Rev. Cory Griess[1]
La gente celebra ocasiones importantes en su historia o en la historia de sus familias: cumpleaños, aniversarios, cosas así.
La iglesia de Jesucristo hace lo mismo. Este año es el cuarto centenario de una ocasión trascendental en la historia del cristianismo. Desde noviembre de 1618 hasta mayo de 1619 hubo una gran reunión de más de cien teólogos, ministros y algunos ancianos de toda Europa en la ciudad de Dordrecht, en los Países Bajos, para decidir asuntos relacionados con la enseñanza de la Biblia sobre cómo salva Dios a su pueblo. Fue llamada el Sínodo de Dordt.
Después de meses de cuidadoso examen de diferentes enseñanzas, a la luz de la Palabra de Dios, el Sínodo dejó, para todo el mundo, un documento llamado los Cánones de Dordt. Si alguna vez has oído hablar de los cinco puntos del calvinismo, o TULIP, provienen de este documento. Después de que el Sínodo terminó de producir ese documento (los Cánones de Dordt), los miembros del Sínodo recibieron, cada uno, una moneda de oro o plata para conmemorar la ocasión trascendental. En esa moneda se hallaban inscritas estas palabras: “Religión Defendida”. Ellos creyeron y nosotros también creemos que ese Sínodo fue un momento clave en la historia, cuando la religión fue defendida.
¿Qué defendió exactamente el Sínodo de Dordt? Al exponer la enseñanza de la Biblia sobre cómo Dios salva a su pueblo, defendió el corazón de la verdadera religión: Soli Deo Gloria, ¡Sólo a Dios la gloria! Los miembros de ese Sínodo debían firmar un juramento para participar. Una parte de ese juramento decía esto: “¡Apuntaré sólo hacia la gloria de Dios, así que ayúdame, Salvador mío, Jesucristo! ¡Yo le suplico que me ayude siempre en esto, por su Espíritu!”
El Sínodo no fue un mero debate académico. El corazón de ese Sínodo era que se defendiera la gloria de Dios. Fue una reunión de la iglesia que estaba bañada en espiritualidad, en oración y en las Escrituras. Fue un acto de adoración que buscaba la gloria de Dios. Fue realmente una continuación del acto de adoración en la iglesia que comenzó cien años antes, en la gran Reforma del siglo XVI. De hecho, muchas personas han llamado al Sínodo de Dordt el pináculo de la gran Reforma. El latir de esa Reforma de la iglesia en el siglo dieciséis fue poner la gloria de Dios en el centro de toda la vida de la iglesia: de su teología, de su adoración, de su práctica. De hecho, las solas de la Reforma muestran que: sólo la Escritura, sólo Cristo, sólo la gracia, sólo la fe, todas tienen su culminación en la sola final de la Reforma: Soli Deo Gloria. Todo sólo para la gloria de Dios.
Juan Calvino, el gran maestro de teología de la Reforma, fue impulsado por esta pasión bíblica: La gloria de Dios. Ésta se hallaba detrás de su predicación, su trabajo teológico, su trabajo pastoral y su amor por la iglesia. Poco antes de que Calvino muriera, oró así: “Aquello, oh Dios, a lo que apunté principalmente, y por lo que trabajé con la mayor diligencia, fue que la gloria de Tu bondad y justicia brillasen, que la virtud y las bendiciones de Tu Cristo pudiesen mostrarse completamente”. Esa oración hizo eco en los pasillos de la historia hacia el Sínodo de Dordt mientras juraban: “Apuntaré sólo hacia la gloria de Dios”.
Aún más importante, el latir del corazón del Sínodo estaba en sincronía con el latido del corazón de la Escritura. Con el corazón de Dios acerca de cómo salvar a su pueblo. En Isaías 48, por ejemplo, Dios dice en el versículo 11: “Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro”. Ese fue el corazón de la religión defendida en el Sínodo de Dordt, que en la salvación, Dios obtuviese toda la gloria.
En Isaías 48:11, Dios dice: “mi honra no la daré a otro”. ¿Cuál es esa gloria que Dios guarda tan celosamente? La gloria de Dios es su obra intrínseca, su majestad. Es la suma total de todas las perfecciones de su ser. Si tomas todas las características de Dios, todos sus atributos (su santidad, su justicia, su misericordia, su amor) y los apilas, pones una línea debajo de ellos, colocas un signo de más y los sumas, el total sería gloria. La palabra “gloria” en la Biblia significa literalmente pesado, peso, no en el sentido de libras físicas en una balanza, sino pesado y peso en el sentido de ser infinitamente importante e impresionante. Hay algunas personas que, cuando entran a una habitación, todos lo saben de inmediato. Decimos sobre ese tipo de personas que tienen un peso sobre ellos, una pesadez sobre ellos. Dios es así infinitamente. Y no tiene que tratar de ser así. Algunas personas intentan ser ese tipo de persona que, cuando entra en una habitación, todos sienten su peso. Pero en realidad no funciona así porque es algo que uno tiene o no tiene. Dios no tiene que intentarlo. No tiene que ser pesado por esfuerzo. Todo lo que Él es de forma innata, naturalmente, lo hace infinitamente pesado y glorioso. Y cuando Él entra en la habitación de nuestras vidas, por gracia, lo vemos, lo sentimos.
Dios ha decidido revelarse a nosotros, quitar el velo, develarse en toda su gloria. Él revela esa gloria en sus obras, en aquello que hace en la creación que nos rodea. En la escala microscópica vemos Su gloria en todo el mundo funcional que una célula es, la cual ni siquiera podemos ver con nuestros propios ojos. Todos los datos del mundo, nos dicen los científicos, pueden caber en un disco duro de ADN del tamaño de una cucharadita. Vemos su gloria en el vasto universo que creó, tan grande, tan glorioso. Él lo creó, al parecer, sólo para que podamos ver cuán grande y majestuoso es. Vemos la gloria de Dios en sus obras a través de la historia, en su providencia, llevando a cabo todo para reunir a su iglesia, como en la reunión del Sínodo de Dordt. Había una guerra de ochenta años entre España y los Países Bajos en ese momento. En la providencia de Dios, la única forma en que el Sínodo pudo encontrarse fue que hubo una pequeña ventana de paz allí en el momento adecuado. Y llegó esa pequeña ventana de paz, una tregua entre los dos, justo cuando era necesario que llegase para que estos asuntos tan importantes pudieran resolverse para la iglesia. Vemos la gloria de Dios en la salvación que ha logrado en la faz de Jesucristo. Ningún hombre había visto a Dios jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, lo ha revelado. Jesucristo es el glorioso Dios revelado a nosotros en carne. Cuando los ángeles anunciaron el nacimiento del Señor Jesucristo, ¿qué dijeron? “Gloria a Dios en las alturas”. Vieron gloria allí en Él, una muestra de la majestad de Dios en un bebé en el pesebre. Todo su poder, gracia, pureza, santidad, su amor. Todo acerca Dios estaba en exhibición en el Señor Jesucristo.
Vemos a Dios y, por lo tanto, su gloria en todas estas cosas, a través de la Palabra y por el Espíritu. La Palabra de Dios en manos de Su Espíritu nos permite ver como a través de un par de anteojos por los que vemos todas estas cosas: la creación, Sus obras, al Señor Jesús. Él entra en la habitación de nuestro mundo, por así decirlo, cuando observamos todo esto a través de la Palabra. Lo vemos y lo sentimos en la forma en que su glorioso ser es.
El llamado de su iglesia (y, ¿realmente puede ella hacer lo contrario?) es hacer lo que esos ángeles hicieron cuando vieron la gloria de Dios en Jesús, es decir, entrar en esa gloria y alabarlo por ella, glorificarlo por su gloria. Y la meta de todo lo que Dios hace, finalmente, es que esta gloria, que es suya, sea completamente revelada y luego plenamente reconocida. Incluso nuestra salvación es en última instancia para este fin, para que podamos reconocer su gloria y alabarla ahora y en la eternidad.
Que Dios haga todo, en última instancia, teniendo como finalidad la manifestación y el reconocimiento de su gloria no significa que sea egoísta. Él no lo hace porque esté lleno de arrogancia. Lo hace porque es Dios y no puede hacer otra cosa. Él debe hacer todo lo que hace para buscar su propia gloria. Si Él es verdaderamente Dios, verdaderamente puro y santo como efectivamente lo es, debe buscar el bien supremo. Y no hay mayor bien que Su gloria. Todo lo que no sea Él, es menos que Él, y menos glorioso en comparación con Él. Si no buscase su propia gloria, significaría que busca algo que no es el bien más elevado. Y eso lo haría no-glorioso, de hecho lo haría inmoral, lo cual es imposible.
Pero, aun cuando busca su propia gloria (y esto también es glorioso acerca de Él), Él vincula el gozo de su pueblo con ese propósito final. Él une nuestro gozo a Su gloria al hacernos el tipo de criaturas que, cuando se nos da a ver esa gloria, por gracia, atrayéndonos y abrumándonos y cuando le atribuimos esa gloria, recibimos una alegría indescriptible y vemos plenitud, satisfacción, paz y felicidad. Si dudas de ello, mira a los santos en gloria en el libro de Apocalipsis. ¿Qué están haciendo? Están una y otra vez cantando y atribuyen toda gloria, poder y dominio a Dios, en aquel lugar donde están completamente satisfechos y tienen paz. ¿No es nuestro mayor gozo (ya ahora en parte) entrar en su gloria y ser vencidos por ella, para exaltarlo por ella? Entonces, como podemos ver, si Él diese Su gloria a otro, se despojaría de Sí mismo y arruinaría el gozo eterno de Su pueblo. Por eso declara: “No le daré mi gloria a otro”.
De todas las cosas gloriosas que Dios revela acerca de sí mismo, incluso en la faz de Jesucristo, hay algo más glorioso acerca de Dios: que Él es soberano sobre todas las cosas. Él es soberano en la creación, soberano en la historia, soberano en su iglesia, soberano en descender en nuestra carne, vencer el pecado y la muerte y resucitar; soberano en aplicar su gracia a nuestros corazones, todo lo cual conocemos a través de su Palabra y Espíritu. Él es soberano en todo lo que hace como la eminencia de la revelación de su gloria. Es por eso que a lo largo de las Escrituras, Dios llama continuamente a su pueblo a reconocer su soberanía sobre todas las cosas. Es por eso que en Isaías 48, justo después de que Dios dice “No daré mi gloria a nadie más”, inmediatamente declara su soberanía sobre todas las cosas. En el versículo 11 dice: “Mi honra no la daré a otro”. Y luego continúa en los versículos 12 y 13: “Óyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero. Mi mano fundó también la tierra, y mi mano derecha midió los cielos con el palmo; al llamarlos yo, comparecieron juntamente”. Dios dice que no dará su gloria a nadie.
Y aquí está el porqué Él dice: soy soberano, soy el primero y el último. Creé todo por la palabra de mi poder. Yo puse los cimientos de la tierra; Arrojé las estrellas al cielo. Cuando yo hablo, todo se pone de pie unánime, prestando atención. Y continúa, hablando de su soberanía en los versículos 14-15: “Juntaos todos vosotros, y oíd [es decir, reúnanse]. ¿Quién hay entre ellos que anuncie estas cosas? Aquel a quien Jehová amó [es decir, a Israel] ejecutará su voluntad en Babilonia, y su brazo estará sobre los caldeos. Yo, yo hablé, y le llamé [hay una referencia a Ciro, que permitirá que Israel regrese a Canaán] y le traje; por tanto, será prosperado su camino.” Hagan asamblea, escuchen, reúnanse. Como tengo el control de todas las naciones y reyes de la tierra, en mi soberanía levantaré a los más poderosos de la tierra para que puedas regresar. Yo soy soberano.
Soberano también en tu salvación. Recordemos que Isaías 48 llegó a los cautivos en Babilonia, de modo que Dios estaba escribiendo todo esto acerca de Su gloria (que no lo compartirá con otro, todo esto acerca de Su soberanía) porque les está mostrando a los israelitas que Él es el único que puede salvarlos y quien los salvará. Y que efectivamente lo hará. Lo hará poderosa y soberanamente. Lo hará para la gloria de su propio nombre. Les está diciendo que su regreso a Canaán y la liberación de sus pecados no depende en ningún grado de ellos mismos, sino sólo de su soberano beneplácito.
Para ver eso en Isaías 48, tenemos que comenzar reconociendo que Isaías 48 pone como clímax un tema que ha estado rodando como un torno en los capítulos 40-47, un tema que ha estado creando vapor hasta que finalmente se derrumba en el capítulo 48. Y ese tema es la total pecaminosidad e incapacidad de Israel. Parte del propósito del cautiverio era obligar a Israel a ver las profundidades de su pecado. En los capítulos 40-47, Dios está conduciendo ese punto a casa. Y en el capítulo 48, Dios lo trae a casa a Israel. En el versículo 4 Él dice acerca de Israel que es obstinado, que ha sido terco en su pecado, que no es sumiso. Su cuello es como el hierro y se niega a inclinarse bajo el yugo de la ley de Dios. En el versículo 6, Israel está sordo a la palabra del Señor. Dios habla pero Israel no sabe las cosas que habla porque no le presta atención. En el versículo 8, es traicionero, apuñala por la espalda, está comprometido sólo consigo mismo. Luego, en el versículo 8, Dios dice acerca de Israel, “te llamé rebelde desde el vientre”. Esto no es simplemente un comportamiento aprendido. Eras esto desde el útero. Esta es tu naturaleza. Eres depravado. Te mereces mi ira y no tienes derecho a ser salvo. Nadie pensaría realmente en rescatarte, y tú no puedes rescatarte a ti mismo.
Luego, en el versículo 9, Dios les predica el evangelio: “Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte.” Y con Isaías 53 en breve, sabemos que esa ira ardiente es aplazada para caer sobre Su propio Hijo, quien puede soportarla y pagar por los pecados de Su pueblo. El punto que Dios está elaborando aquí es que aún cuando Su pueblo no es nada y no puede hacer nada y no merece nada, Él es Dios, que es soberano sobre todas las cosas en la creación y las naciones, el Dios que también salva soberanamente. Entonces, el resultado es que en el versículo 20 Dios dice que “cuando haga esto, mi gente sabrá que no tienen parte en su salvación. Van a estar abrumados por esto. No van a poder creer que los salvé. Por lo tanto, regresarán de Babilonia declarando, cantando esta canción hasta los confines de la tierra: El Señor ha redimido a su siervo Jacob”, atribuyéndole toda la gloria en su salvación. Dios no dice que volverán diciendo que el Señor ha hecho sólo posible la redención para Su siervo Jacob. Él no dice que volverán diciendo que el Señor ha ayudado a Jacob a salvarse a sí mismo, o que el Señor ha hecho posible la redención para Babilonia, y que Jacob fue el único lo suficientemente inteligente como para aceptarlo. Pero en cambio, “el Señor redimió, salvó, nos trajo soberanamente de Babilonia con mano poderosa y brazo extendido”.
Y, en el versículo 21, es al igual que en los días en que fuimos liberados de Egipto, ¿nos liberamos de la esclavitud por nosotros mismos, obtuvimos agua de la roca por nuestra cuenta? No, el Señor ha hecho esto, y no tuvimos nada que ver con ello. Estábamos muertos, estábamos atados, estábamos ciegos, merecíamos Su juicio, y Él hizo esto, sobre aquellos que deseaba salvar por Su buena voluntad, por medio de Su poder soberano
Ahora, regresemos al versículo 11. ¿Por qué Dios actúa de esta manera? ¿Por qué salva soberanamente a su pueblo de modo que ésta sea su obra de principio a fin? “Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro”. La salvación es del Señor, para que toda la gloria sea para el Señor.
Esa es la teología de la salvación de Dios en Isaías 48. Y como es de Dios, también ha de ser nuestra. ¿Lo es? ¿Es tuya? ¿Tu comprensión de cómo Dios te salvó le trae a Él la gloria suprema, o conduce lógicamente a que Dios otorgue su gloria a otro? ¿Conduce a que Dios te dé su gloria a ti? Y, como su hijo, ¿no quieres que tu Padre reciba toda la gloria en su salvación? ¿Es tu alegría cuando lo hace, cuando todas las cosas apuntan a Él?
En Isaías 48, la religión es defendida por Dios mismo. La salvación es para su gloria.
La próxima vez les presentaré, a modo de introducción a los cinco puntos del calvinismo, que Dios en su providencia defendió esa misma religión del Sínodo de Dordt.
Oremos juntos.
Padre celestial, eres grande y digno de toda alabanza, gloria, dominio y poder. Y nuestro gozo, Padre, es ver Tu gloria, estar abrumados por ella y atribuirte toda alabanza. Ayúdanos a que en las próximas semanas, mientras estudiamos Tu Palabra y Tu enseñanza sobre la salvación, toda la gloria pueda ser tuya. En el nombre de Jesús, amén.