Rev. Ron Hanko
Nuestra pregunta para este tema viene de un amigo de Sudamérica: “Además de que la iglesia es la novia o esposa de Cristo, según Gálatas 4:26 y otros versículos…¿es la iglesia también la madre de los creyentes o de los Cristianos?”
La Escritura no llama con tantas palabras a la iglesia como la madre de los creyentes. Sin embargo, la expresión está, creemos, justificada por las Escrituras. Apoc. 21:9 lo sugiere porque, si la iglesia es la novia de Cristo, entonces se deduce que ella también es nuestra madre.
Isaías 66:10-11 nos exhorta: “Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella; para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones; para que bebáis, y os deleitéis con el resplandor de su gloria”. Jerusalén era un nombre para la iglesia en el Antiguo Testamento y continúa siendo un nombre para la iglesia en el Nuevo (Heb. 12:22-24; Apoc. 21:2). Por lo tanto, Isaías ciertamente está describiendo a Jerusalén como la madre de los creyentes.
El versículo mencionado por nuestro amigo Sudamericano, Gal. 4:26, es el más cercano de todos a una referencia real a la iglesia como nuestra madre: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre”. Aquí nuevamente, en una alegoría, el nombre Jerusalén es un nombre para la iglesia y la iglesia es llamada “la madre de todos nosotros.”
La iglesia es nuestra madre en el sentido de que nos da a luz. No es la iglesia la que nos regenera, justifica y santifica, sino que es a través de su ministerio que Dios realiza Su obra de gracia en nosotros. Así, Pablo llama a los miembros de la iglesia: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gal. 4:19).
La iglesia Cristiana siempre ha reconocido la propiedad de este nombre. El padre de la iglesia, Cipriano, dijo: “Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la iglesia como Madre” (La Unidad de la Iglesia, cap. 6) y Calvino escribió varias veces en sus Institutos sobre la iglesia como la madre de los creyentes. He aquí un par de sus citas famosas:
Comenzaré, entonces, con la Iglesia, en cuyo seno Dios se complace en reunir a sus hijos, no sólo para que puedan ser alimentados por su ayuda y ministerio mientras sean bebés y niños, sino también para que puedan ser guiados por su cuidado maternal hasta que maduren y alcancen finalmente la meta de la fe. “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” [Marcos 10:9 p.], de modo que, para aquellos a quienes Él es Padre, la iglesia también sea Madre. Y esto fue así no sólo bajo la ley, sino también después de la venida de Cristo, como Pablo testifica cuando enseña que somos los hijos de la Jerusalén nueva y celestial [Gal. 4:26] (4.1.1).
Pero debido a que ahora es nuestra intención hablar de la iglesia visible, aprendamos incluso del simple título “madre”, cuán útil, de hecho, cuán necesario, es que debemos conocerla. Porque no hay otra manera de entrar en la vida a menos que esta madre nos conciba en su seno, nos dé a luz, nos alimente en su pecho y, por último, a menos que nos mantenga bajo su cuidado y guía hasta que, despojándonos de la carne mortal, lleguemos a ser como los ángeles [Mat. 22:30]. Nuestra debilidad no nos permite ser despedidos de su escuela hasta que hayamos sido alumnos toda nuestra vida (4.1.4).
Este nombre de “madre” ha sido mal utilizado, especialmente por el Catolicismo Romano que usa el nombre para reforzar su autoridad absoluta. Debido a que la iglesia es nuestra madre, asi piensan ellos, debemos inclinarnos ante su autoridad como nos inclinaríamos ante la autoridad de la Palabra de Dios: sin reservas y sin cuestionamientos. Tal abuso del nombre, sin embargo, se responde fácilmente con un recordatorio de que ninguna madre es una buena madre si no viene con las Escrituras en la mano y cuya autoridad no está fundada en esa Palabra.
Mientras rechazamos los errores del Romanismo, pensar en la iglesia como nuestra madre nos sirve como un recordatorio de algunas cosas importantes sobre la iglesia. Es un recordatorio de la unidad de la iglesia de Cristo en todas las naciones y en toda la historia. Los creyentes tienen una sola madre, aunque la iglesia visible está fragmentada y dividida. Todos nosotros—sin importar nuestro origen, color de piel, nacionalidad, idioma, etc.—no solo tenemos el mismo Padre, sino también la misma madre. Nombres como Jerusalén y Sión son nombres para la iglesia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Gal. 4:24-27; Heb. 12:22-24), y son un ejemplo de esta maravillosa unidad que trasciende el tiempo.
El nombre, madre, nos recuerda a la iglesia y a sus líderes que ella debe ser como una madre para sus miembros, y no como un monstruo tiránico y autoritario. Sirve como un recordatorio a los miembros de que la iglesia es el lugar donde deben esperar ser alimentados, nutridos, consolados, corregidos y guiados (Isaías 66:10-11). No deben apartarse de su lado, a menos que ella, en su manifestación visible, se convierta en una ramera en lugar de una madre. Aunque el nombre Madre no se usa en Apoc. 22:17, la idea de la iglesia como nuestra madre, aquella a través de la cual Dios provee para Sus hijos, ciertamente se encuentra allí: ” Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.
En algunas iglesias, todo el énfasis está en “salvar almas”, pero ¿qué se hace por aquellos que son entonces salvados? La “Madre” iglesia hace poco o nada para alimentar y cuidar a sus hijos. No se dice nada acerca de la membresía de la iglesia a los evangelizados, y aquellos que se convierten en miembros de la iglesia son dejados sin enseñanza y sin guía. Ese mismo énfasis equivocado en “salvar almas” lleva a menudo al descuido de aquellos que han sido miembros de la iglesia durante mucho tiempo, especialmente los ancianos, las viudas, los enfermos y los pobres. Con demasiada frecuencia lleva a descuidar también a los jóvenes. Aunque están bajo el cuidado de la madre iglesia, siguen sin ser enseñados y no es de extrañar que al final sigan su propio camino.
Como nuestra madre, la iglesia merece nuestro respeto, amor y obediencia. Los Cristianos debemos ponernos bajo su cuidado, “manteniendo la unidad de la iglesia; sometiéndose a su doctrina y disciplina; inclinando sus cuellos bajo el yugo de Jesucristo; y como miembros mutuos del mismo cuerpo, sirviendo para la edificación de los hermanos, según los talentos que Dios le ha dado a ellos” (Confesión Belga 28).
Cuando nuestra madre está gravemente enferma, como a veces lo está, no debemos abandonarla inmediatamente, sino que debemos buscar su curación y bienestar, a través de la oración, defendiendo la verdad y, si es necesario, la reforma de la iglesia. Con demasiada frecuencia, aquellos que no pensarían en abandonar a su madre natural, renuncian a la iglesia madre cuando ella está enferma y no alcanza el estándar de salud espiritual establecido por la Palabra de Dios.