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CR News – Junio 2023 • Volumen XIX, Número 14

      

Revestidos de Cristo (1)

Gálatas 3:27 declara que todo el pueblo de Dios “se ha revestido de Cristo”. Estar revestido de Cristo es estar cubierto con el manto de su justicia (Is. 61:10), el “mejor vestido” (ver Luc. 15:22). Esta vestidura fue confeccionada por el mismo Señor Jesús a través de Su perfecta obediencia a Su Padre durante toda Su vida en la tierra y se nos concede solo por la fe. Pero esto no es todo lo que significa Gálatas 3:27, porque el versículo no dice que “nos hemos revestido de justicia“, sino que “nos hemos revestido de Cristo“.

También estamos adornados con la santidad de nuestro Salvador. No estamos aquí pensando en la santidad de Cristo imputada a nosotros en la justificación, sino en Su santidad impartida a nosotros en la santificación a través del Espíritu Santo y por la fe. Así estamos revestidos con las vestiduras de toda Su salvación (ver Is. 61:10).

La palabra “Cristo” significa ungido, porque Jesús fue llamado y equipado por el Espíritu Santo para Su triple oficio. Por lo tanto, vestirse de Cristo es participar en Su unción como cristianos. Estamos vestidos con las ropas ásperas de pelo de camello como profetas (2 Rey. 1:8; Zac. 13:4; Mar. 1:6). Así llamamos a los hombres a arrepentirse ante el Dios Altísimo que es el juez de todos los hombres. Estamos vestidos con el lino blanco de los sacerdotes, porque estamos consagrados a Dios para ofrecer sacrificios de alabanza y acción de gracias. Estamos vestidos con las ropas reales de reyes o reinas verdaderos y piadosos. Estas son mucho más espléndidas que las vestiduras reales de Acab sentado en su trono en Samaria (2 Cro. 18:9).

Jesucristo es la imagen expresa de Dios (2 Cor. 4:4; Col. 1:15; Heb. 1:3) de modo que quienes están revestidos con Él están en la semejanza divina. En Cristo, estamos adornados con el conocimiento de Dios (no meramente con tradiciones humanas), estamos vestidos de justicia y estamos revestidos en santidad (Ef. 4:24; Col. 3:10).

Consideremos, primero, el alcance de este maravillosa prenda. El Señor Jesús ciertamente no es uno o dos parches sobre el viejo hombre. En términos de una prenda de vestir en nuestra cultura, no estamos aquí hablando de algo parecido a pantalones o a calcetines o a un abrigo. Nuestra prenda espiritual es más que un overol o un mameluco o un enterizo que nos cubre por todas partes. Él es nuestra vestimenta que todo lo abarca, que no deja la piel desnuda (por así decirlo) porque todo está cubierto.

Notemos también que Cristo es nuestra única vestidura y no simplemente una de varias vestiduras. No estamos vestidos con Jesús y Adán. No estamos revestidos con Cristo y la ley. ¡Estamos adornados solo con Cristo!

Segundo, contemplemos la permanencia de este vestido. Como la vestidura de Israel en el desierto que no envejecía (Dt. 8:4; 29:5; Neh. 9:21), este es el vestido que nunca se desgasta. Es extremadamente resistente, incluso incorruptible, y ninguna polilla o gusano lo comerá o incluso morderá parte de él (ver Is. 50:9; 51:8).

Esta vestidura espiritual nunca se quita, a diferencia del atuendo de José en Génesis. Él fue despojado de su hermosa túnica de muchos colores por sus hermanos, él se despojó de su ropa para escapar de las garras de la esposa de Potifar y él se deshizo de su ropa de prisión antes de entrar en presencia del Faraón.

Cristo, es nuestra vestidura, no se quita por nuestra caída o rebeldía, aunque, por tal terrible desobediencia, contaminamos nuestra conciencia y traemos afrenta a Su nombre. ¡Ni siquiera somos despojados de nuestra vestidura de Jesús al morir, porque esta es la única vestidura que se lleva con nosotros a la próxima vida!

Tercero, volvamos a la posesión de esta vestimenta. Estamos realmente cubiertos por la verdadera vestidura espiritual que personalmente nos pertenece por la gracia de Dios. No llevamos la ropa nueva del emperador, porque no estamos desnudos, como aquellos que solo poseen ideas absurdas.

El cristiano no es un impostor, que se viste de una prenda que no le pertenece, como Jacob, que se vistió como Esaú en Génesis 27. Al reclamar esta vestidura, el hijo de Dios no está simplemente tratando de engañar a otros o incluso a sí mismo.

El cristiano no debe sufrir del síndrome del impostor, atormentado por una terrible inseguridad: “Yo no estoy realmente vestido de Cristo, ¿verdad? ¡Un día me descubrirán!” ¡Confía en Jesucristo crucificado y resucitado para los pecadores! ¡Por la fe, has adquirido legal y justamente esta vestidura divina a través de la abundante misericordia de Dios!

¡Cristo es tu vestidura personal, hijo de Dios! Esta no es una afirmación falsa. Es una posesión del pacto divinamente dada, porque todos los verdaderos creyentes “se han revestido de Cristo”.

¡La característica más asombrosa de nuestra vestimenta espiritual, y probablemente lo más difícil de entender, es que nuestra vestimenta es una Persona! Nuestro atuendo no es un código ético externo: la ley de Moisés, como era la postura de los judaizantes en Galacia. Nuestra vestimenta ni siquiera son las bendiciones o beneficios de nuestro Redentor, o Sus oficios, aunque estas cosas están incluidas en nuestra vestimenta y se han mencionado anteriormente. Gálatas 3:27 afirma que “nos hemos revestido de Cristo” mismo — una Persona, sí, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en nuestra carne, que murió por nuestros pecados y ahora está sentado en el cielo.

Ya que estamos revestidos con Él, incluso nos parecemos a Cristo espiritualmente. Como aquellos recreados a imagen de Dios y de Jesús, tenemos una semejanza ética con Cristo hasta cierto punto a los ojos de otras personas, ya sean creyentes o incrédulos, aunque ellos solo pueden ver el exterior de nosotros y su comprensión es imperfecta. Para Dios nos parecemos a Cristo, porque Él nos ve “en” Su amado Hijo y estamos revestidos de Cristo. Como dijo Juan Crisóstomo: “El que está vestido parece ser aquello con lo que está vestido”.

Revestidos de Jesús, tenemos su posición y somos objetos del favor de Dios. Estamos revestidos con el carácter de Cristo, revestidos con Su mente y voluntad, y revestidos con Su gracia, sentimientos, virtudes y vida, ¡porque estamos revestidos con Él! Rev. Stewart


Los días de Noé (2)

Continuamos aquí nuestra respuesta a una serie de preguntas acerca de Noé y el arca. Dado que las preguntas que estamos respondiendo no son solo tres en número, sino que las respuestas son bastante extensas, por lo que, en lugar de citarlas nuevamente, resumiremos los dos asuntos que aún deben ser direccionados:

1. El “esfuerzo” del Espíritu en Génesis 6:3: “¿Fue el ‘esfuerzo’ del Espíritu un intento de Dios para salvar a todos?”

2. El tamaño del arca: “Aunque el arca no era lo suficientemente grande para dar cabida a todo el mundo, sin embargo, el hecho mismo de que podría haber albergado a muchas más personas además de la familia de Noé, testifica que la oferta bien intencionada de la salvación es real — que hay espacio para salvar a más personas que solo a los elegidos —; que Cristo y Su expiación, que están representados por el arca, son suficientes para salvar a cualquiera — quienquiera que sea — si tan solo ellos desean entrar”.

Comenzamos con la primera pregunta. El esfuerzo del Espíritu fue a través de la predicación de Enoc (Jud. 14-15), Noé (2 Ped. 2:5) y otros. Tristemente, algunos presentan esto como si fuera una obra de gracia, aunque no salvadora, del Espíritu de Dios, incluso una obra interna del Espíritu en el corazón que restringe la maldad del hombre y lo hace parcialmente bueno.

Ciertamente, ese no fue el esfuerzo del Espíritu en Génesis 6:3. La palabra traducida “contender” no significa “restringir” o “tratar de salvar”. Significa “pelear con” (2 Sam. 19:9; Ecl. 6:10) o, más a menudo, “juzgar” (Gen. 15:14; Sal. 7:8; Jer. 21:12). Tampoco el esfuerzo de ninguna manera restringe o mejora al hombre malvado, porque Jehová todavía encuentra al hombre totalmente depravado: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gen 6:5).

Por lo tanto, es necesario hacer la pregunta: “Según este punto de vista, ¿se esfuerza el Espíritu de Dios en vano?” Si este esfuerzo fue misericordioso y a modo de esperar el arrepentimiento del mundo incrédulo, entonces fue en vano, y eso no es ningún mérito para el Espíritu Santo, sino una negación de la soberanía de Dios en la salvación.

Aquellos que creen que los 120 años que Noé pasó construyendo el arca fueron un período de gracia y misericordia, y que insisten en que el esfuerzo es evidencia de la gracia de Dios para con todos, ignoran el hecho de que Génesis 6:3 dice lo contrario. El esfuerzo de Dios, cualquiera que sea, le da al hombre solo otros 120 años antes de que Dios destruya el mundo por su maldad.

Que este esfuerzo fue a través de la predicación de Enoc y Noé es también el punto, porque, como hemos visto, Noé no estaba predicando el amor de Dios para todos los hombres sin excepción o Su supuesto deseo de salvar a todos, sino estaba predicando la “justicia” (2 Ped. 2:5) en el caso del mundo incrédulo, la justicia de Dios como Juez. Enoc también es descrito como profetizando juicio: “He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 14-15). Ese es el esfuerzo de Dios, el esfuerzo de Aquel que es el juez soberano de la humanidad, y no alguien que quiere, pero no puede salvar a todos, y que está indefenso ante la rebelión y la incredulidad del hombre, que espera un tiempo, pero finalmente, en la frustración, se rinde y destruye a la humanidad.

La segunda pregunta, la del tamaño del arca, es sencillamente contestada. El arca era tan grande, no para mostrar “que hay lugar para salvar a más personas que solo a los elegidos; que Cristo y Su expiación, que están representados por el arca, son suficientes para salvar a cualquiera”. Más bien, el arca fue construida tan grande porque tenía que acomodar a las miles de criaturas que iban con Noé en el arca y su comida. Cómo es que alguien puede convertir eso en una imagen de un supuesto deseo de Dios de salvar a todos los hombres, eso está fuera de mi comprensión.

Me parece bastante gracioso, de hecho, que quienquiera que esté siendo citado por nuestro lector, admita que el arca no era lo suficientemente grande como para salvar a todo el mundo. ¿Es el arca, entonces, una imagen del deseo de Dios de salvar a más personas que a los elegidos, pero no a todos, y de Su incapacidad para salvar a estas personas adicionales? Tales interpretaciones fantasiosas de la Palabra de Dios sólo nos llevan a contradicciones y disparates.

Peor aún, tal teología aberrante hace que Dios dependa de la voluntad del hombre: “que hay lugar para salvar a más personas que solo a los elegidos; que Cristo y Su expiación, que están representados por el arca, son suficientes para salvar a cualquiera, — quienquiera que sea, — si tan solo ellos desean entrar”. Eso niega la soberanía divina, porque “Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115:3), especialmente Su soberanía en Su salvación misericordiosa, porque “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Rom. 9:16).

Sin embargo, el tamaño del arca sugiere una importante verdad bíblica sobre el propósito salvífico de Dios y la amplitud de Su misericordia. Su propósito salvífico es universal, no en el sentido de que de una manera u otra abarca a todos los hombres sin excepción, sino en el sentido que abarca al resto de la creación (aun asi no a todas las criaturas), que Dios reunió en el arca con Noé. Muestra que “la criatura misma también será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:21).

Magnificando a Cristo y Su obra, Col. 1:19-21 declara que, “agradó al Padre que en él habitase toda plenitud; y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, asi las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también … os ha reconciliado…” Las bendiciones de la obra terminada de Cristo no se extienden a todos los hombres sin excepción, sino a todas las cosas en el cielo y en la tierra, así como a nosotros.

El tamaño del arca muestra la grandeza de la obra salvadora de Dios y de la obra de Cristo, la longitud, la anchura, la altura y la profundidad del amor de Dios, no a todos los hombres sin excepción, sino a todas las cosas que Él ha creado, al mundo en ese sentido. Él nos muestra eso para humillarnos. Aunque Dios, en Su amor indecible y maravillosa misericordia, ha elegido salvarnos, nosotros no somos todo en el propósito de Dios. Él “reunirá todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo” (Ef. 1:10-12). Rev. Ron Hanko


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