando se trata de salvar a uno de los escogidos de Dios, esta irresistible gracia empieza a salvarlos por una obra, una obra principal en ellos llamada regeneración o nuevo nacimiento, o ser nacido de nuevo, una obra en la que el Espíritu Santo toma la vida del Cristo glorificado y la planta en un hombre de modo que nazca de nuevo con una nueva vida, una vida espiritual dentro de sí, una vida que no tenía antes, una vida que rompe el dominio del pecado sobre él, una vida desde la cual vendrá todo el resto de nuestra existencia cristiana. El Espíritu Santo planta esta vida dentro de nosotros sin que nosotros siquiera lo sepamos al principio. Solo lo sabemos cuando vemos los efectos de ésta. No vemos la obra en sí misma, solo vemos los efectos de esa obra luego. De ese modo, es como el viento, como el Señor Jesús le señala a Nicodemo en Juan 3. Él empieza esa enseñanza en el verso 3: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. El hombre es tan depravado, está tan cegado y esclavizado por el pecado que, a menos que nazca de nuevo con esta nueva vida, no puede ni siquiera ver el reino de Dios.
¿Cómo llega a nacer de nuevo un hombre? Algunos versos después el Señor lo explica. Verso 8: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. Así como el viento sopla donde quiere, cuando quiere, y no puedes hacer nada para detenerlo o controlarlo, así el Espíritu va al corazón de los Suyos y trae vida nueva. Y nadie lo sabe. Nadie sabe de dónde vino y a dónde va. No sabes cuándo es que Él va a hacerlo. No sabes en quién lo hará. Pero cuando Él lo hace en uno de los escogidos de Dios, Él lo hace y nada puede detener al Espíritu de hacerlo. Él es poderoso como el viento es poderoso. Y es solo cuando escuchas su sonido, es solo cuando ves los efectos, la vida espiritual viniendo de esa nueva vida interna, que ves que ha ocurrido, que está allí.
En Juan 1:12, 13 hay una adición a la enseñanza del Señor sobre la regeneración: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, eso es, a aquellos que creen en Su nombre. Entonces aquellos que Lo reciben son aquellos que creen en Su nombre. Y aquellos que lo reciben y creen en Su nombre son aquellos a quienes Él da el poder de ser hechos hijos de Dios.
Pero ahora, ¿cómo lo recibieron aquellos de acuerdo a la Palabra de Dios? ¿Cómo creen ellos en Él? La respuesta es dada justo en el siguiente verso (13): “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino [que son engendrados] de Dios.” De manera que el recibirlo, el creer en Él, es un efecto. Y la fuente de ese efecto es esta nueva vida, porque ellos previamente nacieron de nuevo de Dios. Uno no cree primero y luego se vuelve un nacido de nuevo. Uno debe ser nacido de nuevo primero, regenerado primero. Solo luego una persona tiene la vida espiritual dentro de sí para creer en Él. Incluso el ser nacido de nuevo, se nos enseña aquí, no es algo que el hombre decide hacer. Él no puede. Él está esclavizado al pecado. Nota las negaciones del verso 13: “los cuales no son [previamente] engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón”. Ellos nacieron de nuevo, no simplemente de sangre, no solamente porque ellos nacieron físicamente en el lugar correcto. Y no nacieron de nuevo, ya sea, porque ellos lo hayan deseado, porque ellos hayan decidido permitirle al Espíritu que los regenere. “Los cuales no son engendrados de voluntad de varón”, sino los cuales nacieron de nuevo de la voluntad de Dios. Dios decide y Dios lo hace irresistiblemente por el Espíritu. Él va dentro, vence el “no” natural de cada persona elegida pero depravada, y otorga un renacimiento.
Pero los escogidos de Dios, solo por la regeneración, y sólo por tener esa semilla de nueva vida dentro, aún no están conscientemente viviendo esa nueva vida espiritual dentro de ellos. Ellos no están activa y conscientemente arrepintiéndose de sus pecados y descansando en Jesucristo y caminando con Él día a día. Eso requiere una segunda obra. Por lo tanto, en la enseñanza de las Escrituras, hay una segunda obra de gracia irresistible del Espíritu que viene después de haber sido plantada esa nueva vida dentro, una obra por la cual el Espíritu muestra esa nueva vida espiritual plantada en nosotros, esta vida que se propaga dentro de nosotros en nuestra mente y conciencia, de modo que activamente nos arrepintamos y creamos. Esa segunda obra es llamada el “llamamiento eficaz”. Cuando el Espíritu, ahora usando la Palabra de Dios que vino a nosotros, trabaja sobre esa palabra y obra en el corazón y mente de la persona elegida y ahora nacida de nuevo, e irresistiblemente la llama a un arrepentimiento y fe conscientes por primera vez o milésima vez.
El Señor Jesús nos enseña sobre esa obra, también, en Juan 6:44: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Nadie es capaz de venir a Cristo, de tener fe en Cristo, dice Jesús, excepto si es irresistiblemente atraído, conscientemente atraídos, por una obra de gracia de Mi Padre mediante el poder del Espíritu Santo. La palabra “trajere” allí (“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”) no significa “cortejarlo”. A veces escucharás a Arminianos decir eso, que esa palabra significa “cortejar”. “Si el Padre que me envió no le corteja”. Dios corteja a las personas para que vengan a Cristo y algunos atienden a ese cortejo y otros no. No una atracción irresistible sino algo que uno hace desde el exterior solamente —tú los cortejas— no un poder que va al interior y los atrae. Dios siempre se queda fuera de la persona, dicen los Arminianos, y Él intenta atraerlos, cortejarlos (ven y toma esto), pero siempre depende de ellos.
Pero la palabra Griega “trajere” no significa cortejar. Nunca significa eso, ni una sola vez en las Escrituras, y tampoco aquí. La palabra significa atraer irresistiblemente, llevar a cabo irresistiblemente, venciendo toda oposición. Es “atraer” como un hombre atrae agua de un pozo, jalando un balde hacia la superficie. Él no corteja el agua para que suba a la superficie, sino que él la trae. La misma palabra es usada en Hechos 21:30 para referirse a la multitud de Judíos en el templo, arrastrando a Pablo fuera del templo: “Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo”. La multitud, por supuesto, no se paró al borde del templo y cortejó a Pablo para que saliera del templo. Ellos no dijeron, “Pablo, no vamos a forzarte, sino que en realidad nos agradas, queremos aconsejarte, estamos tratando de persuadirte”. No, ellos arrestaron a Pablo por la fuerza, ellos vencieron su resistencia al arresto, y ellos lo trajeron fuera del templo. Y no hubo nada que Pablo pudiera hacer al respecto. Así también, el Señor Jesús dice, “Ninguno puede venir a mí a menos que el Espíritu, dado del Padre, soberanamente, irresistiblemente lo atraiga hacia mí, poderosamente, desde el interior”. A menos que el Espíritu venza toda la resistencia del viejo hombre, como aquella turba venció la resistencia del apóstol.
Por supuesto, el Espíritu no hace esa obra arrastrando a las personas a Cristo, pateando y gritando a aquellos que no quieren venir a Cristo. Él lo hace atrayéndolos irresistiblemente en el sentido de cambiar su resistencia. Él los hace querer venir. Él, poderosamente, obra en ellos un deseo de venir a Él. Él usa la Palabra de Dios predicada, la Palabra de Dios que enseña cosas acerca de quién es este Dios, acerca de quiénes son ellos, y acerca de qué es el pecado, acerca de qué es la fe, y quién es Cristo. Él llama mediante esa Palabra, y el Espíritu conduce esa Palabra y llama al corazón y trae nueva vida de esa semilla de regeneración que está dentro. Y Él trae esa nueva vida a la mente de manera que ésta se mezcle con la Palabra en la mente, de forma que sea conscientemente afectada por esa Palabra. Nuevas cualidades son infundidas en la voluntad por aquel Espíritu que trae esa vida fuera de esa semilla de manera que ahora el hombre no pueda más que querer. Él es vencido en su interior, se arrepiente de sus pecados conscientemente, y descansa en Cristo. Así la gracia de Dios lo ha traído hacia Dios mismo.
Pero, esa no es la finalidad de la gracia irresistible. No es solo la regeneración y luego, en segundo lugar, un llamamiento eficaz en que el Espíritu obra la salvación en nosotros por una gracia irresistible. Sino también en cada aspecto de la salvación después de eso, todo es una obra de la gracia irresistible. Justificación. Santificación a lo largo de nuestras vidas. Preservación. Glorificación. Todo es la obra de la soberana gracia irresistible. Hay una maravillosa frase en Juan 1 que habla sobre esto, verso 16: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. De Su plenitud, la plenitud de Cristo. De todo lo que Él ganó para nosotros sobre Su cruz. Él está lleno de todas las bendiciones de la salvación ahora. Y de esa plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia, olas de gracia que siguen yendo la una tras la otra, una remplazando la otra. La gracia viene al hijo de Dios como olas de tsunami — irresistible en poder y fuerza y también una ola tras la otra. Una ola choca y, justo detrás, hay otra ola que viene y toma su lugar, y otra y otra, de manera que la plenitud que ese tsunami tiene viene en ola tras ola. Gracia sobre gracia, dice el texto, gracia irresistible en una ola, y regeneración y llamamiento eficaz en otra, y ola sobre ola de gracia después de eso, una remplazando la otra en nuestras vidas de manera que la plenitud de la salvación venga a nosotros. Olas sobre olas de gracia irresistible para santificarnos, lenta pero eficazmente venciendo nuestro viejo hombre de pecado, de modo que crezcamos en santidad al paso exacto que Dios lo ha determinado. Ola sobre ola de gracia irresistible preservándonos cuando nuestro viejo hombre escaparía, como un perro sin su correa, intentando escapar de nuestro maestro, pero olas de gracia vienen a la par y atarán esa correa de nuevo y nos traerán de vuelta.
Incluso cuando muramos, la gracia irresistible no ha terminado. Es la gracia irresistible la que purifica nuestras almas en el momento de la muerte mientras el alma se eleva al cielo, venciendo, de una vez por todas, todo el pecado que está en nuestras almas de manera que nuestra alma pueda estar en la forma apropiada para la gloria celestial con Dios. Incluso cuando Cristo regrese en el fin y levante nuestros cuerpos para unirlos a nuestras almas, es una gracia irresistible la que transformará ese cuerpo y lo hará como el glorioso cuerpo celestial de Cristo. Nada, ni siquiera la corrupción, será capaz de detener el poder de esa gracia irresistible sobre nuestros cuerpos. Incluso después de eso, cuando estemos en el cielo en cuerpos y almas glorificados, aún será la gracia irresistible la que nos preservará en ese estado para siempre y siempre y siempre, interminablemente. Desde el principio hasta el infinito, es el poder soberano, eficaz, de la gracia irresistible lo que salva.
Y aunque puedo predicar eso ahora y podemos entender algo de eso ahora mismo, no será hasta que lleguemos al cielo (cuando esa plenitud de gracia haya llevado a cabo toda su obra y todo el pecado sea removido de nosotros y seamos capaces de ver con semejante claridad) que seremos capaces de mirar atrás a nuestra vida y realmente entender por completo lo que la soberana gracia ha hecho por nosotros.
Y, hermanos y hermanas, estaremos absolutamente abrumados por lo que la gracia ha hecho por miserables y rebeldes, criaturas de polvo como nosotros. Ya lo estamos, por supuesto, pero en ese día, lo vamos a ver con mucha más claridad. Seremos capaces de mirar atrás y ver que en cada segundo de nuestras vidas hubo ola sobre ola de gracia que nos preservó, y nos guardó. Seremos capaces de mirar atrás, al comienzo de nuestra vida espiritual, y ver tan claramente, si crecimos en un hogar del pacto, esa gracia dada a nosotros probablemente desde nuestros más tempranos días. Si fui tomado de un hogar incrédulo o débil, a Dios que me apartó de la masa de la humanidad para Él mismo, desde toda la eternidad, que usó esta gracia irresistible para darme nueva vida, para traer la Palabra, para atraerme a Su lado. Veremos olas y olas de gracia chocando en nuestros corazones y vidas una después de la otra, preservándonos si comenzó temprano, preservándonos en aquellos años de adolescencia cuando hubo encrucijadas en nuestras vidas, cuando los ataques de Satanás fueron tan fuertes. Fue la gracia la que me guardó. Gracia cada día después de eso, cuando Satanás lanzó sus ataques sobre nosotros. La Palabra de Dios conducida por el Espíritu de Cristo fue traída a casa a nuestras almas, dándonos la fuerza para sostenernos ante la desesperación, para sostenernos ante la tentación. Veremos que fue la gracia la que nos hizo capaces de llevar la carga de las pruebas y dificultades, aunque, cuando estábamos experimentándolas, no se sentía como que había mucha gracia allí. Hubo pesadez sobre nosotros. Pero seremos capaces de mirar atrás y ver olas sobre olas, cada momento de gracia sobre nosotros. Cuando el dolor y el pesar fueron muy grandes y dijimos, “No sé cómo puedo seguir con esto, Señor”, veremos que el Espíritu vino y dijo, “No puedes, pero aquí, aquí está otra ola y más olas, cada día, cada momento, de gracia para sustentarte, hijo mío”. Veremos tan claramente que cada segundo fue gracia, todo de gracia.
¿Puedes imaginar luego cómo eso inflamará nuestra alabanza hacia Él? Toda nuestra salvación vendrá a casa con nosotros con tal claridad y veremos entonces que todo ello, desde la predestinación hasta la glorificación, no fue solo producto de una gracia irresistible, sino que lo fue de una gracia irresistible que nos lleva a la alabanza de la gloria de Su gracia. Toda la eternidad no será lo suficientemente extensa como para darle esa alabanza por su gracia. Oh, esa maravillosa, amorosa, misericordiosa, soberana, dulce, gracia irresistible. Empieza a cantar de ella ahora, hijo de Dios, y nunca, jamás te detengas por toda la eternidad.
Oremos.
Padre que estás en los cielos, estamos agradecidos por tu gracia. A Ti sea la alabanza por ella. Podemos verla ahora, Padre, podemos verla. Por Tu Espíritu, incluso por la gracia irresistible, podemos verla. Cuanto más, entonces, por lo que vemos, te alabaremos por ello, sobrecogidos por tu bondad para con nosotros. Somos tan inmerecedores. Presérvanos y guárdanos cada día avanzando hasta que la plenitud de vida venga a casa con nosotros en Cristo Jesús, en cuyo nombre oramos. Amén.