¡Reconstruyamos los muros de Jerusalén!
¿Qué hizo Nehemías después de sus fervientes oraciones, sus cuidadosos preparativos y sus investigaciones confidenciales (Neh. 1:1-2:16)? Convocó al pueblo de Dios a una reunión pública.
En esa asamblea, Nehemías expuso primero el problema. En términos materiales, los muros de Jerusalén eran en su mayoría escombros y sus puertas eran de madera carbonizada, como él había presenciado personalmente en su cabalgata nocturna secreta por el perímetro de la ciudad. En términos más emocionales, Nehemías le recordó al pueblo que ellos eran objeto de burla por parte de sus enemigos.
Pero ¿acaso el pueblo mismo no sabía esto? ¡Por supuesto que sí! Y el gobernador Nehemías sabía que ellos lo sabían: “Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego” (17). El líder establece claramente la cuestión urgente para que todos estén de acuerdo en que este es el problema.
En segundo lugar, Nehemías presentó la solución obvia. Debemos reconstruir los muros y las puertas. Entonces ya no seremos objeto de burlas y escarnio, como si nuestro Dios fuera incapaz de defender y cuidar a su pueblo. ¿Cómo lo expresó David? —¿No hay una razón? (1 Sam. 17:29). La razón puede ser luchar contra Goliat o edificar una iglesia local o educar a nuestros hijos en la gloriosa verdad de Dios o luchar contra el desaliento incesante o un proyecto de gran envergadura, tal como establecer una escuela reformada.
En tercer lugar, después de exponer el problema y su solución, Nehemías exhorta: “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio” (Neh. 2:17).
En cuarto lugar, esto plantea la cuestión de la identificación. Nehemías no dijo: “Ustedes tienen un problema y yo les daré órdenes a ustedes, y ustedes deben trabajar para llevar a cabo la solución”. En cambio, Nehemías se identificó con el problema y su solución, y se incluyó a sí mismo en su exhortación. Estén atentos al “nosotros” en el discurso del gobernador: “Vosotros veis el mal en que nosotros estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos nosotros el muro de Jerusalén, y nosotros no estemos más en oprobio” (17). Nehemías hablaba de “nosotros”, porque él era un miembro vivo y piadoso en Israel, y había llegado a conocer al pueblo de Dios en Jerusalén.
En quinto lugar, Nehemías reforzó su exhortación presentando su doble autorización. En el primer caso, Jehová lo había llamado y guiado: “Entonces les declaré en como la mano de mi Dios había sido buena sobre mí” (18). En este punto, Nehemías pudo haberles informado de su oración perseverante en su aposento (1:4-11) y de su oración jaculatoria en el palacio (2:4). “Yo fui copero de Artajerjes y ahora soy gobernador de Judá, y reconstruiré los muros de Jerusalén, por la buena providencia de nuestro Señor”.
En el segundo caso, Nehemías apela a su autoridad del emperador medo-persa Artajerjes: “Entonces les hablé [1] de la mano de mi Dios que era buena para mí; [2] así como también de las palabras que el rey me había hablado” (18). El gobernador les informó que Artajerjes le había concedido autoridad imperial para reconstruir los muros de Jerusalén (5-6) y para solicitar la madera necesaria de los bosques del emperador (8). Hay situaciones, incluso en nuestros días, en las que la obra del Señor requiere autorización civil, por ejemplo, permisos para erigir edificios eclesiásticos. Rev. Stewart
Las Leyes Civiles y Ceremoniales (2)
Continuamos nuestra respuesta a la pregunta: “¿Es cierto que el Señor Jesús enseña en Mateo 5:17-19 que toda la ley de Moisés, incluyendo las leyes ceremoniales y civiles, son obligatorias y deben ser ‘cumplidas’ por los creyentes en la era del Nuevo Testamento?” Habiendo hablado de las leyes ceremoniales el mes pasado, en este artículo nos enfocaremos en las leyes civiles.
Las leyes civiles del Antiguo Testamento son aquellas que tenían que ver con la vida cotidiana de Israel: la comida y la cocina, el adorno corporal y la apariencia, la higiene y la salud, el trabajo y las posesiones, el gobierno y los impuestos, el crimen y su castigo, el matrimonio y la familia. No hay una diferencia absoluta entre estas leyes y las leyes ceremoniales, pero son estas leyes las que los Reconstruccionistas y Teonomistas cristianos consideran todavía vigentes y necesarias para el establecimiento de su futura edad de oro post-milenial.
Estos movimientos enseñan que, a menos que tales leyes sean explícitamente abrogadas en el Nuevo Testamento, siguen siendo obligatorias en el Nuevo Testamento. Algunos de ellos incluso argumentan en contra de pasajes particulares del Nuevo Testamento que si abrogan diversas leyes del Antiguo Testamento. La visión de Pedro de los animales inmundos bajados del cielo en un lienzo, y el mandato que se le dio de levantarse y comer, dicen, no anula las leyes alimentarias del Antiguo Testamento, sino que era sólo un mandato para predicar el evangelio a los gentiles. Ciertamente, Dios usó un cambio en esas leyes alimentarias del Antiguo Testamento para enseñar a Pedro y a la iglesia acerca de la predicación a los gentiles. Sin embargo, la palabra de Dios a Pedro sí se refería a aquellos animales que antes eran inmundos. Se le mandó a Pedro que comiera lo que antes no se le permitía comer: “Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás”. (Hch 10, 13-14; cf. 11, 7-8).
Uno encuentra a estos Teonomistas y Reconstruccionistas tratando de explicar cómo algunas de esas leyes civiles se aplican en el Nuevo Testamento. La ley de Deuteronomio 22:8 requería que los israelitas construyeran un “pretil” o parapeto alrededor de un techo plano que se utilizaba como espacio habitable. En sociedades en las que no existen tales techos, esto se aplica a las piscinas y a la necesidad de una cerca o valla alrededor de ellas.
Usamos este ejemplo deliberadamente. La sabiduría de la norma o regla con respecto a los techos planos, y la sabiduría de tener una cerca alrededor de una piscina que sea accesible para los niños es incuestionable, tanto es así que algunos municipios exigen una piscina cercada. Tal es, creemos, lo que la Confesión de Fe de Westminster llama la “equidad general” de las leyes civiles del Antiguo Testamento (19:4). Esto se refiere a principios legislativos que no son arbitrarios, sino justos y correctos. Sin embargo, un hombre no quebranta la ley de Dios si no tiene una cerca alrededor de su piscina. Es posible que tenga que sufrir las consecuencias de esa decisión, pero no peca simplemente por tener una piscina sin cercar.
En este mismo sentido, había mucha sabiduría en las leyes alimentarias que Dios dio a Israel, pero en el Nuevo Testamento no hay obligación de seguirlas. Uno puede comer carne de cerdo (y comerlo mucho más seguro) en el Nuevo Testamento. Sin embargo, la palabra de Dios a Pedro se mantiene. Uno puede incluso circuncidar a sus hijos, aunque nunca cómo algo necesario para la salvación (Hch. 16:1-3; Gal. 5:1-3). Lo que, es más, la aplicación de estas leyes a la sociedad moderna para establecer una sociedad cristiana se acerca mucho a una negación de la salvación solo por gracia y solo por fe. Las piscinas cercadas y una dieta sin cerdo no hacen una sociedad cristiana. Sólo la gracia soberana de Dios crea una sociedad cristiana, y esa sociedad ya existe. Las Escrituras lo llaman la iglesia: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Esa “sociedad” existe dentro de una sociedad que siempre está y se opone de manera hostil al reino de Dios, y que no puede ser transformada por la simple aplicación de la ley civil del Antiguo Testamento.
La Confesión de Fe de Westminster tiene razón al afirmar que estas leyes “expiraron junto con el estado de aquel pueblo”, es decir, con la extinción de Israel como nación elegida por Dios también vino la extinción de estas leyes. Sin embargo, hay más que decir, ya que todo esto plantea la cuestión de cómo las leyes dadas por Dios pueden ser cambiadas o abrogadas.
Aquí es importante la declaración de la Confesión Belga 25: “Creemos que las ceremonias y las figuras de la ley cesaron con la venida de Cristo, y que todas las sombras se han cumplido; de modo que el uso de ellos debe ser abolido entre los cristianos; sin embargo, la verdad y la sustancia de ellas permanecen con nosotros en Jesucristo, en quien se tiene su cumplimiento”.
Este credo reformado nos recuerda que hay, y siempre ha habido, una diferencia entre los preceptos de la ley moral de Dios, por un lado, y las leyes civiles y ceremoniales, por el otro. La ley moral prohíbe cosas que son inherentemente pecaminosas. La idolatría es siempre perversa porque es una negación de la gran verdad de que no hay otro Dios aparte de Jehová. Sin embargo, las leyes civiles y ceremoniales eran una aplicación de la ley moral a la vida de Israel en el Antiguo Testamento. Estas leyes ordenan y prohíben cosas que no eran en sí mismas pecaminosas o asuntos de vida o muerte. No hay nada inherentemente malo en comer carne de cerdo, excepto que en el Antiguo Testamento estaba prohibido por Dios. Se ha utilizado el ejemplo de un pez en su entorno acuático. La ley de Dios para un pez es que permanezca en el agua. Es una cuestión de vida o muerte para el pez “obedecer” esa ley. Si trato de hacer que el pez sea verdaderamente libre llevándolo a tierra firme, el pez muere. Lo mismo sucede con los preceptos de la ley moral. Son de vida o muerte para mí. Fuera de ellos hay esclavitud y muerte; dentro de ellos hay libertad y vida.
La adición de las leyes civiles y ceremoniales al pueblo de Dios en los días de Moisés fue algo así como sacar a ese pez del lago en el que vivía y ponerlo en un acuario. Luego está bajo otra ley que es mucho más restrictiva, pero no es una cuestión de vida o muerte, ni algo que no se pueda cambiar en el futuro.
Las leyes civiles y ceremoniales, diferentes de los preceptos de la ley moral, eran herramientas mediante las cuales Dios enseñó a Israel los principios fundamentales e inmutables de la ley moral, tal como un padre podría utilizar una norma sobre no andar en bicicleta en el día del Señor para enseñar a sus hijos que el día del Señor es diferente. Por supuesto, no hay nada malo en sí mismo en andar en bicicleta en el día del Señor. De hecho, si esa es la única manera de llegar a la iglesia, debería hacerse, pero la norma puede ser útil hasta que el niño aprenda que el día pertenece al Señor de una manera especial, momento en el cual la norma debería expirar.
Que las leyes civiles y ceremoniales fueron utilizadas para enseñar a Israel es evidente en pasajes como Levítico 10:9-11 y 11:45-47, donde se describen varias leyes civiles y ceremoniales que enseñan la diferencia entre lo santo y lo profano. Estas leyes no se encuentran en el mismo nivel que la ley moral.
Nosotros utilizamos deliberadamente el ejemplo de las reglas paternas. En Gálatas 4:1-7, el apóstol Pablo nos recuerda que la iglesia del Antiguo Testamento (Hch. 7:38) estaba en su infancia y, por lo tanto, estaba bajo una especie de esclavitud a las reglas paternas que fueron usadas por Dios de la misma manera que nosotros establecemos nuestras reglas, no todas relacionadas con el pecado y justicia, para enseñar a nuestros hijos. Con la venida de Cristo y su Espíritu, Gálatas nos dice que la iglesia entró en su edad adulta y ahora disfruta de “la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gal. 5:1), una libertad de la “esclavitud” de esas reglas del Antiguo Testamento, pero también la libertad de la madurez espiritual, una madurez que ha aprendido la gracia de Dios en Cristo y que obedece no solo por el mandamiento, sino por amor y ya no necesitando las interminables reglas de la infancia.
Ese principio se aplica a nosotros en Gálatas 5:1. Debemos permanecer firmes en la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres y no volver a enredarnos nuevamente en un yugo de esclavitud, es decir, en la esclavitud de todas esas leyes civiles y ceremoniales del Antiguo Testamento. Pero tampoco debemos confundir libertad con libertinaje (13), como si nuestra libertad en Cristo significara que podemos vivir como nos plazca sin tener en cuenta la ley moral de Dios. La libertad está siempre dentro de los límites de la ley moral, como nos recuerda el ejemplo de un pez, que se mencionó anteriormente. Toda esta discusión es inútil a menos que nosotros, como cristianos del Nuevo Testamento, practiquemos fervientemente nuestra libertad en Cristo, sirviendo a Dios fielmente por amor y gratitud por lo que el Señor Jesús ha hecho al salvarnos.
Hay una cosa más a la que deseo referirme: la afirmación de la Confesión Belga 25 de que “la verdad y la sustancia” de las leyes civiles y ceremoniales permanecen con nosotros en Jesucristo. La Confesión aplica esto al decir: “todavía seguimos usando los testimonios tomados de la ley y de los profetas, para confirmarnos en la doctrina del evangelio, y para regular nuestra vida en toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”. Esto necesita una explicación en el próximo número de las Noticias Reformadas, si Dios lo permite. Rev. Ron Hanko
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