Por Herman Hanko
Tal vez los defensores de la bien-intencionada oferta del evangelio no estén preocupados por ser Amiraldianos, pero ellos deben de admitir que están fuera de la línea de la fe Reformada y de los Canones de Dort y se colocan de lleno en la tradición de Moyse Amyraut y su oposición a las decisiones del Sínodo de Dort.
La concepción de Moyse Amyraut requirió la enseñanza de la salvación condicional. El pacto revelado según Amyraut, es condicional, es decir; la voluntad revelada de Dios en Su pacto de salvar a todos los hombres es condicional; la oferta de salvación es condicional; y la promesa de Cristo a todos los hombres es condicional, en todos estos casos la condición y el requisito es la fe.
Esta conexión entre la teología condicional y labien-intencionada oferta del evangelio es también una idea que no debe sorprendernos. La teología condicional ha estado siempre inseparablemente relacionada con la bien-intencionada oferta del evangelio, y es parte integrante de una concepción en la cual presenta a Dios bien-intencionado y dispuesto de salvar a todos los hombres. Esto es fácil de entender. Si Dios desea la salvación de todos los hombres, la pregunta es, ¿Por qué sólo algunos son salvos? La respuesta dada a esa pregunta es porque sólo aquellos que creen son salvos. La salvación entonces está condicionada a la fe y es dada sólo después del ejercicio de la fe.
La salvación condicional es un concepto arminiano. Alguien podría objetar a esta acusación de Arminianismo diciendo que tanto Amyraut como aquellos que tratan de mantener la salvación condicional, ambos insisten en que es Dios quien da la gracia para cumplir con el requisito de la fe o la condición para la salvación. Mientras que la salvación (como el pacto de gracia) está preparada para todos los hombres, y es ofrecida por Dios a todos y deseada para todos, ésta al final depende de la fe para su realización en los corazones de aquellos que aceptan a Cristo. Pero la fe, según se afirma, es en realidad obrada por Dios, y de esta manera se dice que la soberanía y la eficacia de la gracia se mantienen.
Es un sinsentido decir que Cristo murió (en cierto sentido real para la bien-intencionada oferta) por todos los hombres, y que los beneficios de la cruz son eficaces, pero que a la vez sólo algunos son en realidad salvos porque su eficacia es limitada solo para algunos. Es un sinsentido decir que Dios suplica a todos que sean salvos como Su más ferviente voluntad, pero a la vez Él promete la salvación sólo a aquellos que creen, siendo Dios el dador de la fe.
¿Es la fe parte de la salvación o es la fe una condición para la salvación? No pueden ser ambas cosas. Si la fe es una condición para la salvación no es parte de la salvación. Si la fe no es parte de la salvación no es obra de Dios. Mantener ambas cosas al mismo tiempo es una tontería absurda e imposible de sostener inteligiblemente para cualquier persona.
¿Está la elección condicionada a la fe como enseñan los arminianos? Si es así, la elección no puede ser la fuente ni la causa de la fe como lo enseña la Escritura (y la línea Reformada y los Canones de Dort) porque no puede ser a la vez tanto la condición para la elección como el fruto de la elección.
¿Es la fe parte de la promesa proclamada en el evangelio o es la fe una condición para obtener la promesa? Es decir, cuando Dios por medio del evangelio proclamado promete la salvación, ¿Él está prometiendo a todos lo que está condicionado a la fe? Entonces la fe no es parte de la promesa de salvación sino que una condición para ella, y la fe al final es una obra del hombre. Así, la teología condicional y la bien-intencionada oferta general van de la mano. Ambas cosas son Arminianas y Amiraldianas.
La doctrina Reformada y calvinista afirma que la fe es parte de la promesa de salvación, uno de los dones de la salvación, de una salvación prometida solamente a los escogidos y proclamada por el evangelio y obrada por Dios mismo en los corazones de aquellos por quienes Cristo murió.
Herman Hanko and Mark H. Hoeksema, Corrupting the Word of God: The History of the Well-Meant Offer, pp. 66-68.