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El Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto / The Old Covenant and the New Covenant

         

Prof. Herman Hanko

Un lector pregunta: “¿Cómo responde uno a los dispensacionalistas que señalan el hecho de que el pacto de Dios es llamado un ‘nuevo pacto’ en distinción del pacto de la antigua dispensación que se llama ‘antiguo’ (Heb. 8:7-13)?”

Debe entenderse que los dispensacionalistas deben hacer una separación entre el pacto de Dios con Israel en la antigua dispensación y Su pacto con Su pueblo en la nueva dispensación, una iglesia reunida no sólo de los Judíos sino también de todas las naciones de los gentiles. Están buscando apoyo para su negación del bautismo infantil. Los dispensacionalistas admiten que el bautismo es una señal del pacto, pero niegan que el pacto de Dios con Abraham sea esencialmente el mismo que el pacto de Dios establecido en la nueva dispensación.

Ambos pactos tienen diferentes señales: el pacto en la antigua dispensación tenía como señal la circuncisión y el nuevo pacto tiene como señal el bautismo. El primero es el “viejo” pacto; el último es el “nuevo” pacto. Por lo tanto, aunque la simiente de Abraham con quien se estableció el antiguo pacto fue la nación de Israel, el nuevo pacto se establece solo con los creyentes. Y los infantes no pueden ser creyentes. Incluso las promesas del pacto del Antiguo Testamento eran sólo para el Israel nacional; el nuevo Pacto tiene diferentes promesas— así dice el argumento dispensacionalista.

El lector plantea una pregunta que es crucial con respecto a toda la herejía del dispensacionalismo. ¿Las palabras “viejo” y “nuevo” se refieren a pactos completamente diferentes, sin relación entre sí y totalmente diferentes entre sí? ¿O se refieren esencialmente al mismo pacto? Los dispensacionalistas cuelgan su posición en un gancho roto. Todo el sistema del dispensacionalismo depende de si la Biblia habla o no de dos pactos que son fundamentalmente diferentes el uno del otro.

La Escritura es torcida por su argumentación. Esa afirmación es clara por el hecho de que la Biblia utiliza la palabra “nuevo” no solo para describir algo que es completamente diferente de todo lo demás, sino que también utiliza la palabra “nuevo” en el sentido de “alterado” o “cambiado”. Dos ejemplos de la Palabra de Dios vienen inmediatamente a la mente.

El primero es el uso de las Escrituras de las expresiones “viejo hombre” y “nuevo hombre”. Estos son los términos usados en Efesios 4:22-24. La Biblia tiene un pasaje similar en Colosenses 3:9-10. Hay otras referencias a la verdad del viejo hombre y el nuevo hombre en esos pasajes que hablan de la batalla entre la carne y el espíritu en nuestra vida diaria. Me refiero a las Escrituras como Romanos 7:14-25 y Gálatas 5:17.

Cada creyente tiene la vida de Cristo en él por la obra maravillosa de Dios de la regeneración. Esa nueva vida se llama el “nuevo hombre”. Pero somos un hombre nuevo sólo en principio. Nosotros también, mientras estamos en este mundo, poseemos y somos el “viejo hombre”. El viejo hombre es esa depravación de nuestro cuerpo y alma que permanece en nosotros hasta la muerte o el glorioso regreso del Señor. Yo soy tanto el viejo hombre como el nuevo hombre. El viejo hombre soy yo mismo, pero también lo es (y especialmente) el hombre nuevo. Aunque las Escrituras hablan de un viejo hombre y un nuevo hombre, yo sigo siendo una persona.

La figura de una mariposa puede ayudarnos a entender esto. Antes de tejer su crisálida, la mariposa es un gusano feo. Sin embargo, emerge de su capullo como una hermosa mariposa. El gusano y la mariposa son el mismo insecto. Durante el período de estar en el capullo, el gusano se convierte gradualmente en mariposa.

Lo mismo ocurre con nosotros. Somos feos pecadores totalmente depravados. Gradualmente, a lo largo de nuestra vida Cristiana, nos transformamos cada vez más en santos gloriosos. Durante un tiempo, somos tanto un gusano como una mariposa, por así decirlo. Nos convertimos en santos bellamente perfeccionados sólo cuando finalmente salimos del “capullo” de esta vida en nuestra glorificación.

“Viejo” y “nuevo” puede ser dicho del mismo gusano / mariposa. “Viejo hombre” y “nuevo hombre,” cuando es aplicado a los elegidos regenerados, no pueden referirse a dos personas diferentes como tampoco el antiguo pacto y el nuevo pacto se refieren a dos pactos separados.

El segundo ejemplo son las referencias de las Escrituras a los nuevos cielos y la nueva tierra. En la venida de Cristo, esta creación presente, el cielo tal como es ahora y esta tierra presente, no serán aniquilados. Serán cambiados de tal manera que incluso la creación será hecha nueva—la creación renovada tanto del cielo como de la tierra. La nueva creación no es una creación completamente nueva, totalmente diferente del cielo y la tierra actuales—aunque sean llamados “cielos nuevos” y “tierra nueva” (Is. 65:17; 66:22; 2 Ped 3:13; Ap. 21:1). Esta creación presente es la misma creación que será transformada y renovada cuando Cristo regrese sobre las nubes del cielo.

Dios creó tanto el cielo como la tierra al principio. Adán fue formado como cabeza de la creación. Adán pecó y el diablo ganó el control de la creación terrenal. Su intento de apoderarse del cielo fracasó y fue expulsado de ese reino. Ahora concentra su atención en convertirse en el único gobernante de esta creación terrenal. A veces parece que tiene éxito en su intento, porque el pecado se hace cada vez mayor y mayor a medida que los mandamientos de Dios son cada vez más y más rechazados y despreciados en nuestro tiempo.

Cristo murió para redimir esta creación terrenal y celestial, así como a Su iglesia. Él se convertirá en Cabeza sobre todo—en la nueva creación en la que el cielo y la tierra se vuelven uno. Que la tierra fue creada según el modelo de lo celestial (permitiendo a nuestro Señor hablar del reino de los cielos en parábolas en términos tomados de esta creación terrenal) es un arreglo temporal, porque tanto el cielo como la tierra son creación de Dios. Jehová vio que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera” (Gen. 1:31). Es decir, todo lo que Él había hecho estaba perfectamente adaptado a Su propósito eterno en Cristo Jesús.

Dios no va a permitir que Satanás le robe Su creación. Eso haría que Satanás pareciera como si fuera más fuerte que Dios y alguien que pudiera impedirle cumplir Su propósito en Su propia creación. Cuando los impíos estén maduros para el juicio, y el último elegido nazca y sea llevado a la fe salvadora en Cristo, Dios realizará Su propósito de hacer públicamente a Cristo la Cabeza de toda la tierra y el cielo, porque todo ha sido redimido en Su cruz (Col 1:20; Ef. 1:10).

Se nos promete cielos nuevos y tierra nueva en las que morará la justicia (2 Ped. 3:13). Pero ambos no serán “nuevos” en el sentido de que el viejo cielo y la vieja tierra serán aniquilados, porque entonces la obra de Dios en los “viejos” cielos y la “vieja” tierra sería un fracaso. Pero será “nuevo” porque, por una maravilla de la gracia, sabiduría y omnipotencia de Dios, el cielo y la tierra serán formados de la vieja creación y hechos más gloriosos que nunca—como la morada eterna de Cristo y Su iglesia.

En la primera creación, Adán era cabeza en la tierra y Satanás era un ángel poderoso en el cielo. Ambos pecaron y cayeron. Esto era parte del propósito eterno de Jehová, y sirve a la encarnación y la cruz del Hijo unigénito, asegurando la salvación de la iglesia elegida para la gloria de Dios. Al final de esta era, Cristo se manifestará como Cabeza tanto del cielo como de la tierra, pero es una unidad que es “nueva” porque está formada a partir de lo “viejo.”

¿Cómo podría ser diferente? La misma maravilla ocurrió en el tiempo del diluvio. El mundo pre-diluviano estaba bajo la maldición y se había vuelto maduro para el juicio. El mundo post-diluviano era significativamente diferente del antiguo (2 Ped. 3:4-7) y con él Dios estableció Su pacto, del cual el arco iris era una señal. Sin embargo, era esencialmente el mismo mundo. El pacto con la creación fue un pacto eterno, y se realizará plenamente en los cielos nuevos y la tierra nueva.

¿Cómo podría ser diferente? Mientras estuvo en la tierra, Jesús pudo decirle a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Más tarde, Cristo murió y fue sepultado en un cuerpo semejante al nuestro en todas las cosas excepto en el pecado. Pero en el cielo, en Su exaltada naturaleza humana, Él es una revelación aún mayor y más gloriosa del Dios Trino invisible.

¿Cómo podría ser diferente? Cuando tenga lugar la resurrección de nuestros cuerpos, no se nos darán cuerpos completamente diferentes. Seremos resucitados en los mismos cuerpos, que ahora están glorificados. Nuestros cuerpos serán hechos semejantes al cuerpo de Cristo (Fil. 3:21).

¿Por qué toda la creación gime y sufre en espera de su redención (Rom. 8:19-22)? ¿Es esto porque va a ser aniquilada? Por supuesto que no. La “nueva” creación en Cristo será la redención de la “vieja” creación.

Esta es también nuestra esperanza y el objeto de nuestro anhelo (23-25)—nosotros que todavía estamos en el viejo cuerpo de esta muerte con solo un pequeño comienzo de la nueva obediencia. Por la gracia de Dios, perseveramos en la confianza de que seremos transformados a la semejanza de nuestro maravilloso Salvador. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2-3). Yo seré perfectamente cambiado de lo viejo a lo nuevo, pero siempre seguiré siendo Yo. 

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