David J. Engelsma
(Profesor teologícal en las Iglesias Protestantes Reformadas)
Todo pastor sabe cuán seria es la amenaza al matrimonio hoy en día en la iglesia; que el matrimonio está en problemas en el mundo, apenas necesita ser demostrado, pues, muchos viven juntos sin casarse o fornicando promíscuamente, como bestias. Toman al matrimonio con desprecio y muchos otros se divorcian y vuelven a casarse; pero, el matrimonio está también en ataque en la iglesia. Ninguna denominación o congregación está exenta.
El ataque al matrimonio en la iglesia es hecho a través del divorcio. Dos que se convierten en uno en el matrimonio se vuelven a dividir otra vez en dos. Ya sea la esposa deja al marido o el esposo abandona a su esposa, o llenan el archivo para un divorcio legal. Más y más todos los miembros de la congregación se dan cuenta de la amenaza al matrimonio en la iglesia, porque compañeros miembros están obteniendo el divorcio, cosa que no se escuchaba ni se pensaba. Solo el pastor sabe cuanto más peligro hay detrás del escenario, mientras que los problemas en el matrimonio ni son sospechados por los miembros de la iglesia.
Cada pastor también sabe cuán enredados y horribles se vuelven algunos matrimonios debido a los pecados del esposo y de la esposa. Estos son matrimonios de la iglesia. A pesar de que viven juntos, por lo menos bajo el mismo techo, algunos esposos y esposas pecan de tal manera en contra del otro por un período de tiempo tan largo que su matrimonio es una burla a los lazos de unión y placer descritos en la Escritura; ya sea el esposo es un bruto, frío, sin sentimientos que gobierna tiránicamente, o la esposa está siempre peleando y constantemente contradiciendo a su esposo. O si no cada cual se va por su lado.
Todo pastor siente en su difícil trabajo con los casados, que la única vía posible es el divorcio, eso sería de hecho un acto de misericordia el aconsejarles que se divorcien ¡Ay de él! si es que sigue sus sentimientos en lugar de la palabra de Dios, pero esto es lo que él siente. Lo que dice en este panfleto acerca del divorcio no puede ser atribuido a la ignorancia del escritor, acerca de cuán complicadas las situaciones matrimoniales pueden ser en la iglesia: tirantes y hasta rompen los lazos del matrimonio.
Aunque el pecado complica el asunto, la Palabra de Dios nos dá clara instrucción concerniente al matrimonio y al divorcio. En efecto, la verdad es tan simple que hasta un niño puede entender. La Palabra tiene mucho que decir acerca del matrimonio, porque el matrimonio es importante. Lo que dice es claro. La Palabra habla claramente de cada aspecto del matrimonio: su origen e institución, su naturaleza, su propósito; y cómo debemos vivir juntos. Ninguna persona casada será capaz de apelar a la ignorancia para violar al matrimonio. Ninguna iglesia podrá ser capaz de recurrir a la oscuridad de las Escrituras para excusar los puntos de vista errados acerca del matrimonio y del divorcio.
Debemos dejar que las Escrituras gobiernen. Debemos inclinarnos ante ellas en lo que respecta al matrimonio. Como protestantes nuestra confesión es: solamente la escritura. No nuestros sentimientos; no nuestras circunstancias, ni siquiera nuestras “tiernas misericordias”, pueden ser determinantes aquí, pero tan solamente la Palabra. El objetivo para la iglesia en lo que respecta a su significativo papel en la defensa del matrimonio es esta: Hablará ella la palabra de Dios y disciplinará de acuerdo a la palabra, o ¿no?
¿Qué nos enseñan las escrituras?
La Prohibicion Biblica del Divorcio
El matrimonio es una institución de Dios. Dios estableció el matrimonio al sexto día de la creación, cuando él hizo a la mujer del hombre y le dió a ella al hombre como su esposa (Gen. 2:18-25; cf. Ef. 5:31). Debido a que ha sido instituido por Dios, el matrimonio está sujeto a la voluntad de Dios. El matrimonio no es solamente un arreglo humano que se hace, se rompe y se ajusta a nuestra conveniencia, pero la voluntad de Dios que gobierna al matrimonio fué revelado en la misma institución por sí misma en el principio. Repetidamente, Cristo y los apóstoles derivan su enseñanza sobre matrimonio, desde esa institución original. Cuando los Fariseos le preguntaron a Jesús en Mateo 19 si es correcto divorciarse por cualquier razón, el contesta “¿No habéis leído que él los hizo al principio, varón y hembra los hizo …?” cuando después de un momento ellos mencionaron el desvío de la Ley del matrimonio en el Antiguo Testamento (el permiso al divorcio de Moisés), la respuesta de Jesús es: “Pero desde el principio no era así.” La preocupación de Cristo por la institución original del matrimonio es celo por Dios. El no responde las preguntas del matrimonio, de manera que le favorezcan al hombre, pero con la determinación de agradar a Dios.
En el principio, Dios hizo el matrimonio como un lazo de la más íntima relación de amor entre una mujer y un hombre. Los dos se vuelven una sola carne. Tal es la declaración de Dios en Gen. 2:24 citados por Pablo en Ef. 5:31. Existe una unión corporal en la relación sexual, pero también una unidad de espíritu, las personas casadas comparten una vida. El Señor Jesús enfatizó esto en Mateo 19:6, “Así que ya no son más dos, sino una sola carne.” No debemos pensar de las personas casadas como dos, sino como uno. Esta unión de los dos, del hombre y la mujer, es obra de Dios en cada matrimonio. En el matrimonio, Dios une a dos personas (Mat. 19:6). A pesar de que existe un aspecto realmente exclusivo en la intimidad de un matrimonio basado en Dios, tal el caso de dos creyentes, Dios une a dos personas como una carne también en el mundo. El matrimonio es una institución de Dios. En la creación, como los gobiernos, cuando dos personas utilizan esta institución, están unidas por Dios. Por lo tanto de acuerdo a I Cor. 7:12-17, el matrimonio de un creyente con un no creyente es un matrimonio válido que deberá mantenerse. Un esposo y su esposa experimentan y expresan la intimidad del matrimonio como un amor y una comunión únicos.
El matrimonio es una relación de por vida. Esto está comprendido dentro de la institución: un hombre y una mujer se convierten en una sola carne. Debido a que el matrimonio es una unión efectuada por Dios, el hombre no puede ni debe “separarse.” Solamente Dios debe y solamente Dios puede dividir lo que El ha unido. Dios hace esto con la muerte “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido no será adúltera” (Rom. 7:2-3). I Cor. 7:39 enseñan la misma cosa: “La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor.” Por una buena razón, en los papeles de matrimonio (hasta ahora último), hacían que la pareja haga el voto de tomar el uno al otro como esposa o esposo “hasta que la muerte los separe.”
En armonía con la verdad del matrimonio, las Escrituras prohíben el divorcio. El divorcio es pecado. La infidelidad de un hombre o de una mujer, por ejemplo, el odio por su pareja produce rebeldía hacia el Dios que los ha unido en matrimonio. Esta es la doctrina radical de Cristo en Mateo 19. Cuando los Fariseos le preguntaron si un hombre debería repudiar a su mujer por cualquier causa, su respuesta fue: ¡No, al divorcio! “¡Que el hombre no los separe!” La tolerancia al divorcio por Moisés fue debido al corazón duro de los Israelitas y el divorcio no deberá ser permitido por más tiempo. El pecado que un hombre comete cuando se divorcia de su esposa es que él hace que su esposa se vuelva adúltera (Mat. 5:32). El la expone a ella a una relación adúltera con una tercera persona.
Aún la separación está prohibida. Una esposa no debe dejar a su esposo (I Cor. 7:10) ó el esposo a su esposa, ni siquiera aún cuando su pareja sea no creyente (I Cor. 7:2-12ff.). El matrimonio es una comunión: los dos deben vivir juntos, no solamente deben vivir juntos bajo un mismo techo, pero deben vivir juntos sexualmente: “Dejar que el marido cumpla con su esposa el deber conyugal (literalmente, “la deuda”): asimismo, la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido, ni tampoco tiene el marido potestad sobre su cuerpo, sino la mujer: no os neguéis el uno al otro …” (I Cor. 7:3-5).
Existe una excepción en la Escritura a la prohibición del divorcio. Más propiamente a la “fornicación.” De acuerdo a Mateo 5:31-32, un hombre no peca si es que él deja a su mujer porque ella vive en adulterio con otro hombre. Esto demuestra la gravedad del adulterio. Muchas personas se lo toman de manera ligera. Se hacen bromas acerca de ello. Es como un juego para los hombres que se distraen con las películas, revistas y novelas que presentan al adulterio, como una manera de vida atractiva y aceptada. Una cosa que es tan destructiva de la unión del matrimonio golpeando justo el corazón de la institución y divide a dos, hasta el extremo de que la habilidad y el llamado para vivir juntos desaparecen: esto es el adulterio. Aparte de ésto no existe causa para el divorcio, no existe la crueldad mental o incompatibilidad, una mala esposa o un esposo miserable, nada. En el matrimonio nos tomamos el uno al otro (como los papeles indican): “Para bien o para mal, en riqueza o pobreza, en salud y enfermedad.”
Guardando la doctrina del matrimonio así como la prohibición del divorcio, la Palabra también prohíbe casarse nuevamente mientras uno de los esposos (el original) aún vive. Esta es la implicación de la institución del matrimonio. Un hombre y una mujer están unidos por Dios como una sola carne, por vida. Sólo Dios disuelve esta unión y eso lo hace con la muerte. Mientras los dos viven en esa unión, no dá lugar para una tercera persona. Cuando las iglesias hoy en día dan ejemplos de permisos para casarse de nuevo a través de la historia de la iglesia, nos preguntamos con toda seriedad “¿Qué significaba la regla de en el principio?”
El Nuevo Testamento hace explícita la enseñanza que está implicada en la institución del matrimonio. Esto ya está señalado en los pasajes anteriormente citados de Rom. 7 y I Cor. 7: Las personas casadas están unidas la una a la otra por vida; sólo la muerte termina este lazo, de manera que se puedan casar con otro. El matrimonio con otra persona, antes de la muerte de su pareja produce un adúltero o adúltera.
Otros tres pasajes nos hablan directamente del nuevo matrimonio (Marcos 10:11-12; Lucas 16:18; I Cor. 7:10-11). Los dos primeros pasajes están absolutamente calificados para condenar el nuevo matrimonio como adulterio: Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada del marido, adultera (Lucas 16:18). En I Cor. 7:10-11 después de que Pablo le dice a la esposa que no deje a su esposo, él ve la posibilidad de que ella lo tenga que dejar de cualquier manera; en tal caso él dice: “Que se quede sin casarse o reconcíliese con su marido.”
Pero qué del nuevo matrimonio de uno que se divorcia de acuerdo al punto bíblico del adulterio? Un pasaje en toda la escritura, parece a primera vista permitir el nuevo matrimonio de alguien divorciado con el pretexto de la fornicación y es el que está en Mateo 19:9, “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”. Si esta fuera la interpretación correcta del texto, existiría una y solamente una razón para el nuevo matrimonio. El adulterio de la otra persona, “la persona inocente” quedaría libre para casarse con otro. Sin embargo, existe una poderosa evidencia bíblica para demostrar lo contrario. En las Escrituras está el testimonio de que solo la muerte disuelve el lazo del matrimonio. En cualquier otra parte de la Biblia existe la prohibición desautorizada de casarse nuevamente. Y así está en la última parte de Mateo 19:9. La última parte del texto indica que la unión de la mujer divorciada no bíblicamente, y cuyo esposo se volvió a casar está en una unión adúltera. El Señor indica expresamente que la “parte inocente” no debe volver a casarse. La cláusula de excepción en Mateo 19:9 (“Excepto por fornicación”), tiene la intención de calificar sólo la prohibición del divorcio, en perfecta armonía con el hecho de que el Señor está respondiendo a la pregunta de los Fariseos, concerniente a la legitimidad del divorcio (cf. v. 3).
Las Escrituras simplemente esbozan los límites. El matrimonio es una unión por vida; el divorcio está prohibido, excepto en el caso de la infidelidad sexual de la pareja. El casamiento de nuevo está prohibido hasta que la muerte los separe. Estas líneas hacen un camino angosto al Reino, para hombres y mujeres en lo que respecta al matrimonio y no es ninguna sorpresa que sólo pocos lo encuentren. Pero éste es el camino hacia el Reino; ningún adúltero podrá entrar. Esto es lo que la iglesia tiene que predicar en público y en privado, y cuando lo hacemos, estamos defendiendo al matrimonio de todos los asaltos al mismo hoy en día.
El Llamado de la Iglesia a Defender el Matrimonio
La iglesia debe condenar agudamente el divorcio y en terminos que no sean dudosos, y con ello, la consecuencia del nuevo matrimonio. Ahora es el tiempo de que la iglesia llame al divorcio lo que es: pecado. Hoy en día mucha gente y aún muchas iglesias tienen cosas bonitas para decir en defensa del divorcio. Lo excusan. En realidad, se debe al amor: tal y tal persona ya no ama a su esposo y se enamoró de otro hombre. Pero la iglesia en su predicación debe adoptar la actitud y juicio de Dios en lo que respecta al divorcio: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio” (Mal. 2:16).
El divorcio es la desobediencia a la ley de Dios y un acto de violenta rebelión hacia su institución del matrimonio. Es odio hacia Dios.
Es también odio hacia la pareja de uno y a sus hijos. En lugar de dejar al esposo por otro hombre, sería mejor que una esposa lo mate a él y a sus niños. El divorcio causa cruel sufrimiento, es la destrucción de la pareja y de la familia. Dios lo llama deslealtad, en Malaquías 2: “Y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” (v. 15). Un hombre vive con su esposa por años, ella le dá niños, cuida de él y sufre con él en los momentos duros de la vida. Luego cuando ambos son mayores él la deja a ella por una mujer más joven y bonita. Esto es deslealtad. El pecado en contra de la pareja cometido por el hombre o mujer que se divorcia o abandona es que está exponiendo a la otra persona a la tentación del adulterio. Esta es la condenación de Cristo hacia el divorcio en Mat. 5:32: “Quien repudia a su mujer … hace que ella adultere …” Nosotros fuimos hechos con necesidades; necesidades sexuales y de compañía; el hombre que se divorcia de su esposa es responsable de ponerla a ella en circunstancias en las que ella pueda pecar, haciendo así que vaya hacia la amenaza de la condenación. Este no es el comportamiento del amor.
La onda del divorcio que se mueve por todo el mundo y por las iglesias hoy en día no se debe en la mayor parte a complicados factores psicológicos tales como “mi esposa no me comprende,” por el contrario la causa es el deseo desordenado: “Los sacié y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo” (Jer. 5:7-8). Si la iglesia odia el divorcio y lo condena, ella disciplinará al culpable. Ella excomulgará al hombre que se divorcia de su esposa, y también excomulgará a la mujer que abandona a su esposo por su vecino. En el Antiguo Testamento, Israel tenía que matar al adúltero y a la adúltera; hoy en día, es necesario que la iglesia los ponga fuera del reino de los cielos y que lo que sea atado en la tierra, será atado en el cielo. Existe siempre la posiblidad del arrepentimiento; en realidad, el arrepentimiento es la meta de la disciplina; pero este arrepentimiento debe incluir la ruptura con el pecado; por ejemplo, romper una relación adúltera y regresar con la pareja. Si la iglesia condena el divorcio con la boca, pero permite seguir a la persona en compañerismo, es hipocrecía. Tales comportamientos de libertinaje no harán bajar la ola del divorcio, tampoco enseñarán a otros a temer o a defender al matrimonio.
En nuestras misiones debemos predicar el desatino del pecado marital y la desobediencia de la gente y llamarlos al arrepentimiento, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:20). En su oposición al divorcio, la iglesia está en favor del matrimonio, ella defiende y promueve el matrimonio entre los santos. Ella odia el divorcio, porque ama el matrimonio. Dice “No” al divorcio y dice “Sí” al matrimonio. Digan lo que digan aquellos que toleran el divorcio no bíblico y permiten un nuevo matrimonio, vienen de parte de los que atacan al matrimonio en nuestros días.
La oposición total de parte de la iglesia al divorcio tiene resultados prácticos en la congregación. Si se abre la puerta al divorcio solo un poquito, la gente se apresurará a ir por ahí, porque es más fácil el divorciarse que arrepentirse, confesar, perdonar y reconciliarse. Mantengamos la puerta cerrada tan fuerte como lo hizo el Señor, y los santos con problemas maritales se darán cuenta que la única salida es la reconciliación y ellos se esforzarán por reconciliarse. Por lo tanto, el fruto de la oposición al matrimonio serán hogares sólidos y más estables y muchas bendiciones para la iglesia, las personas casadas, sus hijos y bisnietos.
La iglesia tiene una razón especial para proclamar y defender el matrimonio; al hacer esto ella testifica acerca del evangelio. La verdad del matrimonio es parte importante no sólo de la doctrina de Jesús que El nos ha comisionado para enseñar a guardar esto en todas las naciones (Mat. 28:19-20), pero el matrimonio por sí mismo es el símbolo de la relación del mutuo amor entre Cristo y su iglesia, el símbolo del pacto de gracia.
Efes. 5 nos enseña esto: Del verso 22 en adelante, el Espíritu Santo indica el comportamiento de la esposa hacia su esposo, de la manera que la iglesia se comporta con Cristo; y al hombre a comportarse con su esposa como Cristo lo hace con su iglesia, porque el matrimonio es el cuadro primario de la relación espiritual o un lazo entre el Novio celestial y Su esposa. Esto se puede observar en el verso 32. El verso 31 cita la palabra de Dios acerca del matrimonio en Gen. 2:24, con palabras que enfatizan que el matrimonio es una unión íntima: “Y los dos se harán una sola carne.” Después Pablo dice: “Este es un gran misterio.” Cuál es el misterio? Nosotros responderíamos: es un matrimonio humano y terrenal. Pablo dice No: “Porque yo estoy hablando en lo referente a Cristo y a la Iglesia.” La realidad del matrimonio es la relación íntima del pacto de Cristo y la iglesia; debido a que el matrimonio, mi matrimonio, el suyo, la institución del matrimonio, es un símbolo de Cristo y la iglesia.
En este matrimonio real, un Hombre, Cristo y Su esposa, la iglesia elegida, están tan unidos por la maravillosa gracia del Espíritu Santo que dos se vuelven uno: Cristo es la Cabeza y nosotros somos el cuerpo. Existe una unión inseparable, irrompible. Cristo nunca se divorcia de nosotros, mucho menos toma a otra. Por el poder de su amor tan eficaz, la iglesia nunca lo deja, se dá así misma a El y lo desea solamente a El. Su canción de amor es: “Solo Cristo.” Por la gracia de Dios este pacto se caracteriza por la fidelidad, fidelidad que nace del amor y sirve a los intereses del amor.
Esto restringe a la iglesia en su doctrina del matrimonio. Al escuchar el evangelio del amor fiel (y al experimentarlo), ella también predica y defiende la fidelidad en el matrimonio. Donde el evangelio del pacto fiel de gracia está perdido, el cuadro también está corrupto. En la historia de Israel, las dos cosas sórdidas siempre se encontraron juntas. Israel se fue prostituyendo fuera de Jehová, siguiendo a los ídolos, y los esposos y esposas Israelitas cometían adulterio.
No piensen por ningún momento que esto implica que la iglesia no tiene ojos por la felicidad de los santos o que le falta compasión por el pecador, pero la compasión por el pecador nunca deja que éste continúe en pecado. Lo llama de regreso. Muchas veces llama al pecador a una acción dolorosa. Por ejemplo, el señor dijo: “Vende todo lo que tienes … y sígueme …” pero el amor llama imperiosamente al pecador a que deje el pecado. Tampoco la iglesia carece de sentimientos o es dura al condenar el divorcio. Por el contrario, en el amor de Cristo, la iglesia busca la genuina felicidad de los santos. El divorcio significa ruina y miseria ahora y eternamente. El matrimonio, aún uno difícil, significa alegría y por sobre todo y en cualquier caso, es el conocimiento de la aprobación de Dios.
El Llamado de Los Santos a Apoyar el Matrimonio
Como pilar y fundamento para la verdad, la iglesia está llamada a mantener el matrimonio. Pero así también tiene que hacerlo cada creyente. El hombre o la mujer para quien la verdad del matrimonio significa sacrificio, sufrimiento y pérdida quizás de toda su vida, aún así está llamado a apoyar el matrimonio. Existen tales santos, hay hombres que son malamente abandonados, que deben vivir solos todas sus vidas. Existen mujeres cuyos maridos no pueden funcionar como hombres en el hogar, debido a un accidente o enfermedad. Existen mujeres y hombres con parejas miserables, éstos están llamados a llevar sus cargas y sufrir por amor a Cristo. La palabra de Dios y las instituciones de Dios no cambian para amoldarse a nuestras circunstancias. Cada creyente debe estar listo para negarse a sí mismo y sufrir la pérdida de esposa é hijos por amor a Cristo. Si uno no está listo para hacer esto, él no es discípulo de Jesús. Las iglesias hoy en día están haciendo todos los esfuerzos para hacer de la Cristiandad una religión fácil. No lo es. Cristo expresamente dijo que su doctrina del matrimonio significa que algunos se harán eunucos por amor al reino de los cielos (Mat. 19:12). La gente de Dios en tales circunstancias, obtendrán la gracia para hacer lo que Dios requiere de ellos. De esta manera ellos apoyan al matrimonio, ellos son testigos de la fidelidad de un matrimonio verdadero. La fidelidad no es fácil en la relación del pacto entre Cristo y la iglesia. Para Cristo significó la muerte; para nosotros significa tribulación.
Cada persona casada está llamada a mantener el matrimonio, especialmente en estos días en que el matrimonio está siendo socavado. Esto lo hace él, viviendo de una manera activa, energética, viviendo con su pareja desde el primer día del matrimonio de la manera descrita por la palabra de Dios, la Santa Escritura, por ejemplo, de acuerdo al patrón de Cristo y la iglesia. Es un error suponer que todo lo que interesa es que no nos divorciemos. El esposo debe amar a su esposa día tras día, después de que el romance con ojos estrellados se ha terminado, con un amor que nutre y que aprecia (Ef. 5:25ff.). Vive con ella, dice la palabra (I Ped. 3:7), vive toda tu vida a través de tu esposa (I Cor. 11:12), sé comprensivo (I Ped. 3:7), que no haya independencia, ni tiranía, ni amargura (Col. 3:19) como Cristo se comporta con su iglesia …
La esposa debe someterse y obedecer, reverenciando a su esposo (Ef. 5:22ff.); ella vive su vida como “ayuda” de su esposo, esta es su vida (Gen. 2:18). Su única pregunta es: Cómo puedo agradar a mi esposo? (I Cor. 7:34). No existe rebelión, ni insubordinación, desobediencia o irritamiento, tampoco existe ninguna independencia; por ejemplo: que la mujer viva cierta parte de su vida “a su manera,” “haciendo lo que ella quiera,” hallando realización aparte de su esposo. ¿Vive la iglesia alguna parte de su vida independientemente de Cristo? El momento que lo hacemos, encontramos “realización” con algún otro dios, esto es lo que les sucede hoy en día a muchas esposas, ellas terminan “realizadas” en los brazos de otro hombre. La “liberación” femenina es un movimiento diabólico, anticristiano de principio a fin. Ningún cristiano puede estar de acuerdo con esto.
Viviendo de esta manera el uno con el otro, el marido amando y la esposa sometiéndose, la pareja de casados simplemente deja fuera la posibilidad del divorcio. Para el esposo, el amar a su esposa ciertamente significa que él no se va a divorciar de ella; para ella, someterse, significa que no se va a ir ni abandonarlo a él. Por otra parte, cuando él ama y ella se somete, ellos se unen más; la intimidad se vuelve más profunda y la felicidad del matrimonio se enriquece. El pensamiento del divorcio nunca pasa por sus cabezas.
Debemos trabajar en nuestros matrimonios. Es bastante extraño que a menudo devotemos nuestra energía a otras cosas, que son menos importantes que nuestro matrimonio, y permitimos que nuestro matrimonio se arrastre lo mejor que pueda.
En los momentos de problema (y ningún matrimonio está completamente libre de problemas ya sea debido a la reserva del esposo, ó a que la esposa esté importunando, ó a la relación sexual), los santos que están casados deben recordar que existe sólo una posibilidad: la reconciliación a través del arrepentimiento, confesión, perdón, remosión del pecado que divide, y viviendo de manera correcta. El divorcio no es una opción! Ellos también deben recordar que Dios los ha unido. Una pareja puede llegar al punto de sentir que han cometido un error. No importa; Dios no comete errores. El le dá a cada hombre su esposa, como El lo hizo en el caso de Adán. Existe ayuda para matrimonios con problemas sólo en Cristo. Cristo utiliza a los pastores para dar esta ayuda. A pesar de que no es fácil para la pareja hablar con el pastor y tampoco es agradable para el pastor trabajar en esta tarea, es necesario que esto sea hecho.
Las personas casadas también apoyan al matrimonio enseñando a sus hijos acerca del mismo. Ellos hacen esto con su propio ejemplo y también por instrucción. Una buena parte del libro de Proverbios es la instrucción simple de los padres y es una prevención a sus hijos en lo concerniente al matrimonio, fornicación, la mujer extraña, sexo y vida de hogar. Los padres también son responsables ante Dios de vigilar el noviazgo y la elección de una pareja para el matrimonio de sus hijos.
El llamado a mantener el matrimonio se extiende finalmente a los jóvenes solteros de la iglesia. En una gran extensión, la batalla se pierde o se gana el día que uno se casa. Si él se casa con una compañera creyente “una hermana” de acuerdo a I Cor. 9:5, con la cual él es uno en el Señor, y si se casan conscientemente “en el Señor,” todo irá bien. Ellos aún estarán sujetos a muchos “problemas y aflicciones” como lo indican nuestras cláusulas de matrimonio, pero ellos tendrán asistencia y serán guardados por la gracia de Dios.
Cuando los jóvenes están de novios y consideran casarse, es bueno que tengan en mente que el matrimonio no es un juego sexual, pero una institución divina que simboliza el pacto de Jehová y está celosamente defendido por un Dios santo. Hagámosles recuerdo que el matrimonio es por vida. Con este sentido de tal solemnidad (que de ninguna manera excluye el júbilo) dejémosles que se casen. Este es el trabajo de los santos. Lo hacemos sólo por gracia, de buena voluntad y alegremente, como gratitud a Dios por su fidelidad en el pacto en Cristo. Lo hacemos con el propósito de obedecer y glorificar a nuestro glorioso Esposo, Jesús. Y lo hacemos de tal manera que nos regocijemos en las bendiciones del matrimonio y de la familia: “Tu mujer será como vid fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová” (Sal. 128:3- 4).
Si tiene alguna pregunta acerca de lo que usted a leído o si desea aprender más sobre esta tema, escríbanos y pida más información.
Primera Iglesia Protestante Reformada
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Publicado en inglés por la Primera Iglesia (PR) en Grand Rapids, Michigan, USA
Traducción en español por Paula Meagher para la Primera Iglesia (PR) en Holland, Michigan, USA