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Calvino versus Sadoleto

(Una evaluación y comparación de la carta del Cardenal Sadoleto
a Ginebra y la Carta de Calvino al Cardenal Sadoleto)

Martyn McGeown

En marzo de 1539, casi un año después de la expulsión de Juan Calvino y Guillermo Farel de Ginebra, el Cardenal Católico Sadoleto dirigió una carta a la Ciudad para intentar, en ausencia de los Reformadores, recuperar la Ciudad de Ginebra para Roma. El Consejo de Ginebra, en lugar de responder al Cardenal, remitió la carta a Berna, donde se sugería que Calvino, que entonces residía en Estrasburgo, debía escribir una respuesta.

Carta de Sadoleto

Las adulaciones fluyen en la carta de Sadoleto a los ginebrinos para volver a la Madre Iglesia, a la que se puede escuchar “llorando y lamentándose por haber sido privada de tantos y tan queridos hijos” (p. 31). Se dirige al pueblo de Ginebra como sus “queridos hermanos en Cristo”, rogándoles encarecidamente que consideren el inmenso valor de sus almas, que estarían más seguras, según Sadoleto argumenta, en el seno de Roma (p. 29). El argumento fundamental del Cardenal es la apelación a la antigüedad. Es más seguro, dice Sadoleto, seguir las opiniones unánimes de la Iglesia, o poner atención a:

¿Innovaciones introducidas en estos veinticinco años por astutos, o como ellos mismos piensan, hombres sagaces, pero hombres, ciertamente, que no son ellos mismos la Iglesia Católica? (págs. 40-41).

Aunque nunca Sadoleto nombre a Calvino o a los otros Reformadores la carta está repleta de insinuaciones y ataques indirectos a sus personas y sus motivos. Este es sin duda un cobarde enfoque.

Una sección importante de la carta de Sadoleto consta de dos maneras o discursos de como presentarse ante el tribunal de Dios. En el primer discurso, pone todo tipo de dichos perversos en la boca de sus adversarios, se supone que representan a los Reformadores (pp. 4-45). El cardenal les atribuye los motivos básicos de “ambición, avaricia, amor al aplauso popular, fraude interior y malicia” en su obra de Reformar (p. 45). En el segundo discurso, se imagina, un católico que se declara ante Dios que confiaba simplemente en la Iglesia. La clara implicación es que, aunque la iglesia ha cometido algún error (que Sadoleto no reconocerá), Dios mostrará misericordia para el niñato sincero de Roma, pero condenará a los Reformadores por su presunción.

Carta de Calvino

La respuesta de Calvino a Sadoleto es una “defensa simple y desapasionada” de su inocencia frente a las acusaciones del cardenal (p. 51). Advierte a Sadoleto que algunas de las cosas que va a escribir “herirán”, pero que su intención es defender la verdad, no atacar a la persona de Sadoleto (p. 51). Aunque prefiere no atribuir malas intenciones al cardenal, que está “obligado a soportar… [Él] solo por ser un pastor deseoso de edificar la Iglesia (p. 53). Como un pastor fiel, aunque injustamente separado de su rebaño, no va a permanecer en silencio cuando ve “trampas puestas” y el “grave peligro inminente” para las ovejas que se le ha confiado (p. 51). Rechaza la calumnia indignado de que él y sus compañeros Reformadores están motivados por la codicia, alegando que si él hubiera consultado su propio interés habría permanecido en la Iglesia Romana (p. 57). Calvino está de acuerdo con Sadoleto en que el alma es preciosa, pero reprende al cardenal por ignorar la Gloria de Dios. El celo de Sadoleto por la vida eterna, explica Calvino, “mantiene al hombre dedicado por entero a sí mismo, y no expresa, el deseo de despertarlo para santificar el nombre de Dios” (p. 58). Para Calvino, la gloria de Dios es mucho más importante que la salvación de todo el mundo.

Calvino se niega a reconocer la definición de la Iglesia que hace el Cardenal. La iglesia no es solamente el cuerpo (que él dice que es) guiado por el Espíritu Santo, sino que es el cuerpo (que realmente es) guiado por el Espíritu Santo y por la Palabra de Dios. Sadoleto, escribe Calvino, ha ofendido al Espíritu Santo al separarlo de la Palabra (p. 61). Contra la acusación del Cardenal de que Calvino y sus colegas Reformadores han tratado de destruir la iglesia que tiene una antigüedad gloriosa, Calvino responde que en primer lugar, “ellos están más cerca de la Antigüedad” que Roma, y ​​que el objetivo de la Reforma es nada menos que un intento de “renovar la antigua forma de la Iglesia”, que apenas sobrevive en ruinas bajo la jerarquía Romana (p. 62).

Calvino defiende la doctrina Reformada de la justificación por la sola fe contra las calumnias de Sadoleto, quien insinúa que el motivo de tal doctrina es la licencia para pecar (p. 44). Calvino insiste en que las obras no tienen valor en la justificación, pero afirma que “tienen poder en la vida de los justos” (pp. 67-68). Cuando se pierde la doctrina de la justificación por gracia, escribe Calvino, “la gloria de Cristo se extingue, la religión queda abolida, la Iglesia destrozada, y la esperanza de la salvación totalmente destruida” (p. 66). Además, escribe Calvino, “seamos juzgados después de comparar nuestra conducta con la suya” (p. 80). Tales acusaciones contra la doctrina de la justificación por la fe sola, y en contra de Calvino, en particular, son absurdas dada la insistencia de Calvino en una iglesia bien disciplinada. De hecho, es a causa de tal énfasis en la disciplina (por ejemplo, la insistencia en que los que se opusieran a llevar una vida piadosa sean negados de la membresía de la iglesia) que había sido expulsado de Ginebra. Roma, en comparación, estaba llena de toda clase de maldades.

Calvino continúa desviando las acusaciones de que los Reformadores están pecando contra la antigüedad. Magistralmente, demuestra que Roma se ha degenerado del patrón del Nuevo Testamento, los recursos de Sadoleto son en vano. “En todos estos puntos, insiste Calvino, la Iglesia Antigua está de nuestro lado” (p. 74). En resumen, escribe Calvino, “No voy a permitir, que tú, Sadoleto, le adjudiques a la iglesia tales abominaciones, tanto para difamar en contra de su ley y su justicia, y perjudicar a los ignorantes en contra de nosotros” (p. 73).

Admitiendo que el argumento y las acusaciones de los Reformadores sobre los errores de Roma son verdaderos, Sadoleto insiste en que la unidad de la iglesia debe prevalecer en nuestras mentes y que no debemos hacer nada para perturbar su paz. Calvino rechaza la acusación de que ha tratado de “dividir la esposa de Cristo”, algo que según insiste Sadoleto, apenas puede ser perdonado (p. 46). El deseo de los Reformadores es “presentar su [es decir la iglesia] como una virgen pura”, para “hacer volver la fidelidad conyugal”, para “hacer la guerra contra los adúlteros, los cuales [descubiertos] ponen trampas a su castidad” (págs. 92-93). Calvino describe a los líderes de la iglesia Romana como “lobos rapaces” que “aprovechado el oficio de pastores” se han esforzado para “dispersar y pisotear el Reino de Cristo, llenándolo con ruina y devastación” (p. 75).

Calvino niega que los Reformadores sean “enemigos de la unidad de los cristianos y de la paz”, como el cardenal afirma (p. 30). En su defensa imaginando estar ante Dios, apela que siempre arde en celo por la verdadera unidad de la iglesia, estaba atado a la unidad (p. 86). Se queja de la falta de razones de sus oponentes, que no están dispuestos a discutir sus diferencias doctrinales sobre la base de la Escritura, sino que después de haber intentado en vano apelar a la tradición, recurrieron a la persecución. “¿Acaso no al instante, y como locos, vuelan al fuego, espadas y horcas?” (P. 86), él escribe. “los reformadores”,

Están dispuestos a dar razón de su doctrina y no rehusarán doblegarse si se les convence con razones. ¿De quién depende ahora el que la iglesia no goce de una auténtica paz y de la luz de la verdad? Ahora puedes ir llamándonos sediciosos que no dejamos en paz a la iglesia. (p. 94).

En una segunda imaginación apela a Dios, que algunos creen que es de carácter autobiográfico, Calvino se lamenta de que el estado de la iglesia le obligó a tomar medidas. El “verdadero método de adoración era completamente desconocido para mí”, se queja (p. 87). Sólo muy a su pesar tuvo que dejar la fe de su juventud: “ofendido por la novedad, le presté oídos dispuestos”, confiesa, y “sólo con gran dificultad fui inducido a confesar que estuve toda mi vida en la ignorancia y el error “(p. 88). Estas palabras revelan sus luchas. Después de haber hecho uso de todos los medios de salvación que Roma podría ofrecer aún estaba “lejos de la verdadera paz de conciencia” y era presa de “terror extremo” al contemplar la santidad de Dios y de sus propios pecados (p. 88). La Defensa de Calvino se basó en las Escrituras. La defensa de Sadolet en la (errónea) tradición. Calvino ofrece a Sadoleto comparar su defensa con la de los Reformadores y espera que el cardenal vea que:

La seguridad del hombre pende de un hilo cuya defensa se convierte totalmente en esto, que se han adherido siempre a la religión transmitida de sus antepasados. A este ritmo, Judíos, los turcos y sarracenos podrían escapar del juicio de Dios (p. 90).

Evaluación Final

Al comparar estas dos cartas, es obvio que Calvino derrota todos los argumentos del señor Cardenal, dejándolo sin defensa. Es notable que Calvino, un joven pastor y relativamente nuevo en la fe, es muy superior a Sadoleto en el conocimiento de la Escritura, historia de la iglesia y la literatura patrística, así como la habilidad en la argumentación. No es de extrañar que el cardenal no respondiera. También es digno de elogio que Calvino, después de haber sido tratado tan mal por la ciudad de Ginebra, estaba dispuesto a escribir esta respuesta en su nombre.

Dios usó esta batalla epistolar para restaurar a Calvino a Ginebra y aún más el trabajo de la Reforma en esa ciudad y, de hecho, la labor más amplia de la Reforma en Europa. En su sabia providencia, el Todopoderoso hace que no sólo la ira del hombre, sino también la astucia de los cardenales le alaben.

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1 Todas las citas están tomadas de John. C. Olin (ed.), A Debate Reforma: Juan Calvino y Jacobo Sadoleto (Grand Rapids: Baker, 2000).

Traduccion: Joyce Álvarez León.

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