Rev. Ronald Hanko
Y aunque nuestros hijos pequeños no entienden estas cosas, no podemos por lo tanto excluirlos del bautismo, porque así como ellos estan sin su conocimiento, participes de la condenación en Adán, así también son recibidos nuevamente en la gracia en Cristo.
Este pasaje de la Forma para la Administración del Bautismo usado en las iglesias Reformadas resume muy bien lo que deseamos mostrar aquí, es decir, que el bautismo infantil es parte integral de la doctrina de la gracia soberana, y que la negación del bautismo infantil es esencialmente una negación de la gracia soberana, irresistible y eficaz.
El argumento de la Forma para la Administración del Bautismo se basa en la verdad de que los infantes pueden ser y son salvados por Dios (Sal. 139:13; Jer. 1:5; Lucas 1:15; Marcos 10:13-16). Si pueden ser salvados, ellos también pueden recibir el bautismo como la señal de la salvación. Decir que no pueden tener la señal cuando pueden tener la salvación a la cual la señal apunta es inconsistente, por decir lo menos.
Un Bautista argumentara, sin embargo, que una persona debe dar evidencia de tener la salvación antes de que pueda recibir la señal. El insistirá, por lo tanto, que la fe debe preceder al bautismo en agua. Así, él dice, el bautismo en agua debe ser administrado solo a los creyentes El fundamento de la enseñanza bautista es, entonces, la idea de que la fe debe preceder al bautismo en agua.
Esta enseñanza se basa en una mala interpretación de Marcos 16:15-16. Estos versículos, sin embargo, no dicen que la fe deba preceder al bautismo. Tampoco lo hace ningún otro pasaje de las Escrituras. El argumento de que este es el orden del pasaje en realidad no es ningún argumento en absoluto. Es verdad que la fe se menciona antes del bautismo en Marcos 16:15-16. Ese orden es importante. Pero eso no prueba que el orden sea un orden temporal, es decir, primero la fe, luego el bautismo. El pasaje no dice: “El que creyere y luego fuere bautizado, será salvo.” Los Bautistas asumen que dice “luego” pero no es así. El orden en Marcos 16:15-16, es simplemente el de prioridad, es decir, que la fe es más importante que el bautismo, algo en lo que todos creemos.
Siguiendo la línea de razonamiento Bautista, uno podría fácilmente demostrar a partir de 2 Pedro 1:10 que el llamado viene antes de la elección, porque se menciona primero. De hecho, siguiendo la línea de razonamiento Bautista, el orden en Marcos 16:15-16 es primero la fe, luego el bautismo en agua, luego la salvación; un orden que ningún bautista podría aceptar. Todo Marcos 16:15-16 prueba, entonces, que la fe, el bautismo y la salvación están estrechamente relacionados entre sí.
Sin embargo, el punto principal de la Forma para la Administración del Bautismo es que los infantes son salvos “sin su conocimiento”. De esta manera, la Forma conecta el bautismo infantil y la gracia soberana.
Que los infantes son salvados sin su conocimiento es un hecho evidente. Pero esto significa que no hay otra forma de salvar a un infante que mediante la gracia soberana. No puede responder al Evangelio, ni ejercer la fe salvadora, ni tomar ninguna decisión ni hacer ninguna obra, y debe, entonces, ser salvado únicamente por la gracia soberana de Dios. La salvación infantil, por lo tanto, es una poderosa demostración de la salvación solo por gracia.
Es más, la salvación de los infantes demuestra lo que es cierto para todos a los que Dios salva. Todos debemos ser como niños pequeños si queremos entrar en el reino de los cielos, es decir, debemos ser salvos de la misma manera que un niño pequeño es salvado, sin que nosotros hayamos hecho nada para ser salvos.
Muchos bautistas creen esto. Aferrándose a las doctrinas de la gracia y creyendo en la soberanía de Dios en la salvación, ellos insisten como nosotros, que Dios es siempre el primero en la obra de la salvación. La Fe, por lo tanto, no es algo que precede a la salvación, sino que es en sí misma parte del don de la salvación (Efesios 2:8-10). No es algo que producimos para ser salvos, sino algo que Dios nos da para salvarnos.
Sin embargo, los mismos bautistas que insisten en que la fe no puede preceder a la salvación, dicen que debe preceder a la señal de la salvación. ¡Qué inconsistente! ¿No debería corresponder la señal a la realidad? Si no es necesario tener fe antes de que Dios pueda empezar a salvarnos, entonces la señal debe decirlo. ¡En el bautismo infantil lo hace!
La verdad es, por supuesto, que nadie se salva porque primero cree en el Evangelio. Él es salvado a través de creer, pero no después de creer. Eso haría de la fe una obra y sería una negación de la salvación solo por gracia. Cuando creemos es porque Dios ya ha comenzado Su obra de salvación en nosotros. Sin embargo, incluso aquellos bautistas que creen en la salvación por la gracia soberana dicen que una persona que recibe la señal de la salvación ¡depende de su fe! Él puede recibir la salvación “sin su conocimiento,” es decir, antes de que sea capaz de responder y mientras todavía está muerto en pecado, pero no puede recibir la señal de esa salvación de la misma manera.
No negamos, por supuesto, que a veces el bautismo en agua sigue a la fe. En el caso de los adultos convertidos es a menudo así (pero incluso marca entonces el hecho de que entraron en el reino como niños pequeños). Solo estamos diciendo que no tiene por qué ser así. La misma idea de que uno debe creer antes de recibir la señal de la salvación y de la entrada a la salvación es implícitamente Arminiana—una negación de la salvación por gracia. Esto debería quedar claro para cualquiera que entienda las doctrinas de la gracia.
Es aún más claro cuando entendemos que el bautismo en agua es solo la señal del bautismo. El verdadero bautismo es el lavado de los pecados por la sangre de Jesucristo (Rom. 6:3; Col. 2:12; Tito 3:5). El verdadero bautismo no es algo que dependa de nuestra respuesta creyente, o incluso que siga a nuestra respuesta, sino que es “sin nuestro conocimiento”. De hecho, ya se logró principalmente en la cruz, mucho antes de que naciéramos (Rom. 5:8). Qué apropiado es que la señal coincida con la realidad en este punto.
No solo eso, sino que en realidad recibimos el verdadero bautismo, el lavado de nuestros pecados, tan pronto como renacemos en la familia de Dios. En ese tiempo todavía somos “infantes” en entendimiento y obediencia (Heb. 5:12-14). ¿Es tan extraño, entonces, que debamos recibir la señal del bautismo en el momento de nuestro primer nacimiento y cuando todavía somos bebés?
El bautismo como señal de la salvación debe reflejar el carácter de esa salvación, especialmente su carácter libre y misericordioso. Lo hace de una manera maravillosa y hermosa cuando los bebés son bautizados. De hecho, estamos convencidos que solo la enseñanza del bautismo infantil se ajusta a las doctrinas de la gracia y a la verdad de que la salvación es solo por gracia sin obras. ¡Qué hermosa imagen de la salvación por la gracia soberana es cuando un niño pequeño, ni siquiera consciente de lo que le está sucediendo, recibe la señal de la gracia y la salvación de Dios a través de la sangre de Jesús! Así como ese infante recibe la salvación “sin su conocimiento,” así también recibe el bautismo como señal de esa salvación “sin su conocimiento.”
Todo esto es la razón por la que Marcos 10:13-16 a veces es usado como prueba del bautismo infantil, aunque no menciona el bautismo en absoluto. Los niños que fueron traídos a Jesús eran bebés (la palabra griega lo demuestra, al igual que el hecho de que fueron “traídos”). Y, sin siquiera la posibilidad de ningún tipo de respuesta creyente por parte de ellos, Jesús les concede la salvación; porque ¿qué más es, ser llevado a Él, ser recibido por Él y bendecido por Él, sino ser salvo en Él? El argumento, por lo tanto, es que en la medida que estos niños recibieron la salvación de Él, la señal de esa misma salvación no les debe ser retenida. ¿Cómo podría ser retenida?
La Confesión de Fe Belga utiliza este mismo argumento (artículo 34):
Y en verdad Cristo derramó su sangre no menos por el lavado de los hijos de los fieles que por las personas adultas; y, por lo tanto, deben recibir la señal y el sacramento de lo que Cristo ha hecho por ellos.
Cuando un infante es bautizado, por lo tanto, debe ser por algún otro motivo que a su respuesta creyente a las promesas del Evangelio. Él es incapaz de tal respuesta. De hecho, él debe ser bautizado simplemente sobre la base de la promesa de Dios, de ser el Dios de Su pueblo y de sus hijos (Gén 17:7; Hechos 2:39). Debido a esa promesa de Dios, podemos esperar una respuesta de él en la vida posterior, pero ni su salvación ni el hecho que reciba la señal de esa salvación depende de su respuesta.
Esta promesa no significa que todo infante bautizado sera salvo. Tampoco una vana esperanza de la salvación de todos sus hijos hace que los padres creyentes bauticen a sus hijos. El fundamento para el bautismo infantil es la PROMESA de Dios hecha a los creyentes de que Él será su Dios y el Dios de sus hijos (Gén 17:7; Hechos 2:39). Los padres creyentes, por lo tanto, esperan que Dios reúna a Sus elegidos de entre sus hijos y haga que sus hijos se bauticen con la esperanza segura de que Dios, quien lo prometió, también lo cumplirá.
Pero, ¿por qué todos nuestros hijos deben ser bautizados, cuando sabemos que no todos serán salvos? Por la misma razón que los traemos a todos bajo la predicación del evangelio. Los padres creyentes bautizan a todos sus hijos porque entienden que el bautismo es una especie de evangelio visible que tendrá el mismo doble fruto entre sus hijos que la predicación del evangelio tiene, de acuerdo con el propósito de Dios en la predestinación. El bautismo, al igual que el evangelio, ellos creen que será usado por Dios para la salvación de aquellos de sus hijos que son elegidos, y para la condenación de los demás.
Así, el bautismo infantil nos enseña que la salvación no depende de nosotros, sino de la gracia soberana de Dios, que concede la salvación a los pecadores de la misma manera que ellos fueron condenados en Adán, es decir, sin su conocimiento.