El llamado al oficio apostólico
Después de considerar la naturaleza del oficio apostólico en el último número de las Noticias Reformadas del Pacto, ahora veamos el llamado al oficio apostólico. El llamado al apostolado fue un llamado directo y maravilloso de Cristo mismo. Al principio de los días de su ministerio público, Jesús llamó personalmente a los doce apóstoles (ver Mateo
10:1-4; Marcos 3:13-19; Lucas 6:12-16). En cuanto a Pablo, el Cristo resucitado se le apareció en una luz brillante del cielo y lo comisionó, como leemos en Hechos 9, 22 y 26.
Pero ¿qué hay de Matías, el apóstol que reemplazó a Judas Iscariote el traidor (Hechos 1:15-20)? Al igual que José, Matías cumplió con el requisito básico de haber pasado tres años con el Salvador, desde su bautismo por Juan el Bautista hasta su ascensión al cielo (21-23). De estos dos hermanos, Matías no fue escogido por elección, ni por la iglesia ni por los once apóstoles restantes, sino por el Señor soberano por medio de que echaron suertes en respuesta a su oración (24-26).
El llamado al apostolado fue a través de un llamado directo y maravilloso de Cristo mismo, ¡ya que un oficio extraordinario requiere un llamado extraordinario! Para que un hombre ocupe el cargo más alto del Nuevo Testamento que implica la autoridad y el poder para predicar infaliblemente y realizar milagros, e incluir todos los demás oficios de la iglesia del Nuevo Testamento y ser universal en su alcance, él necesita un llamado directo y maravilloso del Señor Jesús.
Varios capítulos de la segunda carta canónica de Pablo a los Corintios explican muchas características de su oficio apostólico que están en perfecta armonía con su naturaleza y llamado extraordinario. Allí leemos sobre la ferviente piedad apostólica de Pablo (4, 6) y su abundante sufrimiento apostólico (1, 4, 6, 11) en el servicio de sus hercúleos trabajos apostólicos (6, 11) y el de dar auténtico fruto apostólico (3, 10).
Pablo se refiere repetidamente a su oficio apostólico en sus epístolas escriturales, a menudo en sus primeros versículos. No se avergüenza del evangelio de la justicia por la fe sola, incluso en Roma, la capital imperial (1:15-17), y escribe a la iglesia en esa gran ciudad su epístola teológica más sistemática, como uno que fue “llamado a ser apóstol” (1).
Pablo maldice a los judaizantes en la provincia romana de Galacia que pervierten las buenas nuevas enseñando la justificación por la fe y las obras (1:7-9), como alguien que es “un apóstol” y eso “no de hombres, ni por el hombre, sino por Jesucristo” (1).
En 2 Timoteo, a pesar de que él está en prisión y a punto de ser ejecutado como si fuera un vil criminal (4:6), Pablo comienza con una referencia a su oficio apostólico (1:1), ya que sabe que su muerte inminente se debe a su predicación del evangelio apostólico y es parte de sus sufrimientos apostólicos.
Esta enseñanza bíblica sobre la naturaleza extraordinaria de los apóstoles y su llamado directo de Cristo expone a todos los falsos apóstoles de los últimos 2,000 años. Esto incluye a aquellos contra los que Pablo luchó (ver 2 Corintios 10-13), así como a los Papas de Roma (engañosos pretendientes al oficio apostólico de Pedro), los apóstoles mormones y los muchos miles de apóstoles pentecostales, carismáticos y neo carismáticos. Una vez que uno entiende lo que realmente es un apóstol, las falsificaciones son fáciles de identificar. Rev. Stewart
¿Sigue vigente el cuarto mandamiento?
Volvemos en este artículo a esta solicitud de un lector en Gales: “Muchas personas creen que la ley moral de Dios (resumida en los Diez Mandamientos) se volvió obsoleta junto con las leyes civiles y ceremoniales mosaicas. Sé que esto es un error. Por favor, aborden este tema en las Noticias Reformadas del Pacto“.
Uno de los argumentos en contra de los Diez Mandamientos como ley para los cristianos del Nuevo Testamento es que el cuarto mandamiento nunca se repite en el Nuevo Testamento, aunque si se repiten todos los demás mandamientos. Es parte de su argumento que solo los preceptos del Nuevo Testamento, que ellos identifican como la ley de Cristo, son obligatorios para los cristianos del Nuevo Testamento, y aunque muchos de esos preceptos también se encuentran en los Diez Mandamientos, la ley moral, no son prueba de que los Diez Mandamientos sigan vigentes.
Nosotros deseamos tratar ese argumento en este artículo.
El cuarto mandamiento declara: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra, más el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios; y en él no harás obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu ganado, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día, por lo tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó” (Éxodo 20:8-11).
Como el mismo mandamiento nos recuerda, el día de reposo (Sabbat) no fue instituido simplemente con el decálogo en el Monte Sinaí; es una ordenanza de creación. Al igual que el matrimonio, la familia (Gen. 1:28) y el gobierno humano, el Sabbat comenzó con la creación y no con la ley mosaica. No es sólo una institución judía temporal ni sólo un precepto de la ley moral. Es permanente, perdura mientras exista la creación misma, y pertenece a aquellas instituciones que perdurarán hasta el regreso de Cristo.
Debemos recordar el Sabbat, no simplemente porque Dios dio un mandato al respecto desde el monte Sinaí, sino por esta razón: “Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó el séptimo día”. En la creación, “el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó”, y así lo hizo para siempre. Jesús confirmó esto cuando dijo: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre” (Marcos 2:27). De todos los mandamientos, por lo tanto, el cuarto necesitaba ser repetido menos que cualquier otro.
Otro argumento a favor de la validez permanente del mandamiento del Sabbat es la palabra de Jesús a los fariseos al discutir con ellos sobre el día de reposo: “Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (28). El Sabbat, él declara, le pertenece a Él como Señor y creador de todo, y no a Moisés. Esta fue también la razón por la que Él pudo cambiar el día, al tiempo que preservaba la institución. El día de reposo es, enfáticamente, “el día del Señor” en Apocalipsis 1:10. Por esta razón, Jesús fue meticuloso en cuanto a la observancia del Sabbat, aunque no tenía tiempo para las tonterías de los fariseos. De hecho, Dios mismo guardó el día de reposo (Sabbat) después de crear todas las cosas.
Que el mandamiento del Sabbat, arraigado en la misma creación del mundo, no ha sido anulado, también es evidente en Hebreos 4:8-9: “Porque si Jesús [es decir, Josué] les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo [literalmente, un día de reposo o de guardar el día de reposo] para el pueblo de Dios”.
Otro argumento en contra de la permanencia del cuarto mandamiento es que cada día debe ser especial para el cristiano y que cada día él debe “trabajar… para entrar en ese reposo” (11). No negamos la verdad de esto. El Catecismo de Heidelberg, en su explicación del cuarto mandamiento, requiere: “Que todos los días de mi vida cese de mis malas obras, y me entregue al Señor, para que obre en mí por su Espíritu Santo; y así comience en esta vida el reposo eterno” (R. 103). Sin embargo, ese no es un argumento contra el mandamiento sabático. La ordenanza de Dios de que vivamos por nuestro trabajo y por el sudor de nuestro rostro (Gen. 3:19) no se anula al señalar días especiales en los cuales se prohíbe el trabajo.
Sin embargo, los oponentes de los Diez Mandamientos argumentan que, debido a que el mandamiento y la creación misma especificaron el séptimo día, y el día de adoración en el Nuevo Testamento es el primer día de la semana (muchos no creen que haya un día especial de adoración en el Nuevo Testamento), los dos no pueden ser lo mismo. Por lo tanto, ellos dicen, el hecho mismo de que los cristianos adoren en un día diferente es una prueba en contra de la validez permanente de los Diez Mandamientos.
Creemos que el cambio de día no implica un cambio en la institución misma ni una anulación de la institución. Es un cambio solo en las circunstancias o detalles, no en la esencia del mandamiento. Cuando se redujeron los límites de velocidad en todo Estados Unidos en 1973 en respuesta a una crisis mundial del petróleo, el cambio en las velocidades máximas no fue un cambio en el principio de que debería haber límites en la velocidad a la que los automovilistas conducen.
El “primer día de la semana” (Hch. 20:7; 1 Cor. 16:2) es el día para predicar y partir el pan en la Cena del Señor (Hch. 20:7-12), y para realizar ofrendas para las iglesias necesitadas (1 Cor. 16:1-2), un día conocido como “el día del Señor” (Ap. 1:10), ya que tiene una conexión especial con la persona y la obra del Señor mismo. Este es el día en que la iglesia se reúne para la adoración (por ejemplo, 1 Cor.11:17, 20; 14:23-26; Hb.10:25; Stg. 2:2).
Pero ¿cómo podemos estar seguros de que el día fue cambiado, ya que no hay ningún mandamiento explícito que nos diga que adoremos el primer día de la semana, en lugar del séptimo, día de la semana?
La resurrección de Cristo (Mt. 28:1; Mar. 16:1; Luc. 24:1; Jn. 20:1), y sus apariciones a las mujeres y a sus discípulos cuando estaban reunidos (Mt. 28:2-10; Mar. 16:2-14; Luc. 24:2-49; Jn. 20:2-29), y el derramamiento del Espíritu Santo (Hch. 2:1-41; cf. Lev. 23:15-16) en el primer día de la semana, constituyen un mandamiento. En otras palabras, Jesús ordena la observancia del primer día de la semana no con palabras, sino con el ejemplo. Estas grandes obras de redención — la resurrección de Cristo (y las apariciones posteriores a la resurrección) y el derramamiento del Espíritu — todas en el mismo día, prueban sin lugar a duda que el primer día de la semana es especial.
El Catecismo Mayor de Westminster declara: “El cuarto mandamiento exige a todos los hombres la santificación o el conservar santos para Dios aquellos tiempos tales como Dios ha establecido en su Palabra, expresamente todo un día entero de cada siete; el cual era el séptimo desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, pero allí en adelante es el primer día de la semana, el cual continuara así hasta el fin del mundo; que es el día de reposo cristiano [Dt 5:12-14; Gen. 2:2-3; 1 Cor. 16:1-2; Hch. 20:7; Mt. 5:17-18; Is. 56:2, 4, 6-7], y en el Nuevo Testamento llamado El día del Señor [Ap. 1:10]” (R. 116).
El Sabbat significa “descanso” y se refiere al descanso espiritual que Jesús promete en Mateo 11:28-30: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí; que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Si eso es lo que Jesús promete, entonces no es sorprendente que Hebreos 4:9 nos diga que queda un reposo para el pueblo de Dios. También debe ser obvio que el día de la semana no es esencial para ese reposo, sino que está sujeto a cambios, como fue cambiado por las grandes obras de redención que tuvieron lugar el primer día de la semana.
Estamos de acuerdo con aquellos que dicen que el cambio de días refleja la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, el reposo prometido estaba todavía en el futuro y era apropiado que el día de reposo llegara al final de la semana, pero ahora, en el Nuevo Testamento, el dador del Reposo mismo ha venido y por su obra salvadora nos hizo “entrar en el reposo” (Hb. 4:3) a través de la fe. Es apropiado, por lo tanto, que el reposo sea al comienzo de la semana y que los días restantes se vivan a partir de ese reposo cumplido.
Todo esto ha sido parte de nuestro argumento a favor de la permanencia de la ley moral, resumida en los Diez Mandamientos. Para el corazón creyente, el mayor argumento a favor de la permanencia de la ley moral es la bienaventuranza prometida en la Palabra de Dios a aquellos que aman y guardan sus mandamientos. Ellos son quienes dicen con el salmista: “La ley del Señor es perfecta, que convierte el alma; el testimonio del Señor es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos del Señor son rectos, que alegran el corazón: el precepto del Señor es puro que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre: los juicios del Señor son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado, y dulces más que la miel y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón” (19:7-11). Ellos experimentan la verdad del Salmo 119:1-2: “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley del Señor. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan”. Rev. Ron Hanko
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