Abraham Kuyper
“Retengamos nuestra profesión” (Heb. 4:14)
Una y otra vez se escucha el comentario de que la confesión de su Iglesia es una cuestión relativamente sin importancia, y que su confesión personal no debe de ninguna manera ser afectada por ella.
Los que expresan tales observaciones suelen hablar de esta manera: ¿Usted pertenece a Jesús y la vida de Dios habita en su corazón? ¿Por qué entonces, preocuparse por la Confesión de una iglesia? ¡Cada Iglesia de Cristo digna de este nombre debe abrirle sus puertas, y cada iglesia que se niega a hacerlo, pierde así su derecho a existir! ¿Por qué estudiar tanta teología? ¡Como si el Reino de Dios dependiera de las preguntas y respuestas formuladas por un Catecismo! ¡La Confesión es la obra del Espíritu, y no otra cosa! ¡Como si la mera memorización pudiera ocupar el lugar de una experiencia sincera! ¡No en realidad! ¡Si usted ha experimentado la obra del Espíritu, la Iglesia debe admitirlo en su celebración de la Santa Cena, y si usted no ha experimentado la influencia del Espíritu, a pesar de que usted sea el mejor de los alumnos de la catequesis, todas y cada una de las Iglesias deberían rechazar su solicitud de admisión!
Sentimientos así fueron expresados por los montanistas poco después que los apóstoles del Señor habían muerto. Algunas personas modestas y emocionalmente piadosas también se han pronunciado en ese sentido en todas las épocas. Durante la Reforma, los anabaptistas decían esas cosas. Hoy en día, también hay individuos parcialmente espirituales que harían el despertar del Espíritu la única condición para permitir el acceso a la Santa Cena. ¿Esta “gran cosa” ha ocurrido en la vida de la persona que solicita la admisión? ¡Si es así, que venga; si no, debe dejarse fuera entre los no convertidos! ¡El estudio de un Catecismo es bastante irrelevante! ¡Todo estudio de un Catecismo es bastante irrelevante! ¡Todo estudio podemos ignorarlo! ¡De hecho, incluso la tan mentada “hacer una confesión” representa una burla de las cosas santas!
Sin embargo, es de notar que los santos apóstoles consideraron el tema también, y su juicio es el opuesto exacto de la resolución de estos ultrasespiritualistas. ¿Qué? ¿La Confesión común de la Iglesia no afecta a la confesión personal? Sin duda que lo hace. Lea lo que Pablo escribió a la iglesia de Corinto: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa” (I Corintios 1:10.). Este “hablar de la misma cosa” sin duda se refiere a una confesión común, pues Pablo añade: “Y para que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis [como iglesia] perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” Note que Pablo instó a que no se unieran en el mismo sentimiento, o en la misma experiencia emocional, pero si en una misma mente y juicio. Es la declaración idéntica que se dirigió a la iglesia en Filipos, cuando escribió: “Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa” (Fil. 3:16). El Santo Apóstol Juan expresa la misma idea, sin duda lo relaciona con una confesión. Pablo escribió en Romanos 10:10: “Con la boca se confiesa para salvación.” Juan afirmó con la misma firmeza: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios: y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo”.
Usted ve, por tanto, que los Santos Apóstoles que escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo, y cuya palabra y su significado todas las personas deben estar a su servicio, afirman exactamente lo contrario de aquellas personas ultraespirituales que afirman que la confesión común de una iglesia es un asunto relativamente poco importante. Mientras que estos últimos sostienen que la confesión de la mente nada influye en la del corazón, los Santos Apóstoles afirman en el Nombre del Señor que “con la boca se confiesa para salvación”, que los creyentes deben ser “de una mente y que tienen que decir una misma cosa”. Y agregan con valentía que quien en su confesión, se aparta de la verdadera concepción del Hijo de Dios, es del Anticristo.
Este testimonio de los apóstoles debe fomentar más estudio en usted como parte de su preparación para la confesión. Debe insistir en la enseñanza de sus hijos. Es, por supuesto, obligatorio que enseñe a sus hijos. Usted prometió hacerlo cuando los ofrecía para el bautismo. Respondió afirmativamente en esa ocasión a las importantes preguntas: “¿Prometes y tienes la intención de ver a tus hijos, cuando lleguen a la edad de la discreción, instruidos y educados en la doctrina citada, y ayudar o hacer que sean instruidos en ella?” No era que esta “doctrina” es vaga y nebulosa, pues inmediatamente se le preguntó: “¿Reconoce la doctrina que está contenida en el Antiguo y Nuevo Testamento, en los Artículos de la fe cristiana, y que se imparte aquí en esta iglesia cristiana, como la doctrina verdadera y perfecta de la salvación?” Por lo tanto, su bautismo, también, lo ha unido a la doctrina, una doctrina específica, y una que está bien definida y bien delimitada.
Esa promesa bautismal es hecha de una generación a otra. El padre promete que va a instruir a su hijo. El hijo cuando se ha convertido en un padre lo promete nuevamente. La promesa es siempre la misma: instruir, o causar, o ayudar a los niños a ser instruidos en la “doctrina mencionada”. De esta manera, la Iglesia continúa con una confesión común. La vida y actividad eclesiástica están basadas en ese voto bautismal. Y es alentador observar que la propagación de la misma doctrina ha sido prescrita por los santos apóstoles también. Sus dichos son concluyentes y son vinculantes. Todos deben ser de un mismo sentir, y deben hablar de una misma cosa. Esto significa que la misma doctrina debe ser confesada por todos.
Por esa razón es necesario el estudio. Una Iglesia que no enseña a sus jóvenes nunca puede aspirar a mantener una confesión pura, sino que renuncia a ella, corta todo contacto con el pasado, se divorcia de los padres, y forma un nuevo grupo.
Sí, el estudio es obligatorio. Si su deseo es confesar, usted debe aprender. Usted no tiene que aprender la interpretación de tal o cual predicador o maestro, pues las opiniones de éstos varían ampliamente, y siempre lo han hecho. En su lugar, usted debe aprender lo que la Iglesia ha confesado a través de los siglos y como entendieron la verdad revelada por Dios en sus Sagradas Escrituras. Esa confesión debe ser enseñada en las Iglesias, a todos los que son formados en ella, a todos los que deseen convertirse en miembros responsables de la misma, ya sean jóvenes o mayores, con experiencia o sin experiencia.
La presente generación debe reafirmar la confesión que la generación anterior recibió de sus padres. Nada podría ser más erróneamente concebido que suponer que cada nueva generación debe hacer una confesión nueva, es decir una diferente. Los niños deben reafirmar la confesión de sus padres. La verdadera educación es sólo eso: una reinterpretación y una reafirmación. Consecuentemente esta educación verdadera, debe conseguirse en la Iglesia de Jesús. Debe ser el objetivo sagrado de la iglesia hacer que la voz espontanea del corazón sea idéntica a la reafirmación de los labios.
En el Salmo 78, Asaf estableció la regla de oro en este asunto: “Escucha, pueblo mío, mi ley: Hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos: las cuales hemos oído y entendido: Que nuestro padres nos las contaron.” Asaf nos dice concerniente a estas verdades que nosotros no podemos “encubrirlas de nuestros hijos, ni de las generaciones venideras. Dios el Señor ha encomendado mantener el tesoro de su verdad a la Iglesia, y ordenó que se conservara desde el paraíso a través de las generaciones y hasta la consumación del mundo.Asaf cantó: “Él estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres, que las notificasen a sus hijos, para que sepan las generaciones venideras y los hijos que nacerán y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, sino que guarden sus mandamientos”.
Por tanto no hay lugar a dudas sobre la obligación del estudio y de la enseñanza. Usted está obligado a hacerlo. La verdad revelada de Dios debe ser transmitida de una generación a otra. La confesión de la iglesia no puede ser dejada y borrada por el polvo de los siglos, sino que debe ser constantemente reafirmada. Es inútil memorizarla solamente, es cierto, pero no puede la cadena de eslabones que unen a la Iglesia de Dios romperse y desmoronarse.
Nos parece, a primera vista, que sería una situación muy gratificante si la iglesia de Dios en la tierra tuviera ahora una nueva confesión, una confesión que sea más exacta y aclare en todos los detalles. Sin embargo, hay un elemento de falta de solidez en esta argumentación. De hecho, hay un elemento pecaminoso en ella, pues la historia de la Iglesia demuestra que todo lo contrario ha sido la voluntad de Dios. Aunque sabemos también que los cambios a veces deben ocurrir. Muy al contrario la confesión de una generación debe simplemente ser una imitación de la de la generación anterior.
Por lo tanto, sabemos que hay algunas iglesias virtualmente deformadas o contaminadas, y algunas reformadas y fieles, otras teniendo confesiones contaminadas y purificándose respectivamente. Ha sido un privilegio haber nacido en una de esas iglesias Reformadas que tiene una Confesión Reformada. Ese privilegio nos debe llevar a fortalecer ese anhelo en nuestro interior, nunca para no renunciar al sostén de esa confesión pura, sino que para “guardar lo que prometimos.”
(De Las Implicaciones de Confesión Pública, de Abraham Kuyper)