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CR News – Abril 2024 • Volumen XIX, Número 24

      

La verdad es según la piedad (3)

Una forma de destacar el hecho de que “la verdad… es según la piedad” (Tito 1:1) es mostrar que la falsa enseñanza es según la impiedad. De acuerdo con la teoría incrédula del evolucionismo, ¿qué es el aborto o el asesinato de bebés no nacidos? Simplemente, es el asesinato de los indefensos por parte de adultos más fuertes e inteligentes — ¡un ejemplo de “la supervivencia del más apto”! Si los humanos han evolucionado a partir de formas de vida inferiores, entonces ¿por qué no existen razas superiores y razas inferiores, como los nazis afirmaron malvadamente? Si no somos más que simplemente animales, según el evolucionismo, ¿qué hay de malo con la eutanasia, en poner fin deliberadamente a la vida de alguien para aliviarla del sufrimiento? Si después de todo, lo hacemos con perros y caballos.

Negar que el Dios viviente hizo solo dos géneros, masculino y femenino (Gen. 1:27; 5:2; Mar.10:6), algunas personas sufren de la confusión interior, de las cirugías costosas, del terrible dolor y de los conflictos inevitables de la transexualidad.

Muchos sostienen que el matrimonio es solo una institución de conveniencia creada por el hombre, y no una unión de por vida entre un hombre y una mujer (Gen. 2:24; Mt. 19:3-12; 1 Cor. 7). Esto ha llevado al divorcio prácticamente por cualquier motivo (Mt. 5:32), a volver a casarse mientras el cónyuge está vivo (Luc. 16:18), al “matrimonio homosexual” (Rom. 1:26-27), etc.

El cuerpo no es importante y sólo cuenta la mente, según diversas formas de filosofía griega y otras ideologías. Por lo tanto, la fornicación es inofensiva, como algunos pensaban carnalmente en el primer siglo (1 Cor. 6:9-20) y como muchos lo consideran en nuestros días.

De acuerdo con la mente secular, el gobierno civil no es ordenado por Dios (Rom. 13:1-7; 1 Ped- 2:13-17; Tito 3:1-2) sino solo una creación humana. Por lo tanto, si no te gusta el Estado, ¿por qué no rebelarte contra él?

El Salmo 10 describe el comportamiento impío de un homicida: “Acecha en oculto, como el león desde su cueva; Acecha para arrebatar al pobre; Arrebata al pobre trayéndolo a su red” (9). ¿Cuál es el punto de vista que un hombre tiene de Dios? Niega la omnisciencia y la justicia de Jehová: “Dice en su corazón: Dios ha olvidado; Ha encubierto su rostro; nunca lo verá… Tu no lo inquirirás” (11, 13).

“Mi señor tarda en venir”, piensa el “siervo malo” (Mat. 24:48). Entonces, ¿qué hará él? Comenzará “a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos” (49). Sus laxas ideas escatológicas le conducen a su vicioso comportamiento y a su destrucción eterna, porque “El señor de aquel siervo… lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas: allí será el lloro y el crujir de dientes” (50-51).

Recuerdo a un cristiano profesante que tontamente creyó los débiles argumentos en contra de la Biblia hechos por un incrédulo profesor universitario. ¿Qué efecto tuvo en aquel joven? Pronto estaba de fiesta y emborrachándose como la mayoría de los demás estudiantes.

El apóstol de los gentiles argumenta que, si no hay resurrección corporal futura, no tiene mucho sentido soportar la persecución por Jesucristo: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan” (1 Cor. 15:32). ¿Por qué no ser hedonista: “comamos y bebamos; porque mañana moriremos” (32)? Pablo nos advierte contra la comunión con los incrédulos y de seguir sus ideas oo pensamientos corruptos, porque la falsa enseñanza es según la impiedad: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (33).

Uno puede citar muchos ejemplos que demuestran, por otro lado, que la doctrina ortodoxa es según la piedad. La resurrección de Jesús en el primer día de la semana nos lleva a descansar de nuestros trabajos físicos y a disfrutar de la adoración pública del Dios Todopoderoso en una congregación fiel en el día del Señor. Puesto que las escrituras enseñan que la iglesia es la novia de Cristo. escogida antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4) y destinada a la cena de las bodas del Cordero (Ap. 19:7-9), debemos buscar siempre su bienestar.

Con respecto al juicio final, 2 Corintios 5 afirma: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (10). La creencia en esta verdad se traduce en un testimonio fiel: “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (11).

Basta pensar en nuestro Salvador: Su humildad, su inescrutable sabiduría, su asombrosa enseñanza, su perfecta obediencia y sus sufrimientos sustitutivos. ¡Qué pago hizo a la justicia de Dios por nuestros pecados! ¡Qué maravillas logra Él, incluyendo nuestra redención, justificación, santificación y glorificación! Esto evoca el agradecimiento, las buenas obras y la oración, como explica el Catecismo de Heidelberg. ¡La verdadera doctrina es según la piedad!

Es una señal del falso evangelio y de las falsas iglesias que acusan al evangelio bíblico de la gracia de Dios, predicado por la iglesia verdadera, de conducir a la impiedad. El catolicismo romano ataca la verdad de la justificación (y la seguridad de la salvación) solo por la fe en Cristo como engendrando una vida relajada y decadente. En el razonamiento anticristiano de la Roma impía, el hombre debe trabajar para ganarse su propia justicia ante Dios y la certeza de la salvación no es posible (fuera de la revelación directa y divina) ni deseable.

Como el romanismo, el arminianismo calumnia la depravación total, la elección incondicional y la reprobación, la expiación particular, la gracia irresistible y la perseverancia de los santos, como si fueran un “opiáceo” para adormecer a las personas o hacer que los hombres estén “carnalmente seguros”, por citar la “Conclusión” de los Cánones de
Dordt. ¡El arminianismo afirma que solo la (falsa) doctrina del libre albedrío del hombre puede liberarlo de la pereza espiritual! Sin embargo, el apóstol Pablo exclamó: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor.
15:10). Rev. Stewart


David, Amasa y Joab

Uno de nuestros lectores escribe: “Parece extraño que David hiciera a Amasa, quien había sido recientemente jefe del ejército rebelde de Absalón, su comandante en jefe (2 Sam. 19-20)”.

David, Amasa, Joab y Absalón estaban todos relacionados. Amasa, Joab y Absalón, el hijo de David, eran primos; Amasa y Joab eran hijos de las hermanas de David (2 Sam. 17:25; 1 Cro. 2:16-17). Por lo tanto, Amasa y Joab eran sobrinos del rey David. Amasa había apoyado a Absalón y era el comandante de sus fuerzas en su rebelión contra David (2 Sam. 17:25). Joab fue uno de los comandantes de David en la batalla contra Absalón y quien se aseguró de que Absalón fuera asesinado (18:1-17). David, que le había dicho a Joab que perdonara a Absalón, estaba enojado con él por haber matado a Absalón. Así que despidió a Joab, nombrando a Amasa comandante en su lugar (19:13).

El nombramiento de Amasa por parte de David parece extraño. Algunos creen que David estaba tratando de reunir al pueblo al nombrar a Amasa, el comandante del ejército rebelde, pero, debido a que esto sucedió inmediatamente después de la batalla en la que Absalón fue asesinado, es más probable que Amasa fuera nombrado para despreciar
a Joab (19:13). Joab, siempre celoso de su propio prestigio y posición, pronto asesinó a Amasa, usando como excusa la lentitud de Amasa para reunir al ejército contra otro rebelde, Seba hijo de Bicri (20:1-13).

De Amasa sabemos poco. David parece haberlo designado no solo para molestar a Joab, sino también porque era su sobrino (17:25). Aunque fue capitán, primero bajo Absalón y luego bajo David, no parece haber sido muy competente como líder militar. No solo perdió la batalla como comandante de Absalón, sino que también tardó en reunir a los hombres de Judá contra Saba (20:4-5) e ingenuamente, no prestó atención a la espada asesina del astuto Joab (8-10). En ese momento, David había efectivamente vuelto a nombrar a Joab y al hermano de Joab, Abisai, pero Joab de todos modos asesinó a Amasa (6-10).

Joab, aunque era intensamente leal a David y sin miedo de decirle cuando estaba equivocado (por ejemplo, 19:1-8), parece haber sido un hombre malvado. No solo asesinó a Amasa, sino que previamente había asesinado a Abner, quien había comandado los ejércitos de las otras tribus contra David, antes de que David se convirtiera en rey de todo
Israel. Abner, primo de Saúl (1 Sam. 14:50), había sido el general de Saúl y, cuando Saúl murió, había apoyado al hijo de Saúl, Is-boset (2 Sam. 2). Abner abandonó a Is-boset después de una disputa sobre una de las concubinas de Saúl y se unió a David, pero Joab, para vengar a su hermano, Asael, que había sido asesinado en una pelea justa por Abner,
y quizás por desconfianza, asesinó a Abner (2 Sam. 3).

David parecía incapaz de manejar a Joab, pero antes de morir, le dio instrucciones a Salomón para que se ocupara de Joab (1 Reyes 2:5-6). Benaía, bajo las órdenes de Salomón, ejecutó a Joab (28-34), después de que él apoyó al rival y hermanastro de Salomón, Adonías.

Sin embargo, no es Amasa ni Joab, sino David, quien es el personaje principal de esta historia. David, nacido alrededor del año 1040 a.C., habría tenido unos 60 años en el momento de la rebelión de Absalón y el asesinato de Amasa, con solo unos pocos años antes de su muerte a la edad de 70 años.

El desorden del último reinado de David incluyó no sólo la rebelión y muerte de Absalón, y la rebelión bajo Seba hijo de Bicri, sino también una casi guerra civil entre Judá y el resto de Israel (2 Sam. 19:40-43). Justo antes de que David muriera, otro hijo, Adonías, intentó de tomar el trono, y fue apoyado por Joab y el sacerdote Abiatar (1 Reyes 1). Esto
fue en parte culpa del propio David por no dejar suficientemente claro que Salomón era su heredero. Era obvio en ese momento que David estaba fallando. Estuvo a punto de morir en una batalla con los filisteos (2 Sam. 21:15-17) y necesitaba una concubina para mantenerlo abrigado (1 Reyes 1:1-4). También pudo haber sido durante este tiempo que David hizo un censo del pueblo, enfadando a Dios, quien luego mató a 70.000 hombres con una plaga (2 Sam. 24).

Este desorden no fue sólo el resultado de la edad y debilidad de David, sino que fue el juicio de Dios sobre él y su casa por su pecado con Betsabé, a cuyo esposo él había asesinado (2 Sam. 11). Aunque Dios había perdonado a David (2 Sam. 12:13; Sal. 32; 51), David y su familia sufrieron las consecuencias de su pecado. Dios dijo a David por medio del profeta Natán: “Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl; Y … te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada
de los hijos de Amón. Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer. Así ha dicho Jehová: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa” (2 Sam. 12:7-11).

David, el más grande de los reyes de Israel, era un hombre conforme al corazón de Dios (1 Sam. 13:14) y una imagen de Cristo como el Capitán de nuestra salvación que nos libra de nuestros enemigos. Los dos están tan estrechamente identificados en los Salmos que a menudo es difícil decir: “Este es David” o “Este es Cristo”. El Salmo 45 es un ejemplo de la íntima relación entre David y Cristo como reyes guerreros. David el pastor habla de Cristo el Buen Pastor en el Salmo 23. En los Salmos 41:9 y 55:12-14, David se queja de la traición de Ahitofel (2 Sam. 15-17), pero se puede escuchar a Cristo hablando a través de David sobre Judas y su traición.

Sin embargo, David era sólo una sombra de Cristo y, aunque de alguna manera representaba el poder y las victorias de Cristo como rey, sus fracasos señalaban la necesidad de un rey mejor que él. El desorden en el que terminó su reinado mostró que ningún hombre podía traer la liberación que Jesús trae por su gran victoria sobre el pecado, es decir, justicia y paz eterna. El Salmo 72 e Isaías 11 hablan de Cristo como el más grande de todos los reyes, el único que tiene la victoria sobre nuestros mayores enemigos, y que establece un reino que perdurará cuando el sol y la luna hayan dejado de brillar.

A diferencia de David, Jesús no necesitaba a Joab ni a Amasa para librar sus batallas. No necesitaba espadas ni lanzas, como el arma con la que Joab mató a Amasa. Él peleó su batalla solo, y la peleó entregándose a sí mismo a sus enemigos y dejándoles hacer lo peor, hasta que se destruyeron a sí mismos al crucificarlo. Él sacó vida de la muerte y
bienaventuranza eterna de la miseria del pecado. Ese es el evangelio de los fracasos de David como rey, un mensaje que el mismo David reconoció, cuando escribió: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra” (Salmos 110:1). Rev. Ron Hanko


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