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El vínculo inquebrantable del matrimonio / The Unbreakable Bond of Marriage

Francesco De Lucia


Introducción

La doctrina del matrimonio es sin duda una de las verdades más bellas que enseña la Sagrada Escritura. Demuestra ser de gran interés para todos los Cristianos, tanto jóvenes como mayores, y conlleva un enorme significado práctico para la vida diaria de un Cristiano, sea tanto casado como no casado y que esté considerando casarse. Hay muchas cosas importantes que decir sobre el matrimonio y mucho se ha dicho y se está diciendo en la iglesia Cristiana al respecto.

Pero hay un aspecto del matrimonio que es particularmente importante y que debe abordarse particularmente, ya que es aquí donde muchos se equivocan terriblemente hoy. Este es el área del divorcio y el nuevo matrimonio. Las preguntas involucradas son muy serias. La respuesta correcta a ellos puede tener un significado eterno para una persona o una pareja. ¿Qué debe hacer cada pareja Cristiana (como cualquier otra pareja casada) al considerar o afrontar con la difícil y dolorosa realidad del divorcio y el volver a casarse? ¿Debe considerarse el matrimonio como algo de por vida? ¿Puede y hay algo más que la muerte física romper el vínculo matrimonial entre marido y mujer a los ojos de Dios? ¿Está permitido volver a casarse y, de ser así, en qué caso? ¿Cómo se deben mirar estas cosas mientras se reflexiona y se considera el matrimonio?

Daremos una respuesta a estas preguntas tan importantes estableciendo primero qué es el matrimonio según las Escrituras, y luego cuáles son las implicaciones con respecto al divorcio y el nuevo matrimonio (volver a casarse). Empecemos entonces, en primer lugar, preguntando: ¿Qué es el matrimonio?


El Matrimonio es … “Lo que Dios Ha Unido”

El matrimonio es un vínculo personal, físico, psicológico, emocional y espiritual entre un hombre y una mujer. Este vínculo es creado solo por el Dios Trino. La pareja hace votos o juramentos públicos y son una sola carne de por vida.1 En consecuencia, esto significa que están obligados por Dios a vivir la vida en todos sus aspectos como uno, tanto en sus pensamientos, emociones, deseos, propósitos, acciones, como dos que deben conocerse, disfrutarse y buscarse mutuamente, y pensar y no hacer nada sin el otro. El matrimonio es una unión intima que Dios hace entre dos seres humanos del sexo opuesto, de hecho, la relación más cercana que los seres humanos pueden experimentar. Esta unión es tan íntima, tan vinculante, tan poderosa, tan amplia y tan-trascendental que, mientras uno o ambos cónyuges vivan, no se puede romper.

Pero, ¿dónde nos hablan las Escrituras en estos términos sobre el matrimonio? Es en la creación en Génesis 2, cuando Dios del polvo hace al hombre y del hombre a la mujer, que vemos que el matrimonio es una unión de una sola carne de ese hombre y esa mujer, una unión que solo Dios ha creado, así como solo Él creó al hombre y a la mujer. Después de haber creado a la mujer del hombre, solo Él la trajo a él. Luego hizo que Adán reconociera, a través de la sabiduría y el conocimiento con que fue investido por Dios, que esa mujer, a diferencia de los animales que él había nombrado, era “hueso de [su] hueso y carne de [su] carne”, es decir, ella era de él, como él, para él, y quiso su Padre que fueran uno con él (Génesis 2:18-25; 1 Cor. 11: 8-9; Efesios 5:28-32). Dios crea y le trae la otra mitad de la carne de Adán, por así decirlo, a él para que ella pueda estar unida a él para siempre. Y así se ve al hombre “unirse” a su esposa, y los dos se convierten en “una sola carne” (Génesis 2:24). El matrimonio, como se vio en el principio, es por tanto una unión entre el hombre y la mujer totalmente concebida y regulada únicamente por Dios. Desde la creación también entendemos que cualquier cosa fuera o en contra de lo que Él quiso decir y significa el matrimonio como el matrimonio fue instituido es pecado.

El Señor Jesucristo definió el matrimonio apelando al relato histórico de Génesis 2. Cuando los Fariseos le pidieron que respondiera una pregunta que tenían sobre el matrimonio, el divorcio y el nuevo matrimonio, Él respondió dando una definición de matrimonio (Mateo 19:1-9; Marcos 10:1-12). Él enseñó que para comprender correctamente cuál es la verdadera naturaleza del matrimonio y lo que implica con respecto al divorcio y el volver a casarse, no debemos apelar a las prescripciones Mosaicas (temporales) con respecto al divorcio, “sino”, debemos ir más bien al “principio de la creación ”(Marcos 10:6; ver. Mateo 19:8).2 Al hacerlo, y así prácticamente definiendo el matrimonio, declaró, “lo que Dios ha unido” — esto es lo que es el matrimonio, sólo Dios juntando, uniendo a dos en una sola carne, como hemos visto anteriormente al describir Génesis 2 — ” el hombre no se separe “. Aquí, la verdad de que el matrimonio es una institución creada solo por Dios, y una unión de una sola carne hecha solo por Dios, obviamente implica que el mismo hombre, no debe, y de hecho no puede, ¡romper esta unión! Dios hizo el matrimonio; Dios los unió en uno, completamente sin la cooperación del hombre y la mujer. El hombre no puede, es decir, no tiene la capacidad de romper algo hecho por Dios. Y por lo tanto el hombre mismo no puede ¡tratar de hacerlo! Esto sería imposible. La única forma de separar lo que Dios ha unido es la muerte de uno de los dos que han sido unidos por Dios. Y, por supuesto, la muerte está solo en las manos de Dios (véase Deuteronomio 32:39; 2 Reyes 5:7; Apocalipsis 1:18). Solo Dios, a través de la muerte, separa lo que Él ha unido (Rom. 7:2; 1 Cor. 7:39).


La Realidad Espiritual Detrás del Matrimonio

Cuando Dios instituyó el matrimonio al principio de la creación, lo hizo en última instancia porque quería que la unión de una sola carne reflejara, de una manera creacional, algo más alto y sublime: la unión de Dios con la iglesia a través de Cristo en el pacto eterno e inquebrantable (vínculo) de gracia. El pacto de gracia entre Dios en Cristo (el esposo) y Su iglesia (la novia) se describe en la Escritura como una unión y precisamente se compara con un matrimonio humano, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (ver Eze. 16; Os. 2; Ef. 5: 28-32). En el Nuevo Testamento, se nos dice que Cristo y la iglesia llegan a ser uno en el Espíritu (1 Cor. 12). El Espíritu Santo es el Vínculo que los une tan estrechamente que los hace un cuerpo (1 Corintios 12:12ss.; ver 6:15-20) y una sola carne (Efesios 5:30-32; ver Gn. 2: 23-24).

Es notable, a este respecto, que las Escrituras van tan lejos como para hablar del matrimonio terrenal como “el misterio de Cristo y la iglesia” (Efesios 5:28-32), demostrando así que son la misma gran idea en la mente de Dios. Esta es una manera asombrosa de enseñarnos que la institución del matrimonio terrenal, tal como fue creada en el principio, estaba destinada a ser por Dios una revelación y manifestación típica de las criaturas de la relación de Cristo y Su iglesia. Especialmente y más claramente después de la revelación del Nuevo Testamento (por ejemplo, en Efesios 5), estamos llamados a considerar la ordenanza de creación del matrimonio como, en última instancia, nada más que una imagen de Cristo y la iglesia. Esta unión y relación entre Cristo y la iglesia se mantuvo parcialmente oculta y velada en el Antiguo Testamento, pero se ha revelado completamente en el Nuevo Testamento como la realidad última que Dios quiso simbolizar el matrimonio humano, desde la creación. No podemos dejar de notar varios paralelismos sorprendentes: así como la mujer fue sacada del hombre, así la iglesia es sacada de Cristo. Así como la mujer es traída al hombre solo por Dios, así la iglesia es traída a Cristo solo por la gracia irresistible de Dios. Nuevamente, en Efesios 5, se nos dice que la iglesia se convierte en “carne de [Cristo] carne y hueso de [Cristo] huesos”. Estas palabras son una cita literal del relato de la creación del hombre y la mujer y la institución del matrimonio en Génesis 2. A través de estos paralelismos, Dios nos está diciendo que Adán y Eva, y la institución del matrimonio, estaban destinados a representar lo que sería la unión de Cristo y la iglesia. Es por esto que el Espíritu Santo puede usar las palabras usadas para describir el matrimonio humano al principio para decirnos algo sobre la unión de Cristo y la iglesia. Nos está diciendo lo que estaba diseñado en representar el matrimonio humano desde el principio.

Es sobre el significado espiritual de este misterio que Efesios 5 se basa para describir los llamamientos prácticos más fundamentales de ambos humanos tanto del esposo y la esposa dentro de la relación matrimonial. Aquellos que viven y usan la institución del matrimonio están supuestos y llamados a vivir de tal manera que su unión refleje de manera creadora todo lo que es y hace el matrimonio entre Cristo y Su iglesia, según los versículos 28-32 y otros pasajes de la Escritura que regula los deberes y llamamientos respectivos de esposos y esposas en el vínculo matrimonial. Si el esposo y la esposa vivieran perfectamente en la institución del matrimonio, incluso sin saber que representan a Cristo y a la iglesia (como fue el caso de Adán y Eva creados y casados por Dios y antes de la Caída), se reflejarían de una manera creacional esa hermosa unión. Los incrédulos y los que no conocen a Cristo todavía estan llamados a no quebrantar el séptimo mandamiento. Ellos siguen llamados a vivir en matrimonio según la ley de Dios para el matrimonio que ellos conocen en sus conciencias (ver Rom. 2:14-15).


El vínculo es inquebrantable

Para entender correctamente la implicación de todo esto con respecto al tema de la inquebrantabilidad del vínculo matrimonial, y por lo tanto el tema del divorcio y un nuevo matrimonio, tenemos que considerar una vez más la verdadera relación matrimonial antitípica, y considerar el comportamiento de Dios, el esposo y la iglesia, Su esposa. La iglesia no es fiel a su esposo como debería serlo. Se dice que ella comete “adulterios” (ver Eze. 16; Oseas 2), que se “prostituye” y va “tras [sus] amantes” (Oseas 2:5). Dios, su esposo, ve y considera sus pecados, sus transgresiones a la ley, como prostitución y adulterio. Esto es así porque la ley define la forma en que ella debe relacionarse con El en el pacto para ser fiel y agradable a Él en su matrimonio (ver Lev. 26:15; 1 Reyes 11:11; Sal. 50:16; Oseas 8:1; Isaías 24:5; Ezequiel 16; etc.). Pero desde Oseas y Ezequiel, vemos que Dios nunca deja a Su esposa para casarse con otra. Aunque Él es provocado y está enojado por sus adulterios, y también la castiga por ellos, Él la ama con un amor sempiterno y siempre la restablece en su relación de pacto, perdonando sus pecados y haciéndola más fiel a Él (Eze. 16:60ss.; Os. 2:14 y siguientes).

De la misma manera, un esposo terrenal, y más aún un esposo Cristiano, no debe dejar a su esposa — sin importar cuán grave sea su infidelidad — con el propósito de casarse con otra mujer. Así como Dios nunca, en ningún caso, deja a su esposa para casarse con otra, así el hombre cristiano, y todo hombre para este caso, es llamado y considerado responsable por Dios de nunca dejar a su esposa con el propósito de casarse con otra. Al no dejar a su esposa, el hombre está actuando de acuerdo con el propósito que siempre ha tenido el matrimonio humano, porque es una imagen creacional de Dios en Cristo y en la iglesia. Todo lo que vaya más allá o en contra de esto es una violación y una transgresión contra el sentido más fundamental de la institución del matrimonio humano, tal como fue concebido y creado por Dios desde el principio. Ahora, como hemos dicho, el propósito es que, dentro de la unión del matrimonio, los cónyuges puedan disfrutar de la comunión emocional, psicológica, espiritual y física. Esta comunión debe estar en armonía con la voluntad de Dios para ellos como esposos, para que en tal unión y comunión puedan reflejar la unión y comunión de Cristo y de la iglesia en el verdadero e inquebrantable matrimonio, ¡glorificando así a Dios!

Una objeción común es que la infidelidad sexual o el abandono rompe el vínculo del matrimonio entre dos personas casadas. Por lo general, piensan algo como, Si mi cónyuge me deja y va por una nueva vida con otra persona, ¿qué conexión, qué vínculo tiene el (ella) conmigo por más tiempo? A esto, la respuesta de Dios en Su Palabra es más simple de lo que uno puede esperar. ¿Por qué creen que la infidelidad sexual o el abandono “rompe” el vínculo entre dos cónyuges? ¡Simplemente no lo hace! Esto es así porque, según las Escrituras, solo hay UNA cosa que a los ojos de Dios rompe el vínculo entre el hombre y su esposa, y es la muerte, la muerte física de uno de los dos. Este es el testimonio perspicuo de Dios en Su Palabra (Rom. 7:2; 1 Cor. 7:39). La infidelidad, por grave y dolorosa que sea, sólo viola, corrompe, adultera el vínculo íntimo que Dios ha creado entre marido y mujer, pero no lo rompe ni podrá romperlo jamás. Menos aún la deserción o cualquier otra cosa. Ante Dios, quien creó ese vínculo (Génesis 2; Mateo 19), un hombre y su esposa son “una sola carne”, y seguirán siéndolo hasta la muerte de una de las partes constituyentes de esta “una carne”. Así como en el verdadero matrimonio entre Dios y Su novia, la iglesia, sus adulterios no pueden y no rompen su vínculo, de modo que la verdadera iglesia elegida es rechazada para siempre de la presencia del Señor (Eze.16), Dios ha concebido y creado el matrimonio humano de tal manera que cuando une a dos en el vínculo de una sola carne, ¡Él lo hace de por vida! ¡Y los llama a ver y creer esto y a vivir en consecuencia!

Por lo tanto, hay una diferencia muy importante a tener en cuenta entre un vínculo “adulterado” o “violado” y un vínculo “roto”. Incluso el inglés básico prescribe que la palabra “adulterado” en sí misma no puede significar, y no significa, “roto”.3 La infidelidad sexual puede y hace (incluso gravemente) adulterar, es decir, corrompe, pero no puede de ninguna manera romperla. Solo Dios, a través de la muerte, puede y lo hace. ¡Tales son las implicaciones de la profundidad y el poder y el significado de la unión entre un hombre y una mujer tal como lo creó y quiso decir Dios! Lo decimos una vez más: Dios ha constituido y hecho la unión de una sola carne del matrimonio terrenal tan poderosa e indisoluble porque con cada matrimonio humano Él quiere representar, de una manera creacional y hermosa, la unión poderosa, inquebrantable, profunda, íntima, indisoluble y eterna entre Sí mismo y Su iglesia en Cristo.


1 Corintios 7:15 y Mateo 19: 9

Hay dos — y sólo dos — objeciones del Nuevo Testamento que pueden ser levantadas con cualquier plausibilidad para negar la idea bíblica del matrimonio. Uno es de 1 Corintios 7:15 y el otro de Mateo 19:9. Desde la Reforma Protestante especialmente, estos textos han sido vistos como representantes de “excepciones” a la verdad del matrimonio como lo hemos considerado anteriormente. Llegados a este punto, debemos preguntarnos: ¿Es posible que la gran y fundamental idea del matrimonio, que está arraigada en la creación del hombre y la mujer desde el principio, pueda contradecirse con estos dos versículos? ¿Es posible que el matrimonio, tal como se ha considerado hasta ahora, pueda en cualquier caso considerarse roto antes de la muerte? Responderemos a la objeción de Mateo 19:9 mientras buscamos establecer el verdadero significado de I Corintios 7:15. Este último dice:

Pero si los incrédulos se apartan, que se aparte. Un hermano o una hermana no está bajo servidumbre en tales casos: antes Dios nos ha llamado a la paz.

Para determinar el significado correcto de este versículo, es indispensable que primero veamos el contexto. En el versículo 10, el apóstol trata el caso de una esposa creyente y le ordena que no deje a su esposo, porque está llamada a vivir el llamamiento práctico que tiene en el vínculo matrimonial de la manera más fiel posible. Además, dejarlo haría que cometiera adulterio (Mat. 5:32).

En el versículo 11, nos encontramos con el permiso que se le da a la esposa para partir, pero no se nos dice por qué causas. En el versículo 10, se nos dice que lo que dice el apóstol en los versículos 10-11 es algo que él no está ordenando, pero que el Señor sí lo ha ordenado. Junto con los comentaristas ortodoxos, entendemos que lo que Pablo está diciendo aquí no es algo que le sea revelado por primera vez. Esta había sido la enseñanza del Señor sobre esta cuestión ya en Su ministerio terrenal. Así, Lucas (16:18), Mateo y Marcos (ya citados anteriormente) enseñan que para un creyente hay una y solo una razón por la que a un creyente se le permite dejar a su cónyuge: el adulterio por parte de su cónyuge. El apóstol simplemente está repitiendo aquí lo que el Señor ya había enseñado en otra parte sobre el asunto del divorcio. Pablo enseña que la esposa no debe separarse de su marido, pero también le concede permiso para dejar a su marido, para separarse de él. Aunque el apóstol no nos dice explícitamente por qué razón se le permite a la esposa dejar a su esposo, inferimos que este permiso se otorga solo en caso de adulterio, porque esta había sido la enseñanza del Señor tal como está registrada en los Evangelios, que el apóstol nos ha dicho que él está simplemente repitiendo en 1 Corintios 7:10-11.

Pero ahora observen que el apóstol, continúa reafirmando cuál había sido la enseñanza del Señor sobre este tema, procede a definir el llamado de la esposa una vez que ella ha decidido dejarlo en caso de adulterio por su parte: o permanecer soltera o reconciliarse con él. Ninguna tercera opción en absoluto. No hay nuevo casamiento para la “parte inocente” Por lo tanto, a pesar del aparente problema con la posible oscuridad parcial de Mateo 19:9, si se toma por sí solo y se deja de lado otras consideraciones exegéticas, podríamos agregar desde el contexto de Mateo mismo, que solo corroboraría nuestra explicación hasta ahora, la dificultad de establecer el significado exacto de Mateo 19:9 se resuelve de manera concluyente.4 1 Corintios 7: 10-11 interpreta Mateo 19:9, estableciendo así su verdadero significado de manera concluyente para cada cristiano creyente de la Biblia. Con la luz dada por 1 Corintios 7:10-11, podemos decir con confianza, con autoridad apostólica, que Mateo 19:9 enfáticamente no enseña que después del divorcio por fornicación la “parte inocente” puede volver a casarse. La pregunta, entonces, es: ¿Estamos preparados para contentarnos y recibir la interpretación inspirada y apostólica de Mateo 19:9 dada en 1 Corintios 7:10-11 o seguiremos dudando o, peor aún, contradiciéndola?

Procedamos, entonces, con nuestro análisis de 1 Corintios 7. En el versículo 12, el apóstol dice que lo que sigue de ahí en adelante es algo con lo que el Señor no trató en Su ministerio terrenal, sino que se ha comprometido a que Pablo lo trate en ese momento, bajo la inspiración del Espíritu Santo (v. 40). Por tanto, lo que el apóstol va a decir aquí son también los mandamientos del Señor, esta vez por boca de su apóstol (ver 14: 37). El caso bajo consideración en 1 Corintios 7:12-13 es el de un matrimonio mixto entre un creyente y un incrédulo. Las directrices inspiradas y apostólicas para tales casos son las siguientes.

En caso de que una esposa creyente, casada con un esposo incrédulo, descubra que su esposo se complace en vivir con ella a pesar del hecho de que ella es cristiana, el mandato del Señor a través del apóstol es: ¡No lo dejes! Lo mismo es cierto para un esposo creyente viviendo con una esposa incrédula. El incentivo agregado al mandamiento es que el Señor podría salvar al cónyuge incrédulo mediante el comportamiento piadoso del cónyuge creyente. Otra razón, que no se da expresamente como tal en el texto, pero que ciertamente se infiere legítimamente del texto, es que el Señor también tiene Sus hijos elegidos, espirituales y del pacto de niños de matrimonios mixtos (v. 14), quienes ciertamente no se beneficiarían de la condición dolorosa y angustiosa que les crearía una familia dividida.5 Una tercera razón, en parte implícita en las directivas que el Señor dio y que el apóstol asume que sus lectores ya conocen (Mat. 5:32), y en parte ya indicadas antes en 1 Corintios 7 (v. 5), es que al dejar a su cónyuge uno lo expone a la tentación de la infidelidad sexual, por lo que es muy probable que lo lleve a cometer adulterio.

Y ahora 1 Corintios 7:15. En el versículo 15, tenemos el caso de un incrédulo que NO está complacido de vivir con el creyente. ¿Qué se le ordena hacer al creyente? Hasta ahora, a la creyente siempre se le ha dicho que no deje a su esposo incrédulo o que no despida a su esposa incrédula. El énfasis hasta ahora ha estado en el llamado del creyente a vivir en el vínculo matrimonial y morar en la unión que Dios ha creado, aunque esta unión no se disfruta plenamente cuando uno de los dos es incrédulo. Pero ahora el apóstol se ocupa del caso de un incrédulo que no le agrada vivir con el cónyuge creyente en el vínculo matrimonial. ¿Qué debe hacer el creyente? ¿Sigue siendo el deber del creyente, como en todos los demás casos tratados hasta ahora, cumplir con sus deberes matrimoniales hacia él / ella, en “complacer” y “cuidar” a él/a ella (v. 34)? Considerando hipotéticamente que esto es así por un momento, seguramente significaría que el creyente tendría que imponer al incrédulo una relación en la que ya no le agrada vivir (pecaminosamente). También encontraría todo esto intolerable y absurdo. ¡Lo que resultaría es simplemente una lucha continua entre un incrédulo que no está contento de vivir más con su cónyuge y un creyente que intenta vivir con su cónyuge! El incrédulo probablemente intentaría deshacerse del cónyuge creyente o hacerle la vida imposible o forzarlo a irse. El creyente puede incluso llegar al punto de pensar que se ve obligado a toda costa a estar con su cónyuge, incluso si esto implicaría simplemente ser un esclavo, obligado a seguir a su cónyuge donde quiera que vaya. Pero la voluntad de Dios en tales casos no es intentar seguir un curso de acción tan imposible y penoso. El llamado de Dios al creyente en tales casos es más bien dejar ir al incrédulo, y no considerarse encadenado a él / ella o esclavizado a él / ella, para pensar que debe estar con él /ella a toda costa. Dios llama a esa persona a vivir en paz. El llamado de Dios al creyente en tales casos es más bien dejar ir al incrédulo, y no considerarse encadenado a él o esclavizado a él, para pensar que debe estar con él a toda costa. Dios llama a esa persona a vivir en paz.6 Si algún día el incrédulo cambiara de opinión y regresa, la reconciliación aún es posible, ya que el creyente sabe que debe permanecer soltero mientras el incrédulo viva.7 La posibilidad de volver a casarse solo se lee en el versículo. Tanto la enseñanza general de la Escritura como una lectura contextual de este capítulo, como acabamos de esbozar anteriormente, prohíben tal lectura; es un caso clásico de eisegesis.


Conclusión

El consenso católico (universal) de la iglesia durante los primeros 1500 años de la era del Nuevo Testamento ha sido que el matrimonio humano es una unión hecha por Dios, una sola carne, entre un hombre y una mujer, que es inquebrantable para el hombre. Solo Dios puede hacerlo y lo hace mediante la muerte física. Después de la Reforma Protestante, la iglesia ha llegado a estar dividida sobre el tema, con la iglesia Anglicana, las asambleas de los Hermanos y – importante notar -, también algunas iglesias Reformadas continúan con el consenso católico, mientras que la mayoría de los protestantes rompieron con ella en el tema vital de la inquebrantabilidad del matrimonio. El Protestantismo lo hizo, creemos, porque estaba reaccionando a algunas corrupciones de la verdad del matrimonio que a lo largo de los siglos se habían infiltrado en la iglesia. Como la visión de la misma como un sacramento que confiere la gracia o la opinión de que el nuevo matrimonio está prohibido incluso después de la muerte de uno de los cónyuges o la prohibición de que el clero se case, más otros factores.8 Los dos pasajes bíblicos principales a los que los Reformadores Protestantes y otros apelaron en apoyo de su revisión de la posición anterior de la iglesia han demostrado ser el primer caso clásicos de eisegesis (es decir, leer en un texto algo que simplemente no está allí ). Esta interpretación errónea surgió, al menos en parte, debido a problemas de ese día, como hemos señalado brevemente. El segundo pasaje (Mat. 19:9), seguramente no puede contradecir el testimonio abrumadoramente claro de la Escritura en sus pasajes paralelos del Evangelio. Además, y de manera concluyente, Mateo 19:9 se interpreta en los términos más claros posibles en el inspirado 1 Corintios 7: 10-11 como que no permite volver a casarse después del divorcio.

El llamado, entonces, para aquellos que buscan un cónyuge es buscar a alguien que crea de corazón la verdad bíblica del matrimonio y que esté comprometido a vivirla en todas sus implicaciones, especialmente en lo que respecta al divorcio y al nuevo matrimonio. Aquellos que ya están casados deben ser animados a seguir con su importante llamado de mostrar fielmente algo del hermoso misterio de la unión y comunión eterna de Cristo y Su iglesia. Aquellos que han estado viviendo con alguien que no sea su (verdadero) cónyuge deben reconocer la idea clara y bíblica del matrimonio y orar a Dios pidiendo misericordia para dejar su adulterio y, con el consejo y la ayuda de una verdadera iglesia, buscar la reconciliación con su único cónyuge verdadero, si es posible, o permanecer soltero. Para aquellos que están decididos a continuar en este pecado, que no se engañen a sí mismos. (1 Cor. 6:9-10). Puesto que Dios no es burlado, vano es el intento de tratar de justificar la conducta adúltera de uno diciendo que uno realmente se ha arrepentido de ese pecado, y que Dios lo ha perdonado, si uno, de hecho, sigue viviendo en adulterio. El arrepentimiento implica no solo sentir lástima y no solo odiar, y no solo confesar el pecado de uno, sino también siempre abandonar su propio pecado (Prov. 28:13).

Somos dolorosamente conscientes de que, debido a la depravación total de todos los hombres, no todos están preparados para recibir o recibirán tal enseñanza sobre el matrimonio, excepto aquellos a quienes se les ha dado. Pero por esa misma razón podemos estar y estamos seguros de que la gracia de Dios, que es peculiar de Sus elegidos, resultará eficaz para hacer que Su verdadero pueblo preste atención a la Palabra de Dios con respecto al matrimonio, con sus implicaciones para el divorcio y el nuevo matrimonio. Por lo tanto, el que es capaz de recibir esta palabra, ¡dejar a él que la reciba! (Mat. 19:11-12)!

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1 Los votos o juramentos públicos pueden tener lugar en un contexto eclesiástico o no eclesiástico. Lo que importa es el juramento público (que se toma en presencia de Dios, que es testigo de este juramento). Desde ese momento, la pareja se ha unido en matrimonio ante Él de por vida, y están obligados a vivir en consecuencia (cf. Núm. 30:2; Prov. 20:25; Ec. 5:2-6).
2 Para la interpretación de Deuteronomio 24 y lo que el Señor Jesús dice con respecto a las prescripciones mosaicas temporales con respecto al divorcio y al nuevo matrimonio en ese momento, ver David J. Engelsma, Marriage: the Mystery of Christ and the Church (Jenison, MI: RFPA, 1998), págs. 96-102.
3 Echa un vistazo a los diversos significados del verbo “adulterar”. “Romper” no está entre ellos.
4 Ver, por ejemplo, los Recursos de matrimonio de CPRC.
5 Ver “Niños Santos” para una exégesis correcta de 1 Corintios 7:14.
6 La palabra griega traducida “bajo servidumbre” (AV) es dedoulotai no significa “no está atado” sino “no está bajo servidumbre”, ¡que es muy diferente! La palabra griega usada para “vínculo” es diferente. La palabra usada en I Corintios 7:15 se usa en otras partes de las Escrituras y nunca denota matrimonio (véase Hechos 7:6; Romanos 6:18, 22; I Corintios 9:19; Gálatas 4:3; Tito 2:3; II Pedro 2:19). El verbo deo, traducido correctamente como “atar” o “atar”, se usa en I Corintios 7:2. Deo significa unir, estar unido en matrimonio; pero douloo, por otro lado, significa estar bajo esclavitud. ¡El pasaje, entonces, no dice que el creyente ya no está atado en el matrimonio! Esta idea no está en el texto, ni encaja ni surge del contexto. Siendo así, el creyente no puede volver a casarse sin adulterar ese vínculo anterior, aún existente, es decir, sin vivir en adulterio contra su cónyuge.
7 ¿Qué tan complicada y dolorosa sería la situación de un creyente abandonado que se ha vuelto a casar, si más tarde su cónyuge incrédulo buscara la reconciliación, tal vez incluso después de haberse hecho cristiano?
8 Para un tratamiento histórico, véase Engelsma, Matrimonio: el misterio de Cristo y la Iglesia, págs. 145-229.
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