Por Ron Hanko
Comenzamos nuestro estudio del bautismo con cierto temor, sabiendo las diferencias que existen entre los cristianos sobre este importante asunto. A pesar de eso, y aunque no tenemos ningún deseo de ofender a los que son de una postura Bautista, creemos que el testimonio de la Escritura es muy claro al respecto. Sólo pedimos que escuchen lo que tenemos que decir.
La primera cuestión a ver es, entonces, el simbolismo del bautismo. No creemos que las aguas bautismales en sí tengan ninguna eficacia o poder como lo creen y enseñan el romanismo, el anglicanismo y el luteranismo. Su valor radica más bien en el hecho de que es solo un símbolo.
Todos estarían de acuerdo, en lo cual estamos seguros, de que el agua del bautismo simboliza la sangre de Cristo y que la aplicación del agua (dejamos de lado por el momento la cuestión de cómo se aplica) representa el lavamiento de nuestros pecados por la sangre preciosa de Cristo.
En otras palabras, el bautismo representa la aplicación de la salvación en la justificación (la eliminación de la culpa de nuestros pecados) y en la santificación (la eliminación de la suciedad y la contaminación de nuestros pecados). Por lo tanto, el bautismo representa el perdón de nuestros pecados tal como recibimos ese perdón por la justificación por la fe, como también representa la obra de Dios que recibimos por la cual podemos ser santos en la regeneración y en la santificación.
En la medida en que el bautismo representa la aplicación de la salvación –el lavamiento de nuestros pecados en la justificación y la santificación– el agua no sólo representa la sangre de Cristo sino también el Espíritu de Cristo. Él es el único en quién y por quien uno es lavado (bautizado) tanto en el la remisión como en la limpieza del pecado.
Esta es la razón de porque la Escritura describe el don del Espíritu como un bautismo (Mateo 3:11; Hechos 1:5, Hechos 11:16; 1 Corintios 12:13). Es un bautismo pero no por ninguna otra razón sino por aquella de que el Espíritu tiene una función importante en la aplicación del remedio y la purificación del pecado. Él es el quien aplica a nosotros la sangre de Cristo tanto para nuestra justificación como para nuestra santificación, y ya que Él hace esto entregándose a nosotros, podemos decir que el ser bautizado no sólo significa el ser bautizado en la sangre de Cristo sino también en o con el Espíritu de Cristo cuando somos salvados.
Esto tiene muchas consecuencias importantes. Por un lado es la respuesta al error del pentecostalismo que enseña que el bautismo en el Espíritu Santo es algo adicional y posterior a la salvación. El bautismo en o con el Espíritu de Cristo no es otra cosa que la salvación misma. Esto es claro en la Escritura (Hechos 2:38,39; Romanos 5:1-5; Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13 comparados con Juan 7:37-39; Gálatas 3:2; Efesios 1:13,14).
Todo esto tiene consecuencias también para el modo del bautismo. Si las aguas bautismales representan tanto la sangre como el Espíritu de Cristo, debe ser bien observado que la Escritura invariablemente describe la aplicación de ambos en términos de derramamiento o rocío. Este es un punto que vamos a explicar en el marco del título “El modo de bautismo.” El punto aquí es que el bautismo bellamente simboliza la limpieza y el removimiento de los pecados por la sangre y por el Espíritu de Cristo, y así se muestra el cómo entramos en el pacto de Dios: por la sola gracia y por sólo Cristo.
Tomado de Doctrine According to Godliness por Ronald Hanko, pp. 256-257. Título en inglés: The Symbolism of Baptism.