Rev. Cornelius Hanko (Junio 5, 1960)
Porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Rom. 8:15).
Hoy conmemoramos el derramamiento del Espíritu Santo, como fue derramado en la iglesia del Pentecostés.
Nuestro texto habla de ese Espíritu como el Espíritu de adopción, que elimina todo temor. Es el Espíritu en nosotros y nos hace clamar “Abba Padre”. ¿Tú clamas así? Permíteme preguntarte aún mas específico, ¿Cuándo y cómo clamas así? Si lo haces, tienes evidencia del Espíritu viviendo en ti. También tienes la certeza que eres salvo y que eres heredero de la salvación eterna. Esto es en general nuestro texto.
En este hermoso versículo de Romanos ocho, Pablo está cantando su canción de triunfo por todos los creyentes. Comienza diciendo que no hay condenación – en ningún sentido – para aquellos que están en Cristo Jesús. Esta seguro que, y quiere que sepan que también pueden estar seguros de eso. Quiere asegurarnos de nuestra salvación eterna en Cristo. No solo poseemos esa salvación, y la poseeremos para siempre, pero también la tenemos ahora.
Así que el habla del trabajo del Espíritu Santo en nuestros corazones. Aquellos que tienen el Espíritu tienen que y mortifican las obras de la carne. Odian el pecado y lo rechazan, crucifican la carne diario con tristeza verdadera de corazón y verdadero arrepentimiento. Hacen esto porque son guiados por el Espíritu. El Espíritu en ellos odia y rechaza el pecado en ellos. Por lo tanto, continúa, Pablo nos dice que ellos son hijos de Dios. Ellos saben que lo son, y por lo tanto saben que son salvos y se regocijan en ello.
Tienen seguridad de la salvación en tres puntos. Primero, tienen el testimonio del Espíritu en sus corazones que les da derecho a ser hijos. Segundo, tienen el trabajo del Espíritu en ellos, limpiándolos y santificándolos como hijos. Finalmente, tienen el clamor de hijos en sus corazones y con sus labios dicen: ¡Abba Padre!
El Espíritu de Adopción
- Quien es El
- Como es Recibido
- Como seManifiesta
I. Quien es EL
Es obvio que el “Espíritu” es este versículo y el capítulo entero es el Espíritu Santo de Dios. Solo tengo que recordarte, y es importante ser recordado de esto, que el Espíritu Santo no es menor que Dios mismo. Dios es el Espíritu en nosotros. Dios es descrito aquí como un ser, no un espíritu de esclavitud para temer, pero el Espíritu de adopción. Y Dios nos hace clamar a El, llamándolo “Abba Padre”.
Digo que Dios es ese Espíritu, porque el Espíritu Santo es Dios, no solo una parte de El. Dios, tu sabes, es un Dios, no tres. El es un ser, aún cuando haya en ese ser tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aplica esto tanto ayer como hoy, “Escucha O Israel, el Señor tu Dios uno es”. Nunca son tres.
Pero este Dios subsiste en tres personas, esto es, hay tres que dicen “yo” en Dios. Estas tres personas son iguales, porque poseen atributos divinos perfectos. Los tres son eternos, omnipresentes, sabios, santos, rectos, verdad y gracia. Sin embargo el Padre vive su vida como el Padre, el Hijo como el Hijo, y el Espíritu como el Espíritu. Por lo tanto se puede decir, que el Padre genera al Hijo y exhala al Espíritu Santo. El Espíritu procede como Espíritu a la forma del Padre del Padre al Hijo, y como Espíritu del Hijo del Hijo al Padre. En el Espíritu, el Padre e Hijo mantienen una relación de pacto.
De esto, precede que el Dos trinitario está siempre activo en todas las cosas. En creación, en la cruz, pero incluso en el trabajo del Espíritu en nuestros corazones. Debemos estar concientes que no consideremos tres dioses, ya que solo hay uno. El Espíritu es la presencia de Dios en la tercera persona viviendo en nuestros corazones.
El Espíritu es descrito negativamente como no ser el Espíritu de esclavitud. Algunos han creído que contrastamos entre el Espíritu como trabajó en la iglesia del viejo pacto y como ahora trabaja en la iglesia. Porque esa era el pacto de la ley, el Espíritu era un Espíritu de esclavitud creando temor. Pero ahora somos libres de la ley, asi que ahora tenemos el Espíritu de adopción.
Esto no es lo que el apóstol Pablo tenía en mente cuando escribió esto. Primero, es cierto que la iglesia estaba bajo esclavitud de la ley en el viejo pacto. Pero eso no significa que el Espíritu los mantenía esclavizados. Aún allí la única libertad de la ley era por el Espíritu en sus corazones. Segundo, sería muy erróneo decir que la iglesia del viejo pacto estaba en esclavitud como siervo, y solo se hicieron hijos en el nuevo pacto. En Gálatas Pablo habla del hecho de que la iglesia era pequeña, hijos del viejo pacto, niños que no habían adquirido madurez, porque el Pentecostés no había llegado. Pero somos los mismos hijos, solo que ahora maduros, disfrutando nuestra adopción como hijos concientes de sus riquezas.
Muy simple, el apóstol está haciendo una distinción entre las ataduras del pecado y la libertad que tenemos en Cristo por medio del Espíritu. Hay en nosotros como somos por naturaleza, el espíritu o principio de pecado que nos mantiene esclavos. Así como somos, el pecado tiene dominio sobre nosotros. Lo debemos ver que no es simplemente un asunto de opciones. El pecado tiene control absoluto, y prioridad en nuestros corazones así como somos por naturaleza. Antes que nada, el pecado tiene derecho de poner su trono y reinar sobre nosotros. Dios le da ese derecho. El alma que peca, debe morir de acuerdo al justo juicio de Dios. Segundo, somos depravados, así que somos esclavos disponibles del pecado. No podemos hacer nada mas que pecar. Las ataduras del pecado nos mantienen atados firmemente. Y nos gusta, porque disfrutamos el pecado, como si fuera lo único que valga la pena en la vida. Es natural para nosotros pecar como es respirar.
No hay escape de las ataduras del pecado. Fuera del Espíritu del cuál habla nuestro texto, estamos siempre esclavizados. El pecado nos hace sus esclavos. Pero además de esto, el pagano busca dioses falsos, mas ídolos, y se encuentra en esclavitud a esos ídolos. El judío carnal, especialmente los fariseos, buscaron en ganar su salvación manteniendo la ley de una manera superficial, confiando en sus obras, por sus propios esfuerzos. Ellos tampoco, encontraron escape de su esclavitud. De hecho, todos los “ismos” por los que el hombre busca salvación por sí mismo, fuera de la cruz y la gracia de Dios, solo resulta mas esclavitud.
Como Pablo añade correctamente, es una esclavitud al temor. El pecado crea temor. El temor de ser descubierto, el temor de sufrir consecuencias, el temor de que nuestros pecados siempre nos encuentran. Y el alma que peca debe morir. Incluso el pagano que busca escapar ese temor adorando ídolos solo esta desafiando al Dios vivo. El se da cuenta, también, que la adoración de sus ídolos, solo le trae mas temor, porque su ídolo nunca esta satisfecho.
Lo mismo aplica a las obras vanas, porque por las obras de la ley ningún hombre es justificado. Los fariseos, presumen de su rectitud, pero lo hace para tranquilizar su perturbada conciencia y calmar el temor que está siempre presente en el. En el servicio al pecado, siempre hay esclavitud al temor. Nadie ni nada puede liberarnos excepto el Espíritu del que habla nuestro texto.
Este Espíritu se llámale Espíritu de adopción. El concepto no es tan extraño. Algunas veces parejas casadas toman en sus casas a un niño que no es suyo. Normalmente es hecho cuando lo más probable es que no tengan un hijo propio. Este hijo es escogido cuidadosamente de entre los candidatos, y el niño es adoptado legalmente, para convertirse en su propio hijo por la ley y tiene todos los derechos y privilegios de la casa y familia. Es tratado y es considerado como hijo legítimo, y amado igual.
De la misma manera, somos adoptados. Somos liberados de la esclavitud y del terror que acompaña la esclavitud, somos libres y se nos es dada paz en nuestros corazones y mente.
El Espíritu en nosotros hace esto. El es llamado el Espíritu de adopción, porque ese es el trabajo en nosotros. El nos asegura de nuestra adopción, declarando en nosotros que somos hijos y que tenemos los mismos derechos y privilegios que tienen los hijos. De hecho, El nos guía como hijos y nos hace vivir, caminar, hablar y actuar como hijos, incluso hasta el extremo que por Su Espíritu le llamamos “Abba Padre”. ¡Que maravillosa gracia es esta, que nos hace saber y que podemos decir que tenemos al Espíritu!
II. Cómo es Recibido
Ese Espíritu, Pablo dice, has recibido. La diferencia no debe hacerse, como mencioné anteriormente, que en el antiguo pacto el Espíritu no se había dado aún, pero que es el fruto del Pentecostés. Eso no es cierto. Es bueno notar aquí, que el Espíritu de adopción estaba presente en la iglesia del antiguo pacto, no el la medida tan rica en la que lo poseemos hoy.
Recordemos que, en el viejo pacto, la iglesia estaba bajo la esclavitud de la ley. Vivían en un mundo de sombras. Eran como niños enseñados con dibujos. Pero eso también significaba que estaban bajo una disciplina estricta de niños. Estaban bajo la disciplina de la ley, porque la ley era su maestro. La ley les decía que hacer y que no hacer, y los ataba para que obedecieran. Como menores no podían disfrutar de completa libertad como hijos dentro de la casa. No podían hacer lo que querían. Pero recuerda, la ley era su maestro para guiarlos a Cristo.
El Espíritu en sus corazones era el Espíritu de adopción. El les enseñó que por las obras de la ley ningún hombre es justificado delante de Dios. ¡Pero Cristo es el fin de la ley! En El estaba toda su rectitud. Ellos vivieron y murieron en la esperanza de la promesa.
Y ahora Cristo ha venido. Sufrió y murió, resucitó y se fue al cielo. Allí en el cielo El recibió al Espíritu Santo como el Espíritu de Cristo exaltado, y ese Espíritu fue derramado en el Pentecostés. Eso marcó el final de los tiempos de las sombras. La realidad había llegado con el cumplimiento de la promesa. El Espíritu de Cristo habita en la iglesia, para que tengamos ahora la bendición de Cristo de una manera más rica que antes. Eso puede ser descrito mejor diciendo que tenemos el Espíritu de adopción como hijos maduros en la casa de Dios. Estamos ahora concientes y disfrutamos nuestro estado como hijos de una manera más intensa de lo que era posible en el viejo pacto.
Esto es cierto desde dos puntos de vista. Primero, estamos seguros de nuestro derecho de ser hijos de Dios. El apóstol nos recuerda que por naturaleza tenemos un derecho, y ese es que el pecado tenía dominio sobre nosotros. Éramos los esclavos legítimos del pecado, mereciendo únicamente ser vendidos al pecado en muerte eterna.
Es por el poder convencedor del Espíritu Santo que nos damos cuenta y confesamos que, por naturaleza estamos inclinados a encontrar todo tipo de excusas por nuestros pecados y culpar todo y a todos pero no a nosotros mismos. Es el Espíritu Santo que nos apunta su dedo acusándonos, y condenándonos, creando tristeza y arrepentimiento.
Y es también el Espíritu Santo, quien de esa manera, nos asegura nuestra adopción. Nos asegura de un amor eterno en Cristo. Nos apunta a los méritos de Cristo en la cruz. Nos asegura que Cristo es justo y recto y que le pertenecemos a El, como hijos en Su casa. El Espíritu Santo nos asegura que todos los derechos y privilegios de los hijos son nuestros. Incluso nos asegura que somos los herederos legítimos de un lugar en la casa del Padre en la vida venidera.
Pero ese espíritu Santo también hace algo más. Porque cuando descubre nuestro pecado, también nos hace darnos cuenta que estamos muertos en pecados, depravados por naturaleza. Nos enseña que somos como el príncipe de las tinieblas que es nuestro padre. Tenemos la mara de su imagen, hacemos su voluntad, y buscamos su amistad. No somos dignos de ser hijos de Dios.
Sin embargo, el mismo Espíritu nos renueva para que seamos hijos de Dios. Somos regenerados con una vida nueva. Somos restaurados a la imagen de Cristo en verdadero conocimiento, rectitud y santidad. Lo que un padre natural nunca podrá hacer a un hijo adoptivo, Dios lo hace a nosotros. El nos hace completamente como El, para que seamos tan hijos como se pueda ser.
Esa es la importancia de las lenguas en el Pentecostés. No se nos puede escapar que cuando el Espíritu fue derramado en Cristo en su bautizo, El vino a El en forma de paloma. Pero en el Pentecostés, vino a la iglesia en forma de lenguas como de fuego encima de cada uno de ellos. Una paloma fue un símbolo del Espíritu cuando vino sobre Cristo, pero las lenguas como de fuego fue un símbolo para el Espíritu conforme descendía sobre la iglesia en el Pentecostés.
La diferencia es obvia. Cristo fue el Siervo obediente, que fue llamado a hacer la voluntad del Padreen toda obediencia y rectitud. La paloma, el símbolo de pureza y rectitud descendió sobre El, mostrando que el Espíritu de Dios lo equipaba para el trabajo que había sido llamado. Pero nosotros necesitamos limpieza, poder iluminador del Espíritu. Como una llama de fuego dentro de nosotros, El quema todo lo malvado, nos purifica y nos ilumina para que concientemente vivamos delante de dios como hijos en Su casa.
Ese Espíritu ha venido una vez para habitar para siempre. Nunca nos deja, porque Su trabajo nunca termina. No nos asegura solo una vez, pero cada día nuevo. Siempre testifica que somos hijos, y si hijos, herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, por ahora a sufrir un tiempo, y después ser glorificados con El para siempre. También nos limpia e ilumina, siempre haciéndonos hijos perfectos de Dios mostrando la vida del Espíritu conforme crecemos en santificación. Habiéndolo recibido, lo recibimos siempre nuevamente, nunca pudiendo vivir sin El.
III. Como Se Manifiesta en Nosotros.
De eso estamos convencidos, incluso por experiencia subjetiva. Es por esa experiencia subjetiva a la que el apóstol se refiere, cuando nos muestra que por ese Espíritu clamamos “Abba, Padre”.
“Abba, Padre” es una expresión única. De hecho, repite el nombre Padre dos veces, una en Arameo y una en Griego. Parece ser una práctica común en la iglesia primitiva. Sabemos por la Escritura, que Cristo usó esta expresión en el Ghetsimani cuando estaba en agonía del alma. Oró con gran lamento y lágrimas diciendo, “Abba, Padre, si es posible, permite que esta copa pase de mi. No mi voluntad, sino la Tuya sea hecha”. También sabemos que en Gálatas, Pablo clama esto al mismo Espíritu. Allí dice que es el Espíritu quien clama en nosotros diciendo “Abba, Padre”. Y aquí dice que el creyente que es lleno e impulsado por el Espíritu.
Esta expresión es evidentemente una expresión de emociones fuertes. La segunda repetición del nombre Padre no es simplemente una interpretación o traducción, pero sirve como expresión de sentimientos profundos y deseo del alma. Así como decimos a veces para enfatizar algo, “Aleluya, Alabado sea Su nombre”, o “Jesús-Salvador”, repitiendo para enfatizar lo que estamos diciendo. Así es en esta ocasión, Jesús primero, y después la iglesia dieron la expresión de vida del Espíritu en ellos, diciendo “Abba, Padre”.
Como un niño que reconoce a su padre que viene a verlo, o le llama a su padre en momentos de peligro, o desea la presencia de su padre y su compañía, así mismo el hijo clama por Dios. El Salmista sin duda tenía esto en mente cuando dijo, “Como el ciervo brama por las corrientes de agua, así clama mi alma por ti O Dios” (Sal. 42:1-2). O “Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré, que esté en la casa del Señor todos los días de mi vida, y contemplar Su hermosura y habitar en Su templo” (Sal. 27:4).
Esto es muy real en la vida del creyente. Hay una conciencia diaria de pecado y culpa. ¿Quién no se queja? “Mis pecados están siempre delante de mi, día a día. Si Tu Señor no marcas mis transgresiones, ¿Quién puede resistir?” Es esa conciencia de pecado con todas sus cargas, que nos causa huir al Padre y buscar perdón.
Las cargas de la vida pesan mucho sobre nosotros, casi amenazándonos y abrumándonos. EL lloro se levanta “O guíame a la Roca, que es mas alta que yo” Nuevamente el lloro al Padre, rogando por Su misericordia, por fuerza y bendición. El camino parece largo, el anhelo por casa y descanso aumenta, y siempre nos volvemos a El, quien es nuestro Padre por el amor a Cristo.
Nuevamente pregunto, ¿Tu clamas a Dios así? ¿Lo haces? ¿Cuando apesadumbrado con pesares? ¿Cuando lamentos y dolores amenazan y abruman, cuando peligros se acercan? ¿Ese es el clamor de tu corazón? ¿El deseo de tu alma? Cierto, es imperfecto, y rodeado de pecados. Hay muchas veces cuando Dios parece estar lejos de nosotros, solo porque nosotros estamos muy lejos de El. ¿Pero haces ese clamor?
No es de ti, pero el clamor del Espíritu en ti. Es tu evidencia que eres salvo. Es tu seguridad de salvación eterna. Porque Dios, quien empezó en ti su trabajo, seguro lo terminará. Otro paso- ¡y estaremos en casa! Amen.