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El Antiguo Pacto roto y uno Hecho Nuevo / The Old Covenant Broken and the New One Made

         

Prof. Herman Hanko

Un hermano en Inglaterra escribe: “De acuerdo con la enseñanza Reformada, tal como yo la entiendo, el Nuevo Pacto es ‘nuevo’ en el sentido de que es la etapa final en el desarrollo de Dios de Su pacto de gracia y marca el final de los tipos y sombras. Hebreos 8:13 (“Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”) parece sugerir que es más que eso: un pacto completamente diferente. ¿Es eso cierto?”

El hermano cita un segundo texto: “Porque no me compadeceré más de la casa de Israel, sino que los quitaré del todo” (Os. 1:6), preguntando, “¿Qué es lo que nos dice acerca de la fidelidad de Dios a Su promesa del pacto? ¿Rompió Dios Su pacto con las diez tribus?”

Estoy tomando estas dos interesantes e importantes preguntas juntas porque están relacionadas entre sí y las respuestas involucran la misma verdad doctrinal. Además, ambas están relacionados con un tema que discutí en las últimas noticias de Covenant Reformed News.

Aunque no me gusta basar la interpretación de Hebreos 8:13 solamente en el uso de palabras Griegas, porque la mayoría de nuestros lectores no pueden comprobar si estoy en lo correcto, aquellos que sepan manejar el Griego pueden tomar nota del hecho de que el Griego en el Nuevo Testamento tiene dos palabras para “nuevo” y dos palabras para “viejo”. Según A Greek – English Lexicon del Nuevo Testamento de Thayer, una de estas palabras Griegas para “nuevo” (neos) significa nuevo en el sentido de “tiempo, joven, reciente”. La otra palabra para “nuevo” (kainos) significa nuevo “principalmente en referencia a la calidad, a lo fresco, a lo no usado.” Kainos es usado en Hebreos 8:13.

La misma distinción se hace en el Griego por el uso de dos palabras para “viejo”. La primera palabra, archaios, significa viejo en el sentido temporal y describe algo como antiguo o de hace mucho tiempo. La otra palabra para viejo, palaios, significa “que ya no es nuevo, que es desgastado por el uso, dañado por el uso”. Es la palabra usada en Hebreos 8:13.

La distinción es apropiada aquí. Thayer llama la atención sobre el hecho de que la Escritura hace la misma distinción que Hebreos 8:13 cuando habla del viejo y el nuevo hombre (por ejemplo, Ef. 4:22, 24). Ciertamente, cuando Dios nos hace un nuevo hombre, mientras que el viejo hombre es totalmente depravado, el hombre nuevo no es una persona completamente nueva, sino la misma persona renovada, transformada espiritualmente, liberada del pecado. Él es nuevo en el sentido de que, sin dejar de ser la misma persona, él es cambiado de llevar la imagen de Satanás a llevar la imagen de Dios (Col. 3:10).

Esta es una forma sorprendente de explicar Hebreos 8:13. El antiguo pacto está dilapidado, desgastado en todos sus esfuerzos por salvar a alguien, ya no tiene ningún valor o utilidad. Su carácter siempre fue este: ¡Guarda la ley y vive! Hebreos 8:9 explica el antiguo pacto y su inutilidad: ” No como el pacto que hice con sus padres El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; Porque ellos no permanecieron en mi pacto, Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. Ese pacto no podían cumplirlo, porque se basaba en la observancia de la ley, e Israel no podía obedecerla.

El pacto era esencialmente el mismo. Seguía siendo la promesa de Dios: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Era un pacto que prometía vida: “Haz esto y vivirás”. Incluso definió el corazón de la relación entre Dios y Su pueblo: uno que vivía en comunión del pacto con Dios tenía que ser como Dios. Tenía que ser santo, es decir, tenía que guardar la ley. ¡Pero no podía!

Entonces vino Cristo. Él vivió en comunión del pacto eterno con Dios dentro de la Santísima Trinidad, pero también como el Hijo en nuestra carne. “Yo y el Padre uno somos,” se atrevió a decir (Juan 10:30). Él guardó la ley. Él guardó la ley perfectamente—incluso cuando era el gran Abandonado en la cruz del Calvario. Cuando todo lo que Él conocía era la ira—cuando ni siquiera comprendía la razón de los terrores de ser abandonado por Dios—cuando solo Él podía decir: “La misericordia de mi Dios / Es más que la vida para mí”—Aquel que sufrió tanta angustia porque tomó sobre Sí nuestros pecados y nuestro infierno— Él hizo lo que nosotros nunca podríamos hacer. ¡Y Él lo hizo por nosotros! El pacto es el mismo, ¡pero Cristo llevó a cabo esa gran obra que nosotros nunca podríamos hacer por toda la eternidad!

Él pagó por nuestros pecados y culpabilidad, y se los llevó para siempre, ganando para nosotros justicia. Él cumplió la ley en aquel terrible momento cuando desde Su corazón quebrantado, la gran pregunta de los siglos sacudió el cielo hasta sus cimientos: “¿Por qué? Oh Dios, ¿Por qué?” Pero aun asi todavía era “Mi Dios, Mi Dios“. Era como si el infierno mismo no pudiera contener aquellas palabras, sino que retumbaban al trono de Dios: “No comprendo. Esto está muy oscuro aquí. Aquel a quien amo se ha ido de Mí. No sé dónde está. Pero ya sea que lo sepa o no; ya sea que lo comprenda o si la ira sea casi demasiado grande para soportarla—Mi Dios, todavía Te amo y siempre Te amaré, aunque Tú me hayas abandonado. Te amo con Mi corazón, Mi mente, Mi alma, Mi fuerza. Te amo, aunque yo perezca.”

Si nos asomáramos al abismo del infierno, ¿cómo podríamos entender esa asombrosa maravilla del Calvario? Lutero, asombrado por ello, se maravillaba, “¡Dios abandonado por Dios!” ¡Por mí!

Y así Él quitó nuestro pecado y culpabilidad. Pero nuestro Salvador también ganó para nosotros la vida del pacto con Dios. Un libro sobre la pasión de Cristo lo expresó de esta manera: “Cuando nuestro Señor comenzó el largo camino hacia arriba, fuera del infierno, hacia su Padre, cuando ‘Todo estaba Consumado’; temblando y tímidamente extendió su mano hacia el trono de Dios y suplicando los puso a los pies de Dios: ‘¿Soy aceptado por aquel a quien mi alma ama?’ Y Dios, por así decirlo, se acercó a su amado Hijo, en quien estaba complacido, y lo elevó a su propia diestra. “Padre (Sí, esta vez, una vez más, ‘Padre’), en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y el cielo resonó con la voz que dos veces se oyó en la tierra: “¡Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia!” (Mateo 3:17; 17:5).

El Hijo de Dios fue tomado una vez más en la comunión del pacto de Dios. Él había guardado la ley y así cumplió todo el antiguo pacto que no podíamos guardar. Y Él lo había hecho por nosotros.

El verdadero pacto—el antiguo pacto—pero maravillosamente, gloriosamente nuevo. Eso es Hebreos 8:13. ¡Léelo y canta tus aleluyas!

Al final no llegué a responder la segunda pregunta. La próxima vez, si Dios lo permite. 

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