El pueblo de Dios decide reconstruir los muros de Jerusalén
¿Cómo respondió el pueblo de Dios al llamado de Nehemías de reconstruir los muros de Jerusalén (Neh. 2:17)? ¡Ellos estuvieron de acuerdo! La iglesia aceptó total y entusiastamente la propuesta de su gobernador.
Por lo tanto, hay dos exhortaciones en Nehemías 2:17-18. Primero, Nehemías exhortó a los judíos: “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio” (17). Luego el pueblo se exhortaba unos a otros: “Levantémonos y edifiquemos” (18).
Esta exhortación mutua fue un aliento mutuo para servir a la causa de su Dios del pacto: “Así esforzaron sus manos para bien” (18). Del mismo modo, por otro lado, la queja mutua es el desaliento mutuo de las personas involucradas para que se deje de hacer la buena obra.
Así vemos que Nehemías 2 describe los diversos pasos que se tomaron. Primero, hubo una cuidadosa preparación por parte del líder (11-16). En segundo lugar, el líder hizo una presentación sólida y convincente, que incluyó una explicación del problema y su solución (17-18). En tercer lugar, el pueblo de Dios resolvió hacer la obra del Señor (18).
Con respecto al primero de estos tres pasos, Matthew Henry comenta:
“[1] Es probable que un buen trabajo se haga bien cuando primero esté bien considerado. [2] Es la sabiduría de aquellos que están bien comprometidos en asuntos públicos, tanto como sea posible, ver con sus propios ojos, y no proceder únicamente basándose en los informes y representaciones de otros, y aun asi, hacerlo esto sin ruido, y si es posible, sin ser observados. [3] Aquellos que construirían los muros de la iglesia deben primero tomar nota de las ruinas de esos muros. Aquellos que quieran saber cómo enmendar deben investigar lo que está mal, lo que necesita reforma, y lo qué puede servir como está”.
“¡Tenemos despegue!” Ese es el grito cuando una nave espacial deja la plataforma de lanzamiento. Todos los cohetes deben encenderse o el transbordador nunca dejará el suelo o ascenderá solo una corta distancia antes de estrellarse nuevamente en la tierra. Así también se requiere una gran medida de unidad en la iglesia, especialmente para que un gran proyecto tenga éxito.
Entonces, ¿por qué prosperó la misión de reconstruir los muros de Jerusalén (mientras que muchas otras empresas en el mundo eclesiástico fracasan)? En primer lugar, hubo un liderazgo piadoso y sabio, el de Nehemías. Esto incluye sus cuidadosos preparativos tanto en Susa como en Jerusalén, así como sus oraciones en Susa durante cuatro meses (1:4-11), su oración jaculatoria en el palacio real (2:4) y sus intercesiones durante su viaje de Susa a Jerusalén.
En segundo lugar, el pueblo de Dios era celoso (por lo general). Leemos acerca de sus oraciones constantes (1:11) y de su sabio reconocimiento del liderazgo piadoso de Nehemías (2:18).
En tercer lugar, la fidelidad tanto de Nehemías como de los judíos fue el resultado de la soberana gracia de Dios. La cruz expiatoria de Cristo fue la derrota de Satanás y del mundo, porque Él cargó con todos los pecados de sus elegidos. En su amor y misericordia, Jesús obró en los corazones de sus hijos por medio de su Espíritu Santo. En los años, meses y días anteriores, Cristo había estado preparando y moldeando tanto a Nehemías como al pueblo de Judá. Ahora que había llegado el tiempo de Dios para su obra, ¡así que con toda seguridad se llevaría a cabo! Rev. Stewart
Las Leyes Civiles y Ceremoniales (3)
Continuamos respondiendo a una pregunta sobre las leyes civiles y ceremoniales del Antiguo Testamento: “¿Es cierto que el Señor Jesús enseña en Mateo 5:17-19 que todas las leyes de Moisés, incluyendo las leyes ceremoniales y civiles, son obligatorias y deben ser ‘cumplidas’ por los creyentes en la era del Nuevo Testamento?” Habiendo hablado de las leyes ceremoniales en el último artículo, nos enfocamos en las leyes civiles en este artículo. Nuestra respuesta ha sido larga, porque este es un asunto sobre el que hemos reflexionado mucho y con el que hemos luchado nosotros mismos.
La Confesión Belga 25, “De la Abolición de la Ley Ceremonial”, dice lo siguiente acerca de esas leyes: “Creemos que las ceremonias y figuras de la ley cesaron con la venida de Cristo, y que todas las sombras se han cumplido; de modo que el uso de ellas debe ser abolido entre los cristianos; sin embargo, la verdad y la sustancia de ellas permanecen con nosotros en Jesucristo, en quien tienen su consumación. Mientras tanto, todavía usamos los testimonios tomados de la ley y de los profetas, para confirmarnos en la doctrina del evangelio, y para regular nuestra vida en toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”.
La afirmación de la Confesión Belga de que “la verdad y la sustancia” de las leyes civiles y ceremoniales “permanecen con nosotros en Jesucristo” es el tema de este artículo. La misma Confesión Belga explica esto en el sentido de que “todavía usamos los testimonios tomados de la ley y de los profetas, para confirmarnos en la doctrina del evangelio, y para regular nuestra vida en toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”.
Que la verdad y la sustancia de las leyes civiles y ceremoniales permanecen con nosotros en Jesucristo debe significar que esas leyes tenían que ver con Él, “sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios” (Confesión de Westminster 19:3). También debe significar que hay un sentido en el que esas leyes son importantes para nosotros, aunque no queremos decir que los cristianos estén obligados por las exigencias explícitas de esas leyes.
Esto es verdad de las leyes ceremoniales, porque todas las leyes concernientes al sacerdocio, los sacrificios y el templo, etc., permanecen con nosotros en Él, en que Él es “la verdad y la sustancia de ellas”. Él es sacerdote, sacrificio y templo, el cumplimiento de todas esas leyes del Antiguo Testamento. Nosotros en Él somos parte de ese sacerdocio, templo y sistema de sacrificios: un templo espiritual (1 Cor. 3:16), un sacerdocio santo (1 Ped. 2:5), ofreciéndonos a nosotros mismos un sacrificio vivo (Rom. 12:1). Como hemos visto, esas sombras nunca más deben ser resucitadas como un sustituto de Él. No debemos ser como los judíos que se aferraron a las sombras y rechazaron la realidad. La mayoría de los cristianos entienden eso. Leer estas cosas en el Antiguo Testamento nos confirma en la doctrina del Evangelio, y nos muestra que la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar el pecado (Hb 10:4), que necesitamos un sacerdote mejor que Aarón, que era él mismo un pecador y tenía primero que ofrecer por sus propios pecados (cf. 5:1-4). Nos enseñan que el verdadero templo de Dios es un templo no construido de manos, sino eterno en los cielos (cf. 8:2; 9:24). El libro de Hebreos es el gran tratado de las Escrituras sobre este tema.
Lo que es cierto de las leyes ceremoniales lo es también de las leyes civiles. No deben ser dejados a un lado como sin valor, aunque hayan expirado. Todavía hay verdad en ellas para el cristiano del Nuevo Testamento. Un par de ejemplos de las Escrituras te servirán.
La ley de Deuteronomio 22:10, “No ararás con el buey y con asno juntos”, se aplica a los creyentes del Nuevo Testamento en 2 Corintios 6:14, 16: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión tiene la luz con las tinieblas? … ¿Qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? porque vosotros sois el templo del Dios viviente; como Dios dijo: Habitaré andaré entre ellos”. De esta manera, “la verdad y la sustancia” del mandamiento permanecen con nosotros en Cristo, y “todavía usamos los testimonios tomados de la ley y de los profetas, para confirmarnos en la doctrina del evangelio, y para regular nuestra vida con toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”. De hecho, esa fue siempre “la verdad y la sustancia” de Deuteronomio 22:10. No hay nada inherentemente malo en arar con un buey y un asno, aunque podría ser imprudente en cuanto a realizar cualquier trabajo. La ley siempre tuvo por objeto enseñar a Israel, a no unirse a los paganos (Det. 33:28).
Era una aplicación de la primera tabla de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37), es decir, no debemos tener, retener y amar a nadie ni a nada fuera de Él. Un israelita que conocía este mandamiento nunca podría salir a arar su campo, incluso si un buey y un asno fueran los únicos animales que tenía, y fueran de estatura similar, sin que se le recordara la primera tabla de la ley y sus exigencias (Det. 6:5; 10:12; 30:6) Es de esta manera que Deuteronomio 22:10 todavía debe ser leído con provecho por los cristianos ya que de esta manera “regulamos nuestra vida con toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”.
Otro ejemplo es la ley de Deuteronomio 25:4: “No pondrás bozal al buey cuando trillare”. Aunque tal vez sea poco amable, no hay nada inherentemente malo en poner bozal al buey, especialmente si uno trata bien a su buey y lo alimenta adecuadamente en otras ocasiones. Sin embargo, “la verdad y la sustancia” de esa ley permanecen, y eso es lo que enseña 1 Corintios 9:7-10 enseña: ” ¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño? ¿Digo esto solo como hombre? ¿No dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto”.
Aunque Pablo rechazó cualquier salario de la iglesia en Corinto (2 Cor. 11:7-9; 12:13-18), las Escrituras insisten en que “el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:10). Eso es cierto de aquellos que sirven en la iglesia, pero también para el hombre asalariado. Así, Colosenses 4:1 es también una aplicación de Deuteronomio 25:4: ” Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos”. Aquellos que quebrantaron la ley de poner bozal a un buey en el Antiguo Testamento también, por lo tanto, quebrantaron el décimo mandamiento: “No codiciarás”, porque Deuteronomio 25:4 es una aplicación de ese mandamiento y también del octavo, “No robarás”.
Así pues, la ley sobre poner bozal al buey ha caducado y ni siquiera puede mantenerse en aquellos países donde la trilla se realiza mediante cosechadoras. No se puede poner bozal a una cosechadora y ésta no puede ser “partícipe de… la esperanza”. Dios dijo que los israelitas no debían poner bozal a sus bueyes cuando trillaban su trigo. Sin embargo, no lo dijo por cuidado de los bueyes, sino por nuestro bien, es decir, para enseñar a Israel los principios de los diez mandamientos, y para recordarnos también la importancia de la justicia, la misericordia y la equidad incluso en nuestro trato diario. Por lo tanto, aunque no trillamos con bueyes y aunque no necesitamos seguir el requisito explícito de Deuteronomio 25:4, “todavía usamos los testimonios tomados de la ley y de los profetas, para confirmarnos en la doctrina del evangelio, y para regular nuestra vida en toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”.
Esto es importante en nuestro uso del Antiguo Testamento. No hay que dejarlo de lado, aunque las normas y reglamentos nos parezcan algo tediosos. Ellos están allí “para nuestra amonestación, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).
Hay otra cosa acerca de las leyes civiles. Hay tantas reglas y regulaciones que debe haber sido imposible, a menos que uno fuera un sacerdote o rabino del Antiguo Testamento, incluso recordarlas todas, y mucho menos obedecerlas todas. Dios tenía su propósito salvador incluso en eso. El gran número de mandamientos y sus requisitos deben haber enseñado al Israel creyente que la salvación no podía venir por las obras de la ley, que era imposible que alguien obedeciera la ley de Dios perfectamente. De esa manera, la ley ha sido nuestro “ayo” para llevarnos a Cristo (Gal. 3:24). Esto todavía funciona de esa manera y ese es también el primer uso de la ley (cf. Catecismo de Heidelberg, P. & R. 3).
La pregunta 115 del Catecismo de Heidelberg pregunta: “¿Por qué Dios nos ordena tan estrictamente los diez mandamientos, ya que en esta vida nadie los puede obedecer?” La respuesta es: “Primero, para que durante toda nuestra vida podamos aprender más y más a conocer nuestra naturaleza pecaminosa, y así lleguemos a ser más fervientes en buscar la remisión de los pecados y la justicia en Cristo; del mismo modo, que nos esforcemos constantemente y oremos a Dios por la gracia del Espíritu Santo, para que lleguemos a ser más y más conformes a la imagen de Dios, hasta que alcancemos la meta de la perfección después de esta vida”. La ley moral continúa en vigor, aunque sus aplicaciones a la vida de Israel hayan expirado. Sin embargo, no eliminamos las leyes civiles y ceremoniales de nuestras Biblias, sino que continuamos leyéndolas y estudiándolas.
Que las leyes civiles y ceremoniales del Antiguo Testamento continúen “confirmándonos en la doctrina del evangelio, y regulando nuestra vida en toda honestidad para la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad”. Rev. Ron Hanko
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