Ronald Hanko
Ya que la Escritura es la inspirada e infalible Palabra de Dios tiene suprema autoridad. No existe autoridad humana que sea más grande, ninguna regla humana que pueda sustituir esta regla y ninguna enseñanza humana puede contradecir lo que ella enseña.
Ella tiene autoridad en todo tipo de enseñanza. Esto es implicado en II Timoteo 3:16, donde la enseñanza es mencionada primero. En aquel pasaje la autoridad de la Escritura no es lo enfatizado sino su utilidad. Debemos entender, sin embargo, que la Escritura es útil debido a que ella tiene autoridad: su enseñanza es siempre la “última palabra” en cualquier materia, especialmente en materia de doctrina.
También tiene la misma autoridad en todos los asuntos de práctica y vida Cristiana. El hecho de que haya sido escrita miles de años atrás, en diferentes culturas y para diferentes personas, no hace diferencia alguna. Debido a que es la Palabra de Dios mismo, quien conoce el final desde el principio y quien no cambia, las circunstancias cambiantes de la vida en este mundo no destruyen la autoridad de nada de lo que dice la Escritura.
El hecho de que Pablo haya escrito sobre el rol de la mujer en la casa y la iglesia en una cultura diferente no quiere decir que lo que él dijo sea inválido. No es Pablo quien lo dijo, sino Dios mismo.
De hecho, es una razón de asombro para aquellos que creen en la inspiración de la Escritura el ver cuán a menudo la Escritura, como la Palabra del Dios eterno, anticipa las falsas enseñanzas y prácticas de hoy. Un buen ejemplo de esto se encuentra en II Pedro 3:1-7, donde la teoría de la evolución es destruida por el repudio bíblico del uniformitarianismo, que asume que todas las cosas continúan igual desde el comienzo de los tiempos.
La autoridad de la Escritura es suprema incluso en materia de historia, geografía, ciencia, o cualquier otra disciplina académica donde ella dice algo. No sólo tiene autoridad en el área de la teología y la vida cristiana. Su autoridad es tan grande que el creyente debe aceptarla incluso cuando ella dice algo que está contra lo que dice la ciencia.
Debemos entender que la autoridad de la Escritura es la autoridad de Dios mismo. Decir que la Escritura es la Palabra de Dios es decir que ella tiene toda autoridad. Negarla es negar a Dios; contradecirla es contradecir a Dios mismo.
Nadie puede decir que acepta la autoridad de la Escritura en un punto y la rechaza en otro. No puede decir que acepta lo que dijo que Jesús pero no la creación. Todo es la Palabra de Dios, y toda ella es coronada con la autoridad de Dios. Dios y su discurso no pueden ser aceptados o rechazados a voluntad. Su Palabra no puede ser quebrantada (Juan 10:35).
Una cosa es confesar la autoridad de la Escritura; sin embargo, es otra cosa es inclinarse a ella. En cada aspecto de nuestra vida Cristiana, nuestra sumisión a la Escritura es probada. No es fácil someterse a los mandamientos de la Escritura cuando ellos interfieren con nuestros deseos, o a la enseñanza de la Escritura cuando ella contra a toda inclinación carnal, como usualmente lo hace.
Sólo obedecemos por gracia. Dios, quien dio la Escritura, también da la gracia necesaria. Con Agustín decimos “Da lo que Tú mandes, y manda lo que quieras.”
Fuente: “The Authority Of Scripture” de Doctrine According to Godliness del Rev. Ronald Hanko, pp. 20-21.
Traducido por Marcelo Sánchez