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CR News – Noviembre 2023 • Volumen XIX, Número 19

      

La oración jaculatoria de Nehemías en el palacio

Existen varios tipos de oración, incluyendo la oración pública, la oración privada y la oración ferviente (Santiago 5:16-17). En la oración ferviente, el creyente no se da por vencido, incluso aunque, pasado algún tiempo, no haya recibido una respuesta. Por el contrario, el santo sigue pidiendo, buscando y llamando. Nuestro Salvador recomienda este tipo de oración muchas veces (por ejemplo, Lucas 18:1-8), ¡así que no nos rindamos!

La oración jaculatoria tiene especialmente tres características. En primer lugar, la oración jaculatoria es espontánea. Esta es una oración informal, no planificada, en el acto. No implica inclinar la cabeza, ni cerrar los ojos, ni juntar las manos, ni arrodillarse. La oración jaculatoria no se ofrece en momentos específicos del día en el aposento o cuarto (Mt. 6:6), sino en cualquier momento y en cualquier lugar. En segundo lugar, la oración jaculatoria es silenciosa. No se dice en voz alta, generalmente porque hay otras personas alrededor, por lo que sería inapropiado. En tercer lugar, la oración jaculatoria es corta. Es una plegaria lanzada rápidamente al cielo, una breve súplica lanzada hacia arriba como una jabalina. De hecho, la palabra latina para un dardo o jabalina es la fuente de la palabra inglesa “eyaculatory”.

La oración de Nehemías 2:4 es claramente jaculatoria. En primer lugar, es espontánea. Después de que Artajerjes pregunta: “¿Qué cosa pides?” Nehemías nos dice: “Entonces oré al Dios de los cielos” (4). En segundo lugar, es silenciosa. El emperador medo-persa no oyó a Nehemías decir nada en voz alta a Dios (porque eso habría sido extraño). Tampoco vio ningún movimiento de los labios de su copero, a diferencia de Elí que vio los labios de Ana moverse en oración silenciosa (1 Sam. 1:12-13). Tercero, la oración de Nehemías fue corta. Evidentemente, el rey Artajerjes ni siquiera notó alguna pausa antes de que Nehemías respondiera a su pregunta.

Entiendo que ustedes, amados, no son ajenos a la oración jaculatoria, que ustedes también lanzan breves dardos de oraciones a su Padre celestial en medio de sus muchas actividades diarias, ¡y que lo hacen a menudo!

Consideremos algunos puntos muy básicos con respecto a esta oración jaculatoria de Nehemías, incluyendo, primero, cuándo él la hizo. Nehemías estaba trabajando, ocupado en su empleo remunerado como copero imperial. La oración jaculatoria, a diferencia de la oración en el aposento, es posible mientras estamos en nuestros trabajos, ya sea que estemos dando una clase o conduciendo un automóvil, atendiendo a clientes o negociando acciones, dedicado en la programación informática o en la metalurgia, etc.

En segundo lugar, ¿dónde estaba Nehemías cuando ofreció esta oración jaculatoria? ¡En un palacio imperial! Si él puede lanzar una oración a Jehová desde allí, nosotros también podemos hacerlo, por la gracia de Dios, ya sea que estemos en la escuela, en un hospital, en la oficina, en un avión o en casa.

En tercer lugar, ¿ante quién hizo Nehemías esta oración jaculatoria? ¡En presencia de un idólatra que probablemente era el hombre más poderoso del planeta! Sin embargo, incluso entonces, ¿quién era este monarca terrenal comparado con el soberano que gobierna sobre todo? “Entonces el rey me dijo: ¿Qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos” (Neh. 2:4). Nosotros también podemos dirigir nuestras oraciones a nuestro Dios del pacto en Jesucristo, nuestro Redentor, ante el gerente de nuestro banco, profesor, suegra, empleador o perseguidor.

Nótese que, por la gracia de Dios, Nehemías no dejó que sus emociones le impidieran hacer una oración jaculatoria. Primero, “temí en gran manera” (2) y aun asi oró. David declaró: “En el día que temo, yo en ti confío” (Salmos 56:3). Del mismo modo, podríamos decir: “A la hora en que tenga miedo, oraré a ti, incluso en oraciones jaculatorias, en situaciones en las que es imposible orar en voz alta o largamente”. No debemos entrar en pánico ni ponernos nerviosos o alarmados de tal manera que cedamos al terror y nos olvidemos de confiar o de orar.

En segundo lugar, el afán de Nehemías no lo guardó de la oración jaculatoria. Él deseaba fervientemente ir a Jerusalén para reconstruir sus muros. Pero cuando Artajerjes pregunta: “¿Qué cosa pides?” (Neh. 2:4), Nehemías no dijo: “Te ruego, envíame a Judá para reparar las defensas perimetrales de su capital”. En cambio, leemos: “Entonces oré al Dios de los cielos” (4) y luego él le pide al emperador (5). ¡Ni el miedo ni el afán deben impedirnos hacer nuestras oraciones jaculatorias!

Nehemías 2:4 es sorprendente porque, en primer lugar, contiene la oración jaculatoria más famosa de toda la escritura, aunque se encuentra en un libro bíblico relativamente oscuro. En segundo lugar, sorprendentemente, no se da el contenido de esta oración jaculatoria. Aunque es la oración jaculatoria más famosa de la palabra de Dios, ¡sus palabras no están registradas! Sin embargo, de su contexto, podemos deducir que se trataba de una petición en este sentido: “¡Señor, ayúdame a hablar con Artajerjes para que me envíe a reconstruir los muros de Jerusalén!” En tercer lugar, Nehemías recordó esta oración jaculatoria años más tarde. Él debe haber lanzado muchos miles de peticiones a Dios, pero es esta clave la que él ha registrado aquí en las inspiradas escrituras.

Hermanos, es probable que ninguna de nuestras oraciones jaculatorias sea famosa. Nosotros mismos recordamos pocas de ellas, y mucho menos sus palabras precisas. Pero dejemos que Nehemías 2:4 nos anime a lanzar más oraciones al Señor de los cielos, especialmente en tiempos de tentación o prueba, o cuando nos enfrentamos a enemigos o dificultades, incluso si es simplemente: “Padre, dame paciencia”, cuando nuestros hijos se están portando mal, o “Señor, ayúdame”, cuando estamos débiles y angustiados. Recuerde que las oraciones jaculatorias son las más versátiles de todas las oraciones, y se pueden hacer en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier situación.

Amados, “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades; sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”, ya sea en oración pública, en oración secreta o en oración jaculatoria, “para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15-16). Rev. Stewart


El Pacto de Redención (3)

En nuestra discusión sobre el pacto de redención, hemos enfatizado la verdad de que el pacto de Dios nunca es un acuerdo, sino una relación. Es, ante todo, la relación entre las personas de la Santísima Trinidad. Dios es, en y con él mismo, un Dios del pacto. Esta verdad es muy humillante, ya que significa que Él no nos necesita para ser un Dios del pacto. Él es todo suficiente para sí mismo.

También es una verdad maravillosa en el sentido de que su pacto con nosotros, establecido en primer lugar con Cristo, es él quien nos lleva a esa relación en la que Él es el Padre eterno y Cristo su Hijo a través del Espíritu. Esa relación se realiza y se mantiene soberanamente. Dios nos hace su pueblo del pacto y, cuando nos mostramos infieles y desobedientes, soberanamente mantiene ese pacto en Cristo. Él no desecha a su pueblo, a quien amó eternamente (Rom. 11:2), ya sea un judío elegido o un gentil elegido. Incluso promete llevar a los hijos de los creyentes a esa relación, como el Dios no solo de su pueblo sino de su descendencia (Marcos 10:13-16; Hechos 2:39). ¡Cuán grandes son sus misericordias!

Que él establezca su pacto primero con Cristo, haciendo de Cristo su “primogénito” (Salmos 89:27), con el fin de mantener y guardar su pacto con su pueblo, es la maravillosa manera en que Dios revela la fidelidad y la gracia de su pacto con su pueblo. En las últimas “Noticias”, vimos especialmente el Salmo 89 en relación con eso, porque pocos otros pasajes muestran tan maravillosamente lo que es el pacto de redención.

Ahora nos enfocamos en la relación del pacto de Dios con nosotros, lo que llamamos el pacto de gracia, especialmente en Génesis 15-17. Hacemos esto porque el pacto de Dios con Abraham muestra más allá de toda duda que su pacto no es simplemente un acuerdo, sino una relación soberanamente establecida. Estos tres capítulos son hermosamente instructivos.

Génesis 15 comienza con la afirmación de Dios a Abraham de su amor y amistad ante la partida de Lot: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón” (1). A la luz de Génesis 17:7, esto solo puede tomarse como una afirmación del pacto de Dios con Abraham. Es realmente la gran promesa del pacto: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti”.

Habiéndole hablado a Abraham de su pacto eterno, Jehová predice la venida de Cristo como Aquel por medio del cual él sería para siempre el Dios de Abraham y la descendencia innumerable de Abraham. Gálatas 3:16, un pasaje mutilado por muchas traducciones modernas de la Biblia muestra que la palabra en singular, “simiente”, es una referencia a Cristo como Aquel en quien Dios cumpliría sus promesas y no simplemente a Isaac.

Para mostrar la fidelidad de su pacto y asegurárselo a Abraham, Dios le dice que se prepare para una ceremonia inusual, inusual para nosotros, es decir, no lo era para Abraham. Abraham tuvo que cortar en pedazos varios animales y aves, y colocar los pedazos de los animales y las aves en dos filas, con un camino entre las filas.

Esa ceremonia se usaba en aquellos días para confirmar un pacto, de modo que la descripción usual de hacer un pacto (también en las escrituras) era “cortar un pacto”. Cuando era usado por dos hombres, era un pacto en forma de acuerdo, los dos caminaban juntos entre los pedazos de los animales, consintiendo en algún propósito importante y mostrando que preferían ser cortados en pedazos antes que romper su acuerdo.

Al establecer su pacto con Abraham, Dios no hizo un pacto con Abraham. En cambio, Jehová estableció su pacto al pasar solo a través de los pedazos cortados de los animales y las aves, mientras Abraham estaba profundamente dormido (Gen. 15:12). De este modo, Dios tomó sobre sí todas las penas y castigos de la ruptura del pacto. Por lo tanto, esto no fue un acuerdo o transacción entre Dios y Abraham, sino la forma en que Dios tomó soberanamente a Abraham como su amigo y prometió soberanamente seguir siendo amigo de Abraham para siempre.

Génesis 16 sirve como un recordatorio de la imposibilidad, humanamente hablando, de que Abraham o cualquier otra persona estableciera y guardara el pacto, porque Sara era estéril y los esfuerzos de Abraham por cumplir con el pacto casándose con Agar fueron en vano. Solo cuando la propia carne de Abraham estaba “muerta” (Rom. 4:19) Dios, por medio de un milagro, vio la venida de la simiente prometida y el cumplimiento de las promesas de su pacto. Todo esto prueba que el pacto no puede depender jamás del hombre. Es el pacto de Dios y solo Él es capaz de guardar el pacto con su pueblo. El pacto no puede ser un acuerdo.

Finalmente, en Génesis 17:1-8, antes del nacimiento de Isaac, Dios le reveló a Abraham el hecho de que su pacto sería una relación eterna en la que él sería el Dios de Abraham y el Dios de su descendencia. Le habla a Abraham de una descendencia que incluiría no solo a los descendientes físicos de Abraham, sino a personas de todas las naciones, y también insinúa una herencia eterna de la cual la tierra donde Abraham vivía entonces era solo una sombra. Esa simiente, sin embargo, era Cristo por encima de todo (Gálatas 3:16).

¿Entendió Abraham estas cosas? De hecho, lo entendió. Jesús les dijo a los judíos: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Esto es lo que Abraham creyó y esperó: “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:9-10).

Lo triste es que muchos hoy en día no ven lo que Abraham vio. Ellos ven el pacto de Dios con Abraham como un acuerdo temporal y transitorio. Están tan centrados en la tierra terrenal, que siempre fue sólo una imagen de los lugares celestiales, que todavía esperan el cumplimiento terrenal de las promesas, ya sea para los judíos o tanto para los judíos como a los gentiles. Ellos piensan que la salvación de Abraham y sus descendientes fue un asunto de las obras de la ley. No entienden que a Abraham se le predicó el evangelio de nuestro Señor Jesús y que él era el amigo del pacto de Dios, no por las obras, sino por la fe en Cristo.

Lo peor de todo, es que muchos todavía piensan que el pacto de Dios es un acuerdo, no una relación establecida soberanamente y misericordiosamente. Esto no solo hace que el pacto sea una transacción fría, destruyendo la belleza del pacto como una relación con el mismo Dios trino a través de Cristo, sino que también introduce en la doctrina del pacto de Dios algo que no pertenece a ningún aspecto de nuestra salvación. Rev. Ron Hanko


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