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CR News – Julio 2023 • Volumen XIX, Número 15

     

Revestidos de Cristo (2)

La maravillosa verdad es que estamos revestidos con el Señor Jesús, como vimos en el último número de las Noticias Reformadas, porque todos los elegidos de Dios, redimidos y regenerados “se han revestido de Cristo” (Gal. 3:27). Aquí está Juan Calvino comentando sobre este texto: “Cuanto más grande y elevado es el privilegio de ser hijos de Dios, más alejado está de nuestros sentidos, y más difícil de no creer. Él [es decir, Pablo] explica, por lo tanto, en pocas palabras, lo que implica que estemos unidos, o más bien, hechos uno con el Hijo de Dios; para eliminar toda duda, que lo que pertenece a él es comunicado a nosotros. Emplea la metáfora de una vestidura, cuando dice que los Gálatas se han revestido de Cristo; pero quiere decir que están tan íntimamente unidos a él, que, en la presencia de Dios, llevan el nombre y el carácter de Cristo, y son vistos en él más que en sí mismos”.

En este artículo, consideraremos tres cosas: (1) los diversos propósitos de nuestra vestidura espiritual, (2) cómo nuestro Señor Jesús se convirtió en nuestra vestidura y (3) nuestra respuesta con respecto a esta vestidura.

Comenzamos con la razón de por qué los seres humanos usan ropa. Primero, y más básicamente, nuestra ropa cubre nuestra desnudez. Desde la caída, los hombres y las mujeres deben usar ropa. Desnudarse para ducharse o someterse a una operación en el hospital son simplemente excepciones que prueban la regla. La desnudez en la mayoría de las situaciones es pecaminosa y vergonzosa, a pesar de las insensatas afirmaciones y prácticas de los nudistas (Gen 3:7, 10-11, 21).

Desde la desobediencia de nuestros primeros padres, hay dos partes principales que han buscado proporcionar ropa espiritual. Una de las dos partes es el hombre. Adán y Eva cosieron hojas de higuera para cubrirse para sí mismos (7). Los impíos tratan de hacer con sus “buenas obras” una vestimenta, a pesar del hecho de que en realidad son “trapos de inmundicia” (Is. 64:6). Como todos los legalistas antes o después, los judaizantes en Gálatas en los días de los apóstoles mal usaron la ley de Dios, como si fuera una especie de máquina de coser, para producir ropas que cubrieran la desnudez espiritual de sus pecados. ¡La otra parte es el Dios Trino que misericordiosamente ha formado y dado a nuestro Señor Jesucristo como la vestidura perfecta para todo Su amado pueblo!

En segundo lugar, la ropa no solo cubre nuestra desnudez, sino que también se usa para protegernos. Así, por ejemplo, los obreros de construcción usan botas con punta de acero y los soldados se ponen armaduras. Jesucristo, nuestra vestidura, nos protege de los dardos de fuego del diablo y nos defiende de los ataques del mundo malvado y de la falsa iglesia.

En tercer lugar, la ropa expresa lealtad o pertenencia. Esto es especialmente evidente en lo que respecta a los uniformes. Un determinado tipo de uniforme escolar identifica el centro educativo al que asiste un alumno. El color y estilo de un uniforme militar indican la nacionalidad, la división, el rango de un miembro de las fuerzas armadas. Puesto que nuestra vestidura es Jesucristo, pertenecemos a la Santísima Trinidad y no nos pertenecemos a nosotros mismos.

Cuarto, la ropa es también para la belleza. Piensa en un hermoso vestido o en una chaqueta atractiva. Vestidos con Jesucristo, usamos ropas limpias que nunca están sucias; usamos ropas hermosas todo el tiempo; usamos ropas gloriosas que nunca son vergonzosas.

En resumen, Jesucristo es nuestra ropa multiusos. Una vestidura tan maravillosa cubre nuestra desnudez, protege nuestra debilidad, nos hace hermosos y expresa nuestra lealtad: “Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no soy mío, sino que pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo; quien, con su preciosa sangre, ha satisfecho plenamente todos mis pecados, y me ha librado de todo el poder del diablo” (Catecismo de Heidelberg, R.1).

¿Cómo se convirtió Cristo en nuestra vestidura? Él estaba envuelto en pañales cuando era un bebé. ¡Aquí estamos recordando Su asombrosa encarnación y su humilde nacimiento para nosotros! Una túnica o manto real de púrpura fue puesta sobre Él por los soldados romanos. ¡Su burla fue parte de Su humillación por nosotros! Él fue despojado de la mayor parte de su ropa en la cruz para cumplir la profecía del Salmo 22:18. ¡He aquí su degradación, sufriendo a manos de hombres malvados y a manos del Dios santo en nuestro lugar! Estaba tiernamente envuelto en vendas, porque realmente murió. Tres días después, el primer día de la semana, traspasó estas mismas vendas o desapareció de ellas. ¡Este es otro testimonio de Su resurrección de entre los muertos!

¿Cuál es o cual debería ser, nuestra respuesta a esto, como hijos de Dios? Primero, la acción de gracias y la adoración se deben al Dios Trino por nuestra maravillosa vestidura, y a la luz del costo para Aquel que la obra y compró. ¡Vistámonos con “el manto de alegría” (Is. 61:3)!

En segundo lugar, sigamos poniéndonos esta vestidura. Hay dos tipos de texto en el Nuevo Testamento que se refieren al adorno espiritual del creyente. Algunos versículos hablan de la vestimenta del cristiano como un don de una vez por todas concedido a él en su regeneración, como aquí en Gálatas 3:27: “nos hemos revestido de Cristo”. Otros textos, como Romanos 13:14, contienen una exhortación: “sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.

¿Cómo se cumple este llamado? Creyendo, porque la verdadera fe se apropia de Jesucristo, día a día y momento a momento. ¡Así estamos continua y conscientemente revestidos con Él, de Su gracia y de Su salvación!

Amado, se pondrá aún mejor. En la resurrección general, incluso en nuestros cuerpos, nos “vestiremos” de “incorrupción” e “inmortalidad” en Cristo (1 Cor. 15:53-54). ¡En el último día, seremos revestidos perfecta y gozosamente con nuestro Señor Jesús! Rev. Stewart


Los Animales de Israel en el desierto

Uno de nuestros lectores ha presentado una pregunta muy interesante: “Sabemos que millones de Israelitas fueron sostenidos por el maná durante 40 años, pero ¿qué hay de sus muchos animales? Por lo que sé, hay poca hierba en el desierto del Sinaí”.

Las Escrituras no dan una respuesta específica a esta pregunta, pero hay algunas cosas que sabemos. Sabemos que más de un millón de personas abandonaron la tierra de Egipto, como señala el autor de la pregunta (Ex. 12:37). Sabemos que se fueron con sus “ovejas y rebaños”, descritos en Éxodo 12:38 como “mucho ganado”. Moisés había insistido en esto (10:26), y Dios perdonó el ganado de los israelitas cuando destruyó los rebaños y ganado de los egipcios (9:6-7). También sabemos que todavía tenían su ganado con ellos cuando llegaron a la tierra de Canaán después de cuarenta años en el desierto y que el número de animales era enorme (Num. 32:1).

Nuestro interrogador tiene razón en su suposición de que no había suficiente pasto o hierba en el desierto para tanto ganado. El desierto se describe en la Biblia como un “yermo de horrible soledad” (Det. 32:10), y como un “desierto grande y espantoso” donde no había suficiente agua ni comida (8:15). Había campamentos específicos donde no había suficiente alimento ni agua para el pueblo y para sus animales (Ex. 17:1-3; Num. 20:2-4; 21:5). Permanecieron en algunos de sus campamentos durante muchos meses, incluyendo casi un año en el Monte Sinaí, y la hierba que había en estos lugares debe haber sido devorada rápidamente. Es imposible imaginar la cantidad de forraje necesario durante tanto tiempo y para tantas bestias.

La respuesta a la pregunta acerca de sus animales es que fueron mantenidos con vida milagrosamente, al igual como lo fueron los propios israelitas. Sabemos acerca del maná y del agua que brotaba de la roca (Sal. 78:15-16, 20; 105:41) —que también debe haber hecho crecer la hierba— y cómo Dios proveyó para los israelitas con estos milagros, pero a veces olvidamos que toda su existencia estaba bajo el cuidado milagroso de Dios. Milagrosamente fueron alimentados y se les dio de beber, fueron milagrosamente protegidos de sus enemigos, milagrosamente guiados y milagrosamente llevados a la tierra de Canaán. Deuteronomio 8:4 nos dice que aun sus vestidos y su salud fueron milagrosamente preservados por Dios: “Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años”. Por lo tanto, debe haber provisto milagrosamente para sus animales también.

Refiriéndose a Deuteronomio 8:4, los Levitas en los días de Nehemías confesaron en oración: “Los sustentaste cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad; sus vestidos no se envejecieron, ni se hincharon sus pies” (Neh. 9:21). No les faltaba nada, dice la Palabra de Dios, ni siquiera comida y agua para sus animales. No sabemos exactamente cómo Dios proveyó para sus animales y es inútil especular, pero podemos estar seguros de que lo hizo y lo hizo milagrosamente. Tampoco es necesario que lo sepamos. Asi como no siempre sabemos cómo Él proveerá para nosotros, tampoco necesitamos saber cómo Él proveyó para los animales de Israel. Él provee y nosotros debemos confiar en Él.

Podemos estar seguros de que Dios proveyó para sus animales, así como Él proveyó para ellos, no solo por versículos como Nehemías 9:21, sino también porque Dios cuida incluso de las bestias (Sal. 147:9; 1 Cor. 9:9). Ellos también son obra de Sus manos y están incluidos en Su pacto (Gen. 9:15; Jer. 33:20-21). Estos animales pertenecían a Su pueblo y por esa razón especialmente deben haber estado bajo Su cuidado.

Hay una lección en todo esto, una lección basada en la verdad de que las cosas que le sucedieron a Israel sucedieron como ejemplos (tipos) para nosotros (1 Cor. 10:6). Dios provee para Su pueblo ahora y en todas las formas, tal como lo hizo entonces. Lo hace milagrosamente, tal como lo hizo entonces. No queremos decir, por supuesto, que nuestro pan cae del cielo y yace en el suelo para que lo recojamos cada mañana. No queremos decir que no sufrimos de pies hinchados al hacer nuestra “peregrinación” a la tierra celestial de Canaán, o de cualquier herida o daño que podamos sufrir.

La provisión de Dios para Su pueblo es milagrosa en el sentido de que Él hace que todas las cosas trabajen juntas para su bien (Rom. 8:28) y eso por causa de Cristo. Nunca les da piedras por pan ni deja de darles Su Espíritu (Lc. 11:9-13). Pueden tener estómagos vacíos, pero Él nunca falla ni siquiera en eso de alimentar sus almas para la vida eterna. Pueden sufrir y estar enfermos, pero todo es parte de esa gran sanación que los llevará a la tierra que no han visto, pero que aman. Ellos pueden sufrir físicamente, pero Dios los mantiene en salud y fortaleza espiritual hasta el día en que se oirá “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:3).

Asi como Dios no siempre le dice a Su pueblo cómo Él proveerá, asi tampoco nos dice Él cómo proveyó a los animales de Israel. Pero eso no hace ninguna diferencia. Nos impulsa a confiar en Él y a creer que Él nunca dejará ni abandonará a los suyos. Que necios somos cuando nosotros, como los Israelitas, viviendo de la mano de Dios mismo, decimos con nuestras murmuraciones y quejas, por nuestra falta de confianza: ¿Está, Jehová entre nosotros, o no?” (Éx. 17:7).

En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, en los años fértiles y estériles, Dios provee. Él es Jehová Jireh (Gen. 22:14), Jehová Proveedor. Él provee salvación y vida eterna, comunión con Él mismo y tanta bendición que no ha entrado en nuestros corazones para suponer. Todo lo demás palidece en comparación. ¿Qué importa si no tenemos suficiente para comer o tenemos mala salud, cuando Él nos ha dado a Su Hijo unigénito, asegurándonos en todas las circunstancias de la vida que nada nos separará jamás de Su amor en Cristo Jesús nuestro Señor? ¿Qué significan unos pocos días de mala salud cuando recordamos que dentro de poco ” Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4).

Confiemos en Él y digamos: “Aunque la higuera no florezca, ni rn las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento. Y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegrare en Jehová, y me gozare en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, Él cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar ” (Hab. 3:17-19).

Aquel que cuida de los pajarillos ciertamente cuidará de Su propio pueblo eternamente amado, comprado con sangre y habitado por el Espíritu. Rev. Ron Hanko


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