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El amor de Dios / God’s Love

      

Herman Hoeksema

Es fácil reconocer que el amor de Dios puede considerarse bajo el título general de la santidad de Dios. El absoluto y puro egocentrismo de Dios se expresa y manifiesta especialmente en Su amor, porque Dios es amor (1 Jn. 4:8). Especialmente del amor puede decirse con énfasis que «de él, y por él, y para él son todas las cosas» (Ro. 11:36).

En esto consiste el amor, y en esto se encuentra la esencia misma del amor: no en que nosotros le amemos a Él, sino en que Él nos amó a nosotros (1 Jn. 4:10). En Dios, el amor tiene su fuente, y de Él, como su fuente, el amor opera en y a través de nosotros para volver a Dios. El amor es de Dios, es decir, todo amor verdadero, dondequiera que se encuentre, tiene su fuente en Él (v. 7). Es Su amor por encima de todo lo que Dios revela en el envío y entrega de Su Hijo unigénito. En esto se manifestó el amor de Dios para con nosotros, en que envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él (v. 9): «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn. 3:16).

Puesto que el amor es tan singularmente divino, el amor por nuestra parte es la prueba más segura de que somos de Dios. El que odia está en las tinieblas, pero el que ama a su hermano está en la luz (1 Jn. 2:9-11). Todo el que ama ha nacido de Dios (1 Jn. 4:7). El amor es, por tanto, el mayor de todos, mayor incluso que la fe y la esperanza, más sublime que todos los dones de ciencia y profecía (1 Co. 13:2, 8, 13). Dios es amor.

El Antiguo Testamento utiliza especialmente dos palabras para designar el amor: חָשַׁ֧ק (ḥā-šaq) y אָהב֙ (‘ā-haḇ). La palabra hebrea חָשַׁ֧ק (ḥā-šaq) parece denotar el amor como vínculo de unión o compañerismo. Su significado raíz es «sujetar, atar, unir». También se usa intransitivamente con el significado de «adherir, pegar». Además, implica la idea de deleite. Aplicada al amor, la idea de deleite está probablemente relacionada con la de unirse como causa al efecto. Uno se deleita en otro, lo anhela, lo busca y se adhiere a él por amor. Según el significado de חָשַׁ֧ק (ḥā-šaq), el amor es el vínculo de confraternidad que une a dos partes que se deleitan mutuamente. La palabra se usa en Deuteronomio 7:7 del amor de Dios a su pueblo: «El Señor no puso Su amor en vosotros, ni os escogió porque fueseis más numerosos que cualquier otro pueblo; porque vosotros erais los más pequeños de todos los pueblos» (cf. Dt. 10:15; Dt. 23:5; Sal. 91:14).

La palabra hebrea אָהב֙ (‘ā-haḇ) se refiere a la acción viva del amor más que a su esencia como vínculo de comunión. Tiene el significado raíz de «respirar tras, y por lo tanto anhelar, desear fuertemente». Deuteronomio 6:5 utiliza esta palabra: «Amarás, pues, a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas». Dios, como único bien, implicación de todas las perfecciones, debe ser el objeto de nuestro fuerte deseo y el anhelo de todo nuestro ser. Es el lenguaje del amor que se oye en el Salmo 73:25: «¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nada deseo en la tierra». Es la expresión más fuerte de amor que se emplea en la figura del Salmo 42:1-2: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?».

En Deuteronomio 4:37, la palabra se usa también para denotar el amor de Dios por Su pueblo: «Y por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de ellos, y te sacó de Egipto con su presencia, con su gran poder». El amor, tal como lo denotan estos dos términos del Antiguo Testamento, es un vínculo espiritual de compañerismo por el cual dos partes se adhieren la una a la otra y se desean con deleite mutuo.

El Nuevo Testamento tiene las palabras ἀγαπάν (agapan) y φιλεῖν (philein)-ambas traducidas «amar». Sólo ἀγαπάν (agapan) necesita ser considerado aquí, porque él y el sustantivo correspondiente ἀγάπη (agapé) son los únicos términos que el Nuevo Testamento usa para expresar el amor de Dios. φιλεῖν (philein) es mucho más débil y denota un afecto tierno, un afecto que es emocional más que volitivo.

Es bien conocido el uso característico de ambas palabras en Juan 21:15-17, el pasaje que narra la restauración de Pedro en el mar de Tiberíades tras la resurrección del Señor. Tres veces preguntó el Señor a su humillado discípulo si le amaba. Dos veces empleó el Señor la palabra más fuerte ἀγαπάν (agapan). El apóstol, sin embargo, consciente de su reciente jactancia y miserable manifestación de su debilidad e infidelidad, no se atrevió a emplear la palabra más fuerte ἀγαπάν (agapan); en su respuesta a las preguntas del Señor, empleó constantemente la palabra más débil φιλεῖν (philein). La tercera vez el Señor se apoderó de la palabra más débil que había empleado el apóstol, como si el Señor quisiera eliminar el último vestigio de confianza en sí mismo de Pedro y hacerle reflexionar si incluso esto era cierto: que Pedro amaba al Señor con ese afecto más débil que denota la palabra φιλεῖν (philein). Aunque este pasaje pone claramente de manifiesto que existe una marcada distinción entre ἀγαπάν (agapan) y φιλεῖν (philein) y que la primera es sin duda la palabra más fuerte, no nos informa sobre el verdadero significado de ἀγαπάν (agapan). Para ello, tendremos que recurrir a otros pasajes del Nuevo Testamento.

Un pasaje importante a este respecto es Colosenses 3:14. Aquí se llama al amor «el vínculo de la perfección». Probablemente estaríamos exagerando si llamáramos a esto una definición del amor; sin embargo, parecería acercarse a la naturaleza de una definición. Por «vínculo de la perfección» entiendo un vínculo o unión que se caracteriza por la perfección en el sentido ético, como la verdad, la rectitud y la justicia. Según esta frase, pues, el amor es un vínculo que sólo puede existir en la esfera de la perfección moral. No hay amor en la esfera de las tinieblas. Los que aman las tinieblas no pueden amarse en el verdadero sentido.

El amor es profundamente ético. Si, como hemos deducido, el amor es el vínculo o la comunión causada por el mutuo deleite de dos partes entre sí, por su anhelo del uno por el otro y por buscarse y encontrarse mutuamente, entonces aprendemos de Colosenses 3:14 que la causa de este deleite y anhelo debe encontrarse en la perfección ética de las partes que se aman. El que ama en el verdadero sentido se deleita en la perfección ética, en la bondad moral, en la verdad y en la justicia, y se mueve en la esfera de la luz. Tanto el que ama como el que es amado deben ser perfectos. Puesto que el amor es el vínculo de la perfección, es el vínculo que une únicamente a las partes éticamente perfectas. El amor es un vínculo ético y, por tanto, una virtud personal. Sólo puede existir entre seres personales, y estos seres personales deben ser perfectos.

Es cierto que la palabra se usa en la Escritura como refiriéndose a lo más opuesto a la perfección ética de su objeto cuando la Escritura habla de los hombres que aman las tinieblas más que la luz (Jn. 3:19) y que aman la gloria de los hombres más que la gloria de Dios (Jn. 12:43). Pero esto no hace más que subrayar la perversión del amor en el hombre natural, del mismo modo que no es amor, sino adulterio, cuando un marido es infiel a su esposa y se dice que ama a otra mujer.

El amor es profundamente ético y es un vínculo que une sólo a los éticamente perfectos. Implica una elección definitiva de la voluntad y es la antítesis misma del odio. Un hombre no puede servir a dos señores, pues debe amar a uno y odiar al otro (Mt. 6:24). Dios amó a Jacob, a Esaú lo aborreció (Ro. 9:13). El amor es el cumplimiento de la ley (Ro. 13:10). El amor a Dios es el primer y gran mandamiento, mientras que el amor al prójimo es semejante a él. Por eso el Señor subraya que el que Le ama sí guarda Sus mandamientos, mientras que el que no Le ama no guardará Sus dichos (Jn. 14:23-24). El carácter éticamente perfecto del amor constituye la nota básica de ese conocido elogio del amor que se encuentra en 1 Corintios 13. El amor no se alegra de la iniquidad, sino de la verdad (v. 6).

Si tenemos esto en cuenta, comprenderemos fácilmente que la Escritura subraye que Dios es amor (1 Jn. 4:8). El amor es siempre de Dios; dondequiera que se encuentre el amor, incluso entre los hombres, su fuente está siempre en Dios (v. 7); Dios es un Dios de amor (2 Co. 13:11). Es pura perfección como Santo consagrado a sí mismo como único bien. Su esencia misma es la santidad y es el vínculo de la perfección. Él es luz y no hay oscuridad alguna en Él. Él es rectitud, Él es verdad, Él es justicia, y Él es la implicación de todas las perfecciones infinitas.

Por eso Dios ama en sí mismo, por sí mismo, a través de sí mismo y para sí mismo. Se ama a sí mismo. Todo el amor y deleite de su naturaleza divina está dirigido hacia sus propias perfecciones infinitas. También en su amor, Dios es perfectamente autosuficiente. No necesita las manos de los hombres para ser servido; no necesita el corazón de un hombre para ser amado; no necesita ningún objeto fuera de Él para amar, porque, recordemos aquí, Dios es trino. Es uno en el ser, pero tres en las personas. Se conoce a sí mismo como Padre, por el Hijo y en el Espíritu. Constantemente, eternamente, se contempla a sí mismo, se contempla con infinito deleite en sus propias perfecciones. De ahí que las tres personas de la Santísima Trinidad estén unidas por el vínculo de la perfección y vivan la vida del amor infinitamente perfecto. El Padre ama al Hijo (Jn. 3:35), y el Hijo quiere que el mundo sepa que Él ama al Padre (Jn. 14:31).

   

El amor de Dios definido

Recapitulando, podemos afirmar que los siguientes elementos son esenciales para el amor. En primer lugar, el amor es un vínculo de comunión, una virtud y un poder que une, atrae y sujeta. En segundo lugar, el amor es de carácter ético y, por tanto, requiere un objeto y un sujeto éticos. Los animales o los objetos inanimados no pueden ser propiamente objetos del amor.

En tercer lugar, el amor sólo puede existir en la esfera de la perfección ética. El amor requiere un sujeto éticamente perfecto, así como un objeto éticamente perfecto. Cuando la Escritura nos exhorta a amar a nuestros enemigos -a los que nos persiguen como hijos de la luz-, el acto de amor debe ser unilateral. El significado en ese caso no puede ser que debamos ejercer comunión con aquellos que son impíos, sino que debemos otorgarles tales actos que manifiesten que vivimos en la esfera de la perfección: debemos bendecirlos y orar por ellos (Mt. 5:44). Sólo en aquellos casos en que esta bendición y oración se hacen efectivas, puede establecerse la comunión de amor.

En cuarto lugar, el amor como un acto del sujeto perfecto en relación con el objeto perfecto es deleite en la perfección; el amor es, por lo tanto, el anhelo del sujeto perfecto por el objeto perfecto y su adhesión mutua en la esfera de la perfección.

Podemos definir el amor como el vínculo espiritual de comunión perfecta que subsiste entre seres personales éticamente perfectos que, por su perfección ética, se deleitan, se buscan y se encuentran mutuamente. El amor de Dios es el vínculo infinito y eterno de comunión que se basa en la perfección ética y la santidad de la naturaleza divina y que subsiste entre las tres personas de la Santísima Trinidad.

(Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics [Grandville, MI: RFPA, 2004], vol. 1, pp. 148-153)

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