Rev. Angus Stewart
Introducción
Nuestro título, “La Voluntad Salvadora de Dios en el Nuevo Testamento,” limita deliberadamente el ámbito. No vamos a mirar la voluntad salvadora de Dios en el Antiguo Testamento, excepto a modo de referencias aisladas; de lo contrario, habría demasiado material para tratar aquí. Nos centraremos especialmente en dos verbos Griegos para la actividad de querer: theloo y boulomai (y sus cognados).
La voluntad del Dios Trino ha sido hablado históricamente y eficazmente de dos formas principales:
- La voluntad del decreto de Dios—lo que El eternamente ha decidido hacer. Este es el consejo inmutable de Dios que determinó absolutamente todo lo que ha sucedido o sucederá.
- La voluntad del mandato de Dios—lo que Él dice al hombre que debe hacer. Este es el estándar moral y ético de Dios para nosotros al revelarnos Sus santas normas para con nosotros, los que se resumen en los diez mandamientos.
Esta es una buena cita de la entrada en el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento sobre theloo o thelein, la palabra Griega que se usa con mayor frecuencia en el Nuevo Testamento para referirse a la voluntad de Dios. El pasaje habla primero de la voluntad del decreto de Dios y luego de su voluntad del mandato:
[1] El thelein de Dios [es decir, la voluntad] siempre se caracteriza por la absoluta definición, la seguridad soberana en sí misma y la eficacia. Es voluntad decidida y completa … se refiere tanto a la voluntad divina en la creación (1 Cor. 12:18; 15:38) como a la soberanía divina en la disposición para salvación (Juan 3:8 del Espíritu en la regeneración …) … denota el poder independiente y auto-eficaz de disponer en las manos de Dios, quien es libre de hacer lo que Él quiere con los suyos. En Romanos 9:18, 22 Pablo muestra cómo el thelein [es decir, la voluntad] de libre y soberana disposición se declara en el evento de la salvación. Se expresa como una demostración de ira y poder tanto al tener misericordia como en el endurecimiento … [2] Otras declaraciones con referencia a Dios usan thelein [es decir, voluntad] para denotar lo que Dios requiere de los justos. A este respecto, hay una referencia recurrente (Mat. 9:13; 12:7; Heb. 10:5, 8) a la declaración profética de que Dios requiere [misericordia] y no [sacrificio] (Oseas 6:6; [Sal.] 40:6).1
Esta poderosa declaración describe bien la voluntad del decreto de Dios: “siempre caracterizada por la absoluta definición, la seguridad soberana en sí misma y la eficacia … la voluntad decidida y completa … el poder independiente y auto-eficaz de disponer … [de modo que Dios es] libre de hacer lo que Él quiere con los suyos,” etc. Después de describir la voluntad del decreto de Jehová, la cita menciona Su voluntad del mandato, lo que Él “requiere” de nosotros.
Hay varios propósitos interrelacionados de esta serie de artículos sobre “La Voluntad Salvadora de Dios en el Nuevo Testamento”. Primero, nos mostrará que la voluntad de Dios, especialmente Su voluntad salvadora, es un tema masivo en la revelación del Nuevo Testamento, así como en la Palabra de Dios en general. No hay simplemente docenas o decenas de referencias a ella, sino cientos de textos hablan de la voluntad salvadora de Dios o de Cristo o del Espíritu Santo. ¡Es un campo muy rico!
Segundo, expondrá el glorioso control y gobierno del universo por parte de Jehová, y especialmente de nuestra salvación.
Tercero, expondrá tanto la falsedad como la pobreza de la oferta bien intencionada, la noción de que el Todopoderoso desea, quiere, anhela fervientemente la salvación de aquellos a quienes reprendió eternamente e inmutablemente. Esta extraña doctrina retrata el espantoso espectro de un dios fracasado, necio y frustrado.
Cuarto, fortalecerá nuestra fe en el Dios absolutamente soberano del cielo y de la tierra, nuestra confianza en Su salvación totalmente llena de gracia y nuestro consuelo en la voluntad omnisciente y omnipotente de Dios en nuestro Señor Jesucristo.
La voluntad de Dios en Efesios 1:1-14
Comencemos por considerar Efesios 1:1-14, prestando especial atención a las palabras y frases que están en negrita o subrayadas:
1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles que están en Cristo Jesús que están en Éfeso: 2 Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. 3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. 7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia; 8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito el cual se había propuesto en sí mismo, 10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. 11 En el asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, 12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. 13 En el también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida para alabanza de su gloria.
Este conocido y glorioso pasaje se refiere a la “voluntad” del decreto de Dios cuatro veces (1, 5, 9, 11)—en negrita (arriba). También tenemos cinco palabras o frases estrechamente relacionadas: el “beneplácito” de Dios (5, 9) o el “propósito” (9, 11) o el “consejo” (11), así como la “predestinación” del pueblo de Dios (5, 11) o nuestra elección eterna o ser “escogidos” en Cristo (4)—subrayado (arriba). Estos seis términos clave se encuentran 12 veces en los primeros 14 versículos de Efesios 1. A veces, tres o incluso cuatro de estas palabras o frases cruciales se acumulan en un versículo, como en los versículos 5, 9 y 11. El apóstol está utilizando términos teológicos de peso que se refuerzan e iluminan unos a otros para construir un caso irrefutable respecto a la voluntad salvadora de Dios en Jesucristo.
Podemos distinguir diferentes matices de significado en las cuatro referencias a la “voluntad” de Dios en Efesios 1. Primero, en el versículo 11, tenemos la gran verdad de que nuestro Padre celestial “hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad.” Esta es la voluntad del decreto de Dios que abarca todo, que no excluye nada e incluye todo en Su creación.
Segundo, al hablar de nuestra inclusión legal en Su familia, el versículo 5 trae la voluntad salvadora de Dios a un enfoque más agudo: “En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad.”
Tercero, Efesios 1 declara la unidad de la iglesia escatológica católica o universal de Cristo: la totalidad de judíos y gentiles elegidos en la nueva creación en la era venidera. Dios nos ha “dado a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (9-10)
Cuarto, el primer versículo de Efesios menciona la voluntad de Dios en su referencia al oficio y ministerio de Pablo en la iglesia: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1). Él predicó y sirvió al propósito salvador de Dios en el primer siglo, y, por medio de sus epístolas inspiradas, enseña y ensalza esa voluntad salvadora a toda la iglesia a lo largo de los últimos días hasta la segunda venida de Cristo.
Estas dos esferas del decreto de la voluntad de Dios—Su voluntad que abarca todo el universo y Su voluntad salvadora con respecto a Sus elegidos en Jesucristo—están, por supuesto, íntimamente relacionadas. Efesios 1:11 declara que estamos “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.” Así, la voluntad salvadora de Dios al librarnos de nuestro pecado y miseria es cumplida por Su voluntad que todo lo abarca.
Asimismo, Cristo enseñó que el Padre “le ha dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:2). Así, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas [en la voluntad de Dios que todo lo abarca] les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito [salvador] son llamados” (Rom. 8:28).
Efesios 1 se refiere a la voluntad de Dios en relación con la eternidad —la eternidad pasada, por así decirlo —y el tiempo. La voluntad de Dios es eterna porque fuimos “escogidos” o elegidos en Cristo “antes de la fundación del mundo” (4). La voluntad eterna del decreto de Dios, tanto en nuestra elección como con respecto a absolutamente todo en Su creación, se realiza perfectamente en la historia, porque Él “obra todas las cosas” en el espacio y tiempo “según el consejo de su voluntad” (11). Por lo tanto, el consejo o plan omnipresente de Dios, Su voluntad de decreto o beneplácito, se realiza en una providencia igualmente omnipresente, de modo que Él hace en el tiempo exactamente lo que Él quiso en la eternidad (Sal. 115:3; 135:6; Isaías 14:24-27; 46:10; Dan. 4:35). Este decreto que todo lo abarca, efectuado en una providencia que lo abarca todo, sirve a la salvación de todos los elegidos por medio del Cristo crucificado y resucitado.
La voluntad salvadora de Dios, enseña el apóstol en Efesios 1:1-14, es Trinitaria. Considere incluso la estructura del pasaje. Después del discurso de Pablo a los Efesios (1-2), habla especialmente del papel del Padre en nuestra salvación (3-6). En los versículos 7-12, Cristo, el Hijo eterno encarnado que nos redimió de nuestros pecados, está en primer plano. Luego, el Espíritu Santo se presenta como el sello y las arras de nuestra salvación (13-14). Así, la voluntad redentora de Dios —en su concepción en la eternidad, su realización en la cruz y su aplicación a nosotros en este mundo y en el próximo—es Trinitaria: del Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.
¿Cómo debemos responder nosotros, los objetos y beneficiarios de la voluntad salvadora de Dios, especialmente a medida que captamos cada vez más sus riquezas? Primero, adoramos al Dios Trino. Al final de las secciones sobre el Padre (3-6), el Hijo (7-12) y el Espíritu (13-14), tenemos alguna forma de la declaración de que nuestra salvación es todo “para alabanza de su gloria” (6, 12, 14). En segundo lugar, bendecimos a Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos ha escogido [o elegido] en él antes de la fundación del mundo” (3-4).
¡Alabamos y bendecimos a Dios! Esa es la meta practica y el resultado para los hijos de Cristo en el estudio de la voluntad salvadora de Dios, ¡especialmente como se establece en Efesios 1!
La voluntad de Dios en Romanos 9:6-24
Habiendo considerado la voluntad de Dios en Efesios 1:1-14, ahora pasamos a nuestro segundo pasaje principal sobre este glorioso tema, Romanos 9:6-24:
6 No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, 7 ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. 8 Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. 9 Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. 10 Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre 11 (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), 12 se le dijo: El mayor servirá al menor. 13 Como está escrito: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí. 14 ¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. 15 Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 16 Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. 17 Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. 18 De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. 19 Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? 20 Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? 21 ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? 22 ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, 23 y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, 24 a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?
Al igual que Efesios 1, Romanos 9 se refiere con frecuencia a la voluntad de Jehová: theloo o boulomai o sus cognados. Se menciona cuatro veces en los tres versículos siguientes de este gran capítulo de las Escrituras:
De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece (18). Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? (19). ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, …? (22).
Mientras que Efesios 1 habla solo de la voluntad de Dios en la elección, Romanos 9 trata de Su voluntad tanto en la elección como en la reprobación. La elección, por supuesto, es la elección eterna, soberana e incondicional de Dios de ciertas personas en Jesucristo, tanto para la gracia como para la gloria, solo en honor a Su nombre. La reprobación, por otro lado, es el propósito eterno, soberano e incondicional de Dios de pasar por alto y ordenar la destrucción de todos los demás, en el camino de sus pecados, para alabanza de Su santa justicia.
La elección y la reprobación van de la mano con el amor de Dios y el endurecimiento de Dios, respectivamente: “A Jacob amé, más a Esaú aborrecí” (13). En el contexto de Romanos 9, el pacto de Dios está diciendo, en efecto: “Al elegido Jacob lo he amado y al reprobado Esaú lo he aborrecido”.
La elección y la reprobación también van de la mano con la misericor- dia de Dios y el endurecimiento de Dios respectivamente: “De manera que de quien quiere, tiene misericordia [es decir, los elegidos], y al que quiere endurecer, endurece. [es decir, los reprobados]” (18).
Poniéndolo todo junto, hay un pueblo abrazado en la elección de Dios, en el amor de Dios y en la misericordia de Dios. También hay la reprobación de Dios, el odio de Dios y el endurecimiento de Dios hacia los demás.
Estas dos realidades, el odio y el endurecimiento, son aspectos cruciales de la doctrina bíblica y reformada de la reprobación. La reprobación divina implica el odio divino y el endurecimiento divino de aquellos a quienes El pasó por alto en Su soberanía absoluta y ordenó la destruc-ción por sus pecados en Su justicia inexpugnable.
La voluntad salvadora de Dios con respecto a Sus elegidos no solo es cumplida por Su decreto de providencia del que hace todas las cosas (Efesios 1:11), sino que también es cumplida por su voluntad de rechazo. Es decir, la elección de Dios de algunos en Jesucristo es cumplido por Su reprobación de otros: “El mayor [es decir, el reprobado, el odiado Esaú] servirá al menor [es decir, el elegido, el amado Jacob]” (Rom. 9:12).
Tanto la voluntad de Dios en la elección como Su voluntad en la reprobación son irresistibles, como enseña el apóstol en su pregunta retórica de Romanos 9:19: “¿quién ha resistido a su voluntad?” Nadie puede o quiere porque “no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué ha- ces?” (Dan. 4:35).
Por supuesto, las objeciones a esta enseñanza bíblica siempre surgen del hombre incrédulo y orgulloso. El apóstol los menciona y trata con ellos en Romanos 9. Así escribe: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué Hay injusticia en Dios?” ¿La respuesta? “En ninguna manera”, literalmente, “!No puede ser!” (14).
Pablo se anticipa a otra protesta: “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, incul- pa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (19). El apóstol responde: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (20-21).
El antiguo fariseo [Pablo] deja en claro que su enseñanza inspirada en Romanos 9 está en plena concordancia con las Escrituras del Antiguo Testamento sobre la voluntad de Dios en la elección y la reprobación. En el espacio de solo once versículos (7-17), Pablo cita hasta cinco veces los dos primeros libros del Pentateuco.
Primero, el proporciona tres citas del Génesis, con las dos últimas precedidas por comentarios introductorios: “En Isaac te será llamada descendencia” (Rom. 9:7; Gén. 21:12); “Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.” (Rom. 9:9; Gén. 18:10, 14); “Se le dijo: El mayor servirá al menor” (Rom. 9:12; Gén. 25:23).
En segundo lugar, Pablo utiliza fórmulas de frases antes de citar dos versículos de Éxodo: “Porque él [es decir, Dios] dice a Moisés: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.” (Rom. 9:15; Éxodo 33:19); “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Rom. 9:17; Éxodo 9:16).
En Romanos 9:6-24 se citan no solo los dos primeros libros de las Escrituras, Génesis y Éxodo, sino también el último libro del Antiguo Testamento, como está ordenado en nuestras Biblias, Malaquías: “Como está escrito: A Jacob amé, mas A Esaú aborrecí ”(Rom. 9:13; Mal. 1:2-3).
Claramente, la doctrina del apóstol a los gentiles en Rom 9:6-24 con respecto a la voluntad de Dios en la elección y la reprobación soberana es divinamente autoritativa. Encaja y saca seis textos del Antiguo Testamento: cinco de Moisés, en Génesis y Éxodo, y uno de Malaquías. Ade- más, Romanos 9, como toda la Escritura, consiste en palabras inspira- das por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:16), quien fue enviado por el Señor Jesucristo ascendido, la revelación del Dios Trino.
Esta enseñanza autoritativa en Romanos 9:6-24 refuta dos errores co- munes. Primero, condena el libre albedrío del hombre, la herejía Armi- niana de que el hombre es capaz de elegir a Dios y Su salvación con la ayuda de una supuesta gracia divina resistible. La fe bíblica y Reformada proclama con valentía el libre albedrio de Dios tanto en la elección como en la reprobación, ¡no el libre albedrío del hombre! Pablo saca explícitamente esta conclusión: “Así que, [es decir, la salvación] no es del que quiere [es decir, el hombre y su supuesto libre albedrío], ni del que corre [es decir, el hombre y sus obras, incluso sus más agotadores esfuerzos religiosos], sino de Dios que tiene misericordia” (16).
En segundo lugar, Romanos 9 también expone la oferta bien intencionada del evangelio, es decir, la idea de que Dios desea fervientemente salvar absolutamente a todos los hombres cabeza por cabeza o a todos los que escuchan el evangelio (incluyendo al réprobo). Esta es una posición que es intrínseca a la soteriología Católica Romana y Arminia- na, pero ahora es promovida por muchos en los círculos Reformados y Presbiterianos como si fuera el evangelio bíblico y Reformado.
Sin embargo, Romanos 9 en realidad dice exactamente lo contrario. No se trata simplemente de que Dios no desea fervientemente salvar a los réprobos, sino que, por el contrario, Él quiere y desea fervientemente—y esto debe decirse con reverencia porque es algo terrible—castigar a los impíos por sus pecados.
No es que Dios se deleite en herir a la gente (Eze. 33:11), sino porque Él quiere revelar Su propia santidad infinita y omnipotencia al castigar a los impenitentes como justamente se merecen. Esto es lo que dice claramente el capítulo: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción …?” (22).
Este es el verdadero y sincero deseo de Dios—¡un deseo que Él siempre cumple!—de acuerdo con Su inmutable voluntad de decreto en la reprobación. Es exactamente lo contrario de lo que muchos dicen que es la enseñanza y la predicación escritural y Reformada en nuestros días.
Finalmente, es sorprendente que la teodicea o la justificación de Dios de Romanos 9 en la elección y la reprobación se exprese en términos de la voluntad de Dios sobre la salvación, tanto con respecto a quién Él quiere o desea o anhela salvar en Jesucristo y a quién quiere o desea o anhela no salvar en Jesucristo.
¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, so- portó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? (22-24).
Claramente, la propia teodicea inspirada de la Biblia o la justificación del decreto de la elección y reprobación de Dios en Romanos 9 incluye la verdad de que Él quiere o desea glorificarse a Sí mismo mediante la manifestación de Su justicia y omnipotencia al castigar a aquellos a quienes Él ha ordenado eternamente a la destrucción. Entonces, ¿cómo pueden los defensores de la oferta bien intencionada, quienes afirman que Él desea salvar a los reprobados, defender adecuadamente la soberanía absoluta de Dios, explicar verdaderamente la coherencia de la teología bíblica y fielmente hacer exegesis de este gran capítulo?
La voluntad del Dios Trino
Hasta ahora hemos tratado dos pasajes importantes de las Escrituras, Efesios 1:1-14 y Romanos 9:6-24, sobre la voluntad de Dios. Ahora vamos a considerar la voluntad del Dios Trino en varios textos del Nuevo Testamento.
Los ancianos en el cielo pronuncian esta doxología con respecto a la voluntad de Jehová: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11). ¡Dios creó todo para honrarse a Sí mismo y para Su placer!
No sólo toda la vasta creación, sino incluso la naturaleza y la forma de toda clase de diminutas semillas de plantas están determinadas por la voluntad soberana del Todopoderoso: “pero Dios le da el cuerpo como el quiso, y a cada semilla su propio cuerpo” (1 Corintios 15:38). No se debe al tiempo y al azar ni a millones de años de evolución después de una gigantesca explosión; ¡es la voluntad del Altísimo la que determina la forma y el tamaño de las semillas de todos los tipos de vegetación!
En la parábola de la viña, el Dios trino, representado como “el señor de la viña” (Mat. 20:8), pregunta: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” (15). Nuestro Padre Celestial explica que Su decreto incondicional de elección es determinante en la salvación: “porque muchos son llamados [es decir, externamente en la predicación], mas pocos escogidos” (16). Como Señor soberano, Él tiene el derecho de hacer lo que El haga o desee o quiera, ¡incluso en la predestinación eterna!
¿Qué pasa con la regeneración, el primer elemento en la aplicación de la salvación de Dios en Jesucristo? Juan 1:13 declara que los pecadores elegidos no son “engendrados [de nuevo], de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nadie ha sido, ni será jamás regenerado por su propia voluntad o por la voluntad de otro ser humano, ya sea la voluntad de su ministro o de sus padres o vecinos. En cambio, ¡el nuevo nacimiento viene únicamente por la voluntad o el deseo de la bendita Trinidad!
¿Cuál es la voluntad de Jehová con respecto a los hijos elegidos de los creyentes? Nuestro Redentor nos enseña que “no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mat. 18:14). Puesto que Dios no desea la destrucción de ninguno de sus hijos pequeños, ¡su preservación en esta vida y la salvación eterna están divinamente garantizadas!
Hebreos 6:17 declara que nuestro Padre celestial, “queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad [o invariabilidad] de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”. Estas “dos cosas inmutables” son la promesa (13) y el juramento de Jehová (13-14, 16-17). Por naturaleza, el Dios verdadero y fiel no puede mentir. Al agregar Su promesa y juramento, Él muestra que Él quiere “más abundantemente” y desea fervientemente que Su pueblo sepa que Su “consejo,” decreto o propósito de bendecirnos es absolutamente inmutable (14).
1 Timoteo 2:4
En la historia de la iglesia del Nuevo Testamento, a lo largo de los dieciséis siglos que van desde la controversia Pelagiana hasta el día de hoy, 1 Timoteo 2:4 ha sido el texto más prominente que se ha instado en apoyo de la falsa doctrina de que el Dios Todopoderoso desea o quiere salvar absolutamente a todos los seres humanos, incluidos los réprobos. Por tanto, vale la pena dedicar más tiempo a este versículo que a los textos anteriores.
1 Timoteo 2:4 afirma que Jehová “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.“ Los defensores de la oferta bien intencionada interpretan erróneamente que “todos” los hombres aquí se refieren a todos, cabeza por cabeza.
Nuestro primer argumento en contra de esta posición involucra el vínculo entre 1 Timoteo 2:4 y su contexto subsiguiente (5-6): “[Dios] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre; el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (4-6).
Lógicamente, hay cuatro—y solo cuatro—opciones con respecto a la interpretación de la palabra “todos” en los versículos 4 y 6, y las doctrinas resultantes.
[1] “Todos” en los versículos 4 y 6 significa absolutamente todo el mundo, lo que resulta en la oferta bien intencionada y una expiación universal.
[2] “Todos” en el versículo 4 significa absolutamente todo el mundo, pero “todos” en el versículo 6 se refiere a (los elegidos de) todo tipo o clase de personas, lo que resulta en una oferta bien intencionada y una expiación particular.
[3] “Todos” en el versículo 4 habla de (los elegidos de) todo tipo o clase de personas, pero “todos” en el versículo 6 significa absolutamente todos, lo que resulta en el deseo salvífico eficaz de Dios y la expiación universal.
[4] “Todos” en los versículos 4 y 6 se refiere a (los elegidos de) todo tipo o clase de personas, lo que resulta en el deseo salvífico eficaz de Dios y la expiación particular.
Teológicamente, [3] es incoherente, y no conozco a nadie que crea que Dios desea eficazmente salvar solo a los elegidos y que envió a su Hijo unigénito a morir por los pecados de todos, cabeza por cabeza. [1] es un Arminianismo consistente: Dios quiere salvar a todos y por eso Cristo murió para tratar de salvar a todos. [4] es un Calvinismo consistente: Dios desea eficazmente salvar a todas sus ovejas de todo linaje, tribu, lengua y nación, y por eso Jesús derramó su preciosa sangre por todas ellas. [2] es una amalgama de Arminianismo (un deseo divino ineficaz de salvar al réprobo) y Calvinismo (expiación particular).
Textualmente, la posición de los Calvinistas de la oferta bien intencionada [2] es excluida. 1 Timoteo 2 explica por qué Dios “quiere que todos los hombres se salven” (4): “Porque hay … un solo mediador entre [el único] Dios y los hombres, Jesucristo hombre; quien se dio a sí mismo en rescate por todos” (5-6). Si el “todos” del versículo 4 se refiere a absolutamente todos, tiene el mismo significado en el versículo 6. Es decir, si el “todos” que Dios desea salvar es todo ser humano cabeza por cabeza (4), entonces el “todos” por el que Cristo murió es todo ser humano cabeza por cabeza (6). En otras palabras, si 1 Timoteo 2:4 enseña la oferta bien intencionada, entonces conduce a la doctrina herética de la expiación universal en el versículo 6! ¡Esto es algo que los profesos Calvinistas deberían considerar seriamente, antes de retirarse rápidamente del abismo Arminiano (ver Cánones II)! El hecho de que “todos”, tanto en el versículo 4 como en el versículo 6 se refiera al mismo grupo, proporciona apoyo textual para [4] como la interpretación correcta.
Nuestro segundo argumento no mira al contexto subsiguiente, sino a 1 Timoteo 2:4 en sí mismo: Dios “quiere que todos los hombres [1] sean salvos y [2] vengan al conocimiento de la verdad.” Las dos cosas que se dice aquí que Jehová desea son esencialmente una. De hecho, 1 Timoteo 2:4 contiene una hendiada, es decir, [1] a través de [2]. En otras palabras, el Señor quiere salvar a “todos los hombres” a través de su llegada al conocimiento de la verdad.
Según cualquier análisis razonable, si Dios realmente desea que todos lleguen al conocimiento (salvador) de la verdad, está haciendo un trabajo muy pobre de ella. Después de todo, en la historia del mundo, solo una minoría de personas ha escuchado el evangelio, aunque sea una sola vez. En los días del Antiguo Testamento, solo los judíos recibieron la revelación verbal de Dios (Sal. 147:19-20; Rom. 3:2). Incluso en los primeros 1.500 años de la era del Nuevo Testamento, el evangelio se limitó en gran medida al área del Mediterráneo o al norte de Europa. ¿Es realmente creíble que el Altísimo quiera apasionadamente que todos, cabeza por cabeza, lleguen al conocimiento de la verdad de Su Hijo crucificado y exaltado, sin embargo, ni siquiera ha llevado la predicación de Su Palabra a la mayoría de ellos?
En nuestro tercer argumento, nos movemos del contexto siguiente de 1 Timoteo 2:4 y del texto mismo a los versículos anteriores, que nos exhortan a orar, y a expresar nuestra gratitud a Dios por los gobernantes civiles:
Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1-4).
¿Ha orado hoy por un político, o rey o por alguien en una posición de autoridad civil? Podrías pensar, “¿Cuál es el punto? Están atrapados en un sistema políticamente correcto donde es casi imposible para ellos creer en Jesucristo y vivir para Él dentro de ese marco impío.”
¡Sin embargo, considere la propia época de Pablo! El Imperio Romano en el que vivió era la cuarta bestia de Daniel 7. Bajo sus auspicios, el hijo de Dios encarnado había sido crucificado. El mismo Pablo había sido encarcelado varias veces por las autoridades imperiales y luego sería martirizado por el estado Romano en su ciudad capital en el Tíber.
El punto de Pablo en 1 Timoteo 2 es: Orar por toda clase de hombres, incluso reyes y magistrados, porque Dios quiere salvar a toda clase de personas, incluso a los gobernantes paganos, incluidos los que persiguen a los cristianos (1-4). Entre ellos también están aquellos por quienes nuestro único mediador “se dio a sí mismo en rescate” (5-6). El apóstol da otra buena razón para interceder por las autoridades civiles: “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (2).
Después de este examen de 1 Timoteo 2:4 en su contexto, el hombre o la mujer Reformados responden, primero, con una medida de alivio santo: “Es bueno ver claramente que 1 Timoteo 2 no enseña un deseo fallido del Señor de la gloria de salvar a todo el mundo o la mentira Arminiana de la expiación universal.”2 En segundo lugar, la exhortación del apóstol con respecto a la intercesión y la acción de gracias por los magistrados civiles a menudo nos obliga a concluir: “Necesito orar más por los políticos porque he estado profundamente tentado a descuidar esto, ya que debe ser muy difícil para los gobernantes civiles confiar solo en Jesús y operar como santos fieles en su entorno.”
2 Pedro 3:9
Además de 1 Timoteo 2:4, 2 Pedro 3:9 es un segundo texto del Nuevo Testamento que a menudo se cita como si enseñara un deseo frustrado del Dios Trino de salvar a todos cabeza por cabeza. El versículo dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”
Pero lo que generalmente se escucha citar es solo este fragmento: “El Señor … no quiere que alguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” El “alguno” y “todos” supuestamente se refieren a absolutamente todo el mundo. Así, la oferta bien intencionada afirma que Dios no quiere ni desea que una sola persona perezca en el infierno. Sin embargo, es incorrecto tomar medio versículo de la Biblia y luego llevarlo a posiciones teológicas extrañas, sin siquiera explicarlo en su contexto.
Primero, ¿cuál es la situación a la que se refiere 2 Pedro 3? Algunas personas negaron que el Señor regresaría alguna vez: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (4). Por inspiración del Espíritu, el apóstol explica por qué Jesús aún no ha aparecido, frente a los “burladores” y sus argumentos (3-4).
Así, el argumento de Pedro llegaría a la misma conclusión que los burladores. Cristo no va a volver. Si no va a volver hasta que haya salvado a todo el mundo, entonces ¡tendremos una espera interminable! Algunos de los Recontruccionistas postmileniales dicen que el último día podría estar a decenas de miles o cientos de miles o millones de años de distancia. La oferta bien intencionada de 2 Pedro 3:9 es aún peor: ¡No tiene sentido mirar, anhelar u orar por la segunda venida del Salvador, ya que Él nunca regresará!
En segundo lugar, Pedro exhorta a los creyentes a “tener entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (15). Todos aquellos para quienes Dios es paciente (9) ciertamente serán salvos, porque “la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (15). ¡Pedro nos instruye que debemos “dar cuenta” o considerar esto como un primer principio de la religión Cristiana!
En tercer lugar, debemos notar la palabra “con nosotros” en la afirmación apostólica de que “Dios es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca”. ¿Debemos pensar que la paciencia de Dios es particular y siempre eficaz (15) “para con nosotros” (9), es decir, sus “amados” elegidos (1:10; 3: 1, 8, 14, 17) en su “amado Hijo” (1:17), pero que, cuando la siguiente cláusula en 2 Pedro 3:9 afirma que Él “no quiere que ninguno perezca”, la palabra “ ninguno ”debe entenderse universalmente de todos y cada uno de los seres humanos, la mayoría de los cuales perecen eternamente? ¡No! El amor eterno de Dios e irresistible paciencia para con nosotros, los predestinados, continúa con el resto del versículo: “Pero, amados … el Señor … es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno [de nosotros] perezca, sino que todos [de nosotros] procedan al arrepentimiento” (8-9).3
Cristo no puede regresar mientras haya una sola oveja elegida que aún no haya sido efectivamente llamada, así como tampoco el Todopoderoso podría haber hecho llover fuego y azufre sobre Sodoma mientras el justo Lot permanecía en esa ciudad. La compañía completa de los elegidos, todo el cuerpo de Cristo, debe ser regenerado y solo entonces el Señor regresará. ¡Todos los elegidos en Cristo antes de la fundación del mundo deben ser concebidos físicamente y renacer espiritualmente antes de que Él aparezca con gran majestad para hacer nuevas todas las cosas!
La voluntad de Cristo
Habiendo hecho exégesis tanto en Efesios 1:1-14 como Romanos 9:6-24, y expuesto la enseñanza de las Escrituras sobre la voluntad salvadora del Dios Trino, ahora nos dirigimos a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo.
Incluso en el Antiguo Testamento, el Mesías proclamó que Su misión y Su gozo era obedecer la voluntad de Jehová:
Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón. (Sal. 40:6-8).
El Nuevo Testamento cita y expone estas palabras, enmarcando la encarnación y crucifixión de Cristo como la ejecución de la voluntad salvadora de Su Padre:
Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (Heb. 10:5-10).
En tres capítulos sucesivos del Evangelio según Juan, nuestro Salvador hace la misma observación:
Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra (4:34). No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre (5:30). Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (6:38).
El libro de Hechos explica que los terribles (y a la vez maravillosos) eventos que le sucedieron a Cristo, incluyendo Su arresto, crucifixión y muerte, fueron de acuerdo con la buena voluntad soberana de Dios: “a este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (2:23). La oposición tanto del pueblo como de los líderes de los judíos y como también de los gentiles estaba igualmente incluida en el decreto eterno de Jehová:
Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. (4:27-28).
El apóstol Pablo declara el propósito y el resultado de la muerte de nuestro Salvador como la realización de la voluntad del Dios Trino en la liberación de Su iglesia: Él “se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo [es decir, de la era], conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gal. 1:4). Como hemos visto anteriormente, esta es la voluntad de Dios en la elección de Su iglesia (Mt. 20:15-16; Rom. 9:6-24; Ef. 1:3-14).
La doctrina ortodoxa es que nuestro Señor Jesucristo, siendo completamente Dios y completamente hombre, tenía dos voluntades: una voluntad divina y una voluntad humana. Su santa voluntad humana sin pecado, siempre estuvo subordinada a Su voluntad divina, la voluntad del Dios Trino. Como prueba, citamos las palabras de Cristo mismo en un Sabbat en el templo, en Capernaum, cerca del Mar de Galilea, y en el Huerto de Getsemaní, en el Monte de los Olivos:
No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, asi juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre (Jn. 5:30).
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Jn. 6:38).
Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mt. 26:39; ver Mar. 14:36; Luc. 22:42).
Cristo ejecuta la voluntad salvadora de Dios no solo al lograr nuestra redención hace 2.000 años, sino también al aplicarnos esa redención de acuerdo con su elección misericordiosa, que va acompañada por su corolario necesario y bíblico: la reprobación incondicional. Así citamos las reflexiones de Cristo sobre los resultados de su predicación y milagros:
En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11:25-27; ver Lucas 10:21-22).
Aquí observe cuatro puntos importantes. Primero, el Dios soberano, el “Señor del cielo y de la tierra”, revela el evangelio a unos y lo oculta a otros (como el resultado temporal de la elección y la reprobación eterna respectivamente; Rom. 9:18). Segundo, todo esto sucede según el eterno beneplácito de Dios: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Tercero, Jesús expresa gratitud a su Padre celestial por todo esto, mostrando así la perfecta unidad entre la voluntad de Jesús y la voluntad del Dios Trino: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños”. Cuarto, la palabra de Cristo aquí es el repudio de la oferta bien intencionada, un deseo divino ineficaz de salvar al réprobo: “y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera [o lo desee] revelar”. A todos aquellos a quienes Él desea salvar, ¡ciertamente les concede iluminación espiritual!
Jesús también habla de la regeneración o del nuevo nacimiento en términos de su voluntad salvadora: ” Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida[o desea, o anhela]” (Juan 5:21). Una vez más, Cristo rechaza explícitamente la oferta bien intencionada.
En el aposento alto la noche en que fue traicionado, el Señor advirtió a Pedro del peligro que él y los otros discípulos enfrentaban: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido tenerte, para zarandearos [plural] como a trigo” (Lucas 22:31). Luego pronunció palabras de consuelo personal y llamado a Pedro: “Yo [según mi voluntad o deseo] he rogado por ti [singular], que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” (32). En las palabras de nuestro Salvador a un hombre, Pedro, tenemos un ejemplo de la oración y la promesa de Cristo de preservar a todos sus santos (ver Jn. 17:9, 11, 15; 1 Cor. 1:8-9; Fil. 1:6; 1 Pdr. 1:5).
El Señor Jesús desea la glorificación de Su pueblo, como vemos en Su oración sacerdotal: “Padre, aquellos que me has dado, quiero [o deseo o anhelo] que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). Como las otras Escrituras que hemos citado recientemente sobre la voluntad salvadora de Cristo (Mt. 11:27; Luc. 10:22; Jn. 5:21), aquí nuevamente vemos que Él desea o quiere o anhela salvar solo a todos los elegidos, aquellos “que me has dado”.
Habiendo considerado textos que hablan de elementos individuales en el ordo salutis u orden de salvación (específicamente regeneración, preservación y glorificación), pasamos ahora a un pasaje bíblico que menciona varias bendiciones espirituales en relación con la voluntad salvadora de Cristo:
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Juan 6:37-40).
Aquí leemos acerca de la elección de Dios de la iglesia en la eternidad (tiempo perfecto: “todo lo que [él] me diere“) resultando en nuestra entrega a Jesús en el tiempo (tiempo presente: “Todo lo que el Padre me da“). A todos los que fueron dados a Cristo en la eternidad y en el tiempo se les conceden las siguientes bendiciones: fe (“vendrá a mí”), preservación (“al que a mi viene”; “no pierda yo nada”), “vida eterna” y la gloriosa resurrección del cuerpo (“yo lo resucitaré en el día postrero”).4 ¡Todo esto es el resultado de la voluntad salvadora de Dios que se logra a través de la voluntad de Cristo (encarnada en acciones) durante Su ministerio terrenal, a lo largo de la era de la iglesia, en Su segunda venida y para siempre!
Los milagros que Jesús realizó durante su ministerio público fueron obras maravillosas de Dios que autenticaron a su Hijo y su mensaje. Al igual que la salvación, dependían únicamente de la voluntad de Cristo. En una ocasión en Galilea, el Señor les dijo a los Doce: “enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino” (Mt. 15:32), por lo que realizó una maravilla al alimentar a 4,000 hombres, sin contar las mujeres y los niños (33-38). En relación con la alimentación de los 5.000 en Juan 6, Jesús se reveló como el Pan de Vida y el agente de la voluntad salvadora de Dios (37-40).
El sabio leproso entendió y profesó que su curación estaba únicamente en la voluntad o deseo de Jesús:
Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció (Mt. 8:2-3; ver Mar. 1:40-42; Luc. 5:12-13).
Repetidamente, vemos que Jesús siempre realiza Su voluntad o deseo, como con Su elección de los 12 discípulos: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él” (Mar. 3:13). Durante la Semana de la Pasión, sus discípulos le preguntaron: “¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la pascua?” (Mar. 14:12). El Señor soberano les explicó que un aposento alto ya estaba preparado para ellos, y dio detalles a Pedro y Juan en cuanto a cómo serían conducidos a él (Mar. 14:13-16; Luc. 22:8-13). Más tarde ese día, Jesús les dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Luc. 22:15), y así se encargó de que su deseo se cumpliera porque ¡su deseo soberano siempre se realiza!5
A veces, incluso los discípulos más cercanos de Cristo, como Pedro, Santiago y Juan, malinterpretaron o se opusieron a Su voluntad:
Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías (Mateo 17:4).
Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? (Lucas 9:54).
Jesús no permitió que se construyeran tales tabernáculos o que descendiera tal fuego, en contra de los deseos de Sus discípulos. Cuando hay un choque entre Su santa voluntad o deseo y la de incluso de Sus amigos más íntimos, Su voluntad siempre debe prevalecer, como incluso Pedro (“Señor… si quieres“) y los hijos de Zebedeo reconocieron (“Señor, ¿quieres…?”).
Mateo 23:37
Así como hay especialmente dos textos del Nuevo Testamento sobre la voluntad salvadora del Dios Trino que son citados erróneamente por muchos como apoyo a la oferta bien intencionada (1 Tim. 2:4; 2 Pedro 3:9), también hay un versículo al que a menudo se apela como si enseñara que Cristo desea salvar a todos cabeza por cabeza, incluyendo a los réprobos:
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! (Mateo 23:37).
“Ahí está”, proclaman, “Jesús quería salvar a la gente, pero no se salvaron. Aquí tenemos la prueba de que el Hijo de Dios tiene un deseo salvífico universal que intenta, pero no logra liberar a muchas personas. ¡Asi Cristo predicó la oferta bien intencionada!”
Observe, primero, lo que Jesús no dijo. Él no se quejó de que había querido o deseado reunir a Jerusalén, pero Jerusalén no quería (y lo había detenido). Él no protestó que había querido o deseado reunir a los hijos de Jerusalén, pero los hijos de Jerusalén no querían (y lo habían detenido). Lógicamente, si Cristo hubiera querido o deseado salvar a X, pero X no quería (y lo había impedido), eso enseñaría que Su voluntad o deseo salvador no es irresistible, pero esto no es lo que dice Mateo 23:37.
En segundo lugar, se hace una distinción clave en el texto y debe ser observada por sus lectores. Por un lado, está Jerusalén, los líderes religiosos judíos, las personas a quienes Jesús ha estado vilipendiando a lo largo de este capítulo, incluso en su repetida denuncia: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” (vers. 13, 14, 15, 23, 25, 27, 29). Por otro lado, están los hijos de Jerusalén (Gal. 4:26), los hijos e hijas elegidos que pertenecen a la Sion espiritual (Heb. 12:22-24), a quienes Él quiere o desea reunir como Su amado pueblo en la bendita comunión del pacto de gracia.
El tercer punto se deriva del anterior y se refiere al tono de voz de Cristo. En Mateo 23:37, Jesús no está suplicando como un mendigo, rogando al hipócrita sistema religioso de Jerusalén que le permita salvarlos. Por el contrario, Él los condena, preguntando retóricamente: “Serpientes, generación de víboras, “¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (33), entonces, ¿por qué estaría tratando de salvarlos? Inmediatamente después del texto controvertido, el Señor pronuncia este juicio: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (38).
Una cuarta cuestión se refiere a la aplicación de Mateo 23:37. No se trata de un llamamiento evangélico, como en la apologética y la predicación de la oferta bien intencionada. El texto es la culminante y sincera reprensión de Jesucristo a los falsos líderes religiosos judíos que, contrariamente a su oficio y profesión, no querían que el Mesías reuniera a los verdaderos hijos de Dios. El Hijo encarnado contrasta Su santa voluntad salvadora con respecto a Su propia simiente con el impío deseo y esfuerzos de ellos para detenerlo: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”
Por extensión, Mateo 23:37 es una mordaz acusación contra todos los líderes de las falsas iglesias en nuestros días que tratan de impedir que las personas aprendan el verdadero evangelio bíblico y vengan a Cristo para salvación. Su aplicación en el siglo XXI es la misma que la de otras dos terribles declaraciones de labios de nuestro Señor:
Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando (Mateo 23:13).
¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis (Lucas 11:52).
Nicodemo y el ciego de nacimiento en Juan 9, atestiguarían gustosamente, al igual que los conversos del Catolicismo Romano, el Protestantismo liberal, las sectas, etc., que a pesar de las malas voluntades y los crueles esfuerzos de los líderes incrédulos de la iglesia, la voluntad salvadora del Dios Trino en Cristo, triunfa en todos los elegidos. La palabra de Jesús mismo, citada anteriormente, explica por qué:
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero (Juan 6:37-39).
La verdadera interpretación de Mateo 23:37, tal como se describe en los cuatro puntos anteriores, tiene un pedigrí histórico impresionante, incluyendo a Agustín (354-430), el doctor de la gracia, que luchó contra los Pelagianos y semi-Pelagianos en la iglesia primitiva:
Nuestro Señor dice claramente, no obstante, en el Evangelio, cuando reprende a la ciudad impía: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” [Mateo 23:37] como si la voluntad de Dios hubiera sido vencida por la voluntad de los hombres, y cuando los más débiles se interponían en el camino con su falta de voluntad, la voluntad del más fuerte no podía llevarse a cabo. ¿Y dónde está esa omnipotencia que ha hecho todo lo que ha querido en la tierra y en el cielo, si Dios quiso reunir a los hijos de Jerusalén, y no lo logró? O más bien, Jerusalén no estaba dispuesta a que sus hijos fueran reunidos, pero aunque ella no estaba dispuesta, Él reunió a tantos de sus hijos como quiso: porque Él no quiere algunas cosas y las hace, y quiere otras, y no las hace; sino que “Todo lo que Jehová quiere lo hace, en los cielos y en la tierra” [Sal. 135:6] (El Enchiridion, xcvii).6
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