Rev. Cory Griess[1]
La última vez vimos, en Isaías 48:11, que Dios mismo dice que no dará su gloria a otro. Vimos que, si Dios no es soberano sobre todo, incluso sobre la salvación, estaría de hecho dando su gloria a otro, cosa que se ha comprometido expresamente a no hacer. Por lo tanto, esperaríamos que la salvación, en las Escrituras, sea completamente obra de Dios. Y, de hecho, incluso en el resto de Isaías 48, que examinamos la última vez, Dios lo dice, que la salvación no es un esfuerzo cooperativo entre Él e Israel, sino que es únicamente una obra del Señor.
Como aplicación de ese texto y de todas las enseñanzas de la Escritura con respecto a la salvación, presento aquí el trabajo del Sínodo de Dordt; el momento en que aquella verdad (que la salvación es completamente de Dios) fue preservada. Luego, en las próximas semanas, continuaremos estudiando lo que comúnmente es llamado los Cinco Puntos del Calvinismo, la enseñanza de las Escrituras, con respecto a la salvación, que fue resumida por ese Sínodo de Dordt. Presento, para su evaluación, que fue la propia doctrina de Dios sobre la salvación y, por lo tanto, la misma gloria de Dios, lo que estuvo bajo ataque en el momento al rededor del Sínodo de Dordt.
Era el año 1618 cuando se reunió el Sínodo de Dordt, hace cuatrocientos años tal como lo celebramos en este año. Recordemos que la Reforma comenzó en 1517 cuando Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, en Alemania. Recordemos que Calvino había muerto unos cuarenta y cinco años antes del Sínodo de Dordt (1564). La Reforma, en gran parte, a través del trabajo de Calvino, se había extendido por Europa, y en este momento había encontrado un hogar fuerte en los Países Bajos.
Jacobo Arminio creció en los Países Bajos y estudió allí bajo la enseñanza Reformada Holandesa. Más tarde, se mudó a Ginebra, Suiza, para estudiar y convertirse en pastor y, finalmente, en profesor bajo Teodoro Beza, el sucesor de Calvino, en Ginebra. Una vez allí, Arminio profundizó en la consistente enseñanza de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, incluso sobre la salvación. Arminio comenzó a resistirse a esto y a hablar al respecto. Se volvió muy audaz y vocal, especialmente cuando regresó a los Países Bajos y se convirtió en pastor y profesor. Comenzó a enseñar puntos de vista contrarios a la fe de la Reforma, puntos de vista que decían que la salvación dependía del hombre al final. Incluso que la predestinación de Dios dependía del hombre. Comenzó a pedir una revisión a las confesiones de la Reforma que enseñaban que la salvación es completamente del Señor. Pidió una revisión a la Confesión Belga y al Catecismo de Heidelberg, para que más bien enseñasen que la salvación depende de alguna manera de lo que el hombre hace. Ganó muchos seguidores. Sin embargo, murió repentinamente en 1609. Sus seguidores, llamados arminianos, continuaron con su agenda. Al año siguiente de su muerte (1610), trataron de llevar a cabo su agenda específica de revisar los credos de la Reforma para reflejar los puntos de vista de Arminio sobre cómo Dios salva a su pueblo.
Los arminianos publicaron un conjunto de cinco artículos, a los que llamaron Remonstrants, y los presentaron al estado de Holanda con el deseo de que el estado los abrazase y luego liderara la carga para modificar la Confesión Belga y el Catecismo de Heidelberg (las confesiones de la Reforma) para reflejar la enseñanza arminiana. Esos cinco artículos, en resumen, dicen esto: Primero, que el hombre no es tan pecador como para que su voluntad se vea afectada por el pecado. Él es un ser pecaminoso, sí, pero todavía está espiritualmente vivo en su voluntad de modo que puede, de su propio libre albedrío, aceptar el evangelio sin que Dios haya trabajado primero en él. Segundo, dijeron que ningún hombre está tan influenciado por la gracia soberana de Dios que no pueda, por sí mismo, resistir y vencer esta gracia en su vida. De modo que, incluso si Dios intentase salvar a alguien, tal hombre podría evitar que Dios cumpla con su objetivo. En tercer lugar, dijeron que la elección de Dios, de aquellos que finalmente serían salvos, está determinada por la anticipación de Dios en el tiempo y el conocimiento de qué personas, por su propio libre albedrío, lo aceptarían, y luego por la elección de estos para que fuesen pueblo suyo. A esto se le llama elección condicional. Cuarto, dijeron que Cristo murió por todos los hombres, pagó por los pecados de todos los hombres, pero aun así, al hacerlo, en realidad no salvó a ninguno de ellos. Su muerte no le otorga el don de la fe a nadie en particular. La fe no es un regalo. Depende del hombre hacer que la obra de Cristo en la cruz sea efectiva y significativa por medio de una fe producida por su propia libre voluntad. Quinto, dijeron que depende del creyente individual mantenerse en un estado de gracia por el resto de su vida. Más tarde agregaron que un creyente de hecho puede caer e ir al infierno, ya que en última instancia, depende de su propia voluntad salvarse y permanecer salvado. En otras palabras, la enseñanza arminiana quería que la Confesión Belga y el Catecismo de Heidelberg cambiasen para enseñar que la salvación, en sus puntos más cruciales, dependía del hombre y no de Dios.
Para 1618, los Países Bajos estaban alborotados por estas cosas. De hecho, el país mismo estaba al borde de una guerra civil al respecto. Y en toda Europa se sintió la división, de modo que en ese año, 1618, un sínodo nacional, e incluso internacional, fue convocado para que toda la iglesia se uniera a considerar estos cinco artículos de los Remonstrantes sobre la base de las Escrituras, y cambiar las confesiones de la Reforma o no.
En este sínodo estuvieron presentes los teólogos y ministros de todos los Países Bajos y de todos los lugares donde el protestantismo había echado raíces. Vinieron veinticinco teólogos de fuera de los Países Bajos. Fue realmente una reunión internacional. En conjunto, hubo más de cien teólogos que se unieron para tratar este asunto a la luz de la Palabra de Dios. Y juraron que manejarían el asunto únicamente sobre la base de la Palabra de Dios. Creían que cuando terminara el Sínodo, el efecto sería que este asunto se resolvería para el cristianismo de una vez por todas.
Cito de un historiador lo que sucedió.
Al no poder conciliar las enseñanzas de los arminianos con la Palabra de Dios, la cual los delegados habían declarado definitivamente como la única que podía ser aceptada por ellos como la regla de fe, por unanimidad, las rechazaron.
En oposición a los cinco artículos de los Remonstrantes (los Arminianos), los delegados trabajaron juntos para establecer cinco capítulos, o cánones, que explicaran claramente la enseñanza de la Biblia sobre la salvación. Su respuesta la llamamos los Cánones de Dordt o, más popularmente, los Cinco Puntos del Calvinismo, cinco puntos centrales que resumen las enseñanzas de las Escrituras sobre la salvación, cómo, al salvarnos, Dios no da a otro Su gloria.
El primer punto de su respuesta declaró que, en lugar de que el hombre sea pecaminoso pero no totalmente pecaminoso, el hombre está muerto en pecado, como lo dice Efesios, así como en su voluntad, y no puede venir a Cristo sin que Dios haga primero un trabajo soberano y salvador en él.
El segundo punto declaró que la gracia salvadora de Dios no es resistible. Es irresistible, porque Él es Dios y obtiene lo que desea. Su gracia es soberana. Si Dios quiere salvar a alguien, Él lo salvará por medio de esa poderosa gracia, trabajando sobre él para cambiarlo y atraerlo hacia sí mismo.
El tercer punto declaró que la elección de Dios, de algunos para la gloria, no depende de que Dios prevea lo que el hombre haría en el futuro. De hecho, no depende en absoluto de nada en el hombre, sino sólo del propio beneplácito soberano de Dios.
El cuarto punto de su respuesta declaró que la muerte de Cristo fue sólo por aquellos a quienes Dios había elegido desde la eternidad, y que su muerte no solo hizo posible la salvación, sino que consiguió efectivamente la salvación para aquellos por quienes él murió.
Y el quinto punto en su respuesta fue que declararon que Dios salva a los suyos soberanamente y, por lo tanto, también los preserva soberanamente hasta el final por medio de su poderoso Espíritu.
Esta doctrina, escrita en los Cánones de Dordt, fue una defensa de la soberanía de Dios en la salvación y la defensa de la gloria sólo para Dios en la salvación. La religión fue defendida.
Ahora, estoy seguro de que si hubieras podido preguntar a los arminianos acerca de su doctrina, “¿Pero no quieres glorificar a Dios en la salvación?”, Habrían respondido: “Por supuesto”. Probablemente, incluso si les hubieses preguntado: “¿Quieres dar la gloria sólo a Dios en la salvación?”, habrían dicho: “Por supuesto”. Pero la enseñanza en sí hace lo contrario, no lo hace, y sinceramente deberían decir: “Pero no se está dando toda la gloria a Dios. Algo de gloria va para Él, pero no toda. Cierta gloria debe ir al hombre aquí. El hombre debe tener el control. De hecho, el hombre debe tener la última palabra y Dios debe compartir su gloria con otro”.
Es por eso que la sola de la Reforma fue lo que fue: “Soli Deo Gloria”. No meramente Deo Gloria, sino Soli: Gloria a Dios solamente. Y ellos presionaron con este asunto. La doctrina católica romana de la salvación en el momento de la Reforma decía que Dios obtiene la gloria, pero no toda, no solo Él. El hombre tiene que hacer algo y el hombre debe obtener algo de gloria. Al final del día, debe tratarse de él. Y todos los reformadores, leyendo las Escrituras, rechazaron esto. Calvino y Lutero fueron uno en esta enseñanza de que la salvación es sólo la obra de Dios. Cuando otro predicador comenzó a enseñar que el hombre debía contribuir con al menos un poco, que tan solo debía no resistir la gracia de Dios para que esta tuviese efecto en él, Lutero le reprendió diciendo: “si esto es verdad, entonces toda posibilidad de salvación es nula. Debe estar solamente en Dios.”
Yendo aún más lejos, al siglo V, fue Agustín quien defendió la enseñanza bíblica de la salvación contra el pelagianismo y el semipelagianismo. Pelagio enseñó que el hombre no fue afectado por la caída en absoluto y que podía salvarse a sí mismo. Poco después de eso, surgió un semi-pelagianismo que enseñaba casi lo mismo que Arminio: que el hombre es pecador pero no completamente pecador. Que su voluntad está espiritualmente viva. El lema de ellos era: “Me es propio ser libre para querer creer. Es parte de la gracia de Dios sólo asistirme”. Agustín tomó las Escrituras y defendió la soberanía de Dios en la salvación y la gloria que no sería dada a otro. Antes de eso, antes de Agustín, el apóstol Pablo realmente trató esto con los judaizantes en el libro de Gálatas. El Señor Jesús hizo lo mismo con las obras de justicia de los fariseos en los Evangelios. Ahora, finalmente, el Sínodo de Dordt dijo: “La salvación es de Él y por medio de Él y sólo para Él”.
Realmente hay sólo dos doctrinas de salvación al final del día. Una donde depende en última instancia de mí, y la otra donde depende en última instancia y únicamente de Dios; una donde Dios comparte su gloria con otro, y una donde no lo hace.
¿Cuál es tu creencia? No dejemos esto en lo teórico. ¿Cómo miras tu propia salvación? Por supuesto que crees, pero ¿por qué crees? ¿A quién le das toda la gloria? ¿En manos de quién estuvo, y ahora está, tu salvación? ¿De ti mismo, en última instancia, o en manos de Dios? Y cuando te unes a este movimiento de la historia, confesando con hermanos y hermanas de todo el mundo que toda la gloria pertenece sólo a Dios en la salvación, encontrarás que siempre una parte de la batalla de los siglos, es por la soberanía de Dios en la salvación, por Soli Deo Gloria. Y, la cuestión, es que tiene que ser defendida tanto de mí mismo como de ti.
El hombre quiere gloria para sí mismo. Yo quiero gloria para mí mismo. El hombre quiere ser soberano. Yo quiero ser soberano. El hombre quiere ser Dios, quiere tener el control. Yo quiero ser Dios y tener el control. Soy tentado, por un lado, a decir: “Sí, quiero su gloria”. Pero luego, por otro lado, decir, realmente depende de mí. ¿Podrías tú, podría yo, honestamente decir con el profeta Elías: “He sido muy celoso por el Señor Dios de los ejércitos, muy celoso por Él y por su gloria y por toda su obra en la salvación de su pueblo”? Mi doctrina de la salvación debe alinearse con la doctrina de la salvación que Dios mismo declaró en Isaías 48 que examinamos la última vez. Debe tener este fruto, es decir, el fruto de la verdad de la salvación en toda la Escritura. Debe llevarme a mí y a otros a decir con Israel en Isaías 48:20: “El Señor ha redimido a su siervo Jacob”. Debe llevarme a decir con el profeta Jonás: “La salvación es del Señor”. Y decir con el apóstol Pablo en Romanos 11: “De él [es decir, en su origen, en la eternidad pasada], y por él, [es decir, a través de Su ejecución en el tiempo], y para él, son todas las cosas [mi salvación para que también sea para Él, para su gloria y no a la mía]”. Esa debe ser nuestra teología. Esto da la gloria sólo a Dios.
Esa es la doctrina de la salvación que explicaremos en las Escrituras en las próximas semanas. Esa es la religión que seguiremos defendiendo.
Termino ahora con una pregunta para ti y para mí. ¿Estás, estoy, de acuerdo con que la razón última de que nuestra salvación sea la gloria de Dios? ¿Estas bien con eso? ¿Estás contento con eso, y lo estoy yo? Recuerda, Él une la alegría y la satisfacción supremas, la paz y la plenitud de su pueblo, con su propia gloria. ¿Es tu mayor alegría ver su majestad en todas las cosas, y en su obra salvadora, y darle toda la gloria a Él y nada a ti? ¿Hay mayor alegría para ti que saber que eres una canal, o un vehículo, a través del cual Dios está revelándose majestuosamente? ¿Y es el caso que, ver esto, deleitarse en ello y alabarlo es para ti lo más alto del cielo? Entonces tu corazón tendrá razón al recibir la enseñanza de la Palabra de Dios acerca de cómo Dios salva. Entonces hay una madurez espiritual creciente en ti y en mí porque, si podemos decir honestamente eso, somos como Cristo. ¿Cuál fue la oración que latía en el corazón de nuestro Señor Jesús en Juan 12:27 y 28 cuando su alma se turbó al pensar en la voluntad de Dios para Él en la cruz? Él gritó: “Padre, glorifica tu nombre”. La única forma de consuelo para Él fue: “Padre, permíteme saber que a través de esto tu gloria se está manifestando. Entonces estaré en paz. Entonces podré seguir adelante”. ¿Y qué consuelo le dio el Padre en esa hora? “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez”.
¿Podrías ser como Cristo, el hijo de Dios? Entonces, que este sea tu mayor deseo: Dios, glorifícate en mí. ¿Podrías estar envuelto en todo lo importante en este mundo y todo lo que Dios está haciendo para glorificar su propio nombre? Entonces, suelta incluso tu propio gozo y búscalo a Él en Su majestad. Y esa alegría vendrá a ti otra vez por la puerta trasera. ¿Podrías sentirte consolado en tus decepciones, luchas y problemas? Entonces consuélate como lo hizo Jesús. Dios está obteniendo la gloria. Él se está manifestando en mí. Y lo veo y lo alabo por eso. Y es bueno, correcto y verdadero. ¿Vivirías tu vida como un hijo de Dios está llamado a vivirla, vivirías para la alabanza de la gloria de Su gracia? Alabada sea Su gloria y soberanía en la creación. Alabada sea su gloria revelada en su obra soberana en la historia. Alabada sea Su gloria y Su obra soberana revelada en Su Hijo Cristo. Alabada sea su gloria en su soberana obra de salvar a su pueblo por completo, no dependiendo de la voluntad u obras del hombre sino de Él mismo.
Que esta serie de mensajes en las próximas semanas nos haga crecer en esto. Que no sea simplemente un esfuerzo intelectual o una curiosidad histórica, sino que, en las manos del Espíritu, que esto sea conducido a este fin en nuestro corazón y en nuestras vidas: Soli Deo Gloria, en mi corazón, Padre, y en mi vida, porque sólo Tú eres digno.
Oremos.
Padre celestial, trabaja en nosotros cada vez más para buscar tu gloria. Somos egoístas por naturaleza y nos buscamos a nosotros mismos. Pero eres glorioso, y cuando te vemos en todas tus obras y en la salvación también, como lo haremos en estas semanas, nuestros corazones se alzan en alabanza a ti, y encontramos nuestra mayor alegría. Escucha nuestra oración, Padre, por el amor de Jesús. Amén.