Martyn McGeown
En un día en que muchas personas viven en pecado sexual abierto, ya sea viviendo juntas sin matrimonio, o viviendo con la esposa de otra persona o divorciándose y volviéndose a casar a voluntad, es hora de considerar lo que dice el Señor sobre este tema. Debemos seguir la Palabra de Dios, no nuestras opiniones, o lo que nos parezca correcto y conveniente.
1. Todos los matrimonios son ordenados por Dios. Dios une a un hombre y una mujer en un vínculo inquebrantable hasta que la muerte los separa. Este es el caso, incluso si los votos matrimoniales se intercambiaron en una oficina de registro entre dos paganos. Un matrimonio — no es un sacramento —, como enseña Roma, por lo que un matrimonio no cristiano en un lugar secular o un matrimonio en una iglesia falsa sigue siendo una unión de dos en un vínculo inquebrantable.
Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre (Mat. 19:6).
La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive (1 Cor. 7:39).
Porque la mujer casada está sujeta por la ley a su marido mientras éste vive (Rom 7:2).
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2:24).
2. Cualquiera que se interponga entre un hombre y una mujer así unidos comete adulterio.
3. Si hay infidelidad sexual en un matrimonio, el divorcio está permitido, aunque no es obligatorio. Idealmente, debería haber arrepentimiento por la parte culpable y restauración. El único motivo de divorcio es el adulterio. La “incompatibilidad”, el aburrimiento con el cónyuge, la pobreza, la enfermedad, el deseo de una mujer más joven, más bonita o más rica, etc., no pueden ser motivo de divorcio. El Señor reconoce uno y sólo un único motivo de divorcio y no hay ninguna base para volver a casarse. El divorcio por cualquier motivo que no sea el adulterio es en sí mismo adulterio: “Cualquiera que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere” (Mateo 5:32). La razón por la que él “hace” que ella cometa adulterio es porque la deja abierta para volver a casarse o involucrarse sexualmente con otro hombre.
4. El adulterio no puede romper el vínculo matrimonial original, que sólo puede ser roto por Dios en la muerte.
5. Si un hombre repudia a su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa. Ni la “parte culpable” (el adúltero) ni la “parte inocente” (la que se engañó) pueden volver a casarse a menos que el cónyuge original haya muerto.
Cualquiera que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere (Mat. 5:32).
Cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. (Mat. 19:9).
Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio. (Marcos 10:11-12).
Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera (Lucas 16:18).
Si en vida del marido, se uniere [la esposa] a otro varón, será llamada adúltera (Rom. 7:3).
6. Si un hombre se divorcia de su primera esposa, no es libre de hacer votos matrimoniales con otra mujer: a menos que el primer cónyuge haya muerto. Nada puede santificar o legalizar un “matrimonio” con un segundo cónyuge: ni el paso del tiempo, ni la conversión de uno o ambos cónyuges, ni la costumbre, ni el derecho humano, ni la opinión pública o popular, ni el decreto o la “bendición” de la iglesia” puede legalizar un segundo “matrimonio” mientras viva el primer cónyuge. Jesús confrontó a la mujer samaritana muchas veces “casada” con estas palabras: “Porque cinco maridos has tenido; y el que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18). Juan el Bautista confrontó a Herodes, quien estaba casado con Herodías mientras el esposo de Herodías, Felipe, aún vivía: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Marcos 6, 18). Debido a que Felipe todavía estaba vivo, Herodes y Herodías estaban cometiendo adulterio. Por hablar, Juan el Bautista fue encarcelado y ejecutado. Lo mismo suede hoy. Hoy la persecución viene en forma de ira contra el mensajero. “¡Eres un legalista!” “¡Dios no esperaría eso de mí!” “¡Estás haciendo todo muy difícil!” Todas estas son objeciones comunes en la actualidad.
7. “Arrepentirse” y luego continuar viviendo en la misma relación adúltera pecaminosa con una segunda o tercera “esposa” no es arrepentimiento. Si un sodomita se convierte o un fornicador se convierte y continúa viviendo carnalmente, etc., con su “pareja” mientras afirma haberse arrepentido, se muestra impenitente y rebelde.
8. Si Jesús juzga una relación como adulterio, entonces arrepentirse significa que la relación adúltera debe terminar. Continuar — alegando amor o dificultades o cualquier otra razón — no es una opción. Eso es parte de tomar uno la cruz y seguir a Cristo. No puedes vivir en pecado y estar en Cristo.
9. Si un hombre se divorcia de su esposa, tiene dos opciones: reconciliarse o vivir solo. “Si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su cónyuge” (1 Cor 7:11). Establecer una relación con un tercero (“matrimonio” o fornicación o convivencia) no es una opción. Así Jesús habló de algunos que “se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos” (Mat. 19:12), personas que se niegan a sí mismos el sexo porque deben vivir solos, siendo divorciados.
10. Si un creyente está casado con un incrédulo, no debe buscar ser liberado de un matrimonio tan difícil. “Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone.” (1 Cor. 7:12-13).
11. Nadie puede afirmar que esto es fácil. Los discípulos estaban tan conmocionados por las enseñanzas de Cristo sobre el vínculo matrimonial inquebrantable y un motivo de divorcio sin volver a casarse que ellos exclamaron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (Mat. 19: 10). Jesús respondió: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado” (Mateo 19:11). Sin embargo, por más duras que sean las palabras de Cristo, Jesús no cambiará Sus enseñanzas para acomodarse a nosotros. Son atemporales e inmutables; no son culturalmente limitadas ni anticuadas. Son las palabras del Hijo de Dios, que recibió de Su Padre. Jesús muestra misericordia a los adúlteros (“Ni yo te condeno; vete y no peques más”; Juan 8:11) pero Él manda que se arrepientan (“Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”; Lucas 13:5). A los que se arrepienten — lo que implica abandonar sus pecados — se les muestra misericordia; los que no lo hagan, no entrarán en el reino de los cielos:
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Cor. 6: 9-11).
Jesús no perdona a alguien para que esa persona pueda continuar en el mismo pecado en el que lo encontró. Eso sería una burla.