Ronald Hanko
Dios es tan grande que nosotros no podemos conocerle a menos que Él se revele a sí mismo a nosotros. Él es tan grande que nosotros no podemos verlo ni tocarlo (1 Tim. 6:16), por eso Él se revela a nosotros como nuestro Señor y Salvador por medio de su Palabra. Nosotros no debemos estar sorprendidos por eso ya que el hablar es el principal medio de comunicación entre nosotros, quienes fuimos creados a su imagen.
Sin embargo, que Dios hable a los hombres es un milagro. Es un milagro, en primer lugar, que el Dios infinito y eterno pueda hablar de sí mismo y de su eterna gloria en nuestro limitado e imperfecto lenguaje y hacer que podamos conocer algo verdadero acerca de Él. Es Dios a quien conocemos y con quien tenemos comunión a través de su Palabra.
En segundo lugar, el hablar de Dios al hombre es un milagro porque, igual que con el lenguaje humano, aquel hablar de Dios hacia nosotros es más que sólo un medio de comunicación. Es el medio por el cual tenemos comunión con Dios, lo conocemos y lo amamos. Como el hombre conoce y ama sobre todas las cosas la voz de su amada esposa, nosotros conocemos y amamos la voz de Dios a través del oír su voz (Cantares 2:14).
En tercer lugar, la revelación de Dios de sí mismo a través de su Palabra es un milagro porque la Palabra no es sólo un sonido en el aire, tampoco una mancha sobre el papel sino que vive y permanece (1 Pedro 1:23). Es una palabra que nosotros no sólo escuchamos y leemos sino que toma forma visible y se transforma una revelación tangible del Dios vivo y no visto (1 Juan 1:1) ya que, sin embargo, Dios nunca será visto, nosotros lo vemos en la persona de Cristo, la Palabra hecha carne.
Finalmente, la Palabra es un milagro porque es un acto de la mayor condescendencia y misericordia posible que Dios hable a nosotros. Ya que caímos en pecado ¿no sería más digno que Él se alejara y se escondiera de nosotros? El aún habla, y habla de paz.
Que Dios hable misericordiosamente como nuestro Padre y Salvador sólo es posible debido a la inseparable relación entre la Palabra hecha carne y la Palabra escrita, leída y predicada. Ninguna puede existir sin la otra. A través de la Palabra escrita podemos conocer a la Palabra viva; no hay otra posibilidad, cualquiera de aquellos que hablan de revelaciones directas deben clamar. La Palabra escrita tampoco puede ser entendida y recibida a manos que también la conozca y reciba a través de la viva Palabra hecha carne.
Hay errores que deben ser tratados aquí en ambos lados. Por un lado, debemos evitar hablar de conocer y creer en Cristo aparte de la Escritura, por ejemplo, que ahora que la Biblia es completa, podemos tener comunión con Él, oírlo y verlo aparte de la Escritura. Por otro lado, nunca debemos olvidar que leer la Biblia y no encontrar a Cristo en ella (Juan 5:39-40) es leerla sin entendimiento y en vano.
Así que nunca se debe dudar u olvidar las Escrituras, ellas han sido dadas a nosotros en forma escrita y preservadas de tal manera por Dios desde los primeros tiempo. Es sólo por medio de esas Escrituras que Dios quiso hacerse conocido y a través de Jesucristo. “Ellas,” dice Jesús, “son las que dan testimonio de mí” (v.39). Atendamos con más diligencia las cosas que hemos oído (Hebreos 2:1).
Source: “The Word of God” from Doctrine According to Godliness of Rev. Ronald Hanko, pp. 9-11.
Translated by Marcelo Sánchez