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El Evangelismo y la Fe Reformada

Prof. David J. Engelsma

Introducción

Es difícil de decir, algunos suponen que la relación entre la Fe Reformada y el Evangelismo no es fácil e incómoda. Sigue siendo extraño, algunos sostienen que la Fe Reformada y el Evangelismo son incompatibles. Muchos afuera de las iglesias reformadas sostienen que la Fe Reformada hace al evangelismo (o “ganar almas,” como ellos dicen) imposible. Muchos que profesan ser Reformados están haciendo eco de esta acusación. Lo que es peor, ellos están revisando radicalmente revisando la Fe Reformada por los intereses (dicen ellos) del evangelismo. Lean los estudios hechos por fundaciones, los mensajes, los métodos de misiones: el amor universal, expiación universal, salvación dependiente de una elección libre y soberana del pecador. Escuchen a los evangelistas: “Dios te ama y tiene una maravilloso plan para tu vida,” “Cristo murió por ti,” “Tú puedes tener esta gran salvación y nacer de nuevo si tú aceptas a Jesús en tu corazón.”

Entonces, hay un peligro en que aquellos que aman la Fe Reformada como la misma verdad de Dios sospechen del evangelismo; abierta o secretamente concedan validez a la acusación de que le Fe Reformada y el evangelismo son incompatibles; y abandonen el trabajo del evangelismo.

Este es el trabajo de aquellos a quienes Dios les dio la herencia y responsabilidad de la Fe Reformada de mostrar la perfecta armonía entre su Fe y el evangelismo. Para hacer esto nosotros debemos notar que, claramente, son compatibles.

¿Qué es el evangelismo?

A través de los años, una cierta idea de evangelismo se ha desarrollado. Es necesario, primero que todo, someter esta idea al test de la Escritura. Al hablar de evangelismo, uno probablemente piensa en una cara y elaborada campaña para reunir mucha gente en una reunión que será conducida por un especialista, el “evangelista.” Uno piensa en un tipo específico de reunión religiosa en la cual la música, el mensaje, y otros elementos son cuidadosamente engranados para llevar a las personas a una decisión por Cristo. Uno piensa en un trabajo religioso que concluye con el aviso de cuantos cientos, o miles, “fueron salvos” o “pasaron adelante.”

Eso es lo que la gente piensa del evangelismo. Hacer evangelismo es hacer algo como eso; y oponerse a eso es correr el riesgo de ser criticado como alguien que no hace evangelismo o sin una visión misionera.

Aquella gran estructura, neciamente considerada como evangelismo, imponente como aparece, necesita ser testeada por la Escritura. Tomar, por ejemplo, el elemento tan importante, y tan prominente, para el evangelismo: la invitación, el llamado al altar. El llamado al altar claramente no es bíblico, además de tener una teología perversa como base—la teología de la bondad y la libertad de la voluntad del pecador y de su soberanía en cuanto a su propia salvación, lo que Pablo repudia en Romanos 9:16 cuando habla de aquel que quiere. No es bíblico pedir, en el nombre de Cristo, que alguien exprese la actividad espiritual del arrepentimiento y de la fe caminando al altar. No es bíblico igualar el pasar adelante con aquellas actividades espirituales y, por lo tanto, con la salvación. Tampoco es bíblico, penosamente, obtener este resultado por medio de las presiones psicológicas o emocionales que son ejercidas. La iglesia cristiana nunca supo de algo así antes de comienzos de los 1800, cuando Charles Finney lo introdujo.

Para conocer la respuesta a nuestra pregunta. “¿Qué es evangelismo?” nosotros no miraremos las nociones populares sino que la Escritura.

Realmente, el evangelismo es la predicación del evangelio. Este es el significado de la palabra, evangelismo—una palabra bíblica en el griego del nuevo testamento. Evangelismo es la actividad de publicitar, o anunciar, el evangelio. Por ejemplo las buenas nuevas de Jesucristo crucificado y resucitado.

Esto responde la pregunta si la iglesia reformada cree en el evangelismo y si los creyentes reformados son celosos por el evangelismo. ¡El evangelio debe ser predicado! Esto debe ser hecho dentro de una iglesia establecida, entre los santos que ya han sido llamados fuera del mundo; ellos están continuamente escuchando el evangelio para su constante comodidad y edificación. Este es el por qué nosotros asistimos a la iglesia cada día del Señor.

Pero el evangelio también debe ser predicado fuera de la iglesia ya establecida en la verdad; esto es necesario para la salvación de los aún inconversos y los alejados. Eso es lo que queremos decir cuando hablamos de evangelismo: la actividad de proclamar las buenas nuevas a aquellos que están fuera de la congregación. Evangelismo es, entonces, lo mismo que misiones.

Nosotros sacamos nuestra definición del Libro de Ordenación de Misioneros de las iglesias reformadas. Éste distingue en ministros que laburan en una congregación ya establecida y aquellos que son llamados y enviados a predicar el evangelio a aquellos que no lo tienen, con el objetivo de traerlos a Cristo: “… es necesario que algunos laburen en las congregaciones ya establecidas, mientras otros son llamados y enviados a predicar el Evangelio a aquellos que no lo tienen, con el objetivo de traerlos a Cristo” (El Salterio, pp. 74-75). Evangelismo es, entonces, la actividad de predicar el Evangelio a aquellos a aquellos que están fuera de congregaciones establecidas en la verdad, con el objetivo de traerlos a Cristo.

El evangelismo no está limitado a trabajar con paganos, a trabajar con aquellos que no profesan su fe en el Señor Jesucristo. Al contrario, éste incluye el trabajo de la iglesia con aquellos que profesan el cristianismo y pertenecen a la iglesia pero que ignoran la verdad del evangelio o se han separado de él. Llevarles el evangelio a ellos no es “robar ovejas” sino que reunir a las ovejas, esto no es “pescar en aguas revueltas” sino que pescar hombres.

Cuando Jesús en Mateo 9:37-38 instruyó a sus discípulos les dijo que la mies es mucha pero los obreros pocos, y que ellos, por lo tanto, debían orar al Señor de la cosecha para que enviara más obreros a su cosecha, su referencia no era, primariamente, los paganos, sino que las multitudes de judíos débiles y dispersos, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, que se encontraban bajo el cuidado de escribas y fariseos. Por medio de falsas doctrinas, apostasía o la falta de la Palabra de Dios esa gente estaba espiritualmente afligidos y adoloridos, por lo tanto, necesitaban evangelismo.

El ministerio de Pablo muestra que el trabajo del evangelismo no es exclusivamente con ateos. Él llevó la Palabra primero a los judíos; y cuando los cristianos se alejaron, como ocurrió en Galacia, el apóstol los evangelizó urgentemente.

John Murray, el teólogo presbiteriano, sostuvo que “la evangelización no debe limitarse al trabajo entre los impíos. La palabra “evangelismo” ha sido generalmente entendida como la aplicación de la propagación del evangelio entre los impíos. Al lidiar, sin embargo, con la obligación que recae en la iglesia de Cristo de testificar el evangelio no encontramos que las distintas actividades de la iglesia que puedan estar en relación con el evangelismo tengan referencia exclusiva a aquellos que se encuentran, a juicio de la iglesia, sin Dios y sin esperanza en el mundo. Esto es particularmente verdadero cuando recordamos que muchos creyentes en Cristo tienen un conocimiento tan inadecuado del evangelio, y una concepción tan empobrecida de la vida cristiana, que una parte considerable del trabajo de la iglesia, debidamente considerado como evangelismo, debe tener como objetivo la instrucción y edificación de tales creyentes. El evangelismo al que la verdadera iglesia de Cristo se compromete debe contemplar el darle al evangelio toda la importancia y las demandas de aquellos que, aunque sean creyentes, son víctimas de asociaciones ignorantes, infieles y peligrosas” (“El mensaje del evangelismo,” Collected Writings of John Murray [Banner, 1976], vol. 1, p. 124).

Esto es por qué la Reforma fue una empresa evangelística, una actividad misionera. Algunos se han atrevido a criticar a los reformadores de falta de interés en las misiones. Los defensores de los reformadores, al parecer irritados con la acusación, han respondido que los reformadores estaban muy ocupados como para hacer misiones, pero Calvino envió varios misioneros a Brasil. La verdad en esta materia es que la reforma fue en si misma una misión—un trabajo misionero gigantesco, energético y mundial, con frutos abundantes y duraderos. El evangelio fue proclamado a multitudes en muchas naciones que estaban débiles y dispersas, como ovejas sin pastor, perdidos en la ignorancia en las mentiras del catolicismo romano.

¿Qué es la fe reformada?

¿Por qué, entonces, esto imputado a la fe reformada, y a veces temido, que ella es incompatible con el evangelismo? Esto se debe a lo que la fe reformada es. Es la enseñanza de que la salvación es un regalo y trabajo soberano de Dios en Jesucristo, completamente alejado de los méritos del trabajo del hombre. El mensaje de la fe reformada es “Salvación sólo por gracia.”

Este mensaje consiste en varias verdades extraordinarias. Dios, en la eternidad, amó y predestinó para vida eterna a algunas personas de la raza humana, a diferencia de otros quienes, por el mismo decreto, Él predestinó para perdición. Esta es la graciosa fuente y fundamento de la salvación.

Dios dio a su primogenitor Hijo para morir por todos aquellos, y sólo por aquellos, quienes Él había dado a Cristo como su pueblo, para redimirlos, por medio de la expiación de sus pecados. Esta es la graciosa base de toda nuestra salvación.

Dios llama de forma eficaz, por medio del evangelio y del Espíritu Santo, a una relación salvadora con Jesús, a todos aquellos, pero sólo a aquellos, quien Él escogió y redimió. Este es el gracioso cumplimiento de la salvación. Esta obra continua, como preservación, hasta que todo el pueblo elegido, redimido, y renovado de Dios sea perfecto en gloria.

Con esas doctrinas, la fe reformada sostiene que todos los hombres son, por la caída de Adán, muertos en pecados y esclavos de Satanás, aun teniendo voluntad ellos no son libres para elegir a Cristo y la salvación sino que son incapaces de hacer otra cosa que no sea rechazar al Cristo presentado en el evangelio.

La fe reformada predica a un todopoderoso y gracioso Dios y a una humanidad impotente y totalmente depravada. Algunos dicen que una fe así no puede evangelizar. De hecho, tal fe provoca lo contrario a ella en su espíritu. Esto no puede motivar a ser celosos por el evangelismo. Y aunque pudiera motivar no tendría un mensaje para entregar.

Note bien, sin embargo, que esta acusación, o temor, según sea el caso tiene como base ciertas nociones preconcebidas acerca del evangelismo—nociones que no son bíblicas. Existe la noción de que la motivación del evangelismo es el amor de Dios por todos los hombres y el deseo de salvarlos. Existe la noción de que el mensaje del evangelismo es un amor universal de Dios, una expiación universal y una gracia universal de Dios en la predicación, todo depende en el libre albedrío del pecador, quien, se piensa, es capaz de elegir a Cristo. Existe la noción de que la eficacia del evangelismo está en la persuasión del evangelista y en la decisión del pecador.

Todas esas nociones sobre el evangelismo, corrompen la fe reformada por los intereses del evangelismo. La doble predestinación obstaculiza las misiones; y, por lo tanto, se niega la reprobación, y se proclama un amor salvador de Dios universal—los evangelistas predican a todos y cada una de las personas “Dios te ama.” La expiación limitada dificulta las misiones; y, por lo tanto, se predica una expiación universal—los evangelistas predican a todos y cada una de las personas “Cristo murió por ti.” El llamamiento eficaz del evangelio sólo para algunos restringe el trabajo misionero; y, por lo tanto, se predica que Dios es gracioso para con todos los hombres en la predicación—los evangelistas anuncian a todos sus oidores “Dios desea tu salvación y él te está ofreciendo sinceramente la salvación.” La depravación total no encaja con tal evangelismo (¿que tiene de bueno todo este amor, expiación y gracia si el pecador no puede valerse de ellos?); y, por lo tanto, se sugiere que el pecador tiene la habilidad de abrir su corazón para que Jesús entre, o se le dice que su nuevo nacimiento depende de su fe.

Con este tipo de evangelismo, la fe reformada es incompatible; tal evangelismo es el testigo enemigo. Un predicador reformado no se atrevería a participar en este tipo de evangelismo. Él no, porque teme a tener que pararse en el juicio, predicar un mensaje que roba la gloria de Dios en la salvación de los pecadores y que enseña a los pecadores a confiar su salvación en su propia habilidad y actividad. El peor evolucionista, un auténtico Charles Darwin, no será tan culpable de saquear el maravilloso trabajo de Dios como tal evangelista.

Pero esto no es evangelismo bíblico. Con el evangelismo bíblico la fe reformada es perfectamente compatible. Es falso, o absurdo, suponer que la fe reformada no puede hacer evangelismo debido a las doctrinas de la gracia que propugna. Aquellas verdades, consideradas perjudiciales para el evangelismo, son las verdades que establecen la salvación como un regalo de Dios sólo por gracia. Ellas constituyen el evangelio, las buenas nuevas. Cuan necios son los hombres, dentro o fuera de las iglesias reformadas, que niegan el evangelio, para hacer un mejor evangelismo. Ellos están diciendo que el evangelio de Dios no se puede predicar, o que no es útil para salvar a los pecadores y llevarlos a la iglesia.

Vamos a ver que las iglesias reformadas si pueden involucrarse en el evangelismo, y como lo hace. Examinaremos, a la vez, su mensaje, su método y sus motivaciones.

El mensaje del evangelismo reformado

El mensaje de la fe reformada en el evangelismo será todo el consejo de Dios, como fue el mensaje de Pablo, de acuerdo a Hechos 20:27. El predicador reformado conoce toda la Escritura; y la reconoce como la Palabra inspirada de Dios. Él va con la Escritura, no con una pequeña lista de leyes espirituales o algún evangelio en la mano. Esencialmente, el mensaje es siempre el mismo, pero el predicador lo aplica de diferentes formas antes las diferentes audiencias. El Evangelismo de Cristo al joven rico (Marcos 10:17-22) es diferente a su evangelismo de la mujer samaritana junto al pozo (Juan 4:1-42). El acercamiento de Pablo a los judíos de la sinagoga difiere de su acercamiento a los filósofos griegos en el Areópago (comparar Hechos 17:1-3 y Hechos 17:16-34). Aquella minuciosa instrucción doctrinal es necesaria en el evangelismo, la Gran Comisión de Mateo 28:18-20 lo enseña claramente ya que llama a la Iglesia a bautizar a los convertidos en el Nombre del Dios Trino, implicando que el misionero ha enseñado al convertido la doctrina de la Trinidad. Para hacer esto, el predicador debe tener un buen conocimiento de la Palabra de Dios y debe poseer el deseo que contestar la Palabra a toda audiencia. Él debe ser llamado y calificado por Dios a través del Espíritu Santo. Nosotros no podemos tener “evangelistas” sin llamado y sin calificación, no importa su buena intención.

Aunque nuestro mensaje es todo el consejo de Dios, existen ciertos elementos cruciales en el mensaje del evangelismo. Que están, nuestro Señor los nombró en su mandato a los apóstoles, y las iglesias, en Lucas 24:47. Inmediatamente después de su resurrección de la muerte, Cristo abrió el entendimiento de sus discípulos “para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (vv. 45-46). Entonces, Él los comisiona a ellos (y en ellos también a la iglesia de los años siguientes): “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.” La comisión hecha al apóstol nacido fuera de tiempo, Pablo, fue similar, en Hechos 26:18: “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.” Esta comisión, que Pablo llevó a cabo, fue mostrar a todo hombre “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20).

El evangelismo debe predicar el pecado de la gente, el pecado de la gente como culpable—responsable de castigo por la ofensa a Dios. Por lo tanto, esto es proclamar al santo y justo Dios, a quien el pecador ha ofendido. Esto implica la predicación de la ley de Dios que el pecador ha transgredido y que no puede cumplir. La fe Reformada hace esto marcadamente, deliberadamente y concretamente. En contraste, muchos de los evangelistas de hoy hablan poco o nada acerca de la santidad de Dios, de su justa ley, del pecado, la culpa y el castigo. Si alguien se acuerda del pecado, es sólo de aquel aspecto del pecado que habla de los problemas temporales del pecador que son causados por su debilidad. ¡Que diferente fue el evangelismo de Cristo y sus apóstoles! Piense en la deliberada exposición del adulterio de la mujer samaritana que hace Cristo junto al pozo. Piense en la condenación de Pedro a los judíos en Hechos 3:14: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida.”

El evangelismo proclama la remisión, o el olvido, del pecado de todo pecador que se arrepiente. Esto es la eliminación de la culpa del pecador y la imputación a él de la Justicia de Jesucristo sólo por fe. El perdón de los pecados es la bendición de la salvación que debe ser predicada en el evangelismo. Esta fue la grande y gloriosa preocupación de la Reforma: justificación sólo por fe. ¿Dónde podemos encontrar esto en el evangelismo moderno? La gran preocupación es que el pecador va al cielo y es feliz, o que es feliz y exitoso aquí en la tierra. No hace mucho tiempo escuché a un “convertido” dar testimonio en nombre del famoso evangelista que lo salvó, que el aceptar a Jesús lo hizo un mejor receptor en el equipo de fútbol americano de su Universidad.

Si la remisión del pecado es predicada, la cruz es predicada; si la cruz es predicada como una expiación sustitutiva, como la satisfacción hecha a la justicia de Dios, como la redención eficaz de todos aquellos por los que Jesús murió, de manera que aquellos que confían en le cruz gozan estos reales beneficios. Pero la cruz no es predicada aparte del Crucificado. El mismo Jesucristo es predicado como el mensaje del evangelismo; Él es predicado como el eterno Hijo de Dios encarnado que elimina los pecados.

Si esto es lo que se dice de Jesús y de su cruz, el amor de Dios es predicado cuando la remisión de pecados es predicada. Por esto fue que Dios dio su Hijo por los pecadores—no todos los pecadores, pero sí por pecadores. “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).

Otro elemento crucial en el mensaje del evangelismo es el arrepentimiento: un dolor genuino y piadoso por los pecados propios. En Lucas 24:27 Jesús indicó que “se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados.” En obediencia al mandato del Señor a él, Pablo mostró a todos los hombres que “ellos debían arrepentirse.” Entonces, él los llama para hacer “obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 20:20). El arrepentimiento es el camino, el único camino, por el cual los pecadores reciben y disfrutan el perdón. Esto es exactamente lo que Jesús quiere decir en Lucas 24:47: los apóstoles deben predicar el arrepentimiento como la forma de obtener el perdón.

Aquí, alguien podría decir que la fe reformada es incapaz de hacer lo que es necesario para evangelizar. Obviamente, Jesús pretendía que los discípulos llamaran a los hombres al arrepentimiento y que ellos proclamaran la promesa de que todo aquel que se arrepiente tendrá remisión y, por lo tanto, salvación. Pero la fe reformada no puede hacer el llamado del evangelio como tampoco éste puede proclamar la promesa indiscriminadamente, dicen los críticos de la fe reformada. En el momento crítico la fe reformada prueba ser impotente.

Esta acusación, o temor, como sea el caso, no tiene fundamento. No tiene una pizca de verdad. Es cierto que la fe reformada no puede ni extenderá la bien conocida oferta a todos los oyentes, por ejemplo, una oferta de salvación en amor supuestamente hecha por Dios a todos los oyentes, con un sincero deseo de salvarlos y dependiendo de si el pecador acepte esa salvación. Esa bien sabida oferta no es nada más que una variación del evangelio “quien lo quiera.” Hace mucho tiempo el destacado teólogo presbiteriano B. B. Warfield devastó este evangelio: Es inútil hablar de salvación para “quien lo quiera” en un mundo de voluntad negativa. Aquí está el punto verdadero de la dificultad: ¿Cómo, dónde podemos obtener la voluntad? Dejen a los otros regocijarse en el evangelio de “quien lo quiera;” porque al pecador que se reconoce a sí mismo, como es pecador, y sabe lo que es ser un pecador, solamente la voluntad motivada por Dios le será suficiente. Si el evangelio ha de estar dedicado para voluntades muertas de hombres pecaminosos, y nada se encuentra en lo alto y más allá, ¿quién, entonces, puede ser salvo? (El Plan de la Salvación [Eerdmans, 1966], p. 38).

Pero la fe reformada puede hacer el llamado y lo hace, con autoridad y urgencia, en el nombre de Jesucristo, a todo el que escucha, para que se arrepienta y crea; y esto puede y de hecho proclama que todo aquel que se arrepiente y cree será perdonado y salvo eternamente. Esto es predicar el arrepentimiento.

El arrepentimiento que es predicado incluye una vida de piedad. Arrepentimiento, desde el punto de vista reformado, es un cambio radical de la mente sobre el pecado y, por lo tanto, un cambio radical de vida—un cambio espiritual, una conversión. La predicación reformada fuera de la congregación no esconde de los oyentes que el llamado del evangelio es un llamado a ser discípulo, a llevar la cruz, a la autonegación, a Jesús como Señor y también como Salvador. A veces se pasa por alto que en la Gran Comisión en Mateo 28:18-20 Jesús llama a los apóstoles a disciplinar a las naciones y que la conversión y el bautismo son seguidos por la instrucción a “que guarden todas las cosas que os he mandado.” El evangelismo no termina con “hacer que alguien se salve” sino que continúa enseñando a confesar la verdad en la verdadera iglesia; a amar a otro; a honrar el matrimonio; a someterse al gobierno civil; a vivir separado del mundo y sus obras; y a guardar todos los mandamientos de Cristo Rey. El evangelismo reformado hace eso. Mucho de lo del evangelismo no reformado deja esto completamente fuera. Es por esta razón que es esencial en el trabajo de evangelismo que aquellos que son enseñados en el conocimiento salvador de la verdad sea dirigido a ingresar a una iglesia verdadera, una iglesia reformada. Ningún misionero reformado debe decir al convertido “ahora vaya a la iglesia de su elección.”

Esto es esencial en el evangelismo bíblico. La fe reformada, lejos de sentirse avergonzada de ellos, los proclama como ninguna otra fe lo hace.

¿Pero tienen algo que ver las verdades distintivas de la Fe Reformada, las “doctrinas del Calvinismo,” con la acusación de algunos hombres sobre la incapacidad de la fe reformada para evangelizar? ¿Dado que la fe reformada predica arrepentimiento para remisión ella debe dejar las grandes doctrinas de la gracia en el púlpito de una iglesia establecida?

¡Dios no lo quiera!

La fe reformada predica la miseria del hombre al ser pecador; y predica que la extensión de tal miseria es la depravación total. Le entrega a todo pecador la sentencia del evangelio, que él está muerto en pecados (Efesios 2:1), incapaz de hacer lo bueno (Romanos 3:9-18), y culpable ante Dios (Romanos 3:19). Específicamente, lo sentencia a ser incapaz de arrepentirse, creer e ir a Cristo, como el evangelio le manda a hacer. La fe reformada predica esto al evangelizar. Al hombre que objeta esto como un pobre evangelismo se le responde que esto fue el mensaje del Jefe de los evangelistas. En Juan 6:44 Jesús dijo a su audiencia “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere.” Así se le muestra al pecador su gran necesidad y su desamparo.

La fe reformada predica que el venir a Cristo es necesario en el llamado del evangelismo, como la única forma de salvación, es Dios enviando al hombre. Nosotros vamos pero nuestra ida es la obra de Dios en nosotros llamándonos eficazmente. Arrepentimiento y Fe son dones Divinos y no obras humanas. La gracia de Dios es irresistible por el poder del Espíritu Santo. La fe reformada proclama esto en el evangelismo. Al hombre que objeta esto como un pobre evangelismo se le responde que esto fue el mensaje del Jefe de los evangelistas. En Juan 6:44 Jesús declara “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere.” Así se le muestra al pecador su gran necesidad y su desamparo.

En adición, la fe reformada predica, al evangelizar, que toda venida está basada en la eterna y graciosa elección de Dios. Que uno vaya a Cristo se debe a la graciosa elección de Dios hacia él en la eternidad. La elección es predicada en el campo misionero, la elección envuelve y acompaña a la reprobación—la única elección de que habla le Escritura. Los pecadores siendo llevados a Cristo no quedan en dudas cuando esto pasa. Corazones penitentes y creyentes deben estar seguros del propósito eterno del amor de Dios por ellos y deben glorificar a Dios haciendo la confesión de que la salvación, su propia confesión, es del Señor. Así fue el evangelismo de Jesús. Tal como Él se predicó a sí mismo ante las multitudes de judíos y los llamó a ir a Él, Él exclamó, “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).

La fe reformada puede hacer evangelismo ya que tiene el evangelio para predicar. Un mensaje de la mera posibilidad de salvación no es evangelio. El mensaje de un Jesús que quiere salvar pero no puede hacerlo no es evangelio. El mensaje de una salvación que depende del hombre que quiere o corre no es evangelio. Como Warfield escribió, en El Plan de Salvación, esto es sólo otra forma de “autosoterismo”—la triste noticia de que el hombre debe salvarse a sí mismo:

Es solamente en la omnipotente gracia en que el pecador puede esperar; pues es sólo la omnipotente gracia la que puede levantar a los muertos. ¿Qué beneficiaría enviar al heraldo gritando en medio de las multitudes de muertos: “Las puertas del cielo están abiertas; todo aquel que quiera entrar en él”? La verdadera cuestión apremiante es, ¿Quién quiere hacer que vivan esos huesos secos? Como contraste a todas las enseñanzas que pudieran tentar al hombre a confiar él mismo en algo, aún la más pequeña parte, de su salvación, el cristianismo lo empuja terminantemente a Dios. Es Dios y Dios solamente quien salva, y que está en todo elemento del proceso salvador.

Nuestra objeción a los predicadores del libre albedrío no es al que ellos ofrezcan salvación sino que ellos no tienen salvación para ofrecer. Todo el que cree su mensaje es un objeto de genuino evangelismo. Los llamamos a abandonar los ídolos muertos de sus propias obras y deseos y confiar en el Dios viviente.

Nosotros tenemos un mensaje como no hay ninguno en el mundo: no un nuevo requisito para que el hombre haga algo para su salvación sino que el anuncio de la salvación que Dios regala. Es verdad, nosotros llamamos a los hombres a arrepentirse y creer pero arrepentimiento y fe no son obras del hombre que obtengan salvación sino que las formas de recibir la salvación. No son esfuerzos humanos sino la renuncia al esfuerzo humano. No son la contribución humana a la salvación sino el regalo de Dios al hombre. Es verdad, nosotros llamamos a los pecadores arrepentidos a una vida de buenas obras, una vida por el “camino estrecho;” pero esa vida, la vida de santidad, es en sí misma parte de la liberación de nuestros pecados que Dios hace en nosotros, Su obra de santificación. Por lo tanto, nuestra vida santa no es meritoria sino que de agradecimiento.

El mensaje de la fe reformada es el mensaje de la gracia. Son las buenas noticias, el evangelio.

El método del evangelismo reformado

Así como tiene un mensaje para el evangelismo, la fe reformada tiene un método para hacer evangelismo: el método bíblico de enseñar y predicar. El método correcto y efectivo de evangelismo está prescrito en la Escritura. Una iglesia no puede inventar su mensaje tampoco puede inventar su propio método. Ella está restringida por los mandamientos de la Biblia. Cristo determinó el método en Lucas 24:47, cuando dijo a sus discípulos: “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones.” De acuerdo a Marcos 16:15, el Señor le dio a su iglesia esta comisión en esas palabras, id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. A este método, y sólo a este método, le es añadida la promesa se que habrán frutos en aquellos que crean y sean salvos (v.16). Este es el diseño del ministerio de los apóstoles, puesto en obra por Pablo en el primer versículo de I Corintios 2:1 “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.”

El método de evangelismo no es música estridente; show de títeres; testimonios de celebridades; actuaciones artísticas; o producciones dramáticas. Tampoco lo es la elocuencia, carisma, personalidad dinámica, rimbombancia, persuasión ni las seductoras palabras del evangelista. Jesús es deshonrado hoy por el rock evangélico, por las orgullosas estrellas de Hollywood y atletas, que profanan el Sabbath, que son usados para promover el evangelio. Jesús lo es todo pero se pierde detrás del nombre de los grandes nombres de los presentadores cristianos que dicen predicarlo. No nos sorprende mucho que continuamente se demuestre que esos espectáculos evangelísticos son planes para hacer dinero y el enriquecimiento de los evangelistas y sus familias. Ellos son los que falsifican el evangelio (II Cor. 2:17), aquellos que hacen mercadería de la Iglesia a través de la codicia (II Pe. 2:3).

A Dios le plugo llamar a Su pueblo para salvación por la locura de la predicación (I Cor. 1:21). La predicación es el anunciamiento del evangelio por un hombre (aquí uso el género masculino deliberadamente) llamado y enviado por Cristo a través de la Iglesia; es su oficial y autoritativa proclamación. En Lucas 24 Jesús envió a los apóstoles; Él los envió “en su nombre” (v. 47). Romanos 10:15 establece la norma cuando pregunta “¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” Ya no existen evangelistas en el sentido del Nuevo Testamento. Aquel oficio fue temporal, como el oficio apostólico. El evangelismo es, hoy, hecho por ministros ordenados apartados para el trabajo de ir con el evangelio a aquellos que están fuera de la iglesia establecida: nuestros misioneros. La razón para ellos es que Cristo mismo reúne la Iglesia. Él ha revelado en la Escritura que Él hace su trabajo a través de la predicación de la Palabra de Dios, cuya predicación pertenece a los oficiales de la Iglesia.

El evangelismo, o misiones, por lo tanto, es el trabajo de la Iglesia. Es la iglesia, la iglesia instituida, la que predica la Palabra. Este es el patrón bíblico: la congregación de Antioquía, en Siria, envió a Pablo y Barnabás a su primer viaje misionero y supervisó su trabajo (ref. Hechos 13:4; 14:26-27). El evangelismo no es para ser realizado por sociedades u organizaciones para-eclesiásticas. Ellas no tienen autoridad. Ellos no tienen poder—ellas no tienen el oficio de la predicación.

¿Pero no es verdad que todos los santos tienen la comisión de evangelizar? ¿No son todos los hijos de Dios misioneros? ¡Enfáticamente no! No es bíblico sostener que todo creyente puede y debe evangelizar. Esto es mantener que todos los santos pueden y deben predicar el evangelio. ¿En qué parte de la Escritura se da esta autoridad a todos los creyentes? ¿Dónde en las partes prácticas de las epístolas del Nuevo Testamento los cristianos tienen esta responsabilidad? La noción de que todo miembro de la iglesia es un misionero destruye la verdad fundamental del oficialato en la iglesia. Lo más pernicioso de todo es el temerario acto de poner esta carga en los hombros de nuestros adolescentes quienes no deben estar enseñando sino que aprendiendo la Palabra de Dios.

Esto no quiere decir que los creyentes no deban testificar la verdad cuando tengan la oportunidad; ellos deben hacerlo—esto pertenece al oficio de los creyentes (I Pe. 3:15). No nos olvidemos, sin embargo, que testificamos, no sólo con nuestras bocas, sino que también—y muy poderosamente—con nuestra conducta. Por nuestra buena conducta, otros pueden ser ganados para Cristo (Catecismo de Heidelberg, P. 86).

Tampoco tenemos la intención, al negar que todo creyente es un evangelista, de excluir a todos los santos de la obra evangelística. ¿Cómo puede ser esto? El evangelismo es una obra de la iglesia; y los santos son la iglesia. Aunque el instrumento del evangelismo es el hombre llamado a ser misionero, es la iglesia, el cuerpo de los creyentes y sus hijos instituidos en los oficios de presbítero y diácono, que están haciendo esta obra a través de él. Así como el cuerpo habla por la boca (tú no dices “mi lengua está hablando” sino que “yo estoy hablando”), por lo tanto la congregación de los santos evangeliza a través del misionero. Las misiones nos son la obra de los misioneros, es la obra del pueblo de Dios.

Los santos son activos en esta labor de la iglesia. Ellos oran por la obra de misiones. Esta es la cooperación que Pablo pedía a los creyentes: “hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada” (II Tes. 3:1). Ellos apoyaban la obra financieramente. Pablo alaba a los filipenses por ayudarlo en su necesidad material: “bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Fil. 4:14).

No menor, el pueblo de Dios existe para vivir unos con otros en la iglesia de tal manera de que el Espíritu bendiga su testimonio fuera de la iglesia. Es sorprendente, en el libro de Hechos, que la iglesia creció y vivió en fe a la doctrina de los apóstoles, en un celoso culto a Dios y en paz unos con otros. Donde hay herejía, desinterés en las cosas espirituales, carnalidad, mundanalidad, inmoralidad, odio, discordia y división, no se puede esperar que el evangelismo prospere. Esto es así porque el Espíritu Santo no puede bendecir nuestra labor; y el evangelismo depende completamente del Espíritu de Cristo.

El poder del evangelismo es el Espíritu Santo. Él envía a los obreros a la mies; Él abre puertas; Él abre el corazón de hombres y mujeres para recibir la Palabra; Él une a los elegidos a Cristo, Él pone hombres en el cuerpo de Cristo como a Él le place. Existe una gran preocupación hoy en los métodos de evangelismo. El hombre trata de descubrir que hará efectivo al evangelismo. El peligro es, no sólo que ellos recurren a métodos que no son bíblicos, sino que ellos también recurren, en materia de misiones, a sus propios recursos—su propia sabiduría, sus propias fuerzas, sus propios inventos. El método del evangelismo es predicar a Jesús, a Jesús crucificado; y lo que lo hace efectivo es el Espíritu Santo. Esta es la profunda doctrina de Pablo en I Corintios 2. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (v. 14). “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (v. 10).

Cristo señaló el lugar indispensable del Espíritu Santo en las misiones cuando, inmediatamente después de haber dado a los apóstoles el deber de ir a predicar en Su Nombre, Él les dio las instrucciones: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Luc. 24:49).

Debemos tener cuidado en no suponer que para un evangelismo efectivo necesitamos millones de dólares, grandes cadenas radiales, formatos de radio pegajosos, producciones televisivas profesionales o guapos y elocuentes predicadores. Una vez, dos hombres de países claramente incrédulos e inmorales, sólo con el evangelio de Cristo pusieron al mundo con los pies para arriba. Una vez, un oscuro monje en el interior de la barbarie alemana habló de la verdad—y dejó caer la Palabra de Dios sobre el mundo entero. El Espíritu Santo es el poder de las misiones. Debemos depender de Él. Debemos rogarle constantemente para que haga nuestro trabajo fructífero. Debemos conscientemente trabajar en su poder.

La Motivación del Evangelismo Reformado

La motivación de la Fe Reformada en evangelismo, generalmente, es que Dios, por Su graciosa elección eterna, tiene una iglesia que se reúne en todo tiempo y en todos los pueblos; y Él quiere reunir esta iglesia por el evangelio.

Específicamente, nuestra motivación es la obediencia, obediencia al mandato de nuestro Señor, Jesús. Él nos dijo que el arrepentimiento y remisión de pecados deben ser predicados en su nombre a todas las naciones; aquí se instala la pregunta. ¿Hay alguna obediencia como la obediencia de la Fe Reformada con este conocimiento de la soberanía de Cristo?

Segundo, tenemos el ferviente deseo de que Dios sea glorificado en toda su creación. Estamos apenados y enojados porque el Nombre de Dios es escondido y profanado en todas partes. Nosotros compartimos algo del espíritu de Pablo en Atenas, aquel espíritu que se agita dentro de él cuando ve la ciudad completamente entregada a la idolatría de manera que no puede hablar de nada más que de uno, el verdadero Dios, el Padre de Jesús (Hechos 17:16 y siguientes). En amor por Dios, nosotros entregamos Su Nombre en todas partes y trabajamos para el establecimiento de iglesias que serán luz en la oscuridad. ¿Puede alguien superar el amor de la Fe Reformada por Dios?

Tercero, nosotros amamos al pueblo de Dios, pueblo que debe ser restaurado, o convertido. Jesús tuvo compasión por los que desmayaban, por las ovejas perdidas que, sin la Palabra, estaban como ovejas sin pastor (Mateo 9:36-38). ¿Lo hacemos? ¿No? ¿Puede un amor ser mas fuerte que el de la Fe Reformada, que reconoce que el pueblo de Dios es amado eternamente por Dios, redimido por la preciosa sangre del propio Hijo de Dios y destinado para la dicha de gloria?

Además existe un propósito de Dios con las misiones, que el impío sea encontrado sin excusa y que el Día de Cristo venga pronto.

La Fe Reformada puede encajar en esta obra con la confianza de la victoria. Las dificultades y enemigos son muchos y poderosos. Está el materialismo y los que se placen en la locura. Está el comunismo y el humanismo. Están las religiones paganas y los cultos. Hay una terrible apostasía en las iglesias cristianas. En el fondo, existe la muerte espiritual en el corazón de cada persona, la ceguera de todas las mentes, la esclavitud de cada voluntad—y el energético trabajo de Satanás para mantenerlo así.

Pero la Iglesia Reformada no se desalienta, no es pesimista. El Hijo de Dios vino, murió, resucitó y está sentado a la derecha de Dios. Todo poder en el cielo y en la tierra es de Él. Nosotros predicamos Su Nombre. Él ciertamente reunirá su Iglesia.

Título Original: “Evangelism and the Reformed Faith

Autor: David J. Engelsma

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