Reverendo Ron Hanko
Un lector ha preguntado: “Jesús tiene dos naturalezas… Sabemos que María es la madre de Jesús (siendo hombre), pero ¿es María también la madre de Dios (porque Cristo es divino)?”
La dificultad para responder a esta pregunta gira en torno a la gran verdad bíblica de que Jesús, con sus naturalezas divina y humana, sigue siendo una sola Persona y que Él es, personalmente, la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo eterno y unigénito de Dios.
La pregunta es si podemos atribuir a la Persona divina, cosas que son verdaderas de Él como hombre. La Biblia hace esto en Hechos 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”, donde la Escritura, en efecto, llama a la sangre de Cristo la sangre de Dios. Sabemos que Dios no tiene sangre, ni “cuerpo, partes o pasiones” (Confesión de Westminster 2:1), sin embargo, la sangre humana de Cristo se le atribuye personalmente y se le llama la sangre de Dios. Esto parecería justificar que se llame a María la madre de Dios (en griego: theotokos o portadora de Dios).
María, todos entendemos, no es la madre de la naturaleza divina de Jesús, la madre de Dios, en ese sentido. De acuerdo con Su naturaleza divina, Él es eterno, no tiene padre o madre terrenal y no tiene principio. Pero, de la misma manera que se hace referencia a Su sangre como la sangre de Dios, ¿se puede llamar a María la madre de Dios como la que dio a luz a la Persona que era Dios, unida en la concepción con nuestra naturaleza humana?
En el Catolicismo Romano y en la Ortodoxia Griega, se acepta el término madre de Dios. Se utilizaba desde el principio en la iglesia antigua, pero hubo diferencias de opinión al respecto y estalló una controversia como parte de la batalla de la iglesia contra el Nestorianismo.
El Nestorianismo surgió en el siglo V. Nestorio, arzobispo de Constantinopla, separó las naturalezas divina y humana de Cristo hasta el punto de que fue culpable de enseñar que Cristo era dos personas en lugar de una. En el centro de su enseñanza estaba la negación de la unión de las dos naturalezas de Cristo desde el momento de su concepción en el vientre de María. Sus objeciones se centraron en el uso del término, madre de Dios, porque el insistió en que María no podía ser la madre de la naturaleza divina y que Dios no podía ser un bebé: “¡Dios no es un bebé de dos o tres meses!”
Los Nestorianos fueron culpables de un grave error al enseñar que el Hijo unigénito se unió a una persona independiente y completamente humana, negando así la realidad de la encarnación. Ellos insistieron en que el término apropiado para María era portadora de Cristo (Griego: Christotokos). María era sólo la madre de la persona humana con la que se unió el divino Hijo de Dios. No puede haber duda, por lo tanto, de que el Nestorianismo, una herejía que continúa asolando a la iglesia, estaba equivocado en su posición con respecto a la unión de las dos naturalezas de Cristo.
El Nestorianismo fue condenado en el Concilio de Éfeso en el 431 y de nuevo en el Concilio de Calcedonia en el 451. Ambos concilios afirmaron la propiedad del término, madre de Dios. El Credo de Calcedonia no solo rechazó el Nestorianismo al insistir en que las dos naturalezas de Cristo estaban unidas “sin separación”, sino que también utilizó el nombre, “madre de Dios”, para María: “nacido de la Virgen María, la madre de Dios, según la humanidad”. Por esta razón, sin embargo, el Credo de Calcedonia no ha sido reconocido por muchos. El artículo 9 de la Confesión Belga (1561) menciona los Credos de los Apóstoles, Niceno y Atanasio, pero no el Credo de Calcedonia.
El punto de vista de este escritor es que, siguiendo el ejemplo de la Palabra de Dios en Hechos 20:28, el término puede ser utilizado correctamente, pero no es un término bíblico y se utiliza a menudo para promover la Mariolatría, por lo que probablemente sea mejor evitarlo. Tampoco es necesario utilizar el término para defender la verdad de que Cristo es Dios y hombre en una Persona, plenamente Dios y plenamente hombre, pero aun así una sola Persona, y que las dos naturalezas de Cristo estaban inseparablemente unidas en una Persona desde el momento de Su concepción en el vientre de María.
En realidad, el término Griego, theotokos, portador de Dios, es mejor que su traducción habitual, madre de Dios. El primero deja claro que María no es en ningún sentido la madre de Cristo según su naturaleza divina y en ningún sentido la madre de Cristo desde la eternidad.
Es mejor, según le parece a este escritor, ceñirse lo más posible al lenguaje de las Escrituras cuando se habla de la unión de las dos naturalezas de Cristo y evitar el lenguaje que pueda ofender o llevar a malentendidos. El hecho es que la unión de las dos naturalezas de Cristo es un misterio. Está en el corazón de todo lo que creemos, pero está más allá de nuestra comprensión. Cualquier intento de razonar la unión de las dos naturalezas, el tipo de intento del que Nestorio era culpable, está destinado a terminar en error.
Debemos confesar que Cristo es plenamente Dios y plenamente hombre. Él debe ser Dios porque sólo Dios puede “por el poder de Su Divinidad soportar en Su naturaleza humana, la carga de la ira de Dios; y … obtener y restaurar a nosotros, la justicia y la vida” (Catecismo de Heidelberg, A. 17). Él debe ser hombre porque sólo el hombre puede pagar por el pecado del hombre, y sólo uno que es como nosotros en todas las cosas, excepto en pecado, puede redimirnos y librarnos, en cuerpo y alma, de nuestros pecados. Él debe ser sólo una Persona divina, porque el testimonio de las Escrituras es que no hay dos Cristos, sino uno sólo y ese uno es el Hijo unigénito de Dios.
Cómo esa Persona divina pudo hablar de ser abandonado por Dios, cómo Él, personalmente el Hijo de Dios, pudo tener hambre y sed, estar cansado, sufrir, morir y resucitar de entre los muertos, es el gran misterio de nuestra fe, y no debemos atarnos en nudos teológicos tratando de entender y explicar ese misterio, sino que debemos inclinarnos maravillados ante lo que Dios ha hecho y confesar que “Dios es manifestado en carne” (1 Tim. 3:16).
El antiguo Credo de Atanasio resume maravillosamente lo que por fe somos capaces de decir, sin destruir el misterio y el milagro de la encarnación o curiosamente indagando en aquellas cosas que son demasiado elevadas para nosotros: “Además, es necesario para la salvación eterna que la persona también crea fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Porque la verdadera fe es que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre. Dios, de la esencia del Padre, engendrado antes de todos los mundos; y hombre, de la sustancia de Su madre, nacido en el mundo. Dios perfecto y hombre perfecto, de una alma racional y carne humana subsistiendo. Igual al Padre en cuanto a Su Divinidad, e inferior al Padre en cuanto a Su humanidad. Quien, aunque es Dios y hombre, sin embargo, no son dos, sino un Cristo”.