Rev. Cornelius Hanko (sin fecha)
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Rom. 8:14)
¿Eres un hijo de Dios? Se que esta pregunta es muy personal, pero es así como debe ser. No te la sacudas con la vaga respuesta de “yo espero”. No te contentes con una falsa satisfacción, tratando de convencerte a ti mismo diciendo “¡Claro que soy!, fui nacido de padres cristianos, crecí en la iglesia y fui bautizado, hice una confesión de fe; atiendo la iglesia, etc.” No, la pregunta es, ¿Eres de verdad un hijo de Dios? ¿Estas conciente de esto cada momento de tu vida? ¿Eres feliz de ser eso? ¿Es evidente `para aquellos alrededor tuyo que eres eso y nada mas? ¿Te regocijas en ese bendito privilegio?
Uno de los principales beneficios del Pentecostés, es el hecho de que somos hijos de Dios por el Espíritu en un sentido mas rico que la iglesia del antiguo pacto experimentó.
El capitulo ocho de Romanos, como bien lo sabes, es la canción de victoria de Pablo. A través de este capítulo, se regocija en las bendiciones de los santos y la seguridad eterna de su salvación. Y así, explica el tema de diferentes puntos de vista, siempre asegurándonos de las riquezas y bendiciones de nuestra salvación.
Esto es tan evidente a través del texto. Pablo comienza con el enfático “todos los que”. Ahora, esto significa antes que nada, solo ellos, nadie más. Pero en segundo lugar, significa, cada uno de ellos, ninguno excluido. Y después continúa diciendo que todos los que son guiados por el Espíritu de Dios – aquellos específicamente, y cada uno de ellos – pueden estar seguros que son hijos de Dios. ¿Tu lo estas? ¿Eres un hijo de Dios? ¿Eres guiado por el Espíritu de Dios? Para tener esa seguridad y ser fortalecidos en ella, escuchemos esta palabra de Dios.
Guiado por el Espíritu
- El Espíritu que Guía
- La Guianza del Espíritu
- La Seguridad Eterna
I. El Espíritu que Guía
Además de ser la canción de victoria de Pablo, este capítulo es único en cuanto a que nos dice mucho acerca del trabajo del Espíritu Santo en nuestros corazones. A través de este capítulo, el Espíritu Santo es mencionado una y otra vez, a veces como el Espíritu de Dios, a veces como el Espíritu de Cristo, y también como el Espíritu de adopción.
En nuestro texto, Pablo se refiere al Espíritu como el Espíritu de Dios. Este enfatiza el hecho de que el Espíritu es Dios. Varias veces, casi sin pensar, consideramos al Espíritu como un poder. O si, es un poder trabajando en nuestros corazones, pero creemos lo consideramos como solo un poder. Y esto es terriblemente erróneo, especialmente porque fallamos en realizar la importancia de Su presencia en nuestros corazones.
El Espíritu Santo es Dios. Es uno con el Padre y el Hijo. El posee, todos los atributos divinos. Es eterno, soberano, inmutable, santo, recto, amor, verdad, y gracia – si, todo eso es Dios. El piensa y desea, habla y trabaja como Dios. Eso simplemente significa que es Dios viviendo en nosotros, haciendo nuestros corazones Su lugar de habitación. Y es especialmente desde este punto de vista que el apóstol Pablo nos habla del trabajo del Espíritu Santo en nuestro texto.
Esto, claro, implica que este Espíritu Santo es también el Espíritu de Cristo. Cuando Cristo ascendió al cielo, El recibió ese Espíritu Santo del Padre. El Espíritu vino a El para hacer su obra en el cielo, particularmente para reinar sobre todas las cosas, para orar por nosotros, y bendecirnos como mediador en el cielo. Con el Espíritu Santo, Dios otorga a Jesús, todas las bendiciones de nuestra salvación. Y por el Pentecostés, Cristo derramó Su Espíritu sobre la iglesia como el Espíritu de nuestro resucitado y exaltado Señor. Si, Cristo regresa a vivir en nuestros corazones a través de El.
Pero especialmente en el verso que sigue inmediatamente, este Espíritu es también llamado el Espíritu de adopción. Esto nos recuerda lo que Pablo escribió a los Gálatas: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gal. 4:6). No nos convertimos en hijos solo después de que el Espíritu entra en nuestros corazones. No, somos hijos, incluso desde la eternidad. Y es a los hijos que Dios manda Su Espíritu, solo porque somos hijos.
Viene a asegurarnos de nuestra adopción. Porque los papeles de la adopción han sido hechos en la eternidad, y han sido sellados hace mucho tiempo con el sello de la sangre de Cristo en la cruz. Esa adopción es uh hecho establecido, pero ahora el Espíritu viene a asegurarnos a esa adopción. No, hace más aún. El nos adopta. No solo nos da seguridad que somos adoptados, pero nos da todos los derechos y privilegios de hijos en la casa. Nos hace hijos, para ser herederos, y eternamente permanezcamos hijos en la casa de Dios. El es, en todo el sentido de la palabra, el Espíritu de adopción.
Ahora que el Espíritu guía aquellos que son hijos, Pablo usa un ejemplo. Este ejemplo es un camino que nos lleva a cierta meta, y hay una guía que nos acompaña y nos guía siempre hacia adelante, hasta alcanzar nuestra meta. Este es el ejemplo.
Y el significado es obvio. Hay un camino, y solo uno, que lleva a la vida eterna. Este es el que Jesús le llama el camino angosto, en comparación con el camino ancho que lleva a la destrucción. Para llegar al camino angosto, y permanecer en el, necesitamos un guía. Y el Espíritu Santo es ese guía. Camina junto a nosotros, y nos dirige todo el camino para llevarnos a la gloria, hasta la vida eterna. Desde el momento que comienza a trabajar en nosotros, hasta nuestro último día, hasta el último aliento, El es nuestro guía.
Debe ser entendido que El no camina junto a nosotros. Él esta en nosotros, en nuestros corazones. Eso hace gran diferencia. No es un poder fuera de nosotros. Pero un poder dentro de nosotros, Dios Todopoderoso esta trabajando en nosotros. ¿Que mas? No nos muestra el camino y nos deja esperando que caminemos en el, pero Su poder controlador en nuestras vidas nos mantiene en ese camino. No, el no nos obliga, nos impulsa. El trabaja en nosotros de tal manera que sinceramente estamos dispuestos a caminar en ese camino que lleva a la vida, que nunca lo abandonemos, y que también alcancemos la meta de vida eterna que ha puesto delante de nosotros.
II. La Guianza del Espíritu
Es sumamente importante que veamos este trabajo del Espíritu en nosotros un poco más de cerca, ver como opera en nuestras vidas, e incluso saber cierta manera que está trabajando en nuestras vidas.
Antes que nada, Pablo hace una comparación en el texto entre un amo de esclavos y el Espíritu Santo. Un amo, lleva a sus esclavos; el Espíritu dirige a los suyos, Sus hijos. El apóstol escribe, “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor…” (Rom. 8:15). Pablo nos enseña que el Espíritu que está en nosotros, no es un Espíritu que nos pone en esclavitud debajo de El como esclavos. Pero Pablo nos dice mas que eso, “no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor”. Una vez, tuviste un poder como ese en tu vida, pero no más, no es así como trabaja el Espíritu Santo.
Lo que quiere decir Pablo, es esto. Cuando estábamos en nuestros pecados, estábamos bajo la esclavitud del pecado y muerte. El pecado es un cruel tirano, que esclaviza a sus víctimas. Enreda a sus esclavos en las trampas del pecado, para que no puedan escaparse. Los guía de un pecado a uno mayor. Porque el pecado es un reproductor de pecado, y aquel que peca, se convierte en su esclavo. El resultado de todo esto es muerte. A menos que Dios sea misericordioso y nos rescate, no hay escape. Nos volvemos tan esclavos al pecado que toda nuestra mente, corazón, alma, mente y cuerpo, están involucrados. No hay escape. Estamos perdidos sin esperanza. ¡Estamos de camino al infierno bajo el juicio de un Dios airado! ¡Que cruel tirano es el pecado! Y como todos sabemos por experiencia propia, nos llena de miedo.
Pero el Espíritu Santo no nos trata como un tirano. El es, no lo olvidemos, el Espíritu de adopción. El nos ama, trabaja en nosotros por amor. El es Dios, quien es un Padre misericordioso y compasivo para con nosotros. No nos lleva. Nos atrae y guía hacia El, de manera que todo temor y terror sea desaparecido y veamos con anhelo la gloria que ha preparado para nosotros. El Espíritu siempre guía.
En segundo lugar, recordemos que su guianza toma lugar durante toda nuestra vida, desde el momento de nuestra regeneración hasta el momento de nuestra glorificación. Es el Espíritu Santo que nos hace espirituales y con una mentalidad celestial, buscar las cosas eternas. Incluso nos hace nuevas criaturas, que espontáneamente se vuelven a Dios por nuestra vida. Clamamos a El, lo deseamos, aprendemos a confesarlo como nuestro Dios.
Así que esa guianza, como lo dijo el apóstol en los versículos que siguen a nuestro texto, es un proceso que crea en nosotros una conversión diaria, una diaria mortificación de las obras de la carne.
Somos deudores, Pablo nos dice. Si, somos deudores. Pero deudores no al pecado. Una vez fuimos deudores al pecado, Éramos victimas voluntarias. Le debíamos nuestra fidelidad, la adorábamos, encontrábamos nuestro deleite en el y no podíamos vivir sin el. La vida no significaba nada a menos que le pagáramos nuestra deuda a el. Y esa deuda solo crecía mas grande cada vez, porque el pecado demandaba mas, y tratábamos aún mas de cumplir esa deuda. Hasta que nos dimos cuenta lo necios que éramos, y que malvado es ser esclavos y endeudados a ese tirano. Ahora no le debemos al pecado nada. ¿Que obligación le tenemos que tenemos que servirle? Absolutamente ninguna. No puede hacernos demandas. Porque tenemos un nuevo poder en nosotros que vence al pecado, el Espíritu de Cristo.
Nuestra deuda es ahora al amor de Dios. ¡A El le debemos nuestros corazones, nuestras vidas, nuestro todo! Y sabemos y confesamos esto de acuerdo a la nueva vida de Cristo en nosotros. Cierto, el viejo hombre aún vuelve al pecado. Y cada vez, el Espíritu aleja Su poder de nosotros por un momento, nos volteamos, volteamos de las atracciones y seducciones del pecado. ¡Que tan rápido nos alejamos del camino angosto y recto que guía a la vida, y nos encontramos de regreso en el camino que lleva a la destrucción.
Lo peor que nos puede pasar, es que el Espíritu se aleja por un tiempo y nos deja en ese camino pecaminoso. Un ejemplo claro es el pecado de indiferencia. Indiferencia espiritual es como una enfermedad que toma control de nosotros, Casi no se ve al principio, pero trabaja como un cáncer mortal. Pronto, la enfermedad se esparce, porque parece ser la enfermedad más contagiosa que hay en el mundo. Se contagia a nuestra familia, a la congregación, y funciona como un medicamento que pone a todos a dormir en fría indiferencia. Después, la predicación de la Palabra se vuelve un sonido hueco, La Santa Cena se convierte en un ritual. No nos importan las cosas espirituales. Incluso nuestra lectura de la Biblia es un hábito y nuestras oraciones son sonidos vacíos. La tragedia es, que aún cuando escapemos, nuestros hijos están siendo llevados por la corriente y nos perdemos en nuestra generación.
Así que necesitamos desesperadamente esa guianza del Espíritu, siempre guiándonos de regreso, limpiándonos, fortaleciendo nuestra fe y santificándonos en una nueva vida santa. Tenemos que matar el trabajo del pecado, y ponernos el trabajo del Espíritu.
Añadamos que, el Espíritu Santo, trabaja únicamente así siempre a través de la Palabra. Cristo es esa Palabra. Y Cristo se ha atado a las Escrituras. Aún más particularmente, Cristo se ha atado a la predicación de la Palabra. No hay voz interna. Así que nuestra laxitud espiritual, normalmente empieza allí. Fallamos en escuchar y obedecer la Palabra que es predicada. Y entonces nos convertimos en anémicos espirituales, enfermos, hasta el punto que la Palabra ya no deja una impresión en nosotros. Y por esa razón necesitamos Su Palabra predicada aún más, su verdad, no solo para nosotros, pero para nuestros hijos y las generaciones que vienen. El Espíritu guía nuestros corazones a través de la Palabra.
III: La Seguridad Eterna
Esto es una seguridad para nosotros. Todos los que son guiados por el Espíritu, éstos son hijos de Dios. “Todos los que” en el original, es el mas enfático. Tiene un doble énfasis. Significa, como dije en un principio, que ellos y solo ellos son hijos. Tu y yo, no podemos reclamar ser hijos a menos que seamos guiados por el Espíritu. Y en segundo lugar, significa, que ellos de seguro – todos ellos – tienen la seguridad de ser hijos.
Esto es cierto. Antes que nada, el Espíritu es el Espíritu de adopción que nos asegura la adopción. Padres adoptivos, se aseguran que la adopción de sus hijos sea legal. Pero también aseguran a esos niños que son suyos. Quieren que sepan sin ninguna duda que pertenecen a sus padres en esa casa, y que todos los privilegios y derechos de los hijos son suyos como si fueran sus propios hijos.
Bien, pues Dios hace eso. Nos asegura por Su Espíritu que pertenecemos a nuestro fiel Salvador Jesucristo, y que todos los derechos y privilegios nos pertenecen. Todas las bendiciones de la salvación son nuestras. Incluso cuando nos alejamos, El continúa siendo fiel. Dice “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvaseal Señor y Él le mostrará misericordia.Buscadmemientras pueda ser hallado, llamadme mientras estoy cerca” .El perdona no una vez, pero cada día nuevo. Continúa guiándonos, limpiándonos y salvando, hasta el día de nuestra muerte.
Pero eso es únicamente cuando somos guiados por el Espíritu. Podemos estar llenos de dudas y temores. Nuestra salvación parece tan incierta. Nuestra seguridad nos falta por completo. Esto es traído gracias al pecado. Es que estamos tan lejos de Dios. Sentimos que Dios está muy lejos de nosotros. Nuestras oraciones están muy frías, sin vida, sin sentido. Dios no parece contestar. Parece que a Dios no le importa. El pecado hace eso también. El pecado siempre trae separación entre Dios y nosotros. La mano de Dios nunca es acortada, pero nuestro pecado se para entre Dios y nosotros que nuestra vida espiritual se convierte durmiente.
Así que tenemos que buscar al Señor en oración. Y buscándolo, debemos volvernos de cada camino perverso. Así descubriremos que aún en eso, es el Espíritu es el que nos guía. Al parecer nos ha dejado, pero no nos ha abandonado. Nos atrae de regreso a Dios, de regreso al trono de gracia y al asiento de misericordia. Siempre, otra vez, experimentamos misericordiosa abundante.
Después experimentamos la bendición de ser hijos. Le llamamos, desde lo mas profundo de nuestras almas “Abba Padre”. En amor nos volvemos a llamarle nuestro Padre. En devoción ponemos confianza renovada en El. En temor le adoramos. En agradecimiento encomendamos todos nuestros caminos a El. Y El nos da paz. Amen.